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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

Caníbales y reyes (15 page)

BOOK: Caníbales y reyes
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Para un antropólogo moderno, esta fuerza en el vínculo entre el hermano de la madre y el hijo de la hermana sugiere claramente la existencia de una organización matrilineal anterior. Además, la descripción de Tácito sobre el status relativamente alto de las mujeres en la antigua Germania está sustentada por los descubrimientos de mujeres vestidas como guerreros y enterradas al lado de hombres vestidos del mismo modo. Livy informa que las curiae, o primeras divisiones administrativas, recibieron este nombre por las sabinas a las que supuestamente violaron los seguidores de Rómulo. Por último, Briffault afirma que la nomenclatura romana de parentesco hacía una distinción entre el hermano del padre y el hermano de la madre. El primero se llamaba patruus y el segundo, avunculus. La palabra latina que significa antepasado es avus. Por ello, como ocurriría en el caso de un sistema matrilineal, el hermano de la madre era designado con una palabra que denotaba el antepasado común con el hijo de la hermana. (El hecho de que la palabra inglesa «uncle» —tío— derive de la palabra que significa «hermano de la madre» denota la importancia anterior de las relaciones hermano de la madre-hijo de la hermana).

Las figurillas y las estatuas femeninas encontradas en muchas culturas pre-estatales de Europa y el Sudeste Asiático ofrecen otra línea de pruebas que sugiere organizaciones matrilineales. Por ejemplo, en Malta, el Templo de Tarxien, erigido con anterioridad al 2000 antes de nuestra era, contenía una estatua de piedra de un metro ochenta de altura de una mujer gorda, sentada. El tema de las «señoras gordas» se repite en varias versiones menores encontradas en los templos malteses, asociadas con los entierros humanos, los altares y los huesos de los animales sacrificados, lo cual indica el culto a los antepasados femeninos.

Aunque la mayoría de estas pruebas pertenecen principalmente a la formación de los estados secundarios en Europa, son lo bastante consistentes para garantizar la inferencia de que los estados prístinos habían pasado antes por una etapa matrilineal semejante. Pero si la hubo, ya sea para los estados prístinos o secundarios, debió ser breve. Lo que discernimos a través de los escritos de los historiadores griegos y romanos clásicos son los rastros persistentes de sistemas que ya habían retornado a la descendencia patrilineal. Muy pocas sociedades estatales antiguas o modernas tienen descendencia matrilineal o practican la matrilocalidad (motivo por el cual Herodoto describió a los lisios como diferentes a «todas las demás naciones del mundo»). Con el surgimiento del estado, las mujeres volvieron a perder influencia. De Roma a China fueron definidas legalmente como pupilas de sus padres, maridos o hermanos. Creo que el motivo de esto reside en que la matrilocalidad ya no era funcionalmente necesaria para el reclutamiento y el entrenamiento de las fuerzas armadas. Los estados libran batallas mediante especialistas militares cuya solidaridad y eficacia dependen de los rangos jerárquicos y la disciplina estricta, no de la residencia posmarital común. En consecuencia, el surgimiento del estado vio que el antiguo complejo de supremacía masculina volvía a afirmarse con todas sus fuerzas. No creo que sea un accidente el hecho de que los siuai, los trobriandeses y los cherokees pre-estatales practiquen la guerra externa y tengan organizaciones matrilineales mientras el estado bunyoro, que practica una guerra aún más externa, cuenta con instituciones patrilineales y un fuerte conjunto institucional de supremacía masculina.

