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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (50 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—Te han pedido disculpas —dije, consciente de que era una causa perdida. Estaba en plena diatriba.

—Voy a necesitar toda una semana para que me crezca de nuevo la maldita ala. Matalina me va a matar. Todo el mundo se esconde de mí cuando no puedo volar. ¿Lo sabías? ¡Incluso mis hijos!

Dejé de escucharlo. La diatriba había comenzado en el mismo momento en el que lo soltaron y no había parado ni un instante. Aunque Jenks no había sido acusado de un delito por haberse quedado en el techo jaleando a Ivy mientras les daba una paliza a los agentes de la AFI, había insistido en fisgonear donde no debía hasta que lo habían metido en una garrafa vacía de agua.

Empezaba a comprender de qué había estado hablando Edden. Sus agentes y él no tenían ni idea de cómo tratar con inframundanos. Lo podían haber encerrado en un armario o en un cajón mientras curioseaba. Sus alas no se habrían humedecido y no se habrían vuelto tan frágiles como un pañuelo de papel. La caza de diez minutos con una red no habría tenido lugar y la mitad de los agentes de la planta no habrían resultado afectados por el polvo de pixie. Ivy y Jenks habían venido a la AFI por voluntad propia y aun así habían terminado dejando un rastro de caos. Pensar en lo que un inframundano violento y poco cooperativo podía llegar a hacer daba miedo.

—No tiene sentido —dijo Nick lo suficientemente alto como para que Edden lo escuchase—. ¿Para qué tiene que forrarse los bolsillos Kalamack con asuntos ilegales cuando él ya es rico?

Edden se medio giró en su asiento deslizando su chaqueta caqui de nailon. Llevaba un sombrero amarillo de la AFI como único símbolo de su autoridad.

—Debe de estar financiándose un proyecto del que no quiere que se sepa nada. El dinero es difícil de rastrear cuando proviene de asuntos ilegales y se invierte en algo también ilegal —contestó el capitán.

Me preguntaba qué podría ser. ¿Algo más que se cociera en el laboratorio de Faris, quizá?

El capitán de la AFI se llevó su fornida mano a la barbilla. Su cara redonda estaba iluminada por los coches que venían detrás.

—Señor Sparagmos, ¿ha cogido alguna vez el ferry a lo largo del río?

Nick se quedó blanco.

—¿Perdón, señor?

Edden sacudió la cabeza.

—Es de lo más frustrante. Estoy seguro de haberlo visto antes.

—No —dijo Nick, reclinándose en el rincón de su asiento—, no me gustan los barcos.

Con un pequeño ruido, Edden se volvió hacia delante de nuevo. Intercambié una mirada de complicidad con Jenks. El pequeño pixie puso una expresión astuta, pillándolo antes que yo. Arrugué con estrépito mi bolsa vacía de cacahuetes y me la guardé en el bolso, ni se me ocurría tirarla al limpio suelo. Nick estaba arrinconado en las sombras y parecía retraído. La débil luz de los coches con los que nos cruzábamos desdibujaba su afilada nariz y delgada cara.

—¿Qué es lo que hiciste? —le susurré acercándome a él. Sus ojos permanecieron fijos mirando por la ventana y su pecho subía y bajaba con el ritmo de su respiración.

—Nada —contestó.

Miré a la nuca de Edden.
Sí claro, y yo soy la chica de calendario de la SI
.

—Mira, siento haberte metido en esto. Si quieres marcharte cuando lleguemos al aeropuerto lo entenderé.

Pensándolo bien, no quería saber qué era lo que había hecho. Nick negó con la cabeza dedicándome una rápida sonrisa.

—No pasa nada —dijo—, te acompañaré toda la noche. Te lo debo por sacarme de aquel foso de ratas. Una semana más y me habría vuelto loco.

