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Authors: Laura Connors

Tags: #Romántico

Canción de Nueva York (6 page)

BOOK: Canción de Nueva York
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Ania cogió la servilleta y se la llevó a la mejilla.

—No es nada —dijo—. Solo se me ha metido algo en un ojo.

—Ya —dijo Trudy.

—¿Siempre ponía lo mismo? —preguntó Beth.

—La carta era un poco diferente cada vez. Se notaba que cada año era más maduro, pero el mensaje era el mismo, siempre.

—¿Y tú que le contestabas? —preguntó Ania.

Maya se quedó callada unos segundos. De repente se levantó de la mesa y se fue en dirección al baño, dejando a sus amigas desconcertadas y preocupadas en torno a la mesa. Beth se levantó tras ella, pero Trudy la sujetó.

—Déjala, dale un poco de tiempo —le pidió.

—¿Pero qué es lo que le contestaba? —quiso saber Ania, que no entendía nada de lo que estaba sucediendo.

—Nada, no le contestaba nada —respondió Trudy—. Nunca le contestó.

—Joder —dijo Beth—. ¿Y él siguió escribiendo todos los años sin recibir nunca una respuesta?

—Todos los años, el mismo día. Bueno, todos salvo este último año.

—Pobrecita —dijo Ania, que volvió a secarse las lágrimas con el pañuelo.

—Hoy es catorce de marzo. Hace un mes que Maya no recibe la carta anual de Paul —razonó Beth—. A todas nos extrañó que Maya decidiese volver así de golpe a Nueva York. Su decisión de regresar no tendrá nada que ver con esa carta, ¿no?

—Eso tendrás que preguntárselo a ella —dijo Trudy—, aunque no creo que ni ella misma lo sepa. No está pasando por un buen momento.

—Tenemos que hacer algo para animarla. No puedo verla así —dijo Ania.

—Por eso os he reunido aquí, chicas. Tenemos que hacer que no se meta en un agujero con su madre y se convierta en una abogada amargada y solterona.

—Tienes razón. Ya sabéis mi lema con los desamores —dijo Ania—. Un clavo quita a otro clavo. No hay nada como un hombre para olvidarte de otro.

Beth la miró y enarcó una ceja, poco convencida.

—¿Y Paul? ¿Ha hablado ya con él? —dijo Beth—. Tal vez lo mejor sería que fuese a verle. Yo sigo manteniendo contacto con él y que yo sepa no está comprometido.

—No seas inocente. ¿Por qué crees que Paul no le ha mandado una carta este año? —dijo Trudy—. Además, ¿hace cuánto que no sabes nada de él? Más de un año, ¿verdad?

Beth tuvo que admitir que era cierto. Llevaba sin ver a Paul mucho tiempo, más de una año. En aquel entonces seguía soltero y sin compromiso, pero no había vuelto a saber nada de él desde entonces. En todo ese tiempo podría haber encontrado una novia e incluso haberse casado.

—Creo que Tru tiene razón. Paul es un hombre muy atractivo y probablemente haya encontrado a alguien con quien se sienta a gusto —dijo Ania—. No va a estar esperando a Maya toda la vida.

—Aun así, creo que debería hablar con él. Paul se lo merece, ¿no creéis? —dijo Beth.

—¿Y qué va a decirle? ¿Cómo va a justificar que no le contestó ni una sola vez en quince años? —replicó Trudy—. Hay que ser realistas, lo tiene muy difícil, aunque si quiere hablar con él, que lo llame y se deje de tonterías. Pero mientras, tenemos que obligarla a que haga vida social y que conozca a gente.

Beth no parecía del todo convencida, pero Ania movió la cabeza afirmativamente.

—Vamos, Beth, tú siempre dices que hay que disfrutar del momento. Pues que ella disfrute, y si acaba con Paul, bien estará. Pero si encuentra a otra persona, también estará bien, ¿no?

—De acuerdo —dijo Beth, finalmente—. ¿Qué propones?

Durante los siguientes cinco minutos, Marco, uno de los camareros del restaurante, observó cómo las tres chicas de la mesa siete cuchicheaban en voz baja. Cuando la mujer que vestía como una mezcla entre colegiala y ama de llaves apareció de nuevo, proveniente del servicio, las tres que había en la mesa volvieron a sus posiciones y pusieron su mejor sonrisa. «Mujeres», pensó Marco mientras les llevaba los cuatro daiquiris que habían pedido.

