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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

Caníbales y reyes (16 page)

BOOK: Caníbales y reyes
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El comercio entre los mayas y sus vecinos de las tierras altas tal vez hayan acercado a los primeros a la categoría de estado. La región de Petén carece de fuentes de piedras indígenas adecuadas para la manufactura de metates y manos o cuchillos y puntas de proyectiles. Estos objetos eran imprescindibles para moler maíz y para las armas militares. Junto con la sal, los obtenían a través del intercambio con las tierras altas. Quizás este intercambio acrecentó la distancia entre los jefes-redistribuidores mayas primitivos y los plebeyos en dos aspectos: era posible obtener términos más eficaces de intercambio con individuos más poderosos que eran pares de la nobleza de nivel estatal con la cual tenían que tratar y el control de estos recursos estratégicos adicionales pudo sumarse al potencial para dominar a los incipientes campesinos productores de alimentos. De manera general, cuanto mayor era el volumen comercial, mayor era el movimiento a través del sistema redistributivo y el poder de los individuos que estaban a cargo del proceso redistributivo.

Las pruebas que permiten considerar a los centros mayas como estados secundarios no excluyen la posibilidad de que las presiones reproductoras y ecológicas generadas en la región de Petén también podrían haber contribuido al proceso de formación estatal. Vista de cerca, la «selva» de Petén está llena de sorpresas. El primer aspecto que es necesario aclarar es su tamaño: sólo 30.000 millas cuadradas en comparación con los 2 millones de millas cuadradas de la del Amazonas-Orinoco. Luego aparece su peculiar tipo de precipitaciones. A medida que uno avanza hacia el norte, desde Petén hasta el extremo de la Península de Yucatán, las precipitaciones anuales disminuyen y los bosques son reemplazados por arbustos espinosos, cactus y otras plantas resistentes a la sequía. Dentro del bosque central de Petén, la precipitación anual sólo alcanza la mitad, aproximadamente, que la del Amazonas-Orinoco. La estación seca en Petén es extremadamente severa y tanto el total anual como el estacional están sometidos a variaciones extremas. Es posible que no caiga una sola gota de lluvia durante los meses de marzo y abril. Las condiciones de la sequía suelen prevalecer durante febrero y marzo, e incluso durante la estación de las lluvias. Según C. L. Lundell:

La vegetación no posee la exuberancia del auténtico bosque lluvioso, de modo que se lo podría considerar un bosque casi lluvioso. Las precipitaciones ascienden a menos de 1.800 mm, máxima que no basta para mantener un auténtico bosque lluvioso en una región con una estación seca pronunciada.

La mayoría de los árboles de Petén mudan sus hojas en cada estación seca, tendencia que se ve acentuada durante la sequía. En realidad, esta «selva» a veces está tan seca que los agricultores ni siquiera tienen que «podar» a fin de despejar los terrenos de cultivo de la estación siguiente incendiando la maleza. En esas ocasiones, la preocupación principal es evitar que los incendios se extiendan.

Y ahora nos enfrentamos con el hecho de que la Península de Yucatán tiene una estructura geológica peculiar. Su lecho de roca se compone casi exclusivamente de roca caliza (de ahí la necesidad de importar rocas de las montañas para moler el maíz). En consecuencia, hay pocos ríos y lagos permanentes, ya que la mayor parte de las precipitaciones se filtran rápidamente a través de la piedra caliza y desaparece por completo sin ningún desagüe superficial. Durante la estación seca se produce una escasez de agua potable, salvo donde hay, en la piedra caliza, charcos o agujeros naturales con el fondo de arcilla, cuyo drenaje interior se ha atascado.

Como podría esperarse, las aldeas mayas más antiguas estaban situadas cerca de los dos únicos ríos permanentes de la Península de Yucatán: el Usumacinta al sudoeste y el Belize al sudeste. Alrededor del 600 antes de nuestra era, la región que rodea Tikal parece haber estado deshabitada, lo que indicaría que sólo después de que los parajes ribereños favorables a la subsistencia se cubrieron, los agricultores comenzaron a colonizar el interior del bosque. Seguramente estos colonizadores se parecieron a los yanomamo y a otros «indios de a pie», sin canoas, que habitan las zonas deficientes en proteínas de la cuenca del Amazonas-Orinoco, lejos de los ríos principales. Pero, poco después, la geomorfología y el clima característicos de la región de Petén habían creado una situación que no tiene paralelos en la Amazonia.

