Read Cada siete olas Online

Authors: Daniel Glattauer

Tags: #Romántico

Cada siete olas (16 page)

BOOK: Cada siete olas
7.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Ya conoces mis mensajes. Nuestras vacaciones de sondeo fueron lo bastante buenas para imaginarme que quería probar fortuna con ella en la costa este de Estados Unidos. Pensábamos «emigrar» a principios del año que viene, todo estaba encauzado, tenía trabajo y vivienda en perspectiva. Pero luego, pero luego, pero luego… Sí, luego le conté de ti, Emmi.

¡Felices días de playa!

Leo

Ocho horas después

Re:

¿Por qué le contaste de mí?

Por cierto, ¡hola, Leo! Espero que no hayas creído en serio que te dejaría exponer melodramáticos análisis de las etapas de «Pam» sin mis matices, durante una semana, para que después volvieras a quedarte sin aliento durante meses. Hablando de aliento: en este momento me encuentro en un café-cripta Internet con hermosísimas paredes negras, meticulosamente oscurecido, sonorizado con
death metal
, de unos tres metros cuadrados, para la generación atravesada por
piercings
, sucesora del movimiento croata «no future», un sitio donde en cinco minutos un fumador pasivo inhala más humo que un fumador empedernido medio en una hora. En esta nebulosa con iluminación nihilista, tus reflexiones retrospectivas sobre «Pam» suenan particularmente extravagantes. Así pues: ¡venga!, continúa sin inhibiciones. ¿Por qué le contaste de mí? ¿Qué pasó luego? ¿Y cómo sigue todo ahora? Una de estas tardes recogeré tus apuntes en este salón Internet, siempre y cuando entretanto mis pulmones no se hayan quemado.

Un besito,

Emmi

P. D. (muy clásica): ¡Me hace ilusión volver a verte!

Un día después

Asunto: Punto de contacto

Querida Emmi:

Qué bien verte de esa manera tan seductora. Por lo visto, el aire croata de mar y de cripta le sienta muy bien a tu vena sensible.

1) ¿Por qué le conté de ti a Pam, es decir, a Pamela? Tuve que hacerlo. Llegó un punto en que no hubo más remedio. ¡Era TU punto, Emmi! El que una vez describí y definí en los siguientes términos: «En la palma de mi mano izquierda, más o menos en el centro, donde la línea de la vida, surcada por gruesas arrugas, dobla hacia la arteria». Ahí me rozaste sin querer en nuestra segunda cita. Ese lugar se convirtió en mi amenazador punto sensible de Emmi, prolongado para toda la eternidad.

Meses más tarde, en nuestra famosa cita de cinco minutos, la noche antes de la llegada de Pamela, me dejaste tu «recuerdo», tu «regalo». ¿Eras consciente de la trascendencia de ese gesto? ¿Te imaginabas lo que provocarías con él? «¡Chsss!», susurraste. «¡No digas nada, Leo! ¡Nada de nada!» Me cogiste la mano izquierda, te la llevaste a la boca y besaste nuestro punto de contacto. Con el pulgar lo acariciaste de nuevo. Tus palabras de despedida fueron: «¡Adiós, Leo! Buena suerte. No me olvides». Y se cerró la puerta. Cientos de veces rememoré esa escena, miles de veces volví a sentir tu beso en el punto. Puesto que describir estados de excitación sexual no es precisamente mi fuerte, prefiero omitir lo que me pasaba en esos momentos.

En todo caso, ya no me fue posible tener relaciones con Pamela sin recordarte y sentirte al notar tu punto, Emmi. Eso echaba por tierra la teoría del engaño que yo había anunciado a los cuatro vientos. ¿Te acuerdas de lo que te escribí? «Lo que siento por ti no afecta en nada lo que siento por ella. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. No compiten.» ¡Qué tontería! Una idea insostenible. Superada por la realidad. Rebatida por un punto diminuto. Durante largo tiempo no quise admitir que mi mano izquierda rehuía cada vez más el cuerpo de Pamela, no quería ver la actitud defensiva que adoptaba, hasta qué punto procuraba guardar su secreto, ocultarlo en el puño.