Capítulo 5

Maya regresó al trabajo bajo los efectos desestabilizadores de cuatro margaritas y dos daiquiris. Llegaba al despacho más de una hora tarde, pero no tenía ninguna reunión ni había quedado con nadie, así que tampoco importaba demasiado. Una vocecita en su interior le decía que estaba realmente mal llegar tarde su primer día, pero el alcohol se encargaba de acallarla.

La mujer se miró en el espejo del ascensor. Tenía un aspecto lamentable. Trudy le había dejado otro liguero para que se recompusiese la media, pero estaba menos tenso y no conseguía sujetarla lo suficiente, con lo que por muchos esfuerzos que hiciese, siempre tenía una media más corta que la otra. Menos mal que iba sola.

Maya recordó el numerito que había montado en el restaurante delante de sus amigas. Estaba bastante avergonzada, pero cuando regresó a la mesa, las chicas se portaron como si nada hubiese sucedido. No le hicieron más preguntas indiscretas ni insistieron en el tema, y Trudy y Ania no pararon de contar anécdotas graciosas de sus muchos amoríos.

En el fragor de la conversación, y animadas por el exceso de alcohol, quedaron en ir esa misma noche a la inauguración de una exposición de un pintor amigo de Trudy. Ahora que lo pensaba, a Tru nunca le había gustado la pintura, así que Maya supuso que sería una de las conquistas más recientes de su amiga.

Trudy salió del ascensor en la planta doce y se dirigió a su despacho con sigilo. Su intención era esconderse durante toda la tarde y esperar a que la mayoría de la gente se hubiese ido para marcharse. Casi no se cruzó con nadie del bufete. Tal vez su mala suerte le estuviese dando una tregua. Cuando iba a abrir la puerta, una voz sonó a su espalda.

—Maya, menos mal que te encuentro —dijo David—. El jefe lleva toda la tarde buscándote. Está como loco.

Maya se dio la vuelta.

—Vaya, qué sorpresa. ¿Y tiene que ser ahora mismo?

David movió la cabeza afirmativamente.

—¿Estás bien? —preguntó David mirándola con extrañeza—. Te noto un poco rara.

—Perfectamente —mintió—. Dame solo un segundo. Voy a dejar el bolso y en seguida estoy contigo.

Maya entró el despacho y bebió un sorbo de agua de una botella que había sobre su mesa. Cogió un caramelo de menta ultra fuerte y se lo metió en la boca. Se había lavado los dientes después de comer, pero la peste a alcohol no se desvanecía fácilmente. Se notaba torpe por los efectos de las margaritas, aunque suponía que eso no tendría demasiada importancia. Lo más probable era que su jefe quisiera despedirla por la metedura de pata con el señor Sharpe. Iba a batir todos los récords del bufete. En un solo día había perdido a su mejor cliente e iba a ser puesta de patitas en la calle.

Maya siguió a David hasta el despacho del señor Winterbrook. El hombre levantó la mano para tocar a la puerta, pero en el último momento detuvo el gesto y se volvió hacia ella.

—Creo que sería mejor si te quitases las dos medias —dijo David con cara de circunstancias—. Tal como las llevas ahora mismo… queda un poco… raro.

Maya se miró las piernas. La media izquierda había cedido tanto que estaba arrugada a la altura de la rodilla. La derecha estaba muy estirada y desaparecía por debajo del vestido.

—Mierda —dijo inconscientemente. Los efectos del alcohol eran bastante peores de lo que había pensado. De hecho las últimas copas se le estaban subiendo a la cabeza en ese momento—. Creo que tienes razón.

—Espera, yo vigilo —dijo David yendo hacia la esquina del pasillo—. Vamos, ahora no viene nadie.

Maya se quitó las medias delante de la puerta del despacho de su jefe. No fue tarea fácil, parecía que aquel trozo de tela elástica tuviese vida propia, y además, sus manos se resistían a obedecer las órdenes de su cerebro.

—¡Uff! ya está —dijo al terminar, mostrándole a David su trofeo. Dos medias negras hechas un ovillo arrugado.

Entonces se dio cuenta de que se había dejado el bolso en su despacho y no tenía dónde dejarlas. David pareció leerle el pensamiento.

—Trae —dijo cogiendo las medias—. Yo tengo bolsillos.

David guardó las medias y llamó a la puerta antes de entrar.

—Adelante —se oyó desde el otro lado. Aquella voz no presagiaba nada bueno.

El despacho no era demasiado grande ni ostentoso, estaba decorado con gusto sobrio. Un hombre de unos setenta años, con gafas de pasta y expresión seria, la miraba desde detrás de una enorme mesa de ébano. Era su jefe, el señor Winterbrook.

