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Authors: Laura Connors

Tags: #Romántico

Canción de Nueva York (15 page)

BOOK: Canción de Nueva York
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Beth se secó una lágrima. Maya le tomó una mano y le dio un abrazo. Sabía lo mal que lo estaba pasando su amiga y se sentía fatal por no haber estado más pendiente de ella.

—Se lo voy a decir esta noche —dijo Beth con la voz quebrada—. Será un ultimátum; si quiere que sigamos juntos, tendremos que cambiar por completo. Será todo… o nada.

Capítulo 15

Maya acabó de fijar la esquina de la sábana contra la pared. Después comprobó que la tela estuviese completamente pegada al muro, bien tensa por todas partes. La pared era enorme, como el garaje de la casa de campo en la que se encontraba. Estaba a las afueras de Nueva York, y era propiedad de Lyle, el amigo gay de Trudy al que había conocido viendo un partido de baloncesto. Desde aquel día, había quedado varias veces con Lyle y su pareja a cenar y tomar unas copas. Maya se lo había presentado a Paul y los dos hombres habían congeniado muy bien. Cuando Maya le contó a Lyle su plan, este decidió colaborar con entusiasmo.

—Conozco el lugar ideal para que montes tu escenita —le había dicho Lyle—. Tengo una casa en las afueras con un garaje enorme y bastante despejado. Y también tengo un proyector y unos altavoces increíbles.

Y no se había equivocado. Aquel lugar era perfecto para llevar a cabo la sorpresa que estaba preparando. Las paredes laterales del garaje estaban vestidas de ladrillos rojos, creando un ambiente muy acogedor. A juzgar por el tamaño del proyector y de los altavoces, debían de ser tan buenos como caros. Lyle los había dejado previamente montados junto al equipo de video, por lo que Maya solo tuvo que introducir el DVD en el reproductor.

Pese a haberlo revisado todo tres veces, Maya dedicó diez minutos más a hacer una última comprobación. Cuando estuvo segura de que todo estaba en orden, se fue al pequeño baño adyacente al garaje y terminó de arreglarse. Su mano tembló cuando sintió el objeto frío y pequeño que guardaba en su bolsillo. Maya salió del baño y subió de dos en dos las escalares que daban a la casa. Estaba eufórica y también muy nerviosa.

Paul la esperaba tomando una copa en el salón. Maya le había llevado a casa de Lyle con la excusa de pasar una noche alejados de la ciudad, en un entorno relajado y tranquilo. Al principio Paul le puso muchas pegas, pero Maya fue tan insistente, que el hombre acabó por aceptar la propuesta. Maya se acercó desde una puerta que estaba a su izquierda, con lo que él no la vio venir. Paul tenía el ceño fruncido y parecía preocupado por algo. Daba igual. Maya estaba convencida de que en pocos minutos eso cambiaría.

—Ya está, ya puedes venir —anunció Beth con una sonrisa radiante.

Paul se giró hacia ella y la expresión de su cara se suavizó.

—Estoy muerto de curiosidad.

—No tan rápido, amigo. Primero ponte esto —dijo Maya, mostrando un pañuelo negro—. No quiero que veas nada hasta que yo te diga.

—Espero que no seas una psicópata sexual —dijo él.

—Eso dependerá de cómo te portes.

Maya le condujo hacia la puerta y le ayudó a bajar las escaleras que daban al garaje. Paul olisqueó el aire y sonrió.

—¿A qué huele aquí? ¿Palomitas?

—Ven, por aquí —dijo Maya ignorando su pregunta y conduciéndole a través del laberinto de trastos—. Ya puedes quitarte esto —dijo retirándole el pañuelo a Paul.

Los ojos de Paul se abrieron exageradamente al contemplar la escena. La habitación estaba en penumbra, pero se podía ver la silueta de un Cadillac descapotable en medio de la estancia. Era muy parecido al que habían utilizado cuando Maya y él fueron al cine de verano la primera vez que se conocieron, hacía muchos años. La pared del fondo del garaje estaba ocupada en su mayor parte por una sábana blanca que recibía la luz de un proyector instalado en el techo. En los asientos del coche reposaban dos cubos desbordados de palomitas y dos vasos gigantes de refresco.

Maya había montado un pequeño cine de verano en el garaje de Lyle.

—Vaya, esto es… increíble —dijo Paul, impresionado.

—Deme su billete, caballero —dijo Maya, tocada con una gorra de acomodador—. Y siéntese, la película va a empezar en un instante.