Finalmente, Pamela debió de notarlo. Aquella noche cogió con decisión mi reticente mano izquierda, intentó por todos los medios abrir mi puño, lo tomó como un juego, reía a carcajadas, aumentó la presión, se arrodilló sobre mi antebrazo. Al principio me opuse con fuerza, pero acabé reconociendo mi impotencia. No podría seguir escondiendo debajo de cinco dedos toda nuestra gran verdad. Solté de golpe la mano que Pamela me tenía agarrada, la abrí, se la puse delante de la cara y dije irritado (me sentía mal, indefenso, humillado, enfadado, convicto y confeso): «¡Aquí la tienes! ¿Ya estás contenta?». Ella se quedó atónita, me preguntó qué me pasaba, si había dicho o hecho algo malo. Me limité a disculparme. Pamela no tenía idea de por qué lo hacía. Luego no tuve más remedio que contarle de ti.

En realidad, al principio sólo quería pronunciar tu nombre y ver qué me pasaba. Aproveché la pequeña saga de la indómita séptima ola para mencionar que hacía poco me la había vuelto a contar «Emmi, una conocida mía». Pamela aguzó el oído de inmediato y preguntó: «¿Emmi? ¿Quién es? ¿De dónde la conoces?». Entonces se abrió una esclusa y hablé a borbotones una hora larga hasta revelarlo todo acerca de nosotros. Fue un claro ejemplo de una de aquellas séptimas olas que se elevan, forman espuma y se derrumban, tal como tú las describiste. Una ola que estalló para provocar un cambio, para transformar el panorama, de modo que después nada volvió a ser como antes.

¡Feliz mañana en el mar!

Leo

Tres horas después

Asunto: Despedida

2) ¿Qué pasó después? No mucho más. Bajamar. Calma chicha. Silencio. Turbación. Cabeceos. Desconfianza. Frialdad. Temblores. Escalofríos. Su primera pregunta fue:

—¿Por qué me dices todo esto?

—Pensé que debías saberlo de una vez.

—¿Por qué?

—Porque fue parte de mi vida.

—¿Qué?

—Emmi.

—¿Fue? —guardé silencio—. ¿Terminó para ti?

—Ahora somos amigos, nos mandamos mensajes de vez en cuando. Ella está otra vez felizmente comprometida con su marido.

—¿Y si no lo estuviera?

—Lo está.

—¿Aún la amas?

—¡Te amo a ti, Pamela! Me iré a vivir contigo a Boston. ¿No es prueba suficiente?

Ella sonrió y me acarició la cabeza. Yo imaginé lo que estaba pensando.

Luego se puso de pie y se dirigió a la puerta. Antes de salir, se dio la vuelta y dijo:

—Una última pregunta: ¿yo existo sólo por ella?

Vacilé, pensé y dije:

—Todo tiene sus antecedentes, Pamela. Nada existe por sí solo.

Para ella el asunto estaba concluido. Intenté hablar varias veces. Yo esperaba una discusión, incluso contaba con una fuerte tormenta de granizo que causara daños en los campos, para que por fin pudiera volver a despuntar una mañana despejada. Fue en vano. Pamela bloqueaba todas las conversaciones. No hubo riñas, ni reproches, ni palabras malas, ni miradas malas. No, ya no hubo más miradas, sólo rozaduras. Su voz parecía grabada en una cinta. Sus caricias dolían, tanto más cuanto más suaves eran. Así seguimos, como si nada hubiera ocurrido. Así soportamos varias semanas, uno con otro, uno al lado del otro, juntos, sincronizados. Hasta que por fin comprendí que no sólo le había contado a Pamela los antecedentes de tu historia y la mía. Al mismo tiempo le había contado la historia de ella y la mía. Y se la había contado toda. Sólo nos restaba despedirnos.

A la mañana siguiente

Asunto: ¡Es tan, tan, tan triste…!

Hola, Leo.

