Cállame con un beso (56 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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—Y ahora…

—Ahora, ¿qué?

—Ahora te tengo reservada una gran sorpresa.

—¿Sí? ¡Me encantan las sorpresas!

El joven la coge de la mano y la guía hasta la cama. La obliga a sentarse y le guiña un ojo.

—¿Recuerdas lo que me pediste en nuestra primera cita?

—¿La del sándwich de salmón?

—No. Eso no fue una cita. Me refiero al primer día que quedamos para salir a dar una vuelta, ya como pareja.

—Pues no. ¿Qué te pedí?

—Que bailara contigo.

—¡Ah, eso! Pero no lo hiciste.

—Exacto. ¿Y en la segunda?

Paula sonríe. Fueron a un
pub
y sonó un tema de Maldita Nerea que le encanta,
Abrí los ojos
. Le rogó que bailara con ella. Le contestó que él no bailaba. La chica entonces le llamó soso y el escritor dijo que no era soso, solo que tenía dignidad.

—Lo mismo.

—¿Y qué pasó? Que no lo hice —se contesta a sí mismo—. Pues bien. Hoy vamos a arreglar eso. Hoy perderé por completo mi dignidad.

—¿Qué?

El joven saca su móvil del bolsillo, busca una canción y le da al botón para que suene. Comienza el
Single Ladies
de Beyoncé.

Cadera a un lado, cadera al otro y mano derecha suelta.

Paula se tapa los ojos. ¡No quiere ver lo que está viendo! ¡Se muere de vergüenza! Sin embargo, su novio continúa bailando.

Cabeza arriba y abajo, y pasitos rápidos hacia delante, estirando los brazos.

La chica está con la boca abierta. ¡Dios! ¡Se ha aprendido la coreografía de memoria!

Manos a la cintura y movimiento de pelvis insinuante.

Y entonces, tras aquello, Paula empieza a reírse escandalosamente. Es demasiado. No puede parar. Con cada paso, se ríe más y más, revolcándose por la cama y poniéndose las manos en la tripa. Esto no molesta a Álex, sino que le motiva más. Y sigue con el baile hasta que termina. Son tres minutos y dieciocho segundos… surrealistas. Agotado y sin parar de jadear, mira a su novia. Esta se pone de pie. Todavía se está riendo.

—¿Qué? ¿Cómo lo he hecho?

—¿Quieres la verdad?

—Claro.

—Pues… sigues siendo un soso —señala alegremente—. Pero… nunca he visto a un chico tan soso mover las caderas como las has movido tú en este baile.

Y después de darle las gracias por molestarse en sacarle una sonrisa, se lanza sobre él. Álex la coge a pulso, sujetándola con fuerza. El vestido de noche de Paula se ha subido y sus manos rozan su piel y tropiezan con su ropa interior.

—En fin, no puedo ser lo que no soy.

—No necesitas ser nada más. Para mí ya lo eres todo.

—¿Todo, todo?

—Todo. Todo.

—¿Aunque baile como un pato mareado?

—Aunque fueras un pato y te mareases.

Los dos vuelven a sonreír. Un nuevo estallido de colores alumbra el cielo oscuro de año nuevo. Paula no quiere verlo. Prefiere al chico del que se ha enamorado perdidamente. Cierra los ojos y besa a su bailarín particular. Mientras lo hace, pide un deseo. Un deseo que casi un año más tarde está a punto de romperse, aunque ni ella ni él hayan dejado de quererse como se querían aquella noche.

Capítulo 84

Una noche de diciembre, en un lugar de la ciudad

¿Cuántas veces ha visto ese capítulo de Glee?
Baladas
. Le encanta, es uno de sus preferidos. «Las parejas las elegirá el destino». Aquella frase, que aparece en el comienzo del episodio, se le quedó grabada en la cabeza.

¿Será verdad? ¿Y ella está incluida? ¿Habrá alguien en el mundo que quiera ser su pareja? Seguramente, el destino esté demasiado ocupado con personas que realmente sí estén hechas para eso.

