Read Bruja mala nunca muere Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (17 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
5.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Como bruja terrenal no suelo hacerlo. Pero este hechizo me cambiará físicamente, no solo producirá la ilusión de que soy un ratón. Si algo cae en el caldero por accidente, quizá no pueda romper el hechizo, o cambiaría solo a medias… o algo así.

Ivy hizo un ruidito incomprensible y yo coloqué el pelo de ratón en un colador para verter encima la leche. Existe toda una rama de la brujería que usa las líneas luminosas en lugar de pociones. Yo me había pasado dos cuatrimestres limpiando el laboratorio de uno de mis profesores para que no me obligase a hacer más que el curso básico. Tuve que explicarle a todo el mundo que era porque no tenía un espíritu familiar todavía, lo cual era un requisito por seguridad; pero la verdad era que en realidad no me gustaban. Había perdido a un buen amigo cuando decidió especializarse en líneas luminosas y fue arrastrado hacia malas compañías. Por no mencionar que la muerte de mi padre estuvo relacionada con ellas, y tampoco ayudaba el hecho de que las líneas luminosas fuesen puertas de entrada a siempre jamás.

Se decía que siempre jamás había sido un paraíso en el que habitaban los elfos, quienes saltaban a nuestra realidad el tiempo necesario para robar niños humanos. Pero cuando los demonios ocuparon y destrozaron el lugar, los elfos tuvieron que quedarse aquí para siempre. Por supuesto esto había sucedido incluso antes de que Grimm escribiese sus cuentos de hadas. Está todo recogido en las historias o crónicas más antiguas y violentas. Casi todas acaban con un «y vivieron felices en siempre jamás». Bueno, al menos así es como se suponía que acababan. Grimm cambió el «en» y puso «por» en algún momento. El hecho de que algunas brujas usasen las líneas luminosas probablemente contribuyó al antiguo malentendido de que las brujas se posicionaban del lado de los demonios. Me estremezco al pensar cuántas vidas había costado este error.

Yo era estrictamente una bruja terrenal y trabajaba exclusivamente con talismanes, pociones y amuletos. Los gestos y conjuros estaban en el ámbito de la magia de las líneas luminosas. Las brujas especializadas en esta rama de nuestro arte obtenían su fuerza directamente de las líneas luminosas. Era una magia más difícil y, en mi opinión, menos estructurada y bonita, ya que carecía de la mayoría de la disciplina de los encantamientos terrenales. El único beneficio que veía en la magia de las líneas luminosas era que podía ser invocada instantáneamente usando la palabra adecuada. La desventaja era que una tenía que cargar con un pedacito de siempre jamás en el
chi
. Me daba igual que hubiese varios métodos para aislarlo de los
chakras
; estaba convencida de que el tinte demoníaco de siempre jamás dejaba una especie de tizne acumulada en tu alma. Había visto a demasiados amigos perder la habilidad de distinguir en qué lado de la realidad estaba su magia.

La magia de las líneas luminosas era donde residía el mayor potencial para la magia negra. Si ya era difícil averiguar quién había fabricado un amuleto, descubrir quién había maldecido tu coche con magia de líneas luminosas era completamente imposible. Eso no quiere decir que todas las brujas de líneas luminosas fuesen malas; sus habilidades eran muy demandadas en el mundo del entretenimiento, el control meteorológico y la industria de la seguridad, pero con una asociación tan cercana con siempre jamás y un poder tan grande a su disposición, era fácil olvidarse de los principios.

Mi fracaso para ascender en la SI podía radicar en mi negativa a usar líneas luminosas para capturar a los peores peces gordos. Pero ¿qué diferencia había si los detenía con algún amuleto en lugar de con un conjuro? Me había hecho muy buena luchando contra la magia de líneas luminosas con magia terrenal, aunque no pudiera decirlo muy alto teniendo en cuenta mis estadísticas de éxito.

