—Hola, Panda. ¿Qué haces por aquí tan temprano?
—Vengo a ver al jefe. Tengo que hablar con él de una cosa.
Lo ha dicho muy deprisa, sin pensar. Pero es que o lo hace así o seguro que se arrepiente.
—El jefe no vendrá hoy, ¿no lo sabías?
¡No! ¡No lo sabía! Tenía que haberse asegurado de que estaría antes de hacerse ilusiones de que podría hablar con él durante la mañana.
—¿Tampoco por la tarde?
—No lo sé. Imagino que hasta la noche no aparecerá por aquí. Coge el avión a las cuatro desde Londres.
—¿Desde Londres? ¿Qué hace Alejandro en Londres?
—Ni idea. Me lo comentó anoche.
Es muy extraño. ¡Se ha ido a Inglaterra! ¿Por qué? Y así, de buenas a primeras. No lo comprende. Ayer, cuando habló con él, no le dijo nada.
—Habrá ido a recuperar a Paula —comenta una voz femenina desde una de las mesas.
Se trata de una mujer que está sentada cerca de ellos. Lee el periódico y toma un café con leche. Pandora la observa desconcertada y, cuando aparta el diario de su cara, descubre que es Abril. Se miran la una a la otra, sin demasiada simpatía. Sin embargo, esta le hace un gesto con la mano para que se acerque y sonríe. La chica duda un instante, pero termina accediendo.
—Ahora no es mi turno, pero puedo traerle…
—No quiero nada más. Muchas gracias. Ya sé que no estás trabajando ahora mismo —indica la mujer de la editorial alegremente—. ¿Quieres sentarte?
—No puedo. Tengo prisa.
—Vamos, te invito a desayunar. ¿Qué es lo que quieres?
—Nada, en serio. Me tengo que marchar al instituto. Llego tarde.
La joven se coloca bien la mochila que lleva colgada en la espalda y se da la vuelta.
—¿Has venido a por Álex, verdad? —le pregunta Abril, antes de que se aleje—. Mi hijo piensa que sois novios.
Aquellas palabras hacen que Pandora se detenga. ¿Ella sabe que él le gusta? ¿Su hijo? ¿Qué le habrá contado? ¡No le habrá dicho nada a Alejandro! Se gira de nuevo y la mira. Está muy sonriente.
—He venido porque tenía que hablar con él de trabajo.
Abril vuelve a indicarle a la chica que se siente con ella. Y esta vez sí que acepta. Se quita la mochila y la coloca sobre sus piernas.
—¿Quieres un café?
—No, gracias. He desayunado en casa.
La mujer deja el periódico encima de la mesa y juguetea con la cucharilla. Pandora no entiende muy bien qué es lo que hace allí y qué pretende. ¿De qué quiere hablar con ella? Es todo absurdo. Debería estar ya en el instituto. Pero aquella insinuación que ha hecho la obliga a descubrir sus intenciones. Además, Abril parece que sabe el motivo por el que Alejandro está en Londres.
—Sabes quién es Paula, ¿no? —dice por fin.
—La exnovia de Álex.
—¿Y sabes que está en Londres estudiando?
—No.
Por eso solo la ha visto una vez en el Manhattan con Alejandro. Fue hace mucho tiempo, unos tres meses, y le pareció una chica espectacular: guapa, con un cuerpazo, muy bien vestida…
—¿Y que hace unos días rompieron su relación?
—Sí, eso sí lo sabía.
—¿Sí?
Aquello parece sorprender a Abril. No imaginaba que Álex se lo hubiera contado a ella también.
—Me lo dijo ayer por la mañana.
—Ah, pues sí que tiene buena relación contigo. Y eso que solo eres una camarera.
—Soy su amiga también.
Pandora está a punto de levantarse e irse. No le gusta el tono de voz que esa mujer está empleando con ella. Bastante tiene que aguantar ya en el instituto o en la calle para que también la menosprecien en el lugar donde se siente más feliz. Sin embargo, se agarra de la silla y permanece allí sentada.
—Y tú quieres ser algo más que su amiga… ¿Me equivoco?
—No voy a contestar a eso —responde, nerviosa.
—¿Por qué?
—Porque eso solo es asunto mío.
—Bien. El que calla, otorga —sentencia Abril, sonriendo una vez más.
—Es que no tengo por qué darte explicaciones de lo que hago o de lo que siento —señala Pandora, alterada.
—Tienes razón. Y veo que tienes más carácter del que pensaba. Me gusta eso.
¿Le está haciendo ahora la pelota? Esa mujer no hay por dónde cogerla. Siempre está sonriente, pero es complicado saber qué es lo que piensa de verdad. Pocas veces varía su expresión.
—¿Algo más? Me tengo que marchar…
—No. Solo un consejo.
Y dulcifica su gesto. Sonríe, pero de otra manera diferente. Es como más natural, menos forzada. Diría que hasta sincera. Como si una madre le advirtiera de algo a una hija.
—¿Qué consejo?