Pandora suspira. Quiere que ya sea mañana y volver a verlo. Durante toda la tarde no ha hecho más que darle vueltas y más vueltas a lo mismo. Y a cada minuto cambiaba de opinión. Es como deshojar una margarita. Posiblemente, hasta que se encuentre con Alejandro de nuevo en el Manhattan, no estará segura de lo que va a hacer.

Confesar lo que se siente no es fácil. Y mucho menos, decirle a alguien, que estás enamorada de él. Vuelve a suspirar y se frota los ojos, cansada.

Si lo hiciera, si se lanzara a la piscina, ¿cómo lo haría? ¿Así como quien no quiere la cosa, soltándoselo rápido? ¿O sentándose frente a frente, mirándose a los ojos, y mostrando todo lo que lleva dentro?

La segunda opción es mejor. Ya que lo hace, lo hace bien.

—Pandora, a cenar —dice su madre, entrando en su habitación sin llamar antes a la puerta.

Es una costumbre que tienen en su casa, por mucho que haya repetido mil y una veces que no le gusta que hagan eso. ¡Ya no es una niña! ¿Y si estuviera desnuda?

Si estuviera desnuda se horrorizarían. Y si Alejandro la viera desnuda, le pasaría lo mismo. Él seguro que es perfecto también bajo la ropa. ¿Cómo van a ser pareja? Es que no pegan nada de nada. La gente los miraría por la calle asombrados. Uff. Para ser novios, ella tendría que hacer algún que otro cambio. Mejorar mucho.

La chica se levanta de la cama, desde donde ve la tele, y coge una libretita y un bolígrafo azul que tiene dentro de un cajón del escritorio. Le quita el capuchón con la boca y escribe mientras se sienta sobre el colchón: «Cosas que hacer para ser una novia digna de Alejandro Oyola».

Reflexiona un segundo y apunta: «Una hora de ejercicio diario». Lo examina y mueve la cabeza negativamente. Mejor, dos. Se inscribirá en un gimnasio y correrá todas las mañanas antes de ir a clase. Es muy duro, pero por amor todo es posible. Piensa de nuevo y hace otra anotación: «Dieta estricta. Nada de pizzas, refrescos, dulces y fritos». Ella nunca come carne, pero abusa de todo esto.

—¡Pandora, a cenar! —grita su madre otra vez, ahora desde la cocina.

La chica resopla. Deja la libretita sobre la cama y se pone de pie. No quiere cenar. Seguro que hay un montón de cosas que engordan encima de la mesa. ¡No las va a comer! ¡Si quiere ser la novia de Alejandro, debe hacer un esfuerzo para ser digna de él! No puede caer en sabrosas tentaciones. Pero… tiene hambre. Mucha hambre…, y ese olor que llega desde el comedor… Agacha la cabeza y se da por vencida. Esta noche no hay nada que hacer. Mañana empezará con la dieta, cuando realmente se mentalice de ello.

Esa noche de diciembre, en un lugar de la ciudad

—Claro, ahora no tienes hambre. Llevas todo el día comiendo bollos.

—Es que esto no me gusta.

—Esto no te gusta… Pues la semana pasada bien que repetiste.

Abril resopla y pincha en la ensalada del plato de David. Se mete ese trozo de tomate en la boca y lo mastica desganada. Hoy ya ha llegado al límite. No tiene ganas de seguir discutiendo con su hijo. Bregar sola con un niño de siete años, en ocasiones, es duro y se le hace muy cuesta arriba. Pero ella lo quiso así cuando se separó de su marido. Él ahora vive en otra ciudad y solo ve al pequeño cada dos semanas o tres.

—¿Tú crees que tío Álex y la camarera son novios?

—¿Qué?

Con aquella pregunta Abril casi se atraganta. ¿De dónde ha sacado eso?

