Quería hablar contigo antes de irme, pero no me parece apropiado hacerlo por teléfono otra vez, dentro del cuarto de baño escondiéndome de mi marido; y en persona no puede ser porque el fin de semana lo dedicaré a mi hijo, que lo pasa muy mal cada vez que viajo. Así que solo me quedaba esta fórmula: fría, pero es mi única opción.
Lo que ha sucedido esta semana ha sido muy especial para mí, y no quiero que te sientas utilizado por acostarte conmigo o que lo pases mal. Quizá la única que ha hecho algo que no debía he sido yo. Y sí, te tenía que haber contado mi situación desde el principio. Tengo pareja y un niño. Pero mi matrimonio está en una fase muy complicada. Creo que hace tiempo que ya no quiero a mi marido y que mi marido tampoco siente nada por mí. David es prácticamente lo único que nos une.
No voy a entrar en detalles porque tampoco voy a involucrarte en mis problemas, pero quiero que sepas que lo que ha pasado entre nosotros no influirá en el éxito de tus libros. Me volcaré en ellos como hasta ahora y haré todo lo que tenga en mi mano para que las cosas funcionen.
No sé qué sucederá entre nosotros. No solo depende de mí. Esta semana pensaré qué es lo mejor y reflexionaré acerca de lo que he hecho y lo que debo de hacer.
Siento todas las molestias que te estoy causando. Te tengo un gran cariño y lo que menos quiero es ocasionarte problemas. Nos vemos a mi vuelta.
Un beso,
Abril.
—¿Estás bien? —le pregunta Paula, que contempla cómo el escritor se acaricia la barbilla preocupado—. ¿Malas noticias?
—No sé si son malas o son buenas —responde cerrando Hotmail.
—¿Qué ha pasado?
¿Se lo cuenta? No está seguro de que sea lo mejor. Ella acaba de aparecer de nuevo en su vida y no tiene por qué cargar con sus responsabilidades. Además, si le confiesa que está liado con una mujer casada, aquella imagen que tiene de él podría cambiar radicalmente.
—La vida es complicada. Y no deja de sorprenderte cuando menos te lo esperas.
—Eso es muy profundo. Simplifícalo.
—¿Qué?
—Dilo de una manera sencilla. Ve al grano para que pueda entender a qué te refieres.
La sonrisa de Paula le ayuda a dar un paso adelante.
Intenta explicarle la situación de una manera sutil. Sin dar demasiados detalles, como que la primera vez que se enrollaron en aquel local fue el mismo día que ellos se reencontraron.
La chica escucha atenta y, aunque trata de alejar sus sentimientos de lo que Álex le cuenta, cada minuto que pasa se hace más difícil reprimir el dolor que va acumulando en su interior.
¿Por qué? Si él no es nada para ella… Solo un amigo al que hace una semana que volvió a encontrar. Fue ella quien lo rechazó, además. No puede sentirse así. No, no puede. Sin embargo, empieza a arrepentirse de haberle pedido que le contase su problema.
—¿Y bien? ¿Qué piensas? Soy un capullo, ¿verdad?
No sabe qué responder. Sonríe como una tonta. Claro que es un capullo. Por liarse con otra que no es ella. Pero no puede pedirle responsabilidades. Álex ni siquiera existía hace poco más de una semana. Sin embargo, desde que ha vuelto a aparecer… su corazón ha decidido latir más deprisa.
Un día de diciembre, en un lugar de la ciudad
—Mamá, ¿qué te parecería si trabajara por las tardes?
La mujer deja de mirar la televisión y centra sus ojos en su hija. No le ha dirigido la palabra en toda la comida. Y rompe el silencio con esto.
—Pues qué me va a parecer, Pandora: mal.
—¿Por qué?
—Porque no estás en edad de trabajar. Ahora debes centrarte en tus estudios, terminar el instituto y sacar una nota alta para elegir una buena carrera.
—Pero no estamos sobrados de dinero. Un sueldo más nos vendría bien…
La mujer reflexiona un instante. Es cierto que van muy justos para llegar a fin de mes. El dinero que gana su marido cada vez se queda más corto para cubrir todos los gastos que tienen en casa. Y ella ya hace un año y medio que no trabaja. Pero no va a permitir que su hija dedique horas de estudio a eso.
—Ya te he dicho que no. No insistas.
—No es justo.
—Lo justo es que estudies y saques buenas notas.
La reacción de su madre es la que esperaba, pero tenía que intentarlo primero de esta forma. La chica se levanta de la mesa y, sin decir nada más, se marcha a su habitación. Allí enciende el ordenador y abre su cuenta de Facebook. Piensa unos minutos lo que va a escribir y finalmente se lanza a ello. No tarda demasiado. Repasa el texto varias veces y, cuando está segura de que está perfecto, pulsa la pestaña de «enviar».
Ahora a esperar que le responda.
Un rato más tarde, Pandora lo tiene todo planeado.
—Mamá, ¿qué haces?
—Recoger la cocina. ¿Qué quieres?
—Que me acompañes a la academia de inglés. El profesor me dijo que quería hablar contigo.
