Los dos ríen al tiempo que llegan a la puerta donde deben embarcar. Ya hay gente haciéndolo. Sacan otra vez sus DNI y se colocan en la fila. En apenas un minuto les llega el turno. La misma chica que antes les atendió vuelve a hacerlo ahora. Corta sus billetes y examina sus carnés. Son guapísimos. Les sonríe y permite que pasen, aunque con gran tristeza. Sabe que no los verá más.
—Creo que has ligado —le comenta Ángel a Álex, dándole con el codo mientras atraviesan el túnel que les lleva hasta el Boeing.
—¿Yo? Esa chica solo te miraba a ti.
—Igual te ha reconocido y es una de tus seguidoras. Deberías de haberle pedido el Twitter por si lo de Paula no va bien.
—Qué capullo.
Los chicos entran en el avión y buscan sus asientos. Es justo en la mitad del aparato. Apagan los móviles e introducen la mochila y el portátil de Ángel en el compartimento de arriba. El escritor se sitúa junto a la ventanilla y el periodista a su izquierda.
—Ahora sí que no hay vuelta atrás. ¡Nos vamos a Londres!
—Calla, que me pones nervioso.
—Más lo estarás cuando la vuelvas a tener delante después de tres meses.
Es verdad. Son tres meses sin tocarla, sin olerla, sin poder besarla. Tres meses que se han hecho eternos. Álex cierra los ojos y la ve. Siempre que los cierra aparece Paula. Dentro de unas horas no tendrá que imaginarla. Sonríe. Estará tan guapa como siempre. Solo espera que las cosas vayan bien. Y que en el viaje de regreso su sonrisa sea porque ella haya aceptado recuperar lo que hace solo cinco días perdieron. Ángel tenía razón. Pese a que está lleno de dudas, luchar por lo que uno quiere es la única manera de vivir. Y lo que él quiere de verdad es volver con la chica a la que ama.
Esa mañana de diciembre, en un lugar de Londres
Casi no han dormido en toda la noche. Se la han pasado estudiando y es que… ¡hoy empiezan los exámenes finales del primer trimestre!
Valentina y Paula no las tienen todas consigo. Eso de que en aquella Universidad sean tres evaluaciones en lugar de dos, como en España o en Italia, ahora les parece fatal. No están listas. Pero bueno, es lo que hay y deben hacerlo lo mejor posible. Ya sabían en septiembre que el sistema era así. Lo que pasa que, entre unas cosas y otras…, el tiempo se ha pasado volando.
—Tengo un presentimiento —dice la italiana quitándose el pijama.
—¿Cuál?
—Que no voy a aprobar ni una.
—¡Menudo presentimiento más negativo! Espero que no tengas la misma premonición conmigo.
—Pues si te digo lo que he soñado… Salías tú haciendo un…
—¡Cállate! ¡No me lo cuentes! —grita Paula, que también se está vistiendo—. Ya estoy bastante tensa.
La italiana sonríe malévola y se sube los vaqueros, ajustándoselos por detrás. Se los abrocha y cierra la cremallera.
—No es para tanto. Solo son exámenes.
—La semana pasada no opinabas lo mismo, guapa. Y esta noche, mientras rezabas a Dios, al papa, al Vaticano o a quien fuera…, tampoco.
—Me he dado cuenta de que hay cosas más importantes.
—¿En la hora y media que has dormido?
—Sí —contesta autoconvenciéndose—. Piensa que, dentro de unos días, todo habrá acabado y regresaremos a nuestras casas.
—Lo dices como si eso te hiciera muy feliz.
—Es que me hace enormemente feliz.
—¿Tienes ganas de volver a Italia?
—Claro. Muchas.
—¿Y qué pasa con Luca?
—No sé, ¿qué pasa con él?
—¿No lo echarás de menos?
Valentina se sienta en la cama y mueve la cabeza. Coge las botas más altas que tiene y se calza la del pie izquierdo.
—No. No estamos juntos ni nada de eso.
—¿Él lo sabe?
—¿Qué tiene que saber?
—Que no estáis juntos.
—Imagino que sí. De todas formas, si no lo sabe, ya se enterará.
—Pero si él te ha dicho que le gustas, que le gustas de verdad, ¿cómo puedes ser tan fría como para acostarte con él y ahora decir que ni le echarás de menos?
—
¡Paola!
¡No seas histérica…! —exclama mientras se pone la otra bota—. Ya te lo he repetido mil veces. Estoy en Inglaterra, pienso en lo de aquí. Estoy en Italia, pienso en los italianos. En vacaciones estaré en mi país. Pues si Luca no está en mi país, no pensaré en él. Es muy fácil.
¡Qué tía! ¡Cómo se aprovecha de los chicos! Solo va a lo que va. No sabe, ante la actitud de su amiga, si echarse a reír o a llorar.
—¿Y sus sentimientos?
—¿Y los míos?
—¡Tú no tienes de eso! —Y suelta una carcajada. Al final, ha optado por lo primero.
