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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (53 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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La pesada puerta de la sala de descanso se abrió y me giré para ver entrar a un agente de la AFI y a una mujer joven con un provocativo vestido rojo. Llevaba una identificación de la AFI colgada del cuello y el sombrero amarillo de la AFI sobre su peinado de peluquería parecía un accesorio barato. Supuse que eran Gerry y Briston, los que estaban en el centro comercial.

—Perfume —masculló con desdén la mujer arrugando la nariz.

Resoplé. Me hubiese encantado poder explicárselo, pero probablemente hubiera sido peor el remedio que la enfermedad.

Los cuchicheos de los agentes de la AFI habían disminuido drásticamente desde que me había quitado el disfraz de anciana y me había convertido en una magullada joven de veintitantos, con el pelo rojo rizado y las curvas bien puestas. Me sentía como una alubia dentro de unas maracas y con el cabestrillo, el ojo morado y la manta envolviéndome, probablemente parecía un refugiado de una catástrofe.

—¡Rachel! —gritó Francis apremiante, captando mi atención de nuevo. Su cara triangular estaba pálida y su pelo oscuro, grasiento—. Necesito protección. Yo no soy como tú. Kalamack me va a matar. ¡Haré lo que me pidáis! Tú quieres a Kalamack, yo quiero protección. Se suponía que yo solo me iba a encargar del azufre. No es culpa mía. Rachel, tienes que creerme.

—Sí.

Agotada más allá de lo imaginable, respiré hondo y miré el reloj. Eran solo las doce pasadas, pero parecía que fuese casi el alba. Edden sonrió. Arrastró su silla y se levantó.

—Abrámoslas, señores.

Dos agentes de la AFI dieron un paso al frente, ansiosos. Apreté el amuleto que tenía en el regazo y me incliné, ansiosa por ver mejor. La continuidad de mi existencia dependía de esas cajas. El sonido de la cinta al rasgarse sonó fuerte. Francis se pasó la mano por la boca observando con una mezcla de fascinación morbosa y miedo.

—Madre de Dios —exclamó uno de los agentes apartándose de la mesa al abrir la caja—. Son tomates.

¿Tomates? Me puse en pie gruñendo de dolor. Edden se me adelantó por unos segundos.

—¡Están dentro de los tomates! —balbuceó Francis—. Los fármacos están dentro. Los esconde ahí para que los perros de aduanas no los huelan. —Pálido bajo su barba de tres días, volvió a remangarse la chaqueta—. Están ahí, ¡mirad!

—¿Tomates? —dijo Edden con cara de asco—. ¿Los envía dentro de tomates?

Unos tomates rojos perfectos con sus rabitos verdes me contemplaban desde su embalaje de cartón. Impresionada entreabrí los labios. Trent debía de insertar los viales en la fruta verde, de modo que, para cuando maduraba, el fármaco habría quedado oculto dentro de un fruto perfecto que ningún humano se atrevería a tocar.

—¡Acércate a ver, Nick! —le pidió Jenks, pero Nick no se movió. Su alargada cara estaba blanca como la pared. En el fregadero, los dos agentes que habían abierto las cajas se lavaban enérgicamente las manos.

Edden parecía que iba a vomitar, pero alargó la mano y cogió un tomate rojo para examinarlo. No tenía ni una imperfección ni ningún corte en su piel perfecta.

—Supongo que tendremos que abrirlo —dijo de mala gana, dejándolo en la mesa y limpiándose la mano en los pantalones.

—Ya lo hago yo —me ofrecí voluntaria cuando nadie dijo nada. Alguien deslizó un cuchillo sucio por la mesa. Lo cogí con la mano izquierda y entonces recordé que tenía la otra mano en cabestrillo. Miré a mí alrededor en busca de ayuda. Ninguno de los agentes de la AFI me miró a los ojos. Ninguno estaba dispuesto a tocar el tomate. Frunciendo el ceño dejé el cuchillo a un lado.

