—Pero es porque te encantan las matemáticas.
Su sonrisa ilumina la pantalla. El chico se sonroja y siente que el corazón le va más deprisa. No debería de ser así. Tiene novia. Una novia increíble a la que quiere. Si ella se enterara de todo esto, lo mataría.
—Tienes razón. Me encantan.
—Ojalá yo te gustara igual, o aunque solo fuera un poquito, como te gustan las mates —protesta la chica, resoplando, aunque sonriente—. ¿Algún día quedarás conmigo fuera de la Facultad?
Es una pregunta muy comprometida. Ya se le ha contestado en otras ocasiones, no solo al otro lado del monitor, también en persona, en la cafetería, donde tantos y tantos cafés han compartido estos meses de Universidad.
—Ya sabes que tengo novia.
—Es verdad. Pero por intentarlo una vez más… Lo siento.
—Yo también lo siento.
La chica morena se encoge de hombros y mira fijamente a la
cam
. Sonríe con tristeza y le regala un último beso antes de despedirse y desconectar.
Ya sin cámara, escribe en el MSN.
—Un placer de nuevo charlar contigo. Aunque solo pueda aspirar a esto.
—Gracias a ti por leerme y comprenderme.
—Hasta mañana, Mario. —Y un lacasito besando a otro.
—Hasta mañana, Claudia.
Una mañana de diciembre, en un lugar de Londres
Llueve con muchísima fuerza. No solo caen gotas afiladas y gigantescas sobre el suelo de la ciudad, también hay rayos y truenos. Londres se ha despertado irritado, como si el cielo protestara contra algo o contra alguien.
Paula contempla la gran tormenta desde la ventana de su habitación. Apenas ha podido dormir en toda la noche. Valentina se fuma un cigarro a su lado.
—No sé cómo puedes fumar tan temprano.
—¿Tú no lo hacías cuando eras fumadora?
—Muy pocas veces. Pero si lo hacía, antes había comido algo.
Las dos llevan un rato conversando mientras se preparan para ir a clase. Se fueron a la cama hablando de lo que había pasado con Álex y se han levantado de la misma manera. Aunque ahora Paula está más tranquila. Siente un vacío inmenso en su interior; anoche estuvo tres horas llorando sin parar. Su compañera de cuarto la está ayudando a soportar su situación lo mejor posible.
—¿Y ahora volverás al vicio?
—¿A fumar? No. Por supuesto que no.
—¿De verdad que no te apetece? —le pregunta la italiana, ofreciéndole el cigarrillo y subiendo y bajando las cejas.
La chica resopla y lo coge. Lo piensa un instante. Es tentador. Son muchos meses sin probar el tabaco. Y ahora, con el cigarro en la mano…, le vuelve a apetecer. Sin embargo, mueve la cabeza de un lado a otro y se lo devuelve sin llevárselo a la boca.
—No, gracias. Ya contigo contamino bastante mis pulmones.
—¡Ah, qué mal te quedó eso! —exclama y abre la ventana.
Un golpe de aire frío entra en el cuarto y hiela a las chicas. Otro trueno sacude Londres, que se ilumina después del relámpago.
—¡Cierra! —grita Paula, temblando—. ¿Estás loca?
—Ya va, ya va, señorita quejosa.
Valentina lanza el cigarrillo por la ventana y la cierra a continuación. Se moja las manos con la lluvia y las seca en el jersey de su amiga.
—¿Qué haces?
—No querrás que vaya por ahí con las manos mojadas…
—¡Pues vete al cuarto de baño y sécatelas con una toalla!
—Vale, vale…
La italiana sonríe y, antes de hacerle caso, le da una palmada en el culo a su amiga. La chica vuelve a gritar y la persigue por la habitación, aunque no logra alcanzarla antes de que esta se encierre en el baño.
¡Qué pesada se pone a veces!
A pesar de eso, Paula no se enfada. Sabe que lo está haciendo para que ría un poco y que se olvide de lo que está sufriendo. Cuando anoche Valentina regresó a la habitación, ella se encontraba en pleno ataque de ansiedad.
—¡Dios,
Paola!
¿Qué te ocurre?
—No…, no… respiro.
Le cuesta muchísimo hablar. Tiembla y tiene convulsiones.
La joven italiana corre a su lado, se sienta junto a ella y le coge de la mano. Nunca la había visto tan mal.
—Venga, tienes que tranquilizarte. Trata de respirar poco a poco.
—No… puedo.
Las dos están asustadas. Pero Valentina sabe que lo que su amiga necesita es calmarse. Debe conseguirlo.
—Sí que puedes. ¡Claro que puedes! —exclama, mirándola a los ojos—. Ahora, vas a inspirar despacio y luego vas a soltar el aire poco a poco. ¿Me has comprendido?
—Sí.
Mientras siente cómo su compañera de habitación le acaricia la mano, ella hace lo que le ha pedido. Inspira y, cuando los pulmones se le llenan de aire, lo suelta, cerrando los ojos. Así una veintena de veces en un par de minutos.
—Muy bien, muy bien.
Piano, piano…
¿Cómo te encuentras ahora?