El recuerdo de aquella pirámide de bolas de líquido en la puerta trasera me produjo una punzada. Vertí la leche en el caldero a través del pelo de ratón. La mezcla estaba hirviendo y elevé un poco más la olla en su trípode, removiendo con una cuchara de madera. Usar madera para hacer hechizos no era una buena idea, pero todas mis cucharas de cerámica seguían malditas y usar un metal que no fuese cobre era una invitación para el desastre. Las cucharas de madera tendían a actuar como amuletos, absorbiendo los hechizos y produciendo errores muy embarazosos, pero si la sumergía en mi cubeta de agua salada cuando acabase no habría problema.

Con las manos en las caderas volví a leer el hechizo de nuevo y programé el temporizador. La burbujeante mezcla comenzaba a oler a almizcle. Esperaba haberlo hecho todo bien.

—Bueno —dijo Ivy, sin dejar de teclear en su ordenador—, entonces piensas colarte en la sala de archivos convertida en ratón. No vas a poder abrir el armario de los archivos.

—Jenks dice que ya tiene una copia de todo. Solo tenemos que ir a mirarla.

La silla de Ivy crujió cuando se echó hacia atrás y cruzó las piernas. Por la forma de inclinar la cabeza era obvio que dudaba que dos enanos como nosotros fuésemos capaces de manejar un teclado.

—¿Por qué no te vuelves a convertir en bruja una vez dentro?

Negué con la cabeza, volviendo a comprobar la receta.

—La transformación invocada con una poción dura hasta que te das un buen baño en agua salada. Si quisiera podría transformarme usando un amuleto, colarme en la sala, quitarme el amuleto, encontrar lo que necesito con mi forma humana y luego volver a ponerme el amuleto para salir, pero no voy a hacer eso.

—¿Por qué no?

Ivy no paraba de hacer preguntas. Levanté la vista tras añadir la pelusa de una planta de pie de gato.

—¿No has usado nunca un hechizo de transformación? —le pregunté yo—. Creía que los vampiros los usaban a menudo para convertirse en murciélagos y cosas así.

Ivy bajó la vista.

—Algunos sí los usan —dijo en voz baja.

Obviamente ella no se había transformado nunca y me pregunté por qué. Tenía dinero para hacerlo.

—No es muy buena idea usar un amuleto para transformarse —añadí—. Hay que atárselo o llevarlo colgado al cuello y todos mis amuletos son más grandes que un ratón. Resultaría un poco raro. Y además ¿qué pasa si estoy dentro de una pared y se me cae? Muchas brujas han muerto al volver a transformarse en humanos y solidificarse con elementos extraños como una pared o una jaula. —Me estremecí al pensarlo y removí ligeramente la cocción en el sentido de las agujas del reloj—. Además —añadí en voz baja—, no llevaría nada de ropa al volver a convertirme en persona.

—¡Ja! —exclamó Ivy y yo di un respingo—. Ahora me estás contando la verdadera razón, Rachel… ¡eres tímida!

¿Qué podía contestar a eso? Medio avergonzada, cerré el libro de hechizos y lo coloqué bajo la isla con el resto de mi nueva biblioteca. El temporizador sonó y apagué la llama. No quedaba mucho líquido. No tardaría en alcanzar la temperatura ambiente.

Me sequé las manos en los vaqueros y alargué el brazo por encima del desorden para alcanzar una aguja de punción digital. Antes de la Revelación, muchas brujas fingían tener una ligera diabetes para obtener estas joyitas gratis. Yo las odiaba, pero era mucho mejor que usar un cuchillo para abrirse una vena, como solían hacer en épocas menos ilustradas. Me preparé para pincharme y de pronto me entraron dudas. Ivy no podía cruzar el círculo, pero los hechos de la noche anterior estaban aún frescos en mi memoria. Dormiría en un círculo de sal si pudiese, pero la conexión continua con siempre jamas me volvería loca si no tenía un espíritu familiar que absorbiese las toxinas mentales que emitían las líneas.