Los agricultores primitivos de Petén no tuvieron la libertad de expandirse parejamente a través del bosque. Era necesario situar las colonias cerca de los charcos que con seguridad no se evaporarían durante una aguda sequía. Sabemos que posteriormente se excavaron cisternas totalmente artificiales, denominadas chultuns, hasta una profundidad de veinte metros en el lecho de roca de piedra caliza, y se endurecieron con cal a fin de asegurarse las provisiones de agua dulce. Algunos chultuns se construyeron debajo de las plazas empedradas de los centros ceremoniales y, durante las tempestades lluviosas, actuaban como cuencas. En una aldea moderna de Campeche, el agua potable durante la estación seca se obtenía bajando 135 metros por debajo de la superficie a través de una caverna subterránea. Todos los emplazamientos mayas clásicos, incluidos Tikal y otros centros de Petén, fueron construidos junto a pozos de almacenamiento o reservorios artificiales o naturales. El más famoso de los charcos naturales o cenotes está situado cerca de Chichén Itza, un centro maya tardío en el monte de Yucatán. Las enormes cantidades de huesos humanos y de objetos de oro extraídos del fondo sugieren que arrojaban en él a personas y objetos rituales a fin de satisfacer a los dioses de las aguas. Por ello existen muchas posibilidades de que las colonias primitivas de Petén tendieran a aumentar más allá del punto normal de división de las aldeas del bosque tropical. Esta teoría desplaza el problema de la aparición de los centros ceremoniales mayas desde el reino de los cielos al reino de la tierra y del agua. Los agricultores mayas tenían una razón muy práctica para no huir a los bosques cuando sus jefes-redistribuidores comenzaron a actuar como monarcas en lugar de como mumis.

El próximo problema a abordar consiste en determinar de qué modo los mayas, bajo la dirección de sus jefes-redistribuidores, lograron aumentar la densidad de población a un nivel que era 250 veces superior al alcanzado en las zonas interfluviales del Amazonas-Orinoco. En general, los arqueólogos han supuesto que los mayas antiguos labraban el Petén del mismo modo que sus descendientes modernos: mediante un sistema conocido con el nombre de poda y quema. Pero, evidentemente, esto es algo imposible.

La poda y quema constituye una forma de agricultura que se adapta bien a las regiones que poseen abundante cobertura boscosa y cuentan con altas tasas de regeneración. El objetivo del sistema de poda y quema consiste en utilizar una sección de bosque durante algunos años, dejarlo en barbecho lo suficiente para que los árboles vuelvan a crecer y más tarde volver a utilizarlo. La «poda» se refiere a la práctica de cortar árboles pequeños, enredaderas y arbustos, y dejarlos secar antes de prenderles fuego. La quema, que generalmente se realiza poco antes del comienzo de la estación de las lluvias, crea una capa de cenizas que actúa como fertilizante. Los cultivos se plantan directamente en el terreno cubierto de cenizas, en agujeros o pequeños montículos, sin necesidad de labranza. Durante dos o tres temporadas es posible obtener altas producciones de maíz, judías, cidracayotes y otros cultivos. Después, las malas hierbas se diseminan desde el bosque circundante no podado e invaden el campo; al mismo tiempo, las precipitaciones filtran la ceniza fertilizante. Poco después será preciso encontrar un nuevo terreno. La agricultura de poda y quema permite altos rendimientos por hectárea y por hombre-hora siempre que se mantenga entre las quemas sucesivas un intervalo suficiente que permita un nuevo crecimiento considerable de árboles y arbustos. Cuanto mayor sea la cantidad de cenizas, más elevada será la producción. Cuanto más largo sea el intervalo durante el cual un bosque permanece en barbecho, más madera habrá para convertirla en ceniza. Por este motivo, los agricultores de poda y quema del sudeste asiático se consideran «el pueblo que come bosques». Cuanto más breve sea el período de barbecho, más baja será la producción. En los bosques tropicales el descenso puede ser brusco, no sólo en virtud de que las fuertes precipitaciones concentradas filtran rápidamente los nutrimentos del terreno, sino porque las malas hierbas crecen más tupidas cada año que el campo se mantiene en uso constante.

Sin duda alguna, la poda y la quema fue el sistema utilizado por los primeros pueblos agricultores que entraron en el Petén, pero no es posible que haya seguido siendo el modo de subsistencia principal durante y después de la transición al estado. Al contar las ruinas de los emplazamientos de las casas, Dennis Puleston, de la Universidad de Minnesota, calcula que en la zona residencial de los alrededores de Tikal había 2.250 personas por milla cuadrada y 750 por milla cuadrada en la zona comprendida entre Tikal y su vecina Uxactun. Es imposible que los sistemas de poda y quema puedan sustentar semejantes densidades. Sherburne Cook, al considerar toda la zona de Petén, demuestra que mediante las técnicas de poda y quema se podría haber cultivado maíz, judías y cidracayotes suficientes para sustentar a la población global calculada en un millón y medio de habitantes. Pero estos cálculos suponen que los agricultores estaban parejamente diseminados por el bosque y que tenían la libertad de mudarse a nuevos claros cuando los viejos se agotaban. Ninguno de estos supuestos es válido porque no toman en cuenta el efecto limitador de la estación seca con respecto a la disponibilidad de agua potable. Además, durante la estación lluviosa las zonas bajas se enfrentan con los problemas opuestos —demasiada agua— y están excesivamente empantanadas para que sea posible utilizarlas sin excavar acequias de desagüe.