—Pues vale —dije con un suspiro. Levanté la mano y la dejé caer con fuerza sobre el tomate. Se aplastó con un
chof
. Una sustancia roja gelatinosa salpicó la camisa blanca de Edden, cuya cara se puso tan gris como su bigote. Hubo un grito de asco procedente del resto de agentes de la AFI. Alguien incluso tuvo arcadas. El corazón me latía con fuerza al coger el tomate con una mano y estrujarlo. La pulpa y las semillas chorrearon entre mis dedos. Contuve la respiración al notar en la palma de la mano un cilindro del tamaño de mi meñique. Dejé caer el amasijo de pulpa y sacudí la mano. Se elevaron gritos de consternación al desparramarse la carne roja sobre la mesa. No era más que un tomate, pero cualquiera diría que estaba aplastando un corazón putrefacto por los sonidos que los altos y fuertes agentes de la AFI emitían.

—¡Aquí está! —dije triunfante extrayendo un vial de aspecto oficial cubierto en pulpa del tomate y levantándolo en el aire. Nunca antes había visto un biofármaco. Creía que habría más cantidad.

—Bien, dame —dijo Edden en voz baja, cogiendo la ampolla con una servilleta. La satisfacción por el descubrimiento superaba su repulsión.

Un atisbo de miedo apareció en los ojos de Francis, que me miró fijamente apartando la vista de las cajas.

—¿Rachel? —gimoteó—. Me conseguirás protección ante Kalamack, ¿verdad?

La rabia me recorrió toda la espalda. Me había traicionado a mí y a todo en lo que yo creía… por dinero. Me giré hacia él. Los bordes de mi visión se volvieron grises al inclinarme sobre la mesa para ponerme frente a él.

—Te vi en la oficina de Kalamack —le dije y sus labios se quedaron sin riego sanguíneo. Lo agarré por la pechera de la camisa y le dejé un manchurrón rojo en la colorida tela—. Eres un cazarrecompensas oscuro y vas a pagarlo. —Lo empujé de vuelta a su asiento y me senté con el corazón acelerado por el esfuerzo pero satisfecha.

—¡Vaya! —dijo Edden—. Que alguien lo arreste y le lea sus derechos.

Francis abrió la boca y la cerró asustado al ver a Briston sacar sus esposas de la cadera y cerrarlas alrededor de sus muñecas. Metí la mano en mi cabestrillo y trabajosamente me quité el brazalete amuleto. Se lo lancé a Briston, por si acaso Francis llevaba algún hechizo peligroso oculto en las mangas. Ante el consentimiento de Edden, la agente se lo colocó a Francis en la muñeca.

La lenta y repetida advertencia Miranda sonó con su cadencia tranquilizadora. Los ojos de Francis estaban abiertos como platos y fijos en el vial. Creo que ni siquiera oía al hombre que tenía junto a él.

—¡Rachel! —volvió a gritar al recuperar la voz—. ¡No dejes que me mate! Me va a matar. Te he entregado a Kalamack. Quiero un trato. ¡Quiero protección! ¿No es así como funciona esto?

Mi mirada se cruzó con la de Edden y me limpié los restos del tomate de la mano con una servilleta áspera.

—¿Tenemos que escuchar esto ahora?

Una sonrisa maliciosa y no muy agradable apareció en los labios de Edden.

—Briston, llévate a este saco de mierda a la furgoneta. Graba su confesión en cinta y por escrito. Y léele sus derechos de nuevo. No quiero errores.

Francis se levantó arrastrando la silla por el sucio suelo. Llevaba su delgada cara gacha y el pelo en los ojos.

—Rachel, diles que Kalamack me va a matar.

Miré a Edden con los labios apretados.

—Tiene razón.

Al oír mis palabras, Francis gimoteó. Sus ojos oscuros parecían angustiados, como si no estuviese seguro de si debía alegrarse o entristecerse de que alguien se tomase sus preocupaciones en serio.

—Ponedle una manta EAH —dijo Edden con tono molesto—. Mantenedlo a salvo.