Una vez que los estados prístinos se han formado en una región dada, los estados secundarios comienzan a desarrollarse bajo diversas condiciones especiales. Algunos estados secundarios se forman para defenderse de las invasiones depredadoras realizadas por sus vecinos más adelantados; otros se desarrollan a consecuencia de los intentos por asumir el control de las rutas comerciales estratégicas y el volumen incrementado de mercancías en tránsito que generalmente acompañan el crecimiento de los estados en cualquier región. Y otros se forman como parte de un intento de los pueblos nómadas que viven en los límites de un estado a fin de saquear su riqueza. Los estados encontrados en regiones de densidad relativamente baja y no atascados siempre han de analizarse teniendo en cuenta estas posibilidades, antes de llegar a la conclusión de que la intensificación y las presiones reproductoras no provocaron la evolución de los estados prístinos de la región. Por ejemplo, los pueblos pastores de baja densidad —turcos, mongoles, hunos, manchúes y árabes— han desarrollado repetidamente estados, pero sólo después de depredar los imperios chino, hindú, romano y bizantino preexistentes. En el oeste de África, los estados secundarios se desarrollaron a consecuencia de los intentos musulmanes y europeos para controlar el tráfico de esclavos, de oro y de marfil, mientras en el África austral los zulúes desarrollaron, en el siglo XIX, un estado para enfrentar la amenaza militar planteada por los colonizadores holandeses que invadieron su tierra natal.

En mi opinión, lo más destacado de la evolución de los estados prístinos es que tuvo lugar como consecuencia de un proceso inconsciente: los participantes de esta enorme transformación parecen no haber sabido lo que estaban creando. Mediante cambios imperceptibles en el equilibrio redistributivo de una generación a la siguiente, la especie humana se comprometió con una forma de vida social en la cual la mayoría se degradaba en nombre de la exaltación de la minoría. Como dice Malcolm Webb, al comienzo del extenso proceso nadie podía prever el resultado final. «Incluso a la vez que se integraba, el igualitarismo tribal desaparecería gradualmente, sin conciencia de la naturaleza del cambio, y en ese punto la consecución final del control absoluto sólo parecería una alteración menor de la costumbre establecida. La consolidación del poder gubernamental habría tenido lugar como una serie de respuestas naturales, provechosas y sólo ligeramente (si es que lo eran) extralegales con respecto a las condiciones actuales y cada nueva adquisición del poder estatal sólo representaba una leve desviación de la práctica contemporánea». En el momento en que los restos del antiguo consejo quedaran definitivamente impotentes ante el poder creciente del rey, nadie recordaría la época en que el rey sólo había sido un mumi glorificado cuyo status exaltado se basaba en la benevolencia de sus amigos y parientes.

A quienes opinan que mi explicación de la evolución de la cultura es demasiado determinista y mecánica, propongo que analicen la posibilidad de que en este mismo momento volvemos a atravesar lentamente una serie de cambios «naturales, provechosos y sólo ligeramente… extralegales» que transformarán la vida social de un modo que muy pocos de los que hoy estamos vivos desearíamos imponer conscientemente a las generaciones futuras. Evidentemente, el remedio para esa situación no puede consistir en la negación de un componente determinista en los procesos sociales; más bien debe residir en llevar ese componente a la luz de la comprensión popular.

Pero más adelante volveremos a referirnos a las implicaciones morales de este relato. La tarea inmediata que aparece ante nosotros consiste en rastrear las consecuencias adicionales de la aparición del estado en el contexto de las distintas pautas regionales de intensificaciones, agotamientos y crisis ecológicas. Me ocuparé en primer lugar de la historia trágica de Mesoamérica.

8 Los estados precolombinos de Mesoamérica

Algunos arqueólogos sostienen que las presiones ecológicas y reproductoras tuvieron poco que ver con el surgimiento del estado de Mesoamérica. Afirman que la transición a la condición de estado tuvo lugar primero entre los olmecas y los mayas, que vivían en las tierras bajas pantanosas y en las selvas donde no existía la posibilidad de practicar formas de agricultura intensiva ni barreras que impidieran la dispersión de la población. Aparentemente, estos estados selváticos evolucionaron a causa de los estímulos espirituales característicos de las concepciones mayas y olmecas del mundo. Como creían que las lluvias, las cosechas y la continuidad de la vida eran designio de los dioses, los olmecas y los mayas sintieron la necesidad de construir centros ceremoniales y de albergar y abastecer a una clase sacerdotal de no productores de alimentos. Puesto que eran más religiosos que otros pueblos aldeanos preestatales, erigieron templos más grandes y mostraron un respeto y una devoción excepcionalmente notorios hacia sus sacerdotes y funcionarios. Los costos y los beneficios carecían de importancia. Su organización política no surgió del crecimiento demográfico, de la pérdida de eficacia, de la guerra, del atasco… ni de nada tan burdo. Más bien evolucionó a partir de un sometimiento voluntario a una teocracia benévola.

