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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (49 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Directo al grano. Que me aspen si no me estaba empezando a caer bien este tipo. Aun así no dije nada y se me formó un nudo en el estómago. No había terminado todavía de hablar. Edden puso un brazo sobre la mesa, ocultando su cabestrillo en su regazo.

—Pero entienda que no puedo pedirle a mi gente que arreste al concejal Kalamack siguiendo las indicaciones de una ex cazarrecompensas de la SI que está amenazada de muerte, sea eso ilegal o no.

Se me aceleró la respiración para acompasarse con el torbellino de pensamientos de mi cabeza. Tenía razón. Había detenido a Ivy para hacerme venir. Durante un instante de pánico me pregunté si me estaría entreteniendo. Sí, quizá la SI venía de camino para cazarme. La idea se desvaneció con una dolorosa descarga de adrenalina. La AFI y la SI mantenía una amarga rivalidad. Si Edden pensaba reclamar la recompensa por mi cabeza, tendría que entregarme él mismo y no invitar a la SI a su edificio. Edden me había hecho venir para evaluarme. ¿Para qué?, me pregunté mientras mi preocupación aumentaba.

Decidí tomar las riendas de la conversación y sonreí, y después hice una mueca de dolor al notar el tirón en mi ojo hinchado. Abandonando mi estrategia de encandilar para distraer, me en frenté a él directamente, desplazando la tensión de mis hombros al estómago, donde no pudiese verla.

—Quisiera disculparme por el comportamiento de mi socia, capitán Edden. —Miré a su muñeca vendada—. ¿Se la ha roto?

Una sombra de sorpresa cruzó su expresión.

—Peor aún. La ha fracturado por cuatro sitios. Me dirán mañana si debo llevar una escayola o simplemente esperar a que suelde. El maldito médico no me ha dejado tomar nada más fuerte que una aspirina. Es luna llena la semana que viene, señorita Morgan. ¿Es consciente de lo retrasado que iré si tengo que coger aunque sea un día de baja?

Esta chachara no nos conducía a ningún sitio. Mis dolores empezaban a volver y tenía que averiguar qué quería Edden antes de que fuese demasiado tarde para atrapar a Kalamack. Tenía que tratarse de algo más que de Trent, eso podría haberlo hablado con Ivy si era lo que le interesaba. Calmándome, me quité uno de mis amuletos y lo empujé sobre la mesa. Mi bolso estaba lleno de hechizos, pero ninguno era para el dolor.

—Lo entiendo, capitán Edden. Estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo que sea beneficioso para ambos.

Mis dedos soltaron el pequeño disco y tuve que hacer un esfuerzo para no abrir los ojos de par en par ante la punzada de dolor. Las náuseas me retorcieron el estómago y me sentí tres veces más débil. Ojalá no estuviera cometiendo un error al ofrecerle mi amuleto. Como había demostrado la recepcionista, pocos humanos tenían buena opinión de los inframundanos, y mucho menos de su magia. Pensé que valdría la pena arriesgarse. Edden parecía inusitadamente abierto de mente. Estaba por ver hasta dónde.

Sus ojos demostraron únicamente curiosidad al coger el amuleto.

—Sabe que no puedo aceptarlo —dijo—. Como agente de la AFI se consideraría… —su expresión se relajó al apretar entre los dedos el amuleto y calmarse el dolor de su muñeca— un soborno —concluyó en voz más baja.

Sus ojos oscuros se cruzaron con los míos y le sonreí a pesar del dolor.

—Un intercambio. —Arqueé las cejas ignorando el tirón del esparadrapo—. ¿Una aspirina a cambio de una aspirina?

Si era listo comprendería que estaba tanteando el terreno. Si era estúpido no había nada que hacer y estaría muerta antes de acabar la semana. Pero si no hubiera forma de convencerle de que actuase siguiendo mi «chivatazo», yo no estaría sentada ahora en su despacho. Durante un momento Edden se quedó sentado como si tuviese miedo de moverse y romper el hechizo. Finalmente una sonrisa sincera se esbozó en su rostro. Se inclinó hacia a la puerta abierta y bramó:

—¡Rose! Tráeme un par de aspirinas, me muero de dolor.

