Cállame con un beso (62 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

BOOK: Cállame con un beso
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—¿El qué?

—Teníamos que haber llamado a la policía desde el primer momento. Y nada de esto habría pasado.

—No te lamentes por eso ahora. Ya no vale de nada. Hicimos lo que creíamos que era mejor para tus padres y para tu hermana.

—Yo tengo gran parte de la culpa de todo esto.

—No, Mario. Tú no tienes la culpa de nada. Los responsables de esto, aunque esté mal decirlo por cómo han terminado, son Fabián y tu propia hermana.

El chico la mira. Le duele lo que dice, pero tiene razón. A pesar de que él debería haber actuado de otra forma.

—Mi hermana… ¿Cómo pudo ser tan tonta?

—Porque el amor, la mayoría de veces, nos lleva a hacer muchas tonterías.

—Pero ¿enamorarse de Fabián? Sabiendo cómo era, a lo que se dedicaba…

—Pues ya ves. Todo es posible.

—No siento ninguna pena por lo que le ha pasado a ese tío.

—A mí me ha impactado —reconoce Diana—. Pero en eso coincido contigo. Por su culpa, estamos aquí. ¡Cómo se le ocurrió provocar el accidente de esa manera! ¡Estaba loco de remate!

Mario vuelve a agachar la cabeza. Hay imágenes que serán muy difíciles de borrar de su mente. La noche anterior fue la peor de su vida. Lloró como un niño pequeño desde que vio a Miriam apoyada en el volante sin conocimiento hasta que le dieron un calmante en la ambulancia. Luego, en el hospital, ha tenido dos grandes bajones que también acabaron en lágrimas.

—Nada volverá a ser igual después de esto.

—Puede ser. Pero tenemos que ser optimistas.

—Aunque mi hermana se recupere…, es muy complicado que todo regrese a la normalidad. Todo cambiará a partir de ahora.

—¿Hablas también de nosotros? —quiere saber la chica tocándose nerviosa el pelo.

Silencio. Ni siquiera la mira para responder. Tenían una conversación pendiente. Y si no recuerda mal, era ella la que estaba enfadada con él. Pero ahora es como si le diese lo mismo lo que piense. Su rostro no refleja ningún tipo de emoción cuando le ha preguntado aquello. ¿Es por el estado de
shock
o porque realmente Mario quiere poner fin a la relación y buscar otro camino? Reconoció su error, su culpa, pero dijo que la quería. Diana no estaba para disculpas en esos momentos. Sin embargo, ahora necesitaría un beso, un abrazo, una palabra cariñosa…, pero estos no llegan. No está siendo como durante todo el desarrollo de su problema con la comida. Su novio fue su máximo apoyo. En cambio, ahora… ¿Por qué ni la mira? ¿Por qué no le ha contestado si ella está implicada en ese «nada volverá a ser como antes»? Y si necesita algo, ¿por qué no lo pide? Quizá tenga que salir de ella, pero tampoco se atreve al verlo así. Es otra persona diferente la que está sentada a su lado.

—Voy a por un café. ¿Quieres uno?

—No, gracias.

El chico se levanta y sale de la salita.

Diana se queda sola. Pensativa. Confusa. ¿Hasta dónde tiene que ver el accidente con su estado actual? A lo mejor, se ha dado cuenta de que, si ha estado tonteando con otra durante tanto tiempo, es porque ya no siente lo mismo por ella. Pero ¿no le dijo que la quería?

Sufre una gran impotencia al no encontrar respuestas y, sobre todo, al no poder buscarlas. Si le atosiga con aquello, parecerá muy egoísta por su parte. Sus padres están sufriendo y su hermana muy grave. No es lógico que le vaya con el rollo de si siguen siendo novios o su historia ha finalizado.

¡Se está volviendo loca!

Y auque sus heridas duelen, más le duele la incertidumbre de no saber cómo y cuándo afrontar la crisis por la que está pasando su relación.