La tensión de mis hombros se relajó. Si ocultaban a Francis lo suficientemente rápido, estaría a salvo.

Briston miró a las cajas.

—¿Y los, eh, tomates, capitán?

Su sonrisa se hizo más amplia al inclinarse sobre la mesa con cuidado para no tocar la pulpa despachurrada.

—Dejémoslos para el equipo de recogida de pruebas.

Obviamente aliviada, Briston le hizo un gesto a Clayton.

—¡Rachel! —balbuceó Francis mientras tiraban de él hacia la puerta—. Me vas a ayudar, ¿verdad? ¡Lo contaré todo!

Los cuatro agentes de la AFI lo acompañaron fuera bruscamente. Los tacones de Briston resonaban rítmicamente. La puerta se cerró y cerré los ojos agradeciendo por fin el silencio.

—¡Menuda noche! —murmuré.

La risita de Edden me hizo abrir los ojos.

—Te debo una, Morgan —dijo con tres servilletas de papel y el vial blanco manchado de pulpa de tomate entre sus dedos—. Después de verte con esos dos brujos, no sé por qué Denon tenía tanto interés en librarse de ti. Eres una cazarrecompensas estupenda.

—Gracias —susurré con un suspiro y estremeciéndome al recordar que me había enfrentado a dos brujos de líneas luminosas a la vez. Había faltado poco. Si Edden no hubiese desconcentrado al tercer brujo y roto la red, estaría muerta—. Gracias por cubrirme las espaldas, quiero decir —dije en voz baja.

La ausencia de los agentes de la AFI hizo salir a Nick de su rincón, y me ofreció un vaso de plástico con lo que una vez quizá fue café. Cuidadosamente se agachó para sentarse en la silla junto a mí, mirando nervioso las tres cajas y la mesa manchada por el tomate. Al parecer, ver a Edden tocar uno le había infundido valor. Le dediqué una sonrisa cansada y agarré con la mano buena el café para aprovechar su calor.

—Le agradecería mucho si pudiese informar a la SI de que va a pagar mi contrato —dije—. Antes de salir de esta sala —añadí acurrucándome más aún en la manta de EAH.

Edden dejó el vial en la mesa con lentitud reverencial.

—Con la confesión de Percy, Kalamack no podrá volver a escaparse a golpe de talonario. —Una sonrisa se dibujó en su cuadrado rostro—. Clayton me ha confirmado que también tenemos el azufre del aeropuerto. Debería salir de mi despacho más a menudo.

Di un sorbo a mi café. La bazofia amarga me llenó la boca y tragué de mala gana.

—¿Y qué pasa con esa llamada? —dije dejando el vaso en la mesa y mirando el amuleto que seguía brillando rojo en mi regazo.

Edden se sentó emitiendo un gruñido y sacó un fino teléfono móvil. Sujetándolo con la mano izquierda presionó un solo número con el pulgar. Miré a Jenks para ver si se había fijado. Las alas del pixie se agitaron y con una mirada impaciente se deslizó por el brazo de Nick y caminó con rigidez por la mesa hasta mí. Lo subí hasta mi hombro antes de que me lo pidiese.

—Tiene a la SI en marcación rápida —me susurró acercándose a mi oreja.

—No me digas —dije, notando el tirón del esparadrapo al intentar levantar las cejas.

—Voy a regodearme al máximo con esto —dijo Edden recostándose en la silla mientras el teléfono sonaba. El vial blanco seguía de pie frente a él en la mesa como si fuese un diminuto trofeo—. ¡Denon! —gritó—. Hay luna llena la semana que viene, ¿cómo va todo?

Me quedé boquiabierta. No era a la si a quien Edden tenía en marcación rápida. Era a mi antiguo jefe. ¿Y seguía vivo? ¿El demonio no lo había matado? Debía de tener a otra persona para hacerle el trabajo sucio.

Edden carraspeó, obviamente malinterpretando mi sorpresa, antes de devolver su atención a la conversación telefónica.