Los arqueólogos que postulan este tipo de explicación para el origen del estado en Mesoamérica parecen entusiasmarse con la idea de que la fe y la inventiva humanas triunfaron por encima de las condiciones ecológicas adversas.

Aunque simpatizo con el sentimiento que sustenta esta celebración de los logros creativos de culturas como la olmeca y la maya, me parece mucho más urgente comprender las limitaciones planteadas por los factores ecológicos y reproductivos, incluso en las formas más inspiradas de la actividad humana.

Sin lugar a dudas, los olmecas constituyen un caso desconcertante. Descritos por el arqueólogo mexicano Covarrubias como la «civilización madre» del Nuevo Mundo, los olmecas habitaron las tierras bajas húmedas y las llanuras costeras de los estados de la costa del Golfo de México, Veracruz y Tabasco. Entre el 800 y el 400 antes de nuestra era erigieron diversos centros-templos ampliamente separados entre sí —los más antiguos del Nuevo Mundo— encima de montículos artificiales de dos a tres acres de longitud. El asentamiento más conocido es La Venta, en Tabasco, en una isla en el centro de un pantano. La estructura más imponente de La Venta es un cono de barro de ciento veintiocho metros de diámetro y alrededor de treinta y dos metros de altura. En torno al emplazamiento aparecen esculturas monumentales que se componen de planchas de piedra tallada de cincuenta toneladas denominadas estelas, altares y cabezas humanas enormes y redondas que parecen llevar cascos de deportistas.

Aunque los centros ceremoniales olmecas contienen pruebas impresionantes de la capacidad de los jefes-distribuidores para organizar proyectos cooperativos y mantener a los artesanos calificados en escultura, mampostería, y la fabricación de joyas de jade y cerámicas, la escala de sus esfuerzos no coincide con lo que uno esperaría de una forma de gobierno de nivel estatal. Cada emplazamiento pudo ser construido por una población de no más de dos o tres mil personas y están demasiado separados entre sí para configurar un único sistema político interrelacionado.

A fin de mantener en perspectiva a los olmecas, debemos considerar la escala de construcción característica de los emplazamientos que históricamente se sabe han alcanzado el umbral de la formación estatal. Por ejemplo, cuando los primeros exploradores franceses subieron por el Valle del Mississippi, encontraron «ciudades» populosas y enormes plataformas de barro que sustentaban templos de madera y las casas de sacerdotes y nobles. Un resto de la mayor de estas estructuras, el montículo de Cahokia, todavía existe en las afueras del este de St. Louis. Antes de que las rasadoras lo devoraran, medía más de treinta metros de altura y cubría quince acres en comparación con los dos o tres acres característicos de los emplazamientos olmecas. Además, sabemos que bajo los auspicios de los jefes-redistribuidores «grandes hombres» que carecen de la capacidad de gravar, reclutar y castigar a sus seguidores, pueden realizarse impresionantes hazañas de construcción. Incluso los pueblos no agrícolas kwakiutl y haida, del noreste del Pacífico, dirigidos por jefes-redistribuidores, fueron capaces de cierta habilidad para construir monumentos en forma de totems y pilares tallados para las casas. En Stonehenge y otros centros ceremoniales primitivos de Europa relacionados con la extensión de la agricultura, las jefaturas preestatales lograron erigir complejos monumentos astronómicamente orientados con bloques de piedra que pesaban bastante más que los hallados en La Venta. A decir verdad, los emplazamientos olmecas son insignificantes en comparación con los grandes centros montañosos de la meseta central de México. En el mejor de los casos representan una etapa de desarrollo que quedó retenida a nivel de la categoría incipiente del estado. Su imposibilidad de proseguir el desarrollo estaba evidentemente relacionada con el hecho de que, a causa de las circunstancias ecológicas, sus densidades regionales de población permanecieron bajas y sin atascos.