—Yo,
mmm
, necesito tres gotas de mi sangre para activarlo —dije.

—¿Ah, sí? —Su expresión no se parecía en absoluto a la que normalmente precedía a la del aura de un vampiro a la caza. Aun así no me fiaba de ella.

Asentí y añadí:

—Quizá deberías salir.

Ivy se rió.

—Tres gotas de tu dedo no significan nada.

Aun así titubeé. Se me hizo un nudo en el estómago. ¿Cómo podía estar segura de que sabría controlarse? Ivy entornó los ojos y sus mejillas pálidas enrojecieron. Si insistía en que se marchase, se ofendería, estaba convencida. Y yo no quería que supiese que le tenía miedo. Dentro del círculo estaba a salvo. Si podía detener a un demonio, un vampiro era pan comido.

Respiré hondo y me pinché el dedo. Se me nubló la vista, me recorrió un escalofrío y luego nada. Relajé los hombros. Envalentonada, me apreté la yema del dedo para dejar caer tres gotas en la poción. El líquido marrón lechoso parecía igual, pero mi olfato me decía que ahora era diferente. Cerré los ojos, inspirando el olor a hierba y cereales hasta mis pulmones. Necesitaría tres gotas más de mi sangre para activar cada dosis antes de usarla.

—Huele diferente.

—¿Qué? —Salté, arrepintiéndome de mi reacción. Me había olvidado de que Ivy seguía allí.

—Tu sangre huele diferente —dijo Ivy—. Huele como a madera, a especias, como a tierra, pero tierra viva. La sangre humana no huele así, ni la de los vampiros.

—Ah —musité. No me gustaba que pudiese oler tres gotas de mi sangre desde el otro lado de la habitación y a través de una barrera de siempre jamás; pero era tranquilizador saber que nunca había desangrado a una bruja.

—¿Serviría mi sangre? —preguntó muy interesada.

Negué con la cabeza removiendo nerviosa la poción.

—No, tiene que ser la sangre de una bruja o hechicero. No es por la sangre sino por las enzimas que contiene. Actúan como catalizador.

Ivy asintió. Puso su ordenador en reposo y se acomodó en su silla para observarme.

Me froté la yema del dedo para limpiarme la sangre. Como la mayoría, esta receta producía siete hechizos. Los que no usase hoy, podía almacenarlos como pociones. Si las ponía en un amuleto, durarían un año. Pero no me transformaría con un amuleto por nada del mundo.

Los ojos de Ivy estaban fijos en mí mientras cuidadosamente dividía la poción en viales del tamaño de un pulgar y los cerraba bien. Listo. Lo único que me quedaba por hacer era romper el círculo y mi conexión con la línea luminosa. Lo primero era fácil, lo segundo era un poquito más complicado.

Le dediqué una breve sonrisa a Ivy y con mi zapatilla peluda rosa abrí un hueco en la sal. El entorno de poder de siempre jamás se onduló. Respiré haciendo ruido por la nariz cuando toda la fuerza que había estado fluyendo en el círculo ahora fluía a través de mí.

—¿Qué pasa? —preguntó Ivy preocupada y alerta desde su silla.

Hice un esfuerzo consciente para respirar con normalidad, pensando que podría estar hiperventilando. Me sentía como un globo demasiado hinchado. Con los ojos fijos en el suelo le hice un gesto con la mano para que no se acercase.

—El círculo está roto. No te acerques. No he terminado todavía —dije sintiéndome a la vez mareada e irreal.

Respirando hondo comencé a separarme de la línea. Era una batalla entre el deseo básico de poder y el conocimiento de que acabaría volviéndome loca. Tenía que expulsarla de mí, empujándola fuera de mí desde los pies a la cabeza hasta que el poder volviese a la tierra.