Simplemente de imaginarlo me dieron escalofríos. Había destinos peores que estar en la lista negra de la SI. Le toqué en el hombro brevemente y me recliné en mi asiento, observando furtivamente cómo se relajaba y su respiración volvía a la normalidad. Cuanto más sabía de él, más fuertes me parecían sus contrastes con la mayoría de los humanos. Pero en lugar de preocuparme, me hacía sentirme más segura. Volvía a mi síndrome de damisela en apuros. Había leído demasiados cuentos de hadas de niña y era demasiado realista como para no disfrutar de que me rescatasen de vez en cuando.

Se hizo un silencio incómodo y mi ansiedad fue en aumento. ¿Y si llegábamos tarde? ¿Y si Trent había cambiado el vuelo? ¿Y si todo había sido una elaborada trampa?
Qué Dios me ayude entonces
, pensé. Lo había apostado todo por lo que sucedería en las próximas horas y si esto no salía bien no tenía nada.

—¡Bruja! —gritó Jenks captando mi atención. Me di cuenta de que llevaba intentando llamar mi atención un rato—. Súbeme —me pidió—, no veo ni torta desde aquí.

Le ofrecí la mano y trepó a ella.

—No tengo ni idea de por qué todo el mundo te evita cuando no puedes volar.

—Esto nunca habría pasado si alguien no me hubiese roto la maldita ala —dijo Jenks en voz alta.

Lo dejé en mi hombro, desde donde podía ver el tráfico hacia el Aeropuerto Internacional de Cincinnati-Northen Kentucky. La mayoría de la gente simplemente lo llamaba el Hollows Internacional o incluso más corto: «el gran HI». Los coches con los que nos cruzábamos se iluminaban brevemente bajo las dispersas farolas. Las luces aumentaron en número conforme nos acercábamos a las terminales. Una oleada de emoción me recorrió y me puse recta en mi asiento. Nada iba a salir mal. Iba a pillarle. Fuese lo que fuese Trent, iba a atraparle.

—¿Qué hora es? —pregunté.

—Las once y cuarto —musitó Jenks.

—Las once y veinte —le corrigió Edden señalando el reloj de la furgoneta.

—Son y cuarto —saltó el pixie—. Sé dónde está el sol mejor que vosotros por qué agujero mear.

—¡Jenks! —dije horrorizada. Nick seguía sin descruzar los brazos y parecía haber recuperado una pizca de su confianza.

Edden hizo un gesto apaciguador con la mano.

—No importa, señorita Morgan.

Clayton, un poli nervioso que no parecía confiar mucho en mí, me miró a los ojos a través del espejo retrovisor.

—En realidad, señor —dijo de mala gana—, el reloj va cinco minutos adelantado.

—¿Lo ves? —exclamó Jenks.

Edden alcanzó el teléfono del coche y puso el manos libres para que todos pudiésemos escuchar.

—Asegurémonos de que el avión sigue en tierra y que todo el mundo está es su puesto —dijo.

Ansiosa, me ajusté el cabestrillo mientras Edden marcaba tres números en el teléfono.

—Rubén —gruñó hacia el aparato, suj etándolo como si fuese un micrófono—, habíame.

Hubo una breve pausa y luego una voz masculina con interferencias sonó a través de los altavoces.

—Capitán, estamos esperando en la puerta de embarque, pero el avión no está aquí.

—¡Que no está! —grité con un gesto de dolor, y di un salto hacia el borde del asiento—. Ya deberían estar embarcando.

—No ha llegado al túnel de embarque, señor —continuó Rubén—. Todo el mundo está esperando en la terminal. Dicen que es por una pequeña reparación y que solo tardará una hora. ¿No es cosa suya?

Miré del altavoz a Edden. Casi podía ver sus ideas circulando tras su especulativa expresión.

—No —contestó finalmente—. Quédate ahí.

Cortó la conexión y el débil siseo desapareció.

—¿Qué pasa? —le grité al oído y me puso mala cara.

—Vuelva a sentar su culo en el asiento, Morgan —dijo—. Probablemente se trate de las restricciones por la luz diurna de su amiga. La aerolínea no va a dejar a todo el mundo esperando en la pista cuando la terminal está vacía.