—Sí. Como Paula se fue…, necesitará otra novia, ¿no?

—A él no le hace falta tener otra novia. Está bien como está.

—Pues yo creo que quiere otra novia y que la camarera le gusta. Si no, ¿por qué se ríen tanto cuando están juntos?

La mujer alucina con su hijo. ¿Cuándo se hizo tan mayor para hablar de esas cosas? No sabe muy bien lo que dice, aunque en el fondo le preocupa que haya visto algo entre esa chica y Álex que le haga pensar de esa manera.

Es imposible, ¿cómo va a ver algo entre esos dos?

—Porque son amigos.

—Mmm.

—Yo también me río mucho con él y no soy su novia.

Aunque le hubiera encantado serlo. Estuvieron a punto de empezar una relación formal. En cambio, apareció otra chica que le quitó esa oportunidad. Recuerda perfectamente el día que la dejó. Fue después de aquel viaje a Frankfurt, hace un año, cuando las cosas parecían que se habían arreglado entre ellos. Álex la llamó a la mañana siguiente y le preguntó que si podía ir a su casa. Ella estaba muy feliz porque iba a verle de nuevo, a pesar de que en su tono de voz detectó algo raro. Pero imaginó que sería cansancio.

Sin embargo, en cuanto llegó a su piso, supo que todo iba a terminar. El joven esquivó su beso en los labios y se lo dio en la mejilla. Se sentaron y hablaron.

Reconoció sentirse culpable de lo que había pasado en esas semanas y de lo que sucedió el día anterior. No por haberse acostado con Paula, sino por haberlo hecho con ella. Cada palabra del escritor le iba haciendo más daño. Eran clavos afilados punzantes en su corazón. En el fondo, pensaba que se lo merecía por haberle ocultado lo de su marido y lo de su hijo. Era un justo castigo a su error.

No trató de convencerle de nada, ni siquiera derramó una lágrima. Todo lo dejó para la soledad de su hogar unos minutos después de salir de allí. Entendía que estuviera enamorado de aquella Paula, tan guapa, tan joven, tan perfecta para él. Sin embargo, era imposible volver a verle sin que se le revolviera el estómago.

Pidió la baja temporal alegando ansiedad por la separación de su marido. Y estuvo un mes alejada de la editorial, que no tuvo inconvenientes en concederle ese tiempo a una de sus mejores trabajadoras. Álex, incluso, la llamó preocupado, pero Abril no quiso cogerle el teléfono. Treinta días más tarde… regresó. Con fuerza, con ilusión. Con el mismo entusiasmo de siempre. Nadie se enteró de lo que sufrió en aquel final de año. Solo ella misma, que tuvo que enfrentarse sola, a una separación, un desamor y un niño pequeño que no comprendía por qué su mamá lloraba desconsoladamente a diario en un rincón de su habitación.

Esa noche de diciembre, en un lugar de Londres

—¡Papá! ¿Qué haces aquí?

—He venido a ver cómo te va.

El señor Valor le da dos besos y entra en la habitación de Luca sin esperar la invitación de su hijo a que pase. No iba a abrir, pero ha insistido tanto que no le ha quedado otro remedio.

—Pues… me va bien.

—Ya me han contado, ya.

—¿Que te lo han contado? ¿Quién?

—Tu tío me lo ha dicho.

—Ah. Mi tío…

El hombre se acerca hasta el chico y le mira fijamente el parche. Sonríe.

—¿Cómo llevas ese ojo?

—Bueno…, mañana tengo una revisión para ver si ya me quitan esto.

—Eso está muy bien —señala tratando de observar por debajo del parche por si se ve algo—. Si no hicieras tantas gamberradas, no te pasarían estas cosas.

—Esta vez la gamberrada me la hicieron a mí. Como le dije a mamá, me tiraron un cubito de hielo en la cena.

—Algo le harías tú a esa chica para que te atacara.

—¿Te lo ha contado mi tío?