Finalmente dejé caer los hombros cuando me abandonó y tuve que apoyarme tambaleante en la encimera.

—¿Estás bien? —preguntó Ivy, cercana y atenta.

Jadeando levante la mirada. Estaba sujetándome por el codo para mantenerme en pie. No la había visto moverse. Me quedé helada. Notaba sus dedos cálidos a través de mi blusa.

—He usado demasiada sal. La conexión era demasiado fuerte. Estoy…, estoy bien. Suéltame.

La preocupación de su cara se desvaneció. Obviamente ofendida, me soltó. El ruido de la sal crujiendo bajo sus pies sonó con fuerza cuando se dirigió de vuelta a su rincón para sentarse en la silla con aire dolido. No pensaba disculparme. Yo no había hecho nada mal.

El silencio pesado e incómodo continuó mientras guardaba todos los viales menos uno en el armario junto con el resto de mis amuletos. Al mirarlos no pude evitar sentirme orgullosa. Los había hecho yo y aunque el seguro que necesitaría para poder venderlos era más de lo que ganaba en un año en la SI, podría usarlos para mí.

—¿Necesitas ayuda para esta noche? —preguntó Ivy—. No me importa cubrirte las espaldas.

—No —le solté, quizá demasiado cortante. Ella frunció el ceño. Sacudí la cabeza suavizando mi negativa con una sonrisa y deseando poder decir «Sí, por favor». Pero seguía sin confiar en ella. No quería ponerme en la situación de tener que confiar en nadie. Mi padre había muerto por confiar en alguien para guardarle las espaldas. «Trabaja sola, Rachel», me dijo en la cama del hospital y yo le sujeté su temblorosa mano mientras su sangre perdía la capacidad de transportar oxígeno. «Trabaja siempre sola».

Se me hizo un nudo en la garganta al cruzarme con la mirada de Ivy.

—Si no soy capaz de librarme de un par de zorros yo sola, merezco que me pillen —dije evitando el fondo de la cuestión. Puse mi cuenco plegable y una botella de agua salada en mi bolso, añadiendo uno de mis nuevos amuletos de disfraz que nadie en la SI había visto antes.

—¿No vas a probarlo antes? —preguntó Ivy cuando estaba claro que me marchaba ya.

Nerviosamente me coloqué un mechón de pelo.

—Se hace tarde. Seguro que todo sale bien.

Ivy no parecía muy convencida.

—Si no has vuelto por la mañana saldré a buscarte.

—Me parece bien. —Si no había regresado por la mañana sería que estaba muerta. Cogí mi abrigo de invierno, que colgaba de una silla, y me acurruqué dentro de él. Le dediqué a Ivy una rápida e incómoda sonrisa antes de salir por la puerta de atrás. Atravesaría el cementerio para coger el autobús en la otra calle.

El aire de la noche primaveral era frío y me estremecí al cerrar la puerta. El montón de bolas cargadas en el suelo era un recordatorio que no me hizo ninguna gracia. Sintiéndome vulnerable, me adentré en la sombra de un roble para esperar a que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad de una noche sin luna. Acababa de ser luna nueva y no saldría hasta casi el alba.
Gracias, Dios
.

—¡Eh, señorita Rachel! —oí a lo lejos y me giré pensando por un momento que era Jenks. Pero era Jax, su hijo mayor. El pixie preadolescente me había hecho compañía durante toda la larde. Casi lo corto por la mitad más de una vez cuando su curiosidad y sentido del «deber» lo acercaban peligrosamente a mis tijeras mientras su padre dormía.

BOOK: Bruja mala nunca muere
5.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Kept by Sommer Marsden
For the Love of Gelo! by Tom O’Donnell
The Dolphin Rider by Bernard Evslin
Power Hungry by Robert Bryce
Her Cyborg by Nellie C. Lind
The One Safe Place by Kathleen O'Brien
Our One Common Country by James B. Conroy