—Eso es estupendo —dijo, interrumpiendo a Denon—. Oye, quiero que canceles la amenaza de muerte sobre la señorita Morgan. ¿La conoces? Solía trabajar para ti.

Hubo una breve pausa y casi oí lo que contestó Denon, de lo alto que hablaba. Sobre mi hombro, Jenks agitaba sus alas, alterado. Una taimada sonrisa se dibujó en los labios de Edden.

—¿La recuerdas? —dijo Edden—. Estupendo. Retira a tu gente. Nosotros pagaremos su contrato. —De nuevo una pausa, y su sonrisa se amplió—. Denon, me ofendes. Sabes que no puede trabajar para la AFI. Te transferiré el dinero cuando la oficina de contabilidad abra por la mañana. Ah, ¿y podrías enviarme uno de tus coches a la estación principal de autobuses? Tengo a tres brujos que deben pasar a custodia del inframundo. Estaban formando jaleo y como estábamos en el barrio los hemos detenido por ti.

Se escuchó una retahila de palabras airadas al otro lado y Jenks soltó un bufido.

—Uuuuhhh, Rachel —tartamudeó—, está muy cabreado.

—No —dijo Edden con rotundidad, sentándose derecho. Obviamente estaba disfrutando—. No —repitió sonriente—, debiste pensarlo antes de enviarlos a por ella.

Las mariposas de mi estómago luchaban por salir.

—Dile que disuelva el amuleto maestro asociado a mí —dije, y dejé caer el amuleto que repiqueteó sobre la mesa, como un secreto vergonzoso.

Edden tapó con una mano el teléfono, ahogando la airada voz de Denon.

—¿El qué?

Mis ojos estaban fijos en el amuleto. Seguía brillando.

—Dile —dije inspirando lentamente—, que quiero que disuelva el amuleto maestro asociado a mí. Todos los equipos de asesinos que me están amenazando tienen un amuleto como este. —Lo toqué con un dedo preguntándome si el hormigueo que sentía era real o imaginario—. Mientras siga brillando no pararán.

Arqueó las cejas.

—¿Un amuleto que indica que sigues viva? —preguntó y yo asentí ofreciéndole una sonrisa amarga. Era una cortesía entre grupos de asesinos, así nadie malgastaba su tiempo planeando el asesinato de alguien que ya estaba muerto.

—Esto, Denon —dijo Edden con tono alegre volviendo a acercarse el teléfono al oído—, sé buen chico y anula el amuleto que indica que Morgan sigue viva para que pueda irse a casa a dormir.

La encolerizada voz de Denon sonó muy alto a través del pequeño altavoz. Di un respingo cuando Jenks se echó a reír, saltando para sentarse en mi pendiente. Me humedecí los labios y miré fijamente al amuleto, deseando que se apagase. Nick me puso la mano en el hombro y di un respingo. Volví a fijar los ojos en el amuleto con una intensidad voraz.

—¡Ya! —exclamé al ver el disco parpadear y apagarse—. ¡Mirad! ¡Se ha apagado!

Me martilleaba el pulso y cerré los ojos durante un instante, visualizando los amuletos apagarse por toda la ciudad. Denon debía de llevar el amuleto maestro con él para enterarse de mi muerte en el momento exacto en el que los asesinos tuviesen éxito. Era un verdadero enfermo.

Con los dedos temblorosos recogí el amuleto. El disco parecía pesado en mi mano. Intercambié una mirada con Nick. Parecía tan aliviado como yo y sonreía de oreja a oreja. Exhalé aliviada, me apoyé en el respaldo de la silla y deslicé el amuleto en mi bolso. Mi amenaza de muerte había desaparecido. Las preguntas airadas de Denon seguían retumbando en el teléfono. Edden sonrió aun más.

—Enciende la televisión, Denon, amigo mío —dijo, alejando el teléfono de su oído un momento—. He dicho que enciendas la televisión, ¡enciende la tele! —le gritó acercándoselo de nuevo. Edden me miró—. ¡Adiós, Denon! —dijo poniendo voz aguda—. Nos vemos en la iglesia.

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