Se reclinó con una amplia sonrisa mientras se colgaba el amuleto en el cuello y lo escondía bajo la camisa. Su alivio era obvio. Era un principio.

Mis preocupaciones crecieron cuando una mujer entró apresurada en el despacho, taconeando sobre las losetas grises. Dio un respingo apreciable al vernos en la oficina de Edden. Despegando sus ojos de mí, levantó los dos vasos de papel que llevaba en las manos y Edden señaló a su mesa. La mujer frunció el ceño, los dejó junto a la mano de su jefe y se marchó en silencio. Edden estiró una pierna y cerró la puerta de una patada. Esperó un momento mientras se recolocaba las gafas en la nariz y cruzó su brazo bueno sobre el malo.

Yo tragué saliva y alcancé los dos vasos. Ahora era mi turno de confiar. Podía haber cualquier cosa en esas pastillas, pero aliviar mi dolor estaba más allá de mis expectativas. Las pastillas resonaron en los vasitos al acercármelos y mirar dentro.

Había oído hablar de las pastillas. Tuve una compañera de piso que tenía una fe ciega en ellas y tenía un tarro lleno junto a su cepillo de dientes. Decía que funcionaban mejor que los amuletos y no hacía falta pincharse el dedo. La vi tomarse una en una ocasión. Se supone que había que tragárselas enteras. Nick se acercó a mí.

—Puedes ponértelas en la mano si quieres —me susurró y negué con la cabeza. De un movimiento rápido me tragué las aspirinas, percibiendo el amargo sabor a corteza de sauce al beber un sorbo de agua tibia. Me costó no toser cuando las pastillas me bajaron por la garganta y me aferré a la silla por el dolor que sentí con el brusco movimiento. ¿Y esto se supone que me haría sentir mejor?

Nick me dio unas vacilantes palmaditas en la espalda. Vi a través de mis ojos llorosos a Edden a punto de reírse por mi ineptitud. Le hice un gesto con la mano a Nick para que parase y me senté derecha trabajosamente. Pasó un minuto y después otro, y la aspirina seguía sin hacer efecto. Suspiré. No me extraña que los humanos fuesen tan desconfiados. Sus medicinas no funcionaban.

—Puedo entregarle a Kalamack, capitán Edden. —Miré el reloj detrás de él. Las once menos cuarto—. Puedo demostrar que está traficando con medicamentos ilegales. Los fabrica y los distribuye.

Los ojos de Edden se iluminaron.

—Déme pruebas e iremos al aeropuerto.

Se me heló la expresión en la cara. Ivy le había contado casi todo ¿y aun así quería hablar conmigo? ¿Por qué no usaba la información y se llevaba él toda la gloria? Dios sabe que le habría resultado más barato. ¿Qué estaba tramando?

—No tengo todas las pruebas —admití—, pero le oí discutir los detalles. Si encontramos los medicamentos eso será prueba suficiente.

Edden apretó los labios moviendo su bigote.

—No saldré basándome en pruebas circunstanciales. Ya he quedado como un tonto por culpa de la srantes.

Volví a mirar al reloj. Las diez y cuarenta y seis. Nuestras miradas se cruzaron y tuve que reprimir un gesto de irritación. Ahora sabía que tenía prisa.

—Capitán —dije intentando evitar el tono de súplica de mi voz—, entré en la oficina de Trent Kalamack para conseguir las pruebas, pero me pillaron. He pasado los tres últimos días como invitada a mi pesar. He podido escuchar varias conversaciones que apoyan mis sospechas. Es fabricante y distribuidor de biofármacos.

Tranquilo y sereno, Edden se reclinó en su silla y la hizo girar.