Capítulo 94

Ese lunes de diciembre, en un lugar de Londres

—¡Mierda! ¡No puede ser!

—¿Qué es lo que pasa?

—No encuentro billete para hoy.

—¿No?

—Nada. No hay ni una sola plaza libre en ningún vuelo.

Paula se lamenta dando un puñetazo contra la almohada de su cama. Álex la observa preocupado. Desde que ha llegado a Londres, solo han hablado del accidente de coche que han sufrido sus amigos y de poco más. Ha intentado consolarla y estar a su lado. No de la manera que hubiera deseado, pero al menos vuelven a estar juntos. Aunque nada ha cambiado. Sigue sin haber besos ni caricias ni palabras de amor entre ellos.

—¿Has mirado bien?

—Que sí. Que he revisado todas las compañías que salen hoy de Londres y en todas me aparece lo mismo. Hasta mañana no hay ningún avión disponible.

—¿Y qué vas a hacer?

—No tengo ni idea. Necesito ir a ver a las chicas y a Mario. No puedo quedarme aquí de brazos cruzados.

—Allí tampoco podrás hacer mucho.

—Ya lo sé —admite tumbándose en la cama boca arriba—. Pero, por lo menos, estoy cerca de ellos. Me ha dicho mi madre que Miriam está realmente mal. Que no sabe si saldrá de esta.

—Lo siento. Es una tragedia.

—Hace mucho que no la veo. Nos habíamos distanciado todas bastante. Pero no me quiero imaginar que alguna de las Sugus… ¡Eso es imposible! Somos muy jóvenes.

—Hay cosas que no dependen de los años, Paula.

—Lo sé —dice mirando hacia el techo—. Tengo que tratar de estar al lado de Miriam como sea.

El escritor contempla su perfecta figura tumbada en la cama. En aquella posición, en esa postura, está más que apetecible. Se siente culpable por pensar en eso en aquellos momentos de tanto sufrimiento para ella. Chasquea la lengua. Ahora no. Ahora lo que tiene que hacer es intentar algo para ayudarla. Le quita su portátil y se aleja con él hasta el otro lado del cuarto.

—A ver si yo consigo encontrarte un billete —indica sonriendo.

—Gracias. Pero ya te he dicho que no hay ningún vuelo para hoy.

El joven no se da por vencido. Se sienta en el escritorio y comienza a examinar una página tras otra. Rastrea en varios buscadores de Internet y en diferentes webs de viajes
on line
. Parece que la chica tiene razón. No hay plazas. Cuando las cosas salen mal, siempre puede haber algo que vaya peor. Resopla y sigue intentándolo.

—Antes, cuando llegamos a la residencia, subimos directamente a tu habitación —comenta Álex mientras continúa buscando—. Y nos sucedió algo a Ángel y a mí muy curioso.

—¿Ah, sí? ¿El qué?

—Pues… digamos que nos encontramos con la sorpresa de que tu compañera de cuarto no estaba sola.

—¿No?

—No. Estaba liándose con un chico.

—¿Qué dices?

Sabía que Valentina les había contado que ella seguía en la Universidad porque ellos se lo habían dicho antes. Pero ese detalle lo pasaron por alto.

—Fue una situación cómico-dramática muy extraña. Porque, cuando llamamos a la puerta y nos abrió, apareció casi desnuda, reliada con una manta. Nos dijo que estaba «estudiando» con el sobrino del director.

—¿Con Luca Valor? ¡Qué fuerte!

Y sonríe. Es la única vez que lo ha hecho hoy desde que su madre la llamó por teléfono para contarle lo del accidente.

Así que ha vuelto a acostarse con Luca. ¿Esa es su manera de reconocer que lo echará de menos cuando esté en Italia? ¡Qué cara más dura! Pero, en realidad, se alegra mucho por su amiga. A pesar de que van a chocar muchísimas veces como pareja, uno le vendrá muy bien al otro, y viceversa.