Maya le abrió la puerta y Paul se metió en el asiento trasero del coche. La mujer manipuló el mando del proyector, se quitó la gorra y se sentó junto a él.

—Espero que te guste —le dijo al oído—. Creo que hoy ponen una peli muy buena.

—Seguro que me gustará —respondió Paul. Maya creyó detectar un fulgor especial brillando en sus ojos. Parecía mucho más relajado.

Maya cogió un puñado de palomitas y se las llevó a la boca, satisfecha. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Las imágenes aparecieron en la pantalla mientras en los altavoces comenzó a sonar la música. Tras unos segundos, Paul se dio cuenta de cuál era la película que se disponían a ver.

—¡
Único testigo!
—dijo, impresionado.

—Me enteré de que la reponían y pensé que sería una buena ocasión para recordar los viejos tiempos —dijo Maya, restándole importancia.

—Pero, es, es… —Paul no acabó la frase. Se giró hacia Maya y la besó.

La película comenzó. Las voces de Harrison Ford y Danny Glover sonaban en el ambiente, pero Paul y Maya no les prestaban atención. En lugar de eso, se estaban desnudando mutuamente en el asiento trasero del Cadillac, como dos veinteañeros que no tuviesen un lugar mejor. Hicieron el amor entre palomitas, apasionadamente, pero sin prisas, disfrutando del roce de sus cuerpos, deleitándose con sus abrazos y caricias. Maya perdió la noción del tiempo. Durante unos minutos se sintió realmente plena, fundida con el hombre al que quería con toda su alma. El
bip
del teléfono de Paul sonó varias veces, avisando de que había recibido varios mensajes, sin que ninguno de los dos lo oyeran.

Mientras hacían el amor, los últimos años de Maya pasaron fugaces por su mente, como sombras en un espejo. Sabía que había perdido un tiempo precioso alejada de Paul, pero no le importaba. No pensaba separarse de él nunca más.

Cuando hubieron acabado, se taparon con una manta que Maya había dejado en el asiento y contemplaron abrazados la pantalla, sin decir nada. No hacía falta. Maya le sentía más cerca que nunca, como si sus almas se hubiesen entrelazado de una forma especial. Sin poder controlarlo, una lágrima de felicidad resbaló por su mejilla. Paul se dio cuenta y le sonrió. El teléfono de Paul sonó de nuevo, pero ellos seguían envueltos en su mundo de recuerdos y sensaciones.

En ese momento Harrison Ford y Kelly McGillis se encontraban en un viejo granero, intentado arreglar un coche averiado. Harrison consiguió poner el motor en marcha y la radio del vehículo comenzó a funcionar. Una melodía conocida sonó mientras Harrison sonreía, siguiendo el ritmo y golpeando el techo con las manos, mientras tarareaba la canción. Después se dirigió hacia Kelly McGillis mirándola fijamente. La mujer estaba hipnotizada por el influjo que él ejercía sobre ella. Ambos rieron y se pusieron a bailar por el granero al ritmo de la canción.

Don't know much about history

Don't know much biology

Don't know much about a science book

Don't know much about the french I took

But I do know that I love you

And I know that if you love me too

What a wonderful world this would be…

Había llegado el momento. Maya recogió su pantalón del suelo y metió la mano en el bolsillo. Cogió algo de su interior y se lo ocultó tras la espalda. Paul tarareaba la canción a su lado, con expresión de tranquilidad y los ojos entrecerrados. Maya le tocó la cara suavemente y él la miró.

—Tengo… tengo algo muy importante que decirte —dijo Maya, titubeante.

Paul sonrió.

—¿Me vas a decir el precio de la entrada del cine?

—Es incluso más importante —dijo Maya algo más relajada.

—Te escucho atentamente.

Maya inspiró profundamente y comenzó a hablar.

—Desde que volvimos a encontrarnos no he hecho más que darle vueltas al mismo asunto una y otra vez —aseguró—. Sé que cometí un gran error hace quince años marchándome de tu lado. Y que empeoré las cosas año a año, cada vez que llegaba una de tus cartas y yo las dejaba sin respuesta. Ahora me doy cuenta de que he perdido quince años de mi vida lejos de ti, y lo que es peor, también he hecho que tú los perdieses.

Paul hizo ademán de contestar pero Maya le frenó.