—¿Ha pasado tres días con Kalamack y espera que me crea que estaba diciendo la verdad delante de usted?

—Yo era un visón —dije con tono seco—. Se supone que iba a morir en las peleas de ratas. No suponía que lograría escapar.

Nick se retorcía incómodo junto a mí, pero Edden asintió como si hubiera confirmado sus sospechas.

—Trent envía un cargamento de biofármacos casi todas las semanas —dije dejando de tocarme el pelo—. Chantajea a cualquiera que se lo pueda permitir y que se encuentre en la desesperada situación de necesitarlos. Puede trazar sus beneficios ocultos estudiando los alijos de azufre incautados por la SI. Las usa como…

—Distracción —terminó Edden por mí. Dio un golpe al archivador metálico más cercano, dejando una abolladura. Nick y yo dimos un respingo—. ¡Maldita sea! No me extraña que nunca tengamos suerte.

Asentí. Era ahora o nunca. Si confiaba en él o no era irrelevante. Si no me ayudaba, estaba perdida.

—La cosa se pone aún mejor —dije rezando por estar haciendo lo correcto—. Trent tiene a un cazarrecompensas de la SI en su nómina y él es quien ha estado dirigiendo la mayoría de las incautaciones de azufre.

La cara redonda de Edden se puso seria tras sus gafas.

—Fred Perry.

—Francis Percy —le corregí y me encendí con una oleada de rabia.

Con los ojos entornados Edden se revolvió en su silla. Obviamente le gustaba toparse con un poli podrido tan poco como a mí. Suspiré entrecortadamente.

—Un cargamento de biofármacos saldrá hoy. Con mi ayuda podrá cazarlos a ambos. La AFI se lleva todo el mérito, los de la SI quedan como idiotas y su departamento discretamente paga mi contrato. —Me dolía la cabeza y recé para no haber tirado por el váter mi último cartucho—. Puede facturarlo como un pago a un asesor. Una aspirina por una aspirina.

Con los labios apretados con fuerza, Edden miró al techo con aislamiento acústico. Lentamente su rostro se relajó y yo esperé, intentando calmarme al darme cuenta de que estaba entrechocando las uñas nerviosamente al ritmo del tictac del reloj.

—Estoy tentado de romper las reglas por usted, señorita Morgan —dijo, y mi corazón dio un vuelco—, pero necesito más. Algo que mis superiores puedan computar en sus informes de ganancias y pérdidas y que arroje beneficios durante más de un trimestre.

—¡Más! —exclamó Nick enfadado.

Mi corazón latía con fuerza. ¿Quería más?

—No tengo nada más, capitán —dije enérgicamente y con creciente frustración.

Me dedicó una sonrisa maliciosa.

—Sí que tiene.

Mis cejas intentaron arquearse pero el esparadrapo lo impidió.

Edden echó una mirada a la puerta cerrada.

—Si esto sale bien… lo de atrapar a Kalamack me refiero… —Levantó su fornida mano para frotarse la frente. Cuando dejó caer los dedos, la confianza y seguridad en sí mismo propias de un capitán de la AFI habían desaparecido y habían sido reemplazadas por un destello de inteligencia y codicia que me dejó clavada en el sitio—. Llevo trabajando para la AFI desde que dejé las fuerzas armadas —dijo en voz baja—. Me he abierto camino observando qué faltaba y encontrándolo.

—Yo no soy una mercancía, capitán —dije con vehemencia.

—Todo el mundo es mercancía —dijo—. Mi departamento en la AFI está en clara desventaja, señorita Morgan. Los inframundanos han evolucionado conociendo las debilidades de los humanos. Joder, probablemente sois responsables de la mitad de nuestros problemas mentales. La frustrante verdad es que no podemos competir con vosotros.

Quería que renegase de mis colegas inframundanos. Qué poco me conocía.