—Pues estabas en lo cierto. No hay billetes —asegura Álex apesadumbrado recuperando el tema del que hablaban.

—¡Joder, qué mal…! Tendré que irme mañana después del examen.

—Tu plan era marcharte hoy y regresar mañana a primera hora, ¿no?

—Sí. Y estudiar en el avión de vuelta. No puedo perderme exámenes.

—¿A qué hora lo tienes?

—A la una.

—Es una faena.

—Qué mala pata.

—Lo que podemos hacer, si quieres, es que te vengas al aeropuerto con nosotros y miras a ver si allí consigues un vuelo.

La chica piensa en lo que Álex le acaba de proponer. Tal vez encuentre alguna plaza que se quede libre.

—No es mala idea.

—Preguntas directamente en ventanilla y a ver si hay suerte.

—Ojalá. Necesito ver a mis amigas ya.

—Le mandaré un SMS a Ángel para que regrese cuanto antes y así irnos ya al aeropuerto. Si estamos allí pronto, quizá puedas conseguir un billete.

—Muchas gracias, amor.

Y cuando pronuncia aquel «amor», su rostro se enciende. Ha sido instintivo. ¡No quería hacerlo! Álex se acerca hasta ella y la mira fijamente a los ojos. Paula trata de evitarlos, pero sucumbe. El chico la toma por la cintura, se inclina sobre su rostro e intenta besarla. Sin embargo, esta lo esquiva y escapa de sus brazos.

Álex observa cómo se aleja al otro lado de la habitación y sonríe triste.

—Aún me sigues queriendo, ¿verdad? —pregunta el chico, algo decepcionado por el rechazo.

—No es el momento de esto.

—Pero me quieres. Y quieres estar conmigo.

—Ya sabes lo que pasa… Tú estás allí y yo aquí.

—Sé que me quieres.

—Yo…

En ese instante llaman a la puerta y Paula se apresura a abrir. ¡Salvada! Es Ángel el que aparece, muy risueño, con una bolsa en la mano.

—¡Hola, pareja! ¡Mirad lo que he comprado! —exclama en cuanto entra en el cuarto.

Y les enseña una camiseta azul minúscula con la leyenda «
I love London
» que saca de dentro de la bolsa.

—Muy bonita —dice Álex con poca emoción. Ha llegado justo en el peor momento. Aunque al menos se ahorrará el SMS.

—Es una monería. ¿Creéis que a Sandra le gustará?

—Mucho.

El periodista observa a Paula y a Álex. No parecen muy contentos. Por lo que se ve, no han avanzado nada en lo suyo.

—¿Qué os pasa? Os veo un poco raros.

—No encuentro billete de avión para hoy —comenta la chica sentándose en la cama.

—Vaya. ¿Has mirado bien?

—Sí. Y nada.

—Paula vendrá con nosotros al aeropuerto a ver si allí conseguimos alguno.

—Mmm… Bien.

—Nos vamos ya.

—¿Ya? Si aún es temprano.

—Cuanto antes estemos en el aeropuerto, más posibilidades tendremos de encontrar billete —aclara el escritor.

—Tienes razón. Pues en marcha.

Los dos se aproximan hasta la puerta raudos, dispuestos a darse toda la prisa posible. En cambio, Paula se levanta de la cama lentamente y les pide que se detengan.

—Tendré que llevarme algo de ropa por si acaso, ¿no? —señala, tímida—. Dadme diez minutos.

—Vale. Te esperamos en recepción —indica Álex.

Y, junto a su amigo, sale de la habitación de la chica. Está serio. Cabizbajo. Aquel viaje no va a servir para nada. Paula lo tiene claro. Le quiere pero no desea sufrir más.

¿Qué puede hacer para que cambie de opinión?

Capítulo 95

Ese día de diciembre, en un lugar… entre Inglaterra y España

—Perdón.
Sorry
. Perdón.