Me gustaría decir algún disparate para distraernos del contenido de tu mensaje. Pero esta vez no lo consigo. Detesto las historias que acaban mal, sobre todo por la mañana. Me has hecho llorar, y ya no puedo contenerme. El tipo de al lado, al que la noche se ha dejado aquí olvidado, ese que tiene un aparato de ortodoncia sobre la ceja, hasta ha apagado su cigarrillo a medio fumar por solidaridad. ¡Me parece tan, tan, tan tremendamente triste todo lo que me escribes y la forma en que lo escribes…! ¡Me das tanta, tanta, tanta pena…! Me gustaría tanto, tanto, tanto abrazarte ahora y no soltarte más… Eres tan, tan, tan dulce… Y, no obstante, tan, tan, tan tremendamente inepto para los asuntos amorosos… Siempre lo haces todo en un momento inoportuno, y si llegara la hora de hacer algo, seguro que no lo harías o que lo harías mal. «Pam» y tú… ¡ni hablar! Lo supe en cuanto la vi. Jugar juntos al golf: de acuerdo. Visitar parientes de Boston, comer pavo en Navidad, sexo de vez en cuando (si no hay remedio): lo entiendo. ¡Pero convivir no!

Bueno, y ahora tengo que tranquilizarme deprisa. Fiona me espera fuera. Quiere internarse conmigo en la milla comercial de nuestro pueblo de pescadores. (Comienza el próximo capítulo trágico.)

Hasta pronto, querido mío.

Emmi

Dos días después

Asunto: Tercera

3) ¿Y cómo sigue todo ahora? Ni idea, querida Emmi. De momento estoy haciendo una lluvia de ideas para mi siguiente programa semestral. Si tienes alguna sugerencia, házmela llegar, por favor. Quizá pase el resto del verano en Hamburgo, con mi hermana, esperando una séptima ola revolucionaria en el mar del Norte. En todo caso no tienes ningún motivo para estar triste ni para preocuparte por mí. Es cierto que me siento un poco debilitado, pero gratamente auténtico. Veo poco, pero lo que veo, lo veo claro. Por ejemplo, a ti (en el café-cripta croata y en la playa, con un biquini verde). (No me desilusiones: ¡no me digas que es azul!)

Si no he contado mal, a ti y a tu familia todavía os quedan cinco días de vacaciones. Me gustaría que los puedas disfrutar en paz. Yo contribuiré encerrándome en mis pilas de trabajos pendientes y no volveré a escribirte hasta que vuelvas. En todo caso, gracias por… tus oídos, tus ojos, tu punto de contacto. ¡Por ti! Eres muy importante para mí. ¡Mucho, mucho, mucho!

Leo

Tres horas después

Re:

Sí, Leo, claro que tengo una buena sugerencia para ti. ¿La incluirás en tu lluvia de ideas? El jueves de la semana que viene, 19.30 horas, restaurante Impressione, dos personas, reserva a nombre de Emmi Rothner. ¡Me hace ilusión! Y por muy debilitado que estés, ¡no faltes a esta cita! ¡Por favor, por favor, por favor!

Un besito desde la cripta,

Emmi

P. D.: Por poco. El biquini era marrón y blanco. El verde me lo pondré hoy. ¡Para que realmente veas claro cuando me veas!

Tres días después

Asunto: Impressione

Hola, Leo.

Aún no has dicho que sí a lo del jueves. No quiero insistir, sólo quiero saber para qué me tiro una hora al sol cada día, rodeada de gente en tumbonas, a la que hasta hace una semana compadecía de todo corazón por esta indiferente ociosidad que licúa el cerebro.

Un abrazo,

Emmi

P. D.: ¡Recuerdos de Jonas «Spiderman» Rothner! Ha apostado conmigo a que eres un apasionado del ala delta y el windsurf. Yo, en cambio, apuesto más bien por paseante marítimo, buscador de conchas y coleccionista de piedras.

Un día después

Asunto: Confesión

Querida Emmi:

Es cierto que no quería molestarte en tus vacaciones, pero te confieso que tengo miedo de nuestra cita.