—No sé nada más de lo que puede encontrar en la biblioteca —dije aferrándome a mi bolso con fuerza. Tenía ganas de levantarme y montar una escenita, pero me tenía justo donde quería y no podía hacer nada salvo mirar cómo sonreía. Sus dientes regulares eran asombrosamente humanos en comparación con su mirada de predador.

—Estoy seguro de que eso no es completamente cierto —dijo—, pero le estoy pidiendo consejo, no traición. —Edden se reclinó en su asiento como poniendo sus ideas en orden—. A veces —continuó—, como por ejemplo hoy la señorita Tamwood, un inframundano acude a nosotros buscando ayuda o con información que no creen prudente llevar a la SI. Para serle sincero, no sabemos tratar con ellos. Mi gente es tan suspicaz que no puede obtener ninguna información útil. En raras ocasiones, cuando llegamos a un acuerdo, no sabemos cómo capitalizar esa información. La única razón por la que hemos logrado contener a la señorita Tamwood es porque ella accedió a ser encarcelada si aceptábamos escucharla a usted. Hasta hoy habíamos tenido que derivar a regañadientes estas situaciones a la SI. —Nuestras miradas se cruzaron—. Nos hacían quedar como idiotas, señorita Morgan.

Me estaba ofreciendo un trabajo, pero mi tensión aumentó en lugar de decrecer.

—Si quisiera un jefe me habría quedado en la SI, capitán.

—No —rectificó rápidamente haciendo crujir su silla al sentarse derecho—, tenerla aquí sería un error. Mis agentes no solo pedirían mi cabeza sino que contratarla iría en contra de la convención de la Si y la AFI. —Su sonrisa se hizo aun más maliciosa y esperé a que prosiguiese—. Quiero que sea nuestra asesora, ocasionalmente, según la demanda.

Exhalé lentamente el aire que había estado conteniendo, viendo por fin lo que quería de mí.

—¿Cómo dijo que se llamaba su empresa? —preguntó Edden.

—Encantamientos Vampíricos —dijo Nick.

Edden soltó una risita.

—Suena como una agencia de citas.

Hice una mueca pero era demasiado tarde para cambiarlo ahora.

—¿Y me pagarán por esos servicios ocasionales? —pregunté mordiéndome el labio inferior. Esto podría funcionar.

—Por supuesto.

Ahora era mi turno de mirar al techo con el pulso acelerado por la posibilidad de haber encontrado una salida a esta situación.

—Formo parte de un equipo, capitán —dije, preguntándome si Ivy se estaría replanteando nuestra asociación—. No puedo hablar en su nombre.

Capítulo 30

El suelo de la furgoneta de la AFI estaba sorprendentemente limpio. Había un ligero olor a humo de pipa que me recordó a mi padre. El capitán Edden y el conductor, al que nos presentaron como Clayton, iban delante. Nick, Jenks y yo íbamos en el asiento de en medio. Las ventanas estaban entreabiertas para diluir mi perfume. Si hubiera sabido que no iban a soltar a Ivy hasta que el trato estuviese completado, no me lo habría puesto y no apestaría como lo hacía.

Jenks estaba completamente alborotado. Su vocecita me taladraba el cráneo mientras despotricaba, elevando mi ansiedad hasta nuevos límites.

—¡Cierra el pico, Jenks! —susurré mientras rebañaba con la punta del dedo la sal que quedaba en mi bolsita de celofán de frutos secos. Cuando la aspirina mitigó el dolor me volvió a entrar hambre. Casi hubiera preferido no haber tomado la aspirina si eso hubiese significado no estar muerta de hambre.

—Vete al cuerno —saltó Jenks desde el posavasos donde lo había colocado—. Me han metido en un dispensador de agua ¡como si fuese un monstruo de feria! Me han roto un ala. ¡Mírala! Me han partido la vena central. Tengo manchas minerales en la camisa. ¡Está destrozada! ¿Y has visto mis botas? ¡Las manchas de café no van a salir nunca!

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