—Aunque haya personas que no crean que puedes conseguir lo que deseas en la vida, no dejes que estén por encima de ti. Sin embargo, en este caso, es mejor conservar lo que tienes a perderlo todo. No arriesgues lo mucho que posees.
—No te entiendo.
—Álex ha ido a recuperar a su chica, de la que sigue enamorado. Ellos dos están hechos para estar juntos. Y aunque no lo consiga, su recuerdo será demasiado alargado y siempre existirán comparaciones, tanto de él como de su próxima pareja si la hubiera.
Pandora la mira en silencio. Escucha atenta sus palabras. Está diciéndole que no le confiese lo que siente, ¿verdad?
—Bien. ¿Me puedo ir ya?
—Sí. Pero recuerda lo que te he dicho. Yo lo pasé muy mal y tú lo vas a pasar mal, pero hazlo en silencio. No permitas que te hagan más daño. No es por ti, créeme: podrías gustarle. Es por él. Y por Paula. Nunca querrá a otra como la quiere a ella. Estén o no estén juntos.
—Adiós.
—Adiós, Pandora. Y ánimo.
La chica se levanta y se vuelve a poner la mochila en la espalda. Se despide de Joel y sale del bibliocafé. Está muy confusa. Aquello que esa mujer le ha dicho le hace pensar. Es como si Abril tuviera doble cara. Como si se interesara por ella con sinceridad, pero también quisiera hacerle daño al mismo tiempo. ¿Le ha dado un consejo o ha intentado desmoralizarla?
Sea como sea, en el fondo, tiene razón. Si Alejandro ha ido a Londres a tratar de volver con su novia, es que la debe de querer mucho. Se ha hecho ilusiones en un mundo de ciencia-ficción. Lo suyo con el escritor no podía ser. ¿Cómo se le ha pasado por la cabeza declararse? Es duro, pero tiene que admitirlo. Es preferible ser su amiga y amarle en silencio que confesarle lo que siente y que este la rechace. Lo pondría en un gran compromiso. Tal vez lo más adecuado es dejar las cosas como están. Romper esa absurda lista que hizo y no engañarse más a sí misma. Quizá, incluso, haya algo más que puede y debe hacer para que todo vaya mejor y así sufrir menos su desamor: abandonar su puesto de camarera en el Manhattan.
Esa mañana de diciembre, en un lugar de Londres
Han llegado a Heathrow dos horas y media después de haber salido de España. Han cambiado los euros por libras y ahora se disponen a coger un taxi que les lleve hasta la residencia donde vive Paula. Álex y Ángel guardan cola hasta que les llega su turno.
—No te olvides de cambiar la hora.
—Es verdad. ¿Es una menos, no?
—Sí.
Los dos chicos retrasan sus relojes una hora. El vuelo de regreso lo tienen a las cuatro, hora londinense, por lo que llegarán a España sobre las siete y media, ya en plena noche cerrada en la ciudad.
Por fin les toca. Suben a uno de esos taxis típicos de Londres y el periodista le da al conductor las instrucciones en inglés, lengua en la que se desenvuelve mejor que el escritor.
—¿Te encuentras más tranquilo?
—No demasiado. Sigo con ese hormigueo en el estómago que no se va.
En el viaje en avión, Álex estuvo muy nervioso. Durante todo el vuelo no dejó de pensar en Paula y en que tal vez aquel viaje era un error. Sin embargo, cada vez que hablaba con Ángel, este le convencía de que lo que estaba haciendo era lo mejor.
Le sorprende lo bien que se llevan. Nunca sospechó que en él encontraría a un amigo de verdad. En cambio, se entienden perfectamente y, en esos momentos en los que la tensión se lo está comiendo, su presencia le sirve de apoyo y sus palabras de esperanza. Que haya viajado con él a Londres es un gran gesto por su parte. Ya vivió una situación parecida y tiene experiencia en hacer ese tipo de locuras. Parece como si se lo hubiera tomado como una revancha personal. Él no pudo conseguirlo, pero espera que su amigo sí lo logre.
—Cuando la veas, la beses y le digas que la quieres, todo se te pasará de golpe.
—O el golpe me lo llevaré yo.
—No te preocupes. Ella te quiere.
—Pero aunque me quiera…
—Recuérdale que eso es lo más importante de todo.
Y es lo que no pudo hacer él cuando viajó a París en busca de Paula. No pudo recordarle lo mucho que la amaba. Incluso cometió el error de acostarse con ella y que tuviera su primera vez en aquel hotel francés. No fue una actuación muy afortunada de ninguno de los dos y enseguida supieron que aquello no había sido una consecuencia de su amor, sino de un momento de calentón.
—Intentaré hacerlo lo mejor posible.
—Lo harás. Eres escritor. No te faltará imaginación para improvisar.
Los dos sonríen y se quedan un rato en silencio, mirando por las ventanas del taxi y observando lo espléndida que es aquella ciudad. El sol brilla tímidamente, aunque para la tarde han vuelto a anunciar lluvias.
Ángel entabla una curiosa conversación con el conductor que Álex no termina de comprender. Hablan de los medios de comunicación y de la prensa amarillista británica. Los dos terminan riendo antes de que el taxista les anuncie que han llegado al lugar de su destino. Pagan y se despiden del hombre.