El avión se balancea mucho. Hay grandes turbulencias. Sin embargo, ella no está en su asiento. Trata de no tropezar más veces para no molestar al resto de viajeros. ¡Espera que nadie se haya dado cuenta de nada!

Por fin Paula llega a su plaza, la 11B. Menos mal que es un avión pequeño y las filas van de dos en dos. Se acomoda y se abrocha el cinturón. Mira hacia atrás disimuladamente. Luego, vistazo al reloj. Dos minutos tenía que esperar. Sonríe. Nunca había hecho nada parecido. ¡Qué locura!

Una nueva ojeada hacia el fondo del aparato. Por ahí viene, un poco antes de tiempo. También va dando brincos como ella antes. Una azafata muy mona le indica que se dé prisa y le echa la bronca, aunque muy amablemente, por no estar en su asiento con el cinturón abrochado en plena zona de turbulencias. Claro, como es guapo, su riña termina en sonrisa y miradita. ¡Ja! Pero que se fastidie, porque la que se ha liado en el cuarto de baño del avión con Álex ha sido ella.

Unas horas antes

Los tres chicos llevan un buen rato en el aeropuerto de Heathrow. Han visitado varias compañías y han consultado en diferentes agencias, pero el resultado sigue siendo el mismo. No hay vuelos libres. Cansados de ir de un lado para otro, se sientan en una cafetería a tomar algo y a recuperar fuerzas.

—Esto no tiene sentido —dice Paula, agotada de andar—. Debería sacar el billete para mañana, no vaya a ser que también me quede sin vuelo.

—Lo siento mucho —interviene Álex, mirando el reloj. Dentro de poco tendrán que embarcar.

—¡La verdad es que…, qué rabia!

—Ojalá pudiéramos hacer algo.

Y entonces, tras dar un sorbo a la Coca-Cola que ha pedido, Ángel saca su billete y lo pone sobre la mesa.

—Vete tú hoy y yo lo haré mañana —le dice a Paula, sonriendo.

—¿Qué?

—Lo que has oído. Ocupa mi lugar en el avión.

—¡No puedo hacer eso! —exclama ella, rechazando su propuesta—. Sandra te está esperando.

—Sí. Y mañana continuará ahí. Esperándome. No se irá a ninguna parte. Ya la compensaré de alguna manera por estos dos días de ausencia.

—Que no, de verdad. Está embarazada y… además tienes trabajo en la redacción del peri…

—No seas cabezota —le interrumpe—. Tú lo necesitas más que yo.

Álex contempla a su amigo con admiración. Ese gesto lo define como persona. Y pensar que un día fueron rivales…

—Pero…

—Venga, no te hagas de rogar. Ahora tienes que sacar tu billete de vuelta a Londres y yo el mío de regreso a España para mañana.

—¿De verdad que quieres hacerlo?

—De verdad. Toma… —Y se lo entrega en la mano.

—Espera, que te lo pago.

—Da igual.

—¿Cómo que da igual? ¡Ángel, no seas cabezota tú ahora!

—Ya me lo pagarás.

—¡Que no, que no! Encima que te quedas sin billete, no me lo vas a dar gratis.

—Hacemos una cosa.

—¿Qué cosa? —pregunta, con el bolso en la mano.

—Cuando vuelvas en vacaciones, nos invitas a cenar en Navidades a Sandra y a mí, y saldamos la deuda, ¿te parece? Así tenemos una excusa para vernos.

Paula se resigna y mira al otro chico, que se encoge de hombros. Se guarda la cartera y sonríe. A continuación se pone de pie. Se acerca hasta él y le da un beso en la mejilla. Hace poco tiempo eso hubiera matado de celos a Álex y, seguramente, también a Sandra si se enterara. Pero ya no hay peligro. Se han convertido en buenos amigos y cosas como la que acaba de hacer por ella lo confirman. No hay resentimientos del pasado por ninguna de las partes. Al contrario: lo que predomina sobre todo es el cariño y la admiración.

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