—Sí. Me ha dicho lo de Paula. Tiene muy buena puntería —comenta y lanza una carcajada.

¡Hasta sabe su nombre! Se pregunta qué es exactamente lo que le han contado de la españolita.

—¿Te hace gracia que casi me dejen tuerto?

—¡No seas exagerado, Luca! Tampoco es para tanto.

—Si tú lo dices…

El joven no parece muy de acuerdo con su padre. Hacía bastante que no lo veía. Con tanto viaje, tanta agenda, casi no tiene tiempo para él. Y su madre, otro tanto de lo mismo. Por eso, y para tenerlo controlado, decidieron meterlo en aquella residencia, que además dirige su tío.

—Venga, no te enfades, hombre.

—No me enfado, tranquilo.

Philipp Valor sonríe y le da un puñetazo sin fuerza a su hijo en el hombro.

—Y de chicas, ¿cómo está la cosa? —le pregunta mientras se sienta en una de las dos sillas de la habitación.

—¿De chicas?

—Sí. ¿Tienes alguna amiga especial?

Luca se pone nervioso. ¿Sabrá algo? Eso no puede ser. Mira a un lado y a otro, muy tenso. ¿Qué le contesta? Normalmente nunca hablan de estos temas. Ni de estos ni casi de ninguno. Cuando se ven es para echarle la bronca por algo que ha hecho. Desde que vive con ellos, es así. En buena parte, por su culpa. Y él lo sabe.

—Papá, ¿qué pregunta es esa? Pues como todo universitario. Hay muchas chicas especiales.

—¿No hay alguna que te guste más que otra?

—Venga, que ya no soy un crío.

—Es que hay un rumor por ahí…

¿Un rumor? ¿Qué rumor? Si él no… ¡Su tío! Cuando vino a su habitación el otro día para hablar con él, le preguntó que si no le gustaba Paula. Que creía que sí. ¿Se referirá a eso? ¡Seguro que le ha contado algo! Va a responderle cuando de repente observa cómo su padre se pone de pie y se dirige caminando hasta la cama. Ha visto una cosa que no comprende qué hace ahí. Se inclina sobre el colchón y coge un sujetador negro. Incrédulo, con los ojos muy abiertos, se lo enseña.

—No entiendo cómo ha llegado a mi cama.

—Solo no habrá venido.

El chico se encoge de hombros y suspira. Se lo arrebata y, con él en la mano, camina hasta el cuarto de baño. Llama a la puerta y grita.

—¡Te has dejado el sujetador en la cama!

—¡Ya lo sé! —exclama una voz desde el interior.

El señor Valor, entonces, se queda perplejo. Paula ha estado con él hace unos minutos. No puede ser ella. Además, la voz y el acento de aquella chica que ha hablado es totalmente diferente al de la española. ¿De quién se trata?

La puerta del baño se abre y aparece, primero, una mano, luego la cara de una jovencita pecosa que sonríe forzosamente. Luca también sonríe. No le queda otro remedio. Le da un beso pequeño a la chica en los labios y mira a su padre.

—Papá, te presento a Valentina Bruscolotti, una amiga de lo más especial.

Capítulo 85

Esa noche de diciembre, en un lugar alejado de la ciudad

—¿Lo he matado?

El cuerpo de Ricky yace inerte en el suelo. Sangra bastante por la herida que se ha hecho al entrar por la ventana y todavía más por la otra brecha, consecuencia del golpe que Cris le ha dado con el bate de béisbol. Mario se acerca hasta él y le toma el pulso.

—No. Solo está inconsciente. No sé si tardará mucho tiempo en despertarse.

—Tenemos que salir de aquí —indica Miriam, tocándose la herida que antes ese tipo le ha provocado en el pómulo.

—¿Y si se muere? —pregunta Cris sollozando.

—No podemos llevárnoslo. Es un gran riesgo para todos —señala Mario—. Hay que buscar a tu novio y salir de aquí volando.

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