También debo mencionar la posibilidad de que, en las zonas montañosas de la meseta central, todavía es posible que se descubran estructuras ceremoniales indicativas de una categoría incipiente de estado más antiguas que las olmecas. Las excavaciones recientes realizadas por Ronald Grennes Ravitz y G. Coleman demuestran que las figurillas de tipo olmeca encontradas en Morelos y el Valle de México son tan antiguas como las halladas en Veracruz y Tabasco. Además, en estos emplazamientos montañosos los objetos olmecas aparecen por encima de estratos que contienen cerámicas tradicionales indígenas de las montañas anteriores al período olmeca hasta en cuatrocientos años. En consecuencia, es posible que pueda demostrarse que los centros-templos olmecas dependieron parcialmente del crecimiento de los primeros estados montañosos. Incluso es probable que los emplazamientos olmecas representen avanzadas coloniales —tal vez centros de peregrinación, como han propuesto Grennes Ravitz y Coleman—, en torno a las cuales se organizaba el comercio entre las tierras bajas tropicales y la meseta central árida.

Al este de las tierras olmecas se extiende la Península de Yucatán, otra región en la que el camino hacia la categoría de estado parece ignorar los principios ecológicos. Aquí vivieron los mayas, un pueblo que inventó un complejo sistema de escritura jeroglífica y numeración matemática, escribió su historia en libros en forma de acordeón, realizó observaciones astronómicas exactas, desarrolló un calendario solar altamente preciso y dominó las artes de la escultura en piedra y la mampostería.

La mitad inferior de la Península de Yucatán está cubierta por una densa región selvática denominada Petén. Del 300 al 900 antes de nuestra era, los mayas se dedicaron a la construcción de numerosos centros ceremoniales en el corazón de esta región. Norman Hammond ha contado 83 emplazamientos principales en la porción sureña de Yucatán, separados por una distancia media de sólo 15 kilómetros. En estos centros aparecen edificios de muchas habitaciones complejamente adornados y agrupados simétricamente alrededor de plazas centrales empedradas; salas de baile para juegos rituales; estelas de planchas de piedra con fechas conmemorativas, las genealogías de los gobernantes y otras informaciones históricas que todavía no se han descifrado; altares con grabados de textos jeroglíficos adicionales e imponentes estatuas de los dioses y la nobleza. Por encima de todos se ciernen las enormes pirámides truncadas con caras de piedra tallada y coronadas por templos de piedra. El emplazamiento más grande es Tikal, cuyas pirámides ascienden 57 metros en escarpa por encima del suelo de la plaza. En su apogeo, durante el siglo nueve de nuestra era, Tikal pudo llegar a contar con cerca de 40.000 habitantes en su perímetro rural y la densidad global fue calculada en 250 personas por milla cuadrada. Así, el Petén habría estado tan densamente poblado como la Europa moderna. No caben dudas que los centros mayas más grandes eran las capitales administrativas de los pequeños estados. Pero no existen posibilidades de que los mayas alcanzaran la categoría de estado de un modo totalmente independiente de los estados preexistentes de la región montañosa. Teotihuacán, que analizaré a continuación, ya contenía varias decenas de miles de habitantes cuando Tikal sólo asomaba por encima de las copas de los árboles. Teotihuacán se encuentra a más de novecientos kilómetros de Tikal, pero las ondas de choque militares y económicas emitidas por los grandes imperios montañosos llegaban regularmente a las regiones más lejanas. Sabemos que en el 300 de nuestra era Kaminaljuyu, una ciudad maya emplazada en las montañas guatemaltecas que daban al Petén, había caído bajo la influencia de Teotihuacán. Kaminaljuyu probablemente contenía una guarnición militar que controlaba las rutas comerciales entre el Petén, la costa del Pacífico y la meseta central mexicana. Después del 300 de nuestra era, el comercio de mercancías, los estilos pictóricos y los motivos arquitectónicos de los centros del Petén permiten afirmar que los acontecimientos de las tierras altas de la meseta central afectaban a los mayas. No pueden excluirse los compromisos militares reales entre los estados montañosos del formativo tardío o el clásico temprano y los estados mayas incipientes en el Petén.

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