—Mejor.
—Genial. Túmbate y sigue haciendo lo mismo.
—Vale.
La chica se echa sobre el colchón y continúa repitiendo lo que Valentina le ha dicho. La italiana no se separa de ella ni un segundo y controla cualquiera de sus movimientos.
Por fin, casi un cuarto de hora después, Paula parece completamente recuperaba. Aunque tras el ataque de ansiedad siguen el llanto y el desconsuelo.
—¿Por qué estás así? ¿Qué te ha pasado? ¿Otra vez te ha hecho algo ese odioso de Luca Valor?
—No. No es por culpa de Luca.
—¿Entonces? ¿Qué pasa?
—Uff.
—Vamos,
Paola
, tienes que contármelo.
—He…, he roto con Álex.
Ninguna de las dos jamás pensó que aquellas palabras saldrían de la boca de Paula. Y sorprenden totalmente a Valentina.
—¿Cómo? ¿Te ha dejado?
—No. He sido yo la que ha tomado la decisión —reconoce, sollozando y secándose las lágrimas con la manga del pijama.
La italiana se queda de piedra. Incluso se siente algo culpable. Ella ha sido la que durante esos tres meses no ha parado de insistirle en que debía cortar con su novio.
—Lo siento mucho,
Paola
. Aunque ya sabes lo que pienso de las relaciones a distancia.
—Tenías razón. No podía más.
—¿Es definitivo?
—No sé…, no lo sé —responde dubitativa—. Imagino que sí.
—Y él, ¿cómo se lo ha tomado?
—No se lo esperaba. Álex no quería romper, pero le ha cogido tan desprevenido que apenas ha reaccionado.
—Normal.
Valentina la contempla con tristeza. Su amiga necesitará mucho apoyo en los próximos días para seguir adelante.
—¿Crees que debo volver a hablar con él?
—Mmm… ¿Estás segura de lo que has hecho?
—No, claro que no. Estoy enamoradísima de Álex. Pero creo que es lo mejor para los dos a la larga.
—Entonces creo que debes esperar unos días para hablar con él. Incluso a Navidad.
—Uff. Hasta Navidad…
—Sí. Intenta olvidarte de él un poco, aunque pienses que es imposible. Concéntrate en los exámenes y en los días que te quedan aquí antes de volver a España. Y cuando regreses, quedáis y habláis.
—No sé si podré aguantar tanto tiempo.
—Sí que podrás. Yo te echaré una mano.
—Gracias.
—No tienes por qué darlas,
Paola
. Tu amiga la italiana se encargará de que estés lo mejor posible.
Valentina sale del cuarto de baño después de comprobar primero que su compañera de habitación no está cerca. Paula mira otra vez por la ventana. La tormenta continúa. La chica se acerca caminando muy despacio, de puntillas, y atenta por si vuelve a salir corriendo tras ella.
—No te has enfadado, ¿verdad?
—¿Por tocarme el culo? No, claro que no —responde, sonriente—. Vas a ser la única que me lo va a tocar en mucho tiempo.
A pesar de que ríe, en su expresión transmite tristeza.
—Me siento afortunada. Seguro que no hay un culo mejor que el tuyo.
—El de Marco.
—¿Marco? ¡Marco no existe!
—Existe. No te engañes a ti misma…
—
Mamma mia!
¡Marco es más historia que el Mundial que ganamos en el 2006!
—Claro. ¡Ahora es España la que gana Mundiales y Eurocopas!
La mirada de Valentina atraviesa a su amiga.
—
¡Bambina,
no te columpies y trata con respeto a la selección más importante de Europa!
Forza Italia!
—¡¿Qué dices?! Los españoles somos los que dominamos ahora.
—¡Porque tenéis mucha suerte!
—Al saber le llaman suerte.
—¡Otro refrán! ¡Olé, olé! —grita desbocada, gesticulando con las manos, haciendo que toca las castañuelas—. ¡Vamos a desayunar!
Y después de darle otra palmada en el culo, corre por la habitación. Agarra su carpeta al vuelo y sale del dormitorio.
Incorregible. Paula sonríe. También coge su carpeta llena de apuntes y su mochila y, caminando tranquilamente, abandona la habitación. Valentina, que la espera al final del pasillo, le hace burlas desde la escalera.
No tiene remedio.
Echará mucho de menos a Álex, pero gracias a su amiga la italiana sabe que no pasará aquel mal trago completamente sola.
Esa mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad
Juguetea con la cucharilla, haciéndola girar una y otra vez en la taza. El café se le está enfriando. Pensativo, apoya una mano en su cara y suspira. Álex se siente muy abatido y las ganas de escribir han desaparecido por completo.
Es la segunda vez que Paula le rompe el corazón. Aunque en esta ocasión el dolor es diferente. Ahora eran pareja, se querían, tenían una vida en común: un pasado, un presente y un futuro juntos…, una historia de un año como novios que se ha terminado por culpa de la distancia.
—¿Te encuentras bien, jefe?
La voz es de Sergio. El camarero se ha acercado a la mesa donde el escritor está sentado con su ordenador portátil abierto.