—¡Por supuesto que tengo! Solo que son… variados y poco estables. Mis sentimientos, como mis romances, están repartidos por ahí. Soy muy joven para anclarme y regalarme a una sola persona.
—¡Es la peor excusa que he oído en mi vida para explicar que lo que te va a ti es ir de flor en flor! ¡Ni un tío hubiera quedado más en evidencia!
Dedo corazón alzado hacia arriba. Después, Valentina camina hacia el armario y elige una camisa de cuadros azul y negra. Se abrocha botón a botón, dejando libre el de más arriba y el de más abajo.
—En lugar de decir tantas tonterías, date prisa o no nos dará tiempo a desayunar.
—Si ya casi estoy.
Solo le falta adentrarse en aquella sudadera gris con capucha. Lo hace y se incorpora. Lista para su primer examen en la Universidad. Pero antes tiene que peinarse. Y, como en otras muchas ocasiones, las dos entran en el cuarto de baño para eso al mismo tiempo.
—Te ha salido un grano en la nariz —le indica la italiana, señalándoselo a través del espejo.
—¡Ostras! ¡Es verdad!
—Eso es de comer tanto chocolate.
—No como tanto chocolate.
—
Paola
, reconócelo: te pones morada cada día de chocolate. Y esa puede ser la razón por la que tengas ese granito tan feo.
—¿Seguro que es por eso?
—No lo sé. Pero es lo que dicen.
Mierda, lo que le faltaba. Un visitante inesperado en plena cara. ¡Es un presagio del día que le espera! ¡Seguro!
Las chicas se peinan, se contemplan de un perfil y de otro, y se maquillan. Solo un poco, lo justo para ir más monas. Paula intenta ocultar lo máximo posible el punto rojo que tiene en el lado izquierdo de su nariz. No hay nada que hacer. Suspira y observa cómo su amiga se da los últimos retoques con el pintalabios. Está muy pensativa. ¿Le pasará algo o será solo por los exámenes?
—¿De verdad que lo de Luca solo ha sido un… polvo? —le suelta de repente.
—¿Por qué insistes con eso ahora?
—No sé. El chico, al final, ha resultado ser un tipo más o menos normal. Y parece que realmente se siente atraído por ti.
—¿Te gusta?
—¿A mí? No. No me gusta.
—Por mí, quédatelo, ¿eh? Yo no lo quiero.
—No hables así de él, Valen. Es una persona.
Sus ojos se encuentran en el espejo. Paula teme una gran regañina por parte de su compañera de habitación. Sin embargo, esta no se altera. Cierra la barra de labios rosa con la que se ha pintado y, tras mirarse una última vez, sale del cuarto de baño.
—Date prisa, que no llegamos.
—¡Voy!
¿Por qué actúa con esa frialdad con los tíos? Debería ser más apasionada, más enamoradiza. No le pega nada comportarse de esa manera. Su carácter no es así.
—Que no se te olvide coger el diccionario —le advierte Valentina, ya preparada con la carpeta de apuntes bajo el brazo.
—¿Lo dejan en los exámenes?
—A mí, sí. A ti, no lo sé.
—No me han dicho nada.
Pero por si acaso, Paula se lo guarda dentro de la mochila. Después agarra su llave y sale de la habitación detrás de su compañera. Primero desayunarán abajo y a continuación se marcharán directamente a la Universidad.
—
Paola
.
—Dime.
—Nada, nada.
Silencio. La española está segura de que algo le sucede, pero no va a presionarla. La tensión de los exámenes la estará afectando más de la cuenta.
Las dos bajan la escalera hasta recepción y luego la que lleva hasta el comedor. Hay bastante alboroto. Las mesas están cubiertas de hojas, de libros, de apuntes… Todos apuran hasta los últimos minutos para repasar.
—
Paola
… —insiste Valentina, de nuevo.
—¿Qué te ocurre?
—¿Y si en Italia echara de menos a Luca Valor?
¿¡Qué!? ¡Ahora le viene con esas! La mira y la quiere matar. Aunque le encanta que le haya hecho esa pregunta. Así que era eso lo que sucedía… Valen no está pensando en los exámenes. Su cabeza está en otra parte.
—Sería una muy buena señal.
—¿Tú crees?
—Sí. Ojalá te pasara.
—¿Por qué tienes tanto empeño en que ese chico y yo estemos juntos?
—Porque así os tiraríais los trastos a la cabeza, uno a otro, y me dejaríais a mí tranquila.
Y, tras responderle medio en broma medio en serio, le da un beso en la mejilla. Coge una bandeja y se sirve un cruasán relleno de chocolate en un plato. De pronto recuerda lo de su granito y, disimulando, lo vuelve a dejar en la bandeja de la que lo cogió.
—Te he visto —le suelta su amiga, que va detrás—. Pero no se lo diré a nadie.
—Gracias.
—Pero tú tampoco le dirás a nadie lo que te he preguntado.
—¿Ni a Luca?
—A él, menos.
—Eso es que te estás enamorando de ese chico.
Silencio. Paula mira hacia atrás y contempla a su amiga. Se ha puesto muy roja. Sus manos están temblorosas y se muerde con fuerza el labio inferior.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras así?