Miré a Nick, cuyos dedos tamborileaban nerviosamente al ritmo de una melodía desconocida. Sintiéndome aún inquieta, me eché hacia atrás. El radiofaro de aterrizaje del aeropuerto describía un arco bajo las nubes. Casi habíamos llegado.

Edden pulsó un número de la memoria del teléfono mientras una sonrisa se abría paso en su rostro al quitar el manos libres.

—Hola, ¿Chris? —dijo y se oyó responder en la lejanía la voz de una mujer—. Tengo una preguntita para ti. Al parecer hay un vuelo de la Southwest retrasado en la pista. ¿El de las once cuarenta y cinco a Los Angeles? ¿Qué le pasa? —Escuchó la respuesta en silencio y yo me mordía las uñas—. Gracias, Chris —dijo con una risita—. ¿Qué te parece si te invito al chuletón más jugoso de toda la ciudad? —De nuevo soltó una risita y juro que se le pusieron las orejas rojas.

Jenks se rió por lo bajo de algo que yo no había podido oír. Miré hacia Nick pero me seguía ignorando.

—Chrissy —dijo Edden alargando la ese—, puede que eso no le guste demasiado a mi mujer. —Jenks se rió a la vez que Edden y mientras yo me tiraba de un rizo, nerviosa—. Hablamos luego —dijo, y colgó el teléfono.

—¿Y bien? —le pregunté desde el borde de mi asiento.

Los vestigios de su sonrisa se negaban a desaparecer.

—El avión está en tierra. Parece que la SI tiene un chivatazo sobre una maleta con azufre a bordo.

—¡Maldita sea! —juré. La estación de autobuses era el señuelo, no el aeropuerto. ¿Qué estaba haciendo Trent?

Los ojos de Edden brillaron.

—La SI tardará unos quince minutos. Podemos robárselo en las narices.

Desde mi hombro, Jenks empezó a maldecir.

—No hemos venido a por el azufre —protesté al ver que todo se venía abajo—. ¡Hemos venido a por los biofármacos!

Estaba que echaba humo. Me quedé en silencio cuando un coche ruidoso se aproximó a nosotros en dirección de vuelta a la ciudad.

—Ese supera los límites permitidos en la ciudad —dijo Edden—, Clayton, mira a ver si puedes anotar la matrícula.

La cabeza me daba vueltas. Esperé a que el coche pasara para hablar de nuevo. El motor rugía como si el conductor fuese a treinta por encima del límite de velocidad, pero el coche apenas se movía. Las marchas chirriaron con un sonido familiar.
Francis
, pensé, conteniendo la respiración.

—¡Es Francis! —gritamos a la vez Jenks y yo mientras me giraba para comprobar que tenía el faro trasero roto. Se me nubló la vista por la repentina punzada al girarme, pero casi me encaramé al asiento trasero con Jenks aún en mi hombro—. ¡Ese es Francis! —volví a gritar con el corazón en la boca—. Da la vuelta. ¡Para! Es Francis.

Edden dio un puñetazo sobre el salpicadero.

—¡Maldita sea! —dijo—, llegamos tarde.

—¡No! —grité yo—, ¿no lo entiende? Trent solo ha cambiado el azufre por los biofármacos. La SI no ha llegado todavía, ¡Francis los está cambiando!

Edden se me quedó mirando. En su cara se alternaban las luces y sombras del acceso hacia el aeropuerto.

—¡Francis tiene los fármacos! ¡Da la vuelta! —grité.

La furgoneta se detuvo en un semáforo.

—¿Capitán? —interpeló el conductor.

—Morgan —dijo Edden—, está loca si piensa que voy a dejar escapar la oportunidad de robarles un alijo de azufre justo de delante de sus narices a los de la SI. Ni siquiera sabe seguro si era él o no.

Jenks se rió.

—Ese era Francis. Rachel le quemó el embrague a conciencia.

Esbocé una mueca.