—Sí, gracias.
—Pues no lo parece. Vas a marear a ese café con tantas vueltas —comenta, divertido—. ¿Qué pasa?
Pero al joven no le apetece hablar sobre el tema. Anoche ya se lo contó a Abril y, conforme lo hacía, peor se sentía. No es cierto lo que se suele decir, que la solución para encontrarse mejor es desahogarse con alguien. Al menos, para él no lo fue. La única solución para esa clase de problemas es arreglarlo. O que pase el tiempo. Y lo segundo todavía tardará en suceder.
—No te preocupes. Estoy bien.
—¡Ánimo, que seguro que será otro superventas como el primero! —exclama Sergio, guiñándole un ojo.
El libro… Todos piensan en su novela como la causa de su estado. Cuando lo ven bajo de moral o preocupado, siempre lo achacan a eso. Y es cierto que los plazos, el interrogante de cómo responderán sus seguidores y la editorial ante esta segunda parte le preocupan. Pero ojalá fuera ese el verdadero y único problema, esa agonía dulce que es escribir. Sin embargo, sus males no llegan por ese camino. Al contrario, quizá sumergirse día y noche en
Dime una palabra
pueda ayudarle a superar la ruptura cuanto antes. Solo hay un inconveniente: para escribir necesita tener la cabeza despejada y eso es, precisamente, lo que no tiene ahora.
—Espero que tú lo compres. Por lo menos así tendré una venta.
—¿A mí no me lo vas a regalar?
—Te lo descuento del sueldo si quieres.
—¡Qué tacaño!
—Tacaño tú, que no quieres gastarte el dinero en mi libro, con lo mal que están las cosas en el sector editorial.
Sergio cruza los brazos y finge que se enfada. Luego, regresa detrás de la barra y se sirve un café. No hay nadie en el Manhattan.
—¡Seguro que ganarás un dineral con los libros…! —exclama, echándose un sobre de azúcar en la taza.
—Eso es lo que cree todo el mundo. Pero el porcentaje que nos llevamos los autores es bastante más bajo de lo que imaginas. Y alguien novato como yo, que acaba de empezar en esto…, todavía menos.
—Seguro que cobras más tú con los libros que yo sirviendo cafés.
—Por supuesto.
El camarero suelta una carcajada después de la respuesta de su jefe.
En ese instante, la puerta del bibliocafé se abre. Una chica con un impermeable transparente amarillo entra. Lleva un paraguas en una mano y una mochila colgada en la espalda.
—Buenos días, Alejandro —le saluda desde la entrada, agachando un poco la cabeza al hablar y sonrojándose.
—¡Qué sorpresa! Tú por aquí tan temprano… ¿Cómo estás, Panda?
La chica sonríe tímidamente y camina hasta la mesa del escritor.
«¡Enamorada de ti!», eso es lo que le gustaría gritar. Pero no va a hacerlo. Anoche le costó bastante tiempo quedarse dormida. Y cuando lo hizo, soñó con él. En su mente se mezcló la serie
anime
que vio antes de acostarse, School Rumble, y la experiencia de los globos. Al despertarse solo tenía destellos de su sueño, pero lo suficientemente claros como para recordarlo.
—Bien.
—¿Qué haces por aquí? ¿No tienes clase?
—Sí, pero hoy entro más tarde porque un profesor no viene a primera hora —dice sin pestañear.
Se está acostumbrado a mentir, pero son pequeñas mentiras que no hacen mal a nadie. Lo hace por amor. Y eso está permitido, ¿no?
—¡Ah, qué suerte! ¿Quieres un café?
—Vale.
El chico se pone de pie y la invita a que lo acompañe a la barra. Luego, le pide a Sergio que le sirva una taza. Pandora le da las gracias a los dos y se sienta en uno de los taburetes. De reojo, observa a Alejandro y se estremece. Qué guapo está, aunque hay algo diferente en sus ojos. Los tiene más cerrados de lo habitual. Parecen cansados y quizá también algo tristes. Sí, mirándolo bien, se nota que su expresión es menos alegre que de costumbre. ¿No habrá dormido bien?
—¿Sabes una cosa?
—¿El qué?
¿Le va a contar lo que le sucede? Tal vez ha pasado mala noche por algún motivo que le preocupa. ¿Tiene que ver con ella?
—Me ha escrito una chica que encontró uno de los globos.
—¿Sí?
—Sí.
—¡Genial!
No le ha contado lo que le ocurre, pero aquella noticia es mejor. Cuando se lo ha dicho, le ha entrado un cosquilleo por todo el cuerpo… Se siente bien, como que forma parte de algo muy romántico y maravilloso, digno de un capítulo de una de sus series japonesas preferidas.
Álex se acerca a la mesa en la que estaba sentado, coge el portátil y lo lleva hasta la barra. Entra en su cuenta de Twitter y le enseña a Pandora un comentario que recibió ayer por la noche. La chica lo lee en silencio. «Hola. He encontrado un globo con tu dirección. ¿Eres el escritor de
Tras la pared
? ¡Es uno de mis libros favoritos!».