—¡Te has puesto nerviosa cuando te he dicho que te estás enamorando de Luca!
—¡De eso, nada! ¡Mira para adelante! —exclama furiosa—. Y coge algo que no contenga chocolate, anda.
—Vale, vale…
—Tu cara terminará pareciendo una paella de esas que preparáis en España.
—¡No hace falta que te pongas así!
Y sonríe. Le resulta muy divertida aquella situación. Está clarísimo lo que sucede.
Paula le hace caso a su amiga. Y, junto al café con leche, se sirve unos huevos revueltos con bacon. No suele comer ese tipo de
British breakfast,
pero de esa forma almacenará energía para toda la mañana. Le va a hacer falta.
Valentina se sirve lo mismo. A ella también le vendrá bien, aunque no está acostumbrada a esa clase de desayunos en Italia. Claro que en su país tampoco estaba habituada a otro tipo de cosas que ahora sí está viviendo allí en Londres.
Por ejemplo, a enamorarse.
Esa mañana de diciembre, en un lugar de la ciudad
Se frota las manos para entrar en calor ¡Qué frío hace!
El invierno está ya encima. Lo prefiere. No suda tanto y puede ir más cubierta de ropa. Vale, los kilos de más se le notan igual, pero de esa manera los enseña menos.
Camina por la calle nerviosa. Pandora solo piensa en una cosa: hablar con Alejandro. Y hacia el bibliocafé se dirige para hacerlo. Su turno no es hasta esta tarde y ahora tiene clase en el instituto. Pero es que necesita hablar con él ya. Cree que ha llegado el momento.
¡Le apetece muchísimo gritar! ¡Por fin le va a confesar lo que siente!
O no. Eso dependerá de que su corazón no estalle en el instante en el que le diga que le quiere. La decisión está tomada. A medias. Necesita valor y… una tila.
Pandora está muy agitada. Anoche, después de cenar, siguió completando la lista de «cosas que hacer para ser una novia digna de Alejandro Oyola». Tras anotar lo de practicar ejercicio y ponerse a dieta, escribió dos puntos muy importantes: «ser positiva y tener más confianza en sí misma». Ahí fue donde supo que hoy tenía que exponerle sus sentimientos. No puede esperar más tiempo. Ni por él, ni por ella.
¡Dios, va a declararse! No se lo termina de creer. Hasta que no salgan las palabras mágicas de su boca, no lo hará.
Histérica, mientras escuchaba más canciones de Glee, añadió un nuevo propósito en su libreta: «intentar ser más sociable con la gente y no aislarse del mundo». Este apartado será complicado. Ella es una chica muy solitaria y le cuesta relacionarse. Pero si Alejandro es un escritor famoso y está acostumbrado a hablar con unos y con otros, no le queda más remedio que aplicarse. Se imagina en una cena importante en la que recibe un premio a la mejor novela del año… Aplausos, brindis, celebraciones…, y ella callada, en una esquina, amargada. ¡No! ¡Eso no va a pasar! Debe ser más extrovertida. El Manhattan es un buen sitio para aprender a soltarse. ¿En qué profesión una habla más con la gente que en la de camarera?
Se superará a sí misma. Y hará lo que haga falta para conseguirlo.
Sigue andando, sonriendo, imaginando situaciones fantásticas junto a él. Ser la novia de Alejandro Oyola… ¿empieza a convertirse en una obsesión?
Eso le recuerda a una película que vio una vez en la que una chica se enamora locamente de un compañero de clase y lo persigue a todas horas a escondidas. Incluso mata a su novia, haciendo que parezca un accidente. Entonces aprovecha su bajo estado de ánimo para acercarse más a él y consolarlo. Hasta se enrollan y todo eso. Evidentemente, al final de la peli la descubren.
¡A ella no le hará falta llegar tan lejos! El escritor ya no tiene novia… Y tampoco le haría daño a una mosca. Aunque muchas veces se le pasó por la cabeza vengarse de todos esos que la han llamado
Panfoca
o
Pangorda
. La gente es muy cruel y no sabe que ella, aunque muy escondidos, también tiene sentimientos.
¿Está preparada para un no?
Punto tres y cuatro de la libreta: ser más positiva y tener confianza en sí misma. No habrá un no. Él es un buen chico, que no solo se fija en las apariencias ni en el físico. ¡Segurísimo! Aunque su exnovia esté buenísima y él sea un diez, y ella solamente un dos con cinco. ¡Confianza! ¡Positivismo!
Final del trayecto. Ha llegado al bibliocafé. Puede echarse hacia atrás y renunciar o dar un paso adelante y ver qué pasa. Es consciente de que su vida no será la misma si entra ahí y se confiesa. Ni con un sí ni con un no.
¿Qué hace?
Ya está, decidido. Toma aire, llenando los pulmones al máximo, y lo expulsa con fuerza.
—¡Hola! —saluda con más entusiasmo de lo normal cuando entra en el Manhattan.
El camarero que está es Joel.