—¿Hoy? ¿Para qué?
—Yo qué sé. Se me olvidó comentártelo ayer.
La madre se encoge de hombros. ¿Será problema de dinero? ¿Habrá hecho algo malo Pandora? No tiene ni idea de qué puede querer aquel hombre, pero tendrá que enterarse.
—Está bien. Me cambio de ropa y nos vamos.
—Muy bien.
¡Bingo! Sabía que picaría. De momento todo va según lo planeado, aunque queda la parte más difícil de su plan.
Su madre está lista en cinco minutos y juntas abandonan el edificio en el que viven. Hace mucho frío, aunque un poco menos que ayer. Mientras caminan, Pandora piensa en Alejandro. ¡Cómo le gustaría trabajar en su bibliocafé! ¿Lo conseguirá?
—¿Has hecho algo malo?
—¿Cómo?
—Que si te has portado mal en clase o le has faltado el respeto a alguien.
—No, mamá. Por supuesto que no.
—Es muy raro que un profesor te diga que quiere verme. Algo habrás hecho…
La joven niega con la cabeza y se cubre la boca con la bufanda que lleva puesta. No quiere que la vea sonreír. No debe sospechar que lo que le ha contado no tiene nada que ver con lo que realmente van a hacer. ¡Ni siquiera existe la academia de inglés!
Ya no hablan más, caminan en silencio, hasta que Pandora se detiene en la calle y aparta la bufanda para decirle algo.
—Espérame aquí un momento.
—¿Qué?
—¡Espérame aquí!
Pandora entra corriendo de improviso en un local que parece una cafetería. Manhattan, se llama. Su madre no entiende nada. ¿Qué hace su hija entrando en aquel sitio? Enseguida, la chica regresa y le pide que la acompañe.
—¿Para qué? ¡Vas a llegar tarde a clase!
—Mamá, solo será un momento.
—Pero ¿para qué quieres que entremos?
—Ahora te lo explico.
Finalmente consigue convencerla y cruzan la puerta del Manhattan.
La mujer se queda muy sorprendida con lo que ve. Es un lugar muy particular, lleno de libros por todas partes y con una música de fondo muy relajante. No es la típica cafetería que esperaba encontrar.
Un joven muy atractivo se acerca hasta ellas muy sonriente.
—Hola, señora. Encantado de conocerla. Me llamo Alejandro Oyola.
Es muy raro, le suena muchísimo ese nombre. ¿De qué? No comprende nada de lo que está pasando. Su hija la ha llevado hasta allí pero no tiene ni idea de los motivos por los que lo ha hecho.
—Hola; igualmente.
La mujer le da la mano y se sonroja. Aquel chico es realmente guapo. Y da la impresión de ser muy simpático. ¿Es el novio de su hija? No, eso es imposible. Lo que está claro es que lo del profesor de la academia de inglés solo ha sido una excusa para llevarla hasta aquel sitio.
—Vaya, sí que se parece su hija a usted… Son clavadas.
—No nos parecemos tanto —recalca Pandora, que empieza a ponerse bastante nerviosa por la situación.
—Tiene una hija fenomenal. Debe estar orgullosa de ella.
¿Sí? ¿De qué la conoce? Por lo visto, hay cosas que Pandora no le ha contado.
—Es una buena chica, pero tiene que estudiar más.
El joven se ríe después de escuchar a la mujer. Esta queda prendada al presenciar aquella sonrisa maravillosa. No sabía que su hija tenía ese tipo de amistades. ¿Por qué nunca le ha hablado de él? ¿Cómo ha dicho que se llamaba? Alejandro Oyola…, Oyola…, Oyola… Sigue resultándole muy familiar.
—Mamá, queremos decirte algo.
A la mujer le da un brinco el corazón. Incluso empieza a sentir tanto calor dentro de su abrigo que se lo tiene que quitar. ¡A que va a resultar que sí que son pareja! Pero… es imposible que su Pandora salga con aquel chico tan espectacular. Más que imposible, ¡sería un milagro!
—Vamos a sentarnos primero —propone él.
Mejor. Va a necesitar una silla para no caerse de espalda si se confirma lo que está pensando. ¡No le hablarán de matrimonio! ¡Está buenísimo, pero su hija es muy joven para casarse! Solo tiene diecisiete años. Pestañea muy deprisa y le tiemblan las rodillas.
Los tres se dirigen a una mesa del fondo del bibliocafé y se sientan.
—A ver… —La chica titubea—. ¿Por dónde empiezo? Verás, mamá… ¿Recuerdas lo que te pregunté después de comer?
—No. ¿Qué me preguntaste?
En ese momento casi no puede recordar ni su nombre. Es la primera vez que ve a Pandora con un chico.
—Que si podía trabajar por las tardes.
—¡Ah, eso! Sí, lo recuerdo.
—Pues este sería el lugar donde lo haría. Alejandro es el dueño.
Aquello es más que una sorpresa para la madre de Pandora. Su hija quiere ser camarera de aquel sitio. ¡Camarera!