—Déjenos solos, David —dijo a modo de saludo. Su voz era áspera y cortante.

Maya sonrió a David tontamente mientras este salía y cerraba la puerta del despacho.

—Señorita Kowalsky, acabo de hablar con nuestro mejor cliente, el señor Sharpe —dijo muy serio.

—Déjeme explicarle lo sucedido. Ha sido todo un malentendido.

—¿Un malentendido?

—Así es, señor. La goma salió volando y yo no quería…

—¿La goma?

—Sí, la goma de mi…

El hombre se levantó de su asiento y la interrumpió.

—No sé qué ha hecho ni cómo lo ha hecho —dijo Winterbrook muy serio—. Pero ha logrado lo que no había hecho nadie en todo este tiempo… satisfacer al señor Sharpe. Mi más sincera enhorabuena.

—¿Cómo dice?

—Lo que ha oído. El señor Sharpe está muy satisfecho con su trabajo.

—Vaya… Muchas gracias —dijo Maya sin entender nada.

—El señor Sharpe ha puesto mucho énfasis en lo brillante de su estrategia y quiere ponerse a trabajar en ella de inmediato —continuó Winterbrook—. Incluso me ha leído algún pasaje de su informe.

Una lucecita se encendió en la parte del cerebro de Maya que aún no estaba ahogada por los cócteles. Su cliente, el señor Sharpe, se había marchado hecho una furia del despacho, pero se había llevado consigo el informe. Durante la reunión debió de ojearlo, probablemente le entró curiosidad y acabó de leerlo más tarde.

—Bueno, eso es muy… halagador —dijo Maya.

—El señor Sharpe es uno de los hombres más importantes del estado, aunque no lo parezca. Si conseguimos sacar adelante el juicio y retenerle con nosotros, daremos el salto de calidad que nos hace falta, y atraeremos a nuevos e importantes clientes —dijo con un brillo de codicia en los ojos—. Confío en usted, señorita Kowalsky.

—Claro, cuente conmigo —respondió Maya aún sin creérselo del todo.

—El señor Sharpe quiere que tengan un almuerzo de trabajo mañana mismo. Comerán ustedes en el Marriot, a las doce y media. ¿Le parece bien?

—Claro, estaré encantada… y preparada.

—Eso es todo, señorita Kowalsky. Muchas gracias y bienvenida al barco. No podía empezar usted con mejor pie.

—Gracias, señor Winterbrook. Ha sido un día muy… completo.

Maya salía del despacho sin creerse muy bien lo que acababa de suceder cuando la voz de su jefe sonó a su espalda.

—Ah, señorita Kowalsky, una última cosa.

—Dígame.

—Lleva usted manchado el vestido —dijo Winterbrook con la primera sonrisa que Maya veía en su rostro serio—. Llévelo al tinte. Por el olor diría que es alcohol y esas manchas son difíciles de quitar. Lo sé por experiencia.

Capítulo 6

Maya no era una experta en arte moderno, pero le gustaba lo bastante como para acudir con frecuencia a exposiciones. Disfrutaba de la pintura sin pretensiones exageradas pero también sin complejos. Si una obra le llegaba o le transmitía alguna emoción, lo apreciaba de veras, sin caer en maneras de esnob. No estaba de acuerdo con aquellos que eran capaces de encontrar algo radical y brillante en cualquier obra por el solo hecho de ser moderna.

Los cuadros que estaba contemplando en esos instantes entraban dentro de la primera categoría. Eran sencillos pero frescos, tenían mucha fuerza, y a Maya le parecía que se requería un talento especial para crearlos. Ella misma era pintora aficionada, aunque se consideraba bastante poco dotada, y sabía lo difícil que era crear algo así.

—Fíjate en esto —dijo Ania, señalando uno de los cuadros que a Maya más le había gustado—. Parece que lo haya hecho un niño daltónico de tres años o un borracho en sus horas bajas.

Estaba claro que a Ania también le había impresionado la obra, pero de otra manera. Trudy las había invitado a la inauguración de la exposición de un artista que ella conocía, en una galería del Soho. La muestra ocupaba la última planta de una antigua fábrica y había congregado a un público muy amplio y aún más diverso. Ania llevaba un vestido de noche corto y muy elegante, probablemente de alguna firma muy cara y famosa, mientras que a su lado había dos jóvenes de estética gótica que miraban los cuadros con interés.

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