Cuatro horas después

Re:

¡Ay, Leo! No tienes por qué tener miedo. Es nuestra sexta cita. Hasta la séptima no serán peligrosas.

Además, con esto modifico mi lista personal de hombres eróticos del universo: hombres que corren carreras de coches, hombres que visitan ferias de turismo, hombres con sandalias, hombres que beben cerveza en las fiestas populares, hombres ofendidos y… hombres temerosos.

Hasta pronto,

Emmi

Tres minutos después

Fw:

Querida Emmi:

¿Qué esperas de nuestra «velada italiana»? Sé que la pregunta te resulta familiar, pero para mí se impone antes de cada cita, en particular de ésta.

Dos minutos después

Re:

1)
Antipasti di pesce
.

2)
Linguine al limone
.

3)
Panna cotta
.

4) Para acompañar, antes, durante, después, entretanto y con el vino: ¡Leo!

5) Continuamente enfrente de mí, acústicamente presente, vocalmente en los oídos, ópticamente en los ojos, al alcance de la mano, por así decir, rótula con rótula: ¡Leo!

(Si me prometes que, contra tus costumbres, no te lo pensarás mucho y responderás en el acto, permaneceré unos minutos más en esta cueva de fumadores.)

Un minuto después

Fw:

¿Me tratarás de una manera distinta a como me has tratado hasta ahora?

Treinta segundos después

Re:

Esas cosas no se preguntan, Leo. Esas cosas resultan. Por otro lado, cada vez nos hemos tratado de una manera distinta.

Cuarenta segundos después

Fw:

Por Pamela, quiero decir.

Dos minutos después

Re:

Sé muy bien lo que quieres decir. Lo que quiero decir es que no te trataré de otra manera por «Pam». Si te trato de otra manera, será por ti. O por mí. O en otras palabras: si tú me tratas de otra manera, yo te trataré de otra manera. Como hasta ahora siempre me has tratado de una manera distinta, esta vez también me tratarás de otra manera, y yo a mi vez te trataré de otra manera. Además, nunca hemos comido juntos. Por el simple hecho de estar comiendo, ya me tratarás de una manera distinta. Y yo reaccionaré a eso, también comeré, ¡te lo prometo! ¿Puedo salir ya de la cripta e irme al sol?

Tres minutos después

Asunto: ¿Puedo?

¿Eso quiere decir que puedo irme al sol? De acuerdo, me voy. Adiós, Leo. Te escribiré cuando llegue a casa.

Un besito,

Emmi

Al mismo tiempo

Fw:

Desde luego. Hasta pronto. Escríbeme cuando vuelvas, por favor.

Un abrazo,

Leo

Tres horas después

Asunto: Bonito biquini

Me gusta ese biquini. El verde te sienta muy bien.

Un día después

Re:

¡Qué descarado!

Dos días después

Asunto: Yo primero

Hola, Emmi.

¡Bienvenida a casa! Haz el favor de borrarme de tu «lista de hombres eróticos». Me hace ilusión verte mañana por la noche, a las siete y media, en el restaurante italiano. Me siento libre de toda preocupación. No tengo ningún temor de que la cita pueda frustrarse (y frustrar nuestras aspiraciones).

Leo

Tres horas después

Re:

El nuevo Leo: ¡espabilado, temerario, hambriento, dispuesto a todo!

(Gracias por la amable bienvenida. ¡Y primero me hace ilusión A MÍ!)

Cuatro minutos después

Fw:

La vieja Emmi: ¡llegando sana y salva!

(¡Gracias por lo de «primero» y «A MÍ»!)

A la mañana siguiente

BOOK: Cada siete olas
7.93Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Unfinished Muse by R.L. Naquin
The Avatar by Poul Anderson
A Spy's Life by Porter, Henry
The Doomsday Equation by Matt Richtel
The Story of an Hour by Kate Chopin
Abandon by Crouch, Blake
T. A. Grey by Dark Seduction: The Kategan Alphas 5
Younger Daughter by Brenna Lyons