—Como es menor de edad, necesitaría que me firmara una autorización con su consentimiento —añade Álex, que interviene al ver el rostro desencajado de la mujer.
Hace una hora recibió un privado de Pandora en su Facebook explicándole la situación. Su madre no la dejaba trabajar y se le había ocurrido que la mejor forma de convencerla sería llevándola hasta el Manhattan. También le pedía un favor: que no le contara todas las veces que iba al bibliocafé. No le dejaba claro el motivo, pero por lo visto ella no sabía nada.
—No quiero que Pandora trabaje. Es muy joven. Ahora lo que tiene que hacer es estudiar y sacar buenas notas.
—Pero, mamá, aquí estaría muy bien. El Manhattan está cerca de casa, ganaría un dinero que nos vendría genial y te prometo que las notas no bajarán.
La mujer se cruza de brazos y mira hacia otro lado. Parece que no tiene intención de ceder. Su hija le ha preparado una encerrona y no está dispuesta a que se salga con la suya.
—Señora, yo me encargaré de que Pandora estudie y no baje el nivel —indica Álex, sonriente—. Se lo prometo.
Transmite mucha confianza cuando habla. Parece que está muy seguro de sí mismo. La chica lo observa con admiración y su madre se da cuenta de ello. Se nota que en ella hay más que simples ganas de trabajar.
—No. Lo siento.
Se levanta y vuelve a ponerse el abrigo.
—¡No es justo! ¡Es mi vida! —grita la chica, que también se incorpora—. ¿Hasta cuándo vas a decidir tú todo por mí?
Álex permanece sentado contemplando la escena. Hay una pareja tomando café que se ha girado para comprobar lo que pasa.
—Hasta que sepas valerte por ti misma.
—¿Y cómo voy a valerme por mí misma si no me dejas hacer nada?
—Eso no es cierto.
—¡Sí que lo es! ¡No te parece bien nada de lo que hago!
La mujer empieza a avergonzarse. Pandora le está haciendo pasar un muy mal rato delante de aquel chico.
—No grites.
—Es que… no tengo bastante con ser como soy… como para que mi madre no me apoye en nada de lo que hago.
—Eso no es verdad —susurra.
—¡Sí que lo es!
Su grito retumba en todo el Manhattan.
Álex, entonces, se pone de pie también. Mira a los ojos a la chica y le sonríe con dulzura. Luego coloca sus manos en sus hombros. La joven jadea nerviosa.
—Comprendo cómo te sientes, Pando, pero debes calmarte. Tu madre tiene razón. Los estudios son lo más importante.
—Pero…
El joven se vuelve a mirar a la mujer. Esta intenta esquivarlo, pero no lo consigue.
—Señora, ¿realmente ha pensado bien su decisión?
—Yo… —duda antes de responder, aunque sigue en sus trece—. Sí, muy bien.
—No conozco mucho a su hija, pero sé que es una gran chica. Le gusta mucho estar rodeada de libros y aquí no solo serviría cafés. Es una muy buena oportunidad de que aprenda más cosas. Teniéndola aquí conmigo, me podría ayudar mucho en mi próxima novela.
¿Su próxima novela? ¡Eso es! Alejandro Oyola es el nombre del autor de aquel libro del que Pandora no paraba de hablar y que está teniendo tanto éxito… Por fin lo ha recordado.
—¿Eres escritor? —pregunta la mujer para confirmarlo.
—Es el autor de
Tras la pared
, mamá —se adelanta a contestar la chica.
—¿De verdad?
Álex sonríe y asiente con la cabeza.
La expresión que se refleja en el rostro de la madre de Pandora es ahora distinta. Ha cambiado por completo. Más relajada, más alegre. Más natural. Y sorprende a los dos cuando se quita el abrigo de nuevo y se sienta otra vez en la mesa. El joven no tarda en imitarla y también se sienta.
—Bueno, y si trabajas aquí por las tardes, ¿qué pasaría con tus clases de inglés?
Anochece en Londres ese día de diciembre
En su habitación solo se oye el ruido de la lluvia pisando la ciudad y la voz de Alicia Keys cantando
New York
. Paula, tumbada boca arriba en su cama, recuerda la vez que escuchó este tema por primera vez y suspira.
No está bien. Ha vuelto a intentar estudiar, pero no ha sido posible. Nada es posible ahora mismo. Nada. Nada…
Da un golpe con el puño cerrado a la almohada, tantas veces testigo de sus sonrisas y de sus lágrimas. Y busca una nueva posición en el colchón con la que distanciarse de la realidad. Se apoya sobre el lado derecho de su cuerpo y cierra los ojos. La luz apagada, la ventana cerrada. El piano de Alicia suena una vez más gracias el
repeat
instantáneo del reproductor.
¿Ha tocado fondo? No lo sabe. Ha escuchado decir que a veces hay que ir hasta abajo del todo para impulsarte hacia arriba. Entonces aprietas los dientes, flexionas las rodillas y saltas con fuerza para salir del pozo. Esa es la vida. Una constante entrada y salida en pozos imaginarios, más o menos profundos, en los que caes y de los que tienes que tratar de fugarte con el menor número de rasguños posibles.