—Francis tiene los biofármacos. Los van a transportar en autobús. Me apuesto lo que sea.

Edden entornó los ojos y apretó la mandíbula.

—Está bien —dijo—. Clayton, da la vuelta.

Me hundí en el asiento, dejando escapar el aliento que había estado conteniendo sin darme cuenta.

—¿Capitán?

—Ya me has oído —dijo, obviamente no muy contento—, da la vuelta. Haz lo que dice la bruja. —Se giró hacia mí con la cara tensa—. Más le vale llevar razón, Morgan —dijo casi en un gruñido.

—La tengo —dije y noté que se me revolvía el estómago. Me apoyé en el respaldo preparándome ante el repentino giro de la situación. Más me valía tener razón, pensé, mirando a Nick.

Un camión de la si pasó junto a nosotros en sentido al aero puerto, silencioso pero con las luces parpadeantes. Edden golpeó el salpicadero con tanta fuerza que me sorprendió que el airbag no saltase. Arrancó la radio de su soporte.

—¡Rose! —bramó—, ¿ha encontrado la brigada canina algo en la estación de autobuses?

—No, capitán. Están de vuelta.

—Mándalos de nuevo allí —dijo—. ¿A quién tenemos de paisano en los Hollows?

—¿Señor? —dijo confusa.

—¿Quién está en los Hollows que no hayamos mandado al aeropuerto? —gritó.

—La agente Briston está en el centro comercial de Newport de paisano —dijo Rose. El lejano timbre de un teléfono se inmiscuyó en la conversación—. ¡Qué alguien lo coja! —gritó y hubo un instante de silencio—. Gerry está de apoyo, pero va de uniforme.

—Gerry —masculló Edden no muy emocionado—, mándalos a la estación de autobuses.

—Briston y Gerry a la estación de autobuses —repitió lenta mente Rose.

—Diles que usen sus EAH —añadió Edden, lanzándome una mirada.

—¿EAH? —preguntó Nick.

—Equipo antihechizos —dije y él asintió.

—Buscamos a un hombre blanco de unos treinta años. Brujo. De nombre Francis Percy. Cazarrecompensas de la SI.

—No es más que un simple hechicero —interpelé agarrándome ante un repentino frenazo en un semáforo.

—El sospechoso puede llevar hechizos —continuó diciendo Edden.

—Es inofensivo —musité.

—Que no se aproximen a él a no ser que intente marcharse —dij o Edden algo tenso.

—Sí —bufé cuando nos poníamos de nuevo en marcha—, puede que les mate de aburrimiento.

Edden se giró hacia mí.

—¿Por qué no se calla?

Me encogí de hombros y luego deseé no haberlo hecho pues me empezó a palpitar el hombro herido.

—¿Lo tienes todo, Rose? —dijo hablándole al teléfono.

—Armado, peligroso, no aproximarse a menos que intente marcharse. Lo tengo.

Edden gruñó.

—Gracias, Rose —concluyó y apagó la radio con su grueso dedo. Jenks me dio un tirón en la oreja y dejé escapar un gritito.

—¡Allí está! —chilló el pixie—. Mirad, allí, justo delante de nosotros.

Nick y yo nos inclinamos hacia delante para ver. La luz rota era como una baliza. Observamos como indicaba un giro y sus ruedas chirriaban al dirigirse hacia la estación. Sonó un claxon y no pude evitar una risita. Un autobús casi choca contra Francis.

—Bueno —dijo Edden en voz baja cuando dábamos la vuelta para dejar el coche al fondo del aparcamiento—, tenemos cinco minutos hasta que la brigada canina llegue, quince para Briston y Gerry. Tendrá que facturar el equipaje en el mostrador. Eso será una buena prueba de que es suyo. —Edden se soltó el cinturón de seguridad y giró su asiento cuando la furgoneta se detuvo. Sonrió mostrando todos los dientes. Parecía más ansioso que un vampiro con esa sonrisa suya—. Que nadie lo mire siquiera hasta que llegue todo el mundo, ¿entendido?

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