—Déjame que acabe por favor. —Una lágrima brotó de repente, incontrolable—. Pasaste quince años esperándome, sin recibir ni una sola respuesta. Pero no es eso lo que me hace estar hoy aquí contigo, a punto decir la frase más importante de mi vida. El verdadero motivo es que, después de tanto tiempo, yo tampoco he podido olvidarte. Siempre te tenía presente, siempre. Y ahora, al volver a tenerte, todo lo que he guardado en mi interior se ha desbordado sin que yo lo pueda controlar.

—Maya…

—Sé que eres el hombre de mi vida. Y sé que yo soy la mujer de tu vida. Para siempre. Paul, ¿quieres casarte conmigo? —dijo Maya ofreciéndole su antiguo anillo de compromiso.

Capítulo 16

Fueron los diez segundos más largos de toda su vida. Maya contempló la sucesión de emociones reflejadas en el rostro de Paul sin atreverse a hablar. Estaba claro que él no se había esperado para nada su petición. Al principio Paul abrió los ojos con incredulidad, luego una sonrisa se dibujó en su rostro y Maya creyó que se iba a abalanzar sobre ella y a besarla. Pero tras varios segundos la expresión de su cara se fue ensombreciendo hasta que Paul retiró la mirada.

—Es un poco… precipitado —dijo finalmente, dejando a un lado el anillo de compromiso.

Maya se quedó pasmada, sin saber qué contestar. Estaba segura de que Paul iba a decir que sí, lo había visto en sus ojos. Pero de repente, igual que había sucedido en otras ocasiones, apareció una nube gris y todo cambió. En otra ocasión Maya lo hubiese dejado estar, sabía que al poco tiempo Paul volvía a ser el de siempre. Pero no ahora.

—¿Qué sucede, Paul? ¿Es por algo que he hecho?

Él permaneció callado, con la vista fija en suelo.

—Comprendo que creas que todo esto es muy precipitado, incluso que es una locura, pero sé que te ocurre algo más —insistió Maya—. Estoy empezando a cansarme de tus cambios de humor.

En ese momento sonó de nuevo el teléfono de Paul. Era la segunda vez que sonaba en los últimos minutos.

—Tengo… tengo que cogerlo.

Maya le miró estupefacta, no se podía creer que en un momento así prefiriese coger el teléfono en vez de contestarle.

—Es muy tarde, debe de ser del hospital. Ya me han llamado antes —se justificó antes de descolgar—. Al habla Paul Miller, ¿dígame?

Maya no pudo escuchar a su interlocutor, pero por la expresión de Paul, debía de tratarse de algo serio.

—¿Estás segura? —preguntó Paul—. Está bien, voy inmediatamente.

Paul colgó el teléfono. Su cara reflejaba una profunda preocupación y los músculos de su mandíbula estaban muy tensos. La boca era una pequeña línea en forma de «u» invertida.

—Ha… surgido un problema con un paciente. Lo siento, Maya, pero tengo que marcharme.

Paul comenzó a vestirse a toda prisa mientras Maya le observaba como si estuviese en trance. Tenía unas ganas locas de gritarle, de decirle que él no era el único médico disponible en el hospital. También quería rogarle que no se fuese, que se quedase con ella y que la abrazase toda la noche. Pero no se sentía con derecho a hacerlo, no después de todo lo que había pasado.

Paul acabó de vestirse y se acercó a ella. Maya se movía en un sueño, en una pesadilla. Sintió los labios de Paul dándole un sencillo beso en la mejilla y le oyó despedirse con la voz amortiguada.

—Te llamaré luego… Adiós —dijo, instantes antes de dejarla sola.

Cuando oyó la puerta cerrarse, Maya se derrumbó. Lloró de rabia y de incomprensión, lloró de pena, pero sobre todo lloró de dolor. Se había convencido de que Paul necesitaba que le diesen un empujón, una muestra de que ella estaba verdaderamente comprometida en aquella relación. Pero se había equivocado y ahora estaba pagando las consecuencias.

Entonces vio algo en el suelo del coche, tirado junto a su ropa revuelta, que le llamó la atención. Era el móvil de Paul. Debía de habérsele caído justo después de hablar por teléfono, cuando se estaba vistiendo. Maya cogió el teléfono y miró por la ventana. El coche de Paul estaba en el patio, con el motor en marcha. Maya cruzó la casa corriendo totalmente desnuda y salió al exterior, pero ya era demasiado tarde. El coche de Paul se alejaba por el camino empedrado. Maya gritó, pero Paul no la oyó.

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