—Bueno, pues aquí estamos.
Ante ellos tienen un edificio reformado hace poco. No es muy alto, pero presenta un aspecto bastante señorial. La puerta de la entrada es giratoria y las ventanas que se ven en su fachada son de color blanco, muy clásicas, como sacadas de una película sobre la época victoriana.
—¿Entramos? —pregunta el periodista apoyando una mano en su hombro.
—Sí.
Álex resopla y camina junto a su amigo hacia el portal. Suben los tres escalones que llevan hasta la puerta giratoria y entran en la residencia de estudiantes en la que Paula vive desde hace tres meses. La pareja de jóvenes se dirige hacia un mostrador donde un hombre ya se ha percatado de su presencia. Es el recepcionista de guardia.
Ángel habla con él en inglés y le explica que vienen a ver a alguien.
—¿Paula García? —pregunta aquel señor uniformado como el botones de un gran hotel—. Creo que la vi salir esta mañana temprano y aún no ha vuelto.
—Gracias. ¿Podríamos subir a su habitación para comprobarlo?
—Bien. Déjenme sus nombres, apellidos y una identificación personal.
Los chicos obedecen y cumplen con los trámites de seguridad del centro. El hombre los inscribe en la lista de invitados y le coloca a cada uno una pegatina con un número en la ropa.
—No pueden ir sin esta identificación por la residencia —advierte, sonriendo—. Es la habitación 1348. Tercera planta. Por allí.
El recepcionista les señala la escalera por la que tienen que subir. Ángel y Álex le dan las gracias y se despiden del hombre.
—¡Cuánto control…!
—Es normal. A estos sitios no puedes pasar de cualquier manera. Y menos desde el atentado del 7 de julio del 2005 —aclara el periodista, que ha estado varias veces en la capital inglesa en los últimos meses cubriendo eventos importantes del mundo de la música.
Suben la escalera. Cada peldaño es un pasito que Álex está más cerca de Paula. O tal vez más lejos.
—Seguramente esté en la Universidad. Esta semana empezaba con los exámenes.
—Vamos a comprobarlo. Y si no está aquí, ya veremos qué hacemos.
—Estoy muy nervioso.
—Tranquilo, todo irá bien.
Tercera planta. La 1348 está al final del pasillo. No se han encontrado con nadie de momento y el silencio es total. No se escucha absolutamente nada. Sin embargo, conforme caminan hacia el cuarto de Paula, empiezan a oír voces y como gemidos. Ángel y Álex se quedan blancos cuando descubren que esos ruidos provienen de la habitación a la que ellos van.
Delante de aquella puerta se miran asombrados.
—Igual el recepcionista se ha equivocado de habitación.
—No. Recuerdo que Paula me dijo que estaba en la 1348. Lo sé porque comentó que, si en lugar de un tres hubiera sido un dos, podría recordarla fácilmente.
—Uno y uno, dos; dos y dos, cuatro; y cuatro y cuatro, ocho.
—Muy listo.
Un gemido un poco más alto. Aquello provoca el desconcierto total en Álex y la preocupación en Ángel. No puede ser que…
—Seguro que esto no es lo que estás pensando que es.
Pero el escritor no dice nada y se echa contra la pared. Un nuevo gemido le provoca un escalofrío. Ángel observa su rostro entristecido. Ir hasta Londres para encontrarte a tu ex con otro en la cama es algo más propio de una película de risa que de un drama como el que Álex está viviendo ahora mismo. Él se merece otra cosa. Por lo menos una explicación. Así que, enrabietado, se lanza contra la puerta y llama con todas sus fuerzas gritando al mismo tiempo.
—¡Paula, abre! ¡Paula! ¡Abre!
Su amigo le observa, quiere gritar con él, pero no consigue reaccionar. No puede. ¿Y qué más da que abra o no? Aquello ha terminado para él para siempre. Su reconciliación al limbo. Es muy doloroso despedirse de esa manera de lo que uno más quiere en el mundo.
Los gemidos y ruidos cesan, aunque Álex insiste con sus gritos y con sus golpes.
De repente, la puerta se abre y aparece delante de él una chica medio desnuda embutida en una manta a la que no conoce de nada.
—Esto… Hola.
—¡Hola! —grita la joven en español—. ¿Quién eres?
—Soy… Ángel.
Ni idea. Pero la chica se da cuenta de la presencia de otro joven, que se acerca hasta la puerta cuando escucha otra voz diferente a la Paula. Y se lleva las manos a la cabeza cuando reconoce a ese chico al que ha visto en tantas y tantas fotos.
—¡Tú eres Álex! ¡El novio de
Paola!
—exclama muy sorprendida.
—Exnovio —le aclara el chico sonriendo, una vez que se le ha pasado el susto.
—
Mamma mia!
¡Eres más guapo en persona que en las fotos! ¿Cómo estás? ¡Yo soy Valentina, su compañera de habitación! Y os invitaría a pasar pero… estoy estudiando con el sobrino del director.