Teóricamente, la imagen de lo que debió ocurrir parece clara. A medida que la población de Petén aumentaba, debieron intensificar el ciclo de poda y quema, lo que dio por resultado barbechos más breves entre las quemas y, por ende, una merma del rendimiento. Así surgieron las condiciones para la adopción y la proliferación de un sistema más eficaz que implicaba costos iniciales más elevados que, a su vez, crearon la base para unas densidades de población aun más altas y para la aparición de los primeros estados menores. ¿Pero cuál era la naturaleza del sistema nuevo y más productivo? Temo que mi teoría se ha adelantado a los testimonios arqueológicos, aunque existen algunos indicios esperanzadores de que las pruebas están a punto de alcanzarla.

Una de las medidas que los mayas adoptaron cuando la eficacia de la poda y quema declinó, consistió en plantar arboledas de Brosimum alicastrum. Como C. L. Lundell afirmó en los años treinta de nuestro siglo, éste es el árbol más común que cubre las ruinas de los centros ceremoniales de Petén. Cuando los arqueólogos afirman dramáticamente que tuvieron que abrirse paso a hachazos por la selva con el fin de dejar al descubierto las maravillas de la arquitectura y la escultura mayas, generalmente se olvidan de agregar que se abrieron paso a hachazos por un huerto demasiado crecido. Naturalmente, el cultivo de árboles implica altos costos iniciales —se debe esperar varios años para que comience a redituar el trabajo invertido en él—, aunque es altamente productivo por hectárea y por hombre-hora. Recientemente Dennis Puleston, al descubrir que el emplazamiento de cada casa de Tikal estaba rodeado por una arboleda de esta especie, llegó a la conclusión de que dichos árboles suministraban el 80 por ciento de las calorías consumidas por los habitantes de Tikal durante el siglo IX de nuestra era. Sin embargo, existen otras alternativas que simplemente podrían haber sido pasadas por alto por la generación de arqueólogos que prefirió pensar que los templos mayas descendieron del cielo en hilos de oro en lugar de pensar que fueron construidos con el esfuerzo de las personas que querían saber de dónde obtendrían la comida siguiente. En este sentido, es posible que uno de los descubrimientos más importantes sobre los mayas corresponda al realizado en 1975 en Edzna, en Campeche, por Ray Mathenay. Al estudiar las fotografías aéreas tomadas durante la estación de las lluvias (otros habían limitado las fotografías aéreas a la estación seca, cuando las condiciones eran «mejores»), Mathenay detectó una red de canales, fosos y depósitos que se extendían a partir del centro ceremonial. Debido al denso follaje que los cubre durante la estación de las lluvias y al hecho de que el agua que contiene se evapora durante la estación seca, estas construcciones son difíciles de detectar con sólo reconocimientos sobre el terreno.

Los canales tienen aproximadamente un kilómetro y medio de longitud, treinta metros de ancho y alrededor de tres metros de profundidad. Mathenay supone que fueron utilizados para almacenar agua potable, para regar a mano los huertos adyacentes y como fuente de barro para renovar la fertilidad de los campos en barbecho. Agregaría por mi parte que, en algunas regiones, los canales permitieron que se practicaran dos cosechas anuales, una basada en drenar las zonas bajas durante la estación de las lluvias y la segunda plantada en el barro húmedo durante la estación seca. Aunque Edzna se encuentra fuera de la zona central de Petén, el hecho de que su sistema de control de las aguas no fuera detectado durante tanto tiempo significa que todos los juicios con respecto a la ausencia de sistemas intensivos dentro del Petén han de quedar en suspenso.

Estas indicaciones nos aproximan al aspecto más espectacular del Petén maya. Después del 800 de nuestra era, las construcciones cesaron en un centro tras otro, no se realizaron más inscripciones conmemorativas, los templos se llenaron de desperdicios de los hogares y, en el Petén, toda la actividad gubernamental y eclesiástica se detuvo de un modo más o menos abrupto. Las autoridades en la materia difieren con respecto a la rapidez con que disminuyó la población. Pero, en la época de la llegada de los españoles, la zona de Petén hacía mucho que había retornado a densidades de población iguales o inferiores a las características de épocas preestatales y, hasta hoy, la zona sigue prácticamente despoblada. En un momento u otro, muchos sistemas estatales mesoamericanos precolombinos, incluido Teotihuacán, sufrieron colapsos igualmente bruscos. Lo singular del Petén maya es que no sólo desaparecieron permanentemente los estados, sino también poblaciones enteras. En las montañas de la meseta central, la caída política generalmente era seguida de la aparición de estados e imperios nuevos y más amplios, que abarcaban el territorio y la población de sus predecesores. En consecuencia, lo que se deduce de la caída de los mayas es que el estado de Petén desarrolló una base ecológica extraordinariamente vulnerable que, una vez quebrada, no fue posible regenerar.

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