Cinco semanas en globo (5 page)

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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras

BOOK: Cinco semanas en globo
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Y Kennedy fue con él.

Entraron los tres en el taller de los señores Mitchell, donde había preparada una de esas balanzas, llamadas romanas. Preciso era, efectivamente, que el doctor conociese el peso de sus compañeros para establecer el equilibrio de su aeróstato. Hizo, pues, subir a Dick a la plataforma de la balanza, y éste, sin oponer resistencia murmuró:

—Está bien, está bien. La verdad es que esto no compromete a nada.

—Ciento cincuenta y tres libras —dijo el doctor, apuntando la cifra en su libreta de notas.

—¿Peso demasiado?

—No, señor Kennedy —replicó Joe—. Además, yo soy ligero y eso compensara.

Y, diciendo esto, Joe ocupó con entusiasmo el sitio del Cazador, el cual estuvo a punto de derribar la balanza al bajar. Joe se colocó en la actitud del Wellington que remeda a Aquiles en la entrada de Hyde Park, y, aunque no llevaba el escudo, estaba magnífico.

—Ciento veinte libras —escribió el doctor.

—¡Bravo! —exclamó Joe, sonriendo sin saber muy bien por qué.

—Ahora yo —dijo Fergusson, y añadió por propia cuenta ciento treinta y cinco libras.

—Señor —intervino Joe—, si fuese necesario para la expedición, yo, absteniéndome de comer, podría adelgazar perfectamente unas veinte libras.

—No hace falta, muchacho —respondió el doctor— puedes comer cuanto quieras. Toma media corona para atracarte como te venga en gana.

CAPITULO VII

El doctor Fergusson se ocupaba desde hacía mucho tiempo de todos los pormenores de su expedición. Como se supondrá, el globo, el maravilloso vehículo destinado a transportarle por aire, fue objeto de su constante solicitud.

En primer lugar, y para no dar al aeróstato dimensiones excesivas, resolvió hincharlo con gas hidrógeno, que es catorce veces y media más ligero que el aire. La producción del hidrógeno es fácil, y es el gas que ha dado en los experimentos aerostáticos resultados más satisfactorios.

El doctor, calculando con la mayor exactitud, concluyó que el peso de los objetos indispensables para su viaje y de su aparato daba un total de cuatro mil libras; por consiguiente, fue preciso averiguar cuál sería la fuerza ascensional capaz de levantar este peso, y cuál por tanto sería la capacidad del aparato.

Un peso de cuatro mil libras está representado por un desplazamiento de aire de cuarenta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies cúbicos, lo que equivale a decir que cuarenta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies cúbicos de aire pesan unas cuatro mil libras.

Dando al globo esta capacidad de cuarenta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies cúbicos y llenándolo, en lugar de aire, de gas hidrógeno, que, por ser catorce veces y media más ligero, sólo pesa doscientas setenta y seis libras, se produce una ruptura de equilibrio, es decir una diferencia de tres mil setecientas veinticuatro libras. Esta diferencia entre el peso del gas contenido en el globo y el peso del aire circundante constituye la fuerza ascensional del aeróstato.

Sin embargo, si se introdujesen en el globo los cuarenta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies cúbicos de gas de que hablamos, éste quedaría totalmente lleno, cosa inadmisible, pues, a medida que el globo sube a las capas menos densas del aire, el gas que contiene tiende a dilatarse y no tardaría en romper la envoltura. Así pues no se suelen llenar más que dos terceras partes. Pero el doctor, a consecuencia de cierto proyecto que solamente él conocía, resolvió no llenar más que la mitad de su aeróstato, y como tenía que llevar cuarenta y cuatro mil ochocientos cuarenta y siete pies cúbicos de hidrógeno, dio a su globo una capacidad casi doble. Lo concibió con esa forma alargada que se sabe es la preferible. El diámetro horizontal era de cincuenta pies y el vertical de setenta y cinco; así obtuvo un esferoide, cuya capacidad ascendía, en cifras redondas, a noventa mil pies cúbicos.

Si el doctor Fergusson hubiese podido emplear dos globos, habrían aumentado sus probabilidades de éxito, porque en caso de romperse uno en el aire, es posible, echando lastre, sostenerse por medio del otro. Pero la maniobra de dos aeróstatos resulta muy difícil cuando se trata de que conserven una fuerza de ascensión igual. Después de haber reflexionado largamente, Fergusson mediante una disposición ingeniosa, reunió las ventajas que ofrecen dos globos evitando sus inconvenientes. Construyó dos de desigual volumen y metió uno dentro de otro. El globo exterior, que conservó las dimensiones citadas, contuvo otro más pequeño, de la misma forma, que sólo tenía cuarenta y cinco pies de diámetro horizontal y sesenta y ocho de diámetro vertical. La capacidad de este globo interior no era, pues, más que de sesenta y siete mil pies cúbicos. Debía nadar en el fluido que lo envolvía, y de uno a otro globo se abría una válvula que, en caso necesario, permitía ponerlos en comunicación uno con otro.

Esta disposición presentaba la ventaja de que, si era preciso dar salida al gas para bajar, se dejaría escapar el del globo grande; de este modo, aun en caso de que hubiera que vaciarlo por completo, el pequeño quