Da un giro sobre sí misma y se apoya sobre el lado izquierdo. Siente frío en las piernas. Continúa con el vestido puesto. Aquel tonto de Luca Valor tiene razón cuando dice que no va con la ropa apropiada para esa época del año. Esta tarde, sorprendentemente, la ha dejado tranquila. Exceptuando el incidente del carrito de las bandejas, el sobrino del señor Hanson no le ha hecho nada.
No sabía que aquel chico tenía corazón.
¿Por qué lloraría la españolita?
Ha estado a punto de preguntárselo, pero seguramente le respondería desagradablemente. Ella tiene ese carácter tan especial. En apariencia es una mosquita muerta, pero cuando enseña las garras es capaz de sacarte un ojo. Se toca el parche y sonríe irónico con su propia ocurrencia.
Una bragas de color crema…
Luca vuelve a sonreír y se tapa la cara con las manos. Qué cosas.
Sentado en un sillón de la recepción de la residencia, escucha en su
ipod
Your song
, de Elton John, pero en una versión interpretada por Ellie Goulding. Demasiado romántica para él; sin embargo, es la quinta vez que la oye de manera consecutiva.
Está un poco sensible esa tarde. Y no debería de ser así. La sensibilidad es cosa de débiles y la debilidad es el estado natural de los perdedores. Eso lo aprendió en los años que vivió en el centro de acogida. Es la ley que le enseñaron de pequeño. No puedes mostrarte débil porque, si eres débil, vendrá otro más fuerte que tú que ocupará tu lugar. Luego, más adelante, descubrió que eso se llama
darwinismo
.
Sin embargo…
Esa tarde está raro. No le apetece hacer nada. ¿Eso que siente es amor? Nunca ha estado enamorado de nadie. Ni hormigueo en el estómago, ni nudo en la garganta cuando la ve, ni pajaritos sobrevolando su cabeza cuando piensa en ella. De momento no ha tropezado con ninguna de esas cosas de las que tanto hablan los tópicos.
En cambio sabe que algo le pasa. ¿Bueno o malo? Eso sí que ya se escapa de su alcance. Las mujeres son complicadas y él precisamente no es que sea un especialista en el tema. Hasta ahora solo ha intentado divertirse con ellas. Pero es que nunca había sentido algo así por ninguna.
Deja la cama y se sienta en una de las sillas del escritorio con la almohada en el regazo. El cristal de la ventana está completamente cubierto de miles de gotitas de agua, aunque está segura de que la cantidad es mucho menor que las lágrimas que ha derramado desde que llegó a Londres. Ahora, en cambio, Paula no tiene ganas de llorar. Tal vez sus ojos se han secado.
La oscuridad empieza a ser fruto de la noche que parece adelantarse por la acumulación de nubes negras que inundan el cielo londinense.
¿Qué estará haciendo Álex?
Seguro que escribiendo en el Manhattan y disfrutando de un café muy caliente. Le encantaba llegar allí y verlo concentrado con su ordenador delante, acercarse lentamente mientras él cambiaba el destino de su atención y propinarle un gran beso en los labios como regalo a su esfuerzo.
Sonríe triste, melancólica. Se terminó. Todo aquello se terminó.
¿Qué necesidad había de aceptar la beca? Podría haber estudiado en su ciudad y las cosas habrían ido bien. O por lo menos… mucho mejor que ahora.
¿Sube a verla? ¿Y qué le dice? «¿Quieres tomar algo conmigo?». Qué tontería, están a punto de ir a cenar… Lo máximo a lo que puede aspirar es a sentarse en la misma mesa en el comedor. Y no está seguro de que eso sea una buena idea. Pensándolo fríamente, es una idea horrible. Algún plato se rompería y la comida volaría por los aires de un lado a otro.
«Si te apetece, luego podemos estudiar juntos…». Otra estupidez. Seguro que terminarían gritándose e insultándose y golpeándose con los libros, o clavándose los lápices. Y la culpa iría para él. Tal vez, lo primero que debe hacer es cambiar un poco su forma de actuar, ser algo más agradable, simpático. Con ella y con su amiga. Quizá así, poco a poco, consiga ganarse su confianza y revelarle sus sentimientos.
¡Ese es el plan!
No puede ser tan difícil tratar bien a la gente, ¿no?
Cuando se da cuenda de lo que está pensando, se echa las manos a la cabeza. ¿Qué está pasando? Desborda sensibilidad por todas partes. Sensibilidad igual a debilidad. ¡No puede ser!
Sin embargo,
your song
termina y vuelve a escucharla de nuevo. Le encanta aquel tema tan ñoño.
En ese instante pasa por delante Valentina. El chico la observa. Ella se da cuenta y mira hacia donde Luca está sentado. Es un buen momento para comenzar a ser amable con todo el mundo. Sonríe y levanta la mano para saludarla. Pero lo único que recibe a cambio es el dedo corazón alzado por parte de la italiana y un insulto en su idioma. La joven se gira otra vez y sube la escalera hacia su habitación.
Las cosas no van a ser tan fáciles, por lo que parece. Y es que aunque él ahora intente ser más amable, no sabe si el resto del mundo va a ser amable con él.
Esa noche de diciembre, en un lugar alejado de la ciudad
El día ha pasado muy deprisa, entre otras cosas porque ha estado durmiendo gran parte de la mañana y de la tarde. Miriam todavía acumula mucho cansancio por los excesos del fin de semana pasado. Cuando despertó sintió cierta nostalgia. Quizá era un buen momento para encender el teléfono y llamar a sus padres. Sin embargo, Fabián ya tenía otros planes previstos relacionados con el sexo. La chica se dejó llevar durante varios minutos mientras escuchaba de fondo caer la lluvia con fuerza.
Siempre había soñado con algo así y, aunque las cosas podían haber salido de otra manera con su familia, es feliz. Aquel chico le da todo lo que necesita. Tiene sus manías y sus rarezas, pero ¿quién no las tiene?
Después, los dos se ducharon juntos en una estrecha caseta situada en la parte trasera de la nave. No es muy grande, pero dispone de todo lo que suele componer un cuarto de baño. Fabián es un genio. Solo él es capaz de conseguir electricidad y agua gratis en medio de ninguna parte. ¿Cómo lo conseguirá? Ni idea, pero tampoco está interesada en averiguarlo.
A pesar del frío, en aquella caseta sentían calor. Y sus cuerpos mojados volvieron a excitarse bajo el chorro de agua caliente de la ducha. Una vez más, Miriam se dejó llevar y sucumbió a los encantos de aquel joven de ojos celestes.
—¿Me pasas eso?
—¿El qué?
—¡Lo del tabaco! —grita.
—¿Dónde está?
El chico chasquea la lengua con fastidio y se pone de pie. Camina hasta donde está ella y coge una bolsita donde guarda el tabaco. Se la muestra y mueve la cabeza de un lado para otro. Luego se sienta encima de la cama. Saca del bolsillo del pantalón un papel y lo rellena antes de enrollarlo. Miriam lo observa mientras se seca el pelo con una toalla. Se ha puesto guapa para él. Aunque allí hace un poco de frío, vale la pena llevar aquel escote y aquella mini minifalda. Seguro que si su madre la viera vestida así, se echaría las manos a la cabeza.
—Ahora vendrá Ricky con Laura —comenta Fabián, encendiendo el cigarro—. Me ha llamado antes, cuando dormías.
—¿Vienen? ¿Otra vez? —pregunta sorprendida.
—Sí, otra vez. ¿Qué pasa?
—Nada, no pasa nada.
—¿No te gustan?
—No es eso.
La verdad es que no son muy de su agrado. Ella menos que él. Pero, en realidad, lo que más le molesta es que pensaba que pasarían la noche juntos a solas. Le apetecía muchísimo.
—Entonces, ¿qué es?
—Nada. Olvídalo.
Prefiere dejar las cosas como están. Al fin y al cabo, esa es su casa y ella, aunque es su novia, solo una invitada. Puede hacer lo que le dé la gana. Ya se lo dejó claro ayer, cuando aceptó que se quedara. Y no quiere meter la pata.
—¿Quieres? Solo es tabaco.
—Vale.
El joven le pasa el cigarro y esta le da una calada. Sabe algo amargo, pero no le desagrada. Ha probado cosas mucho peores desde que lo conoce.
—Ricky traerá muy buen material. Él siempre consigue cosas muy buenas a un precio bastante razonable.
—¿Hablas de pizza?
La pregunta va acompañada de una gran sonrisa. ¡Está muerta de hambre! Es que hoy todavía no ha comido nada.
—¿Quieres que te traiga una?
—No estaría mal.
—¿Una hawaiana familiar?
—¡Perfecto!
—Espera, lo llamo y se lo digo.
Fabián saca su móvil del bolsillo y se aleja hacia el otro lado de la nave donde hay mejor cobertura. Miriam no deja de mirarlo. ¡Qué bueno está! Le gusta cómo camina y lo fuerte y ancha que tiene la espalda, como la de un nadador profesional.
Ella también debería hacer una llamada. Cree que va siendo hora de avisar a sus padres de que está bien y que no se preocupen más.
¿Dónde ha metido su teléfono?
La chica busca por todas partes pero no lo encuentra. Es muy raro. Aunque tal y como tiene la cabeza, no le extraña no recordar dónde lo ha puesto.
—Oye, cariño, ¿has visto mi móvil?
—No.
—Es que no lo encuentro. No sabes donde pu…
—¡Joder! ¡Estoy hablando! ¿O es que no lo ves? —grita, fuera de sí.
—Perdona.
La chica se da la vuelta, algo amedrentada, y regresa hasta el otro lado de la nave. Sí que se ha enfadado…, no quería que pasara eso. Es una idiota por interrumpir su conversación. Tiene mucho que aprender. Él no es como los demás novios que ha tenido. Es el mejor. Pero su primer pronto es complicado. Lo importante es intentar no hacer nada para molestarlo.
Cuando Fabián termina de hablar por teléfono, vuelve hasta donde está Miriam. Esta, de rodillas, mira debajo de la cama.
—¿Qué haces ahí tirada como un perro?
—Busco mi móvil. No sé dónde lo he dejado.
Allí no está. Se pone otra vez de pie y resopla. La nave es muy grande, pero no es normal que un teléfono desaparezca así como así. En alguna parte tiene que estar. Continúa buscando unos minutos más, explorando cada rincón, sin éxito.
Empieza a preocuparse de verdad.
—No te vuelvas loca. Ya aparecerá.
—Es que lo necesito.
—¿A quién quieres llamar? —pregunta Fabián, sonriendo de lado y atrapándola por la cintura—. ¿No estoy yo aquí?
La chica siente sus labios antes de contestarle a aquello. Y enseguida su lengua. Pero aunque le encanta que la sorprenda así, está angustiada por la desaparición de su teléfono.
—Quería llamar a mis padres —confiesa cuando se separa de sus brazos—. Creo que ya lo han pasado bastante mal.
—Bueno, tendrás que seguir buscando para que puedas llamarlos —indica resoplando.
—¿Tú no recuerdas si anoche lo puse en alguna parte o me lo llevé al baño o algo así? Podría ser que…
—No. No sé nada —su tono de voz es muy seco—. ¿Es que crees que soy tu sombra? Si te colocas tanto y luego no sabes qué has hecho, es tu problema.
Tiene razón una vez más. Él es su novio, no su niñera. A lo mejor, en pleno desfase, hizo algo con el móvil de lo que ahora no se acuerda. ¡Quiere gritar!
Miriam camina hacia donde tiene la ropa que se puso ayer. La revisa de arriba abajo, pero el resultado sigue siendo el mismo. No aparece.
De pronto, algo se le pasa por la cabeza.
¿Y si se lo llevó Ricky? O tal vez… ¡Laura! Aquella morena de pelo corto podría haberse vengado así de lo de esta mañana cuando la despertó y la arrastró por la cama hasta hacerla caer al suelo. Eso tendría mucho sentido. Sí, seguro que esa tía le ha robado el teléfono. ¿No le intentó quitar el novio acostándose a su lado? Pues de un móvil es mucho más fácil apoderarse.
—Ha sido Laura.
—¿Qué?
—Estoy segura de que el móvil lo tiene ella.
—¿Qué dices? ¡Estás loca!
—En la nave no está.
—Seguro que sí. Lo que pasa es que no has buscado bien. A saber qué hiciste con él anoche.
Miriam empieza a desesperarse. ¿Cómo que no ha buscado bien? ¡Si ha rastreado todo al milímetro!
—¡Te digo que lo tiene ella!
—¡No me grites! —exclama Fabián, que está cansado de tanto lloriqueo—. Yo no tengo la culpa de que seas así de torpe.
Le entran ganas de llorar, pero no va a hacerlo. Aprieta con fuerza los labios y se aleja de donde está él. Cada vez está más convencida de su intuición. Laura es la culpable. Y cuando venga esta noche, le sacará dónde lo tiene. Por las buenas… o por las malas.
Un tiempo después, esa misma noche de diciembre, en ese lugar alejado de la ciudad
Desde la comisura del labio de una joven morena de pelo corto se derrama un fino hilo de sangre. En su cuello también tiene una marca de uñas.
Huele a pizza en la nave de Fabián, donde Miriam acaba de golpear con rabia a la recién llegada.
—¡Tú no estás bien de la cabeza! ¡Mira lo que me has hecho! —exclama Laura, tocándose con los dedos la herida abierta.
—¿Quieres más? ¡Pues sigue sin decirme dónde está mi móvil!
Fabián y Ricky contemplan la escena con cierta indiferencia. Cada uno tiene en las manos una porción de pizza hawaiana y una cerveza fría.
—¡No tengo tu estúpido teléfono!
—¡Mentira!
—¡No es mentira! ¡Eres una…!
No le deja terminar la frase. Miriam se vuelve a lanzar contra su oponente y la agarra del pelo. Tira con tanta fuerza que su cabeza rebota de manera brusca. Laura suelta un alarido de dolor y cae de rodillas junto a ella. Sin embargo, reacciona y, enrabietada, golpea con uno de sus puños la entrepierna de la chica, de lleno, en el centro de la minifalda. Otro grito despavorido que retumba en la nave. Le ha hecho mucho daño, lo que la enfada todavía más. Mira a su alrededor y ve, sobre un mueble de madera, el candelabro que utiliza Fabián para cuando se va la luz en la nave. Es de acero. Miriam lo alcanza y, ante el pavor de Laura, intenta golpearla con él con todas las fuerzas que le quedan.
—¡Para ya! ¿Qué quieres…? ¿Matarla…?
Fabián sujeta su brazo en el aire justo a tiempo e impide el golpe. Le arrebata el candelabro y lo arroja contra el suelo.
—¡Esa gilipollas me ha robado el móvil!
—¡Otra vez…! ¡Que yo no he hecho nada! ¿Para qué querría yo tu móvil? —grita Laura, todavía asustada.
—¿Y dónde está?
—¡Y a mí qué me cuentas!
—¡Me lo has robado! ¡Lo sé, lo sé! —exclama desconsolada.
Está convencida de que aquella chica tiene su teléfono.
Ricky ayuda a la Laura a levantarse. Mientras, Fabián se lleva a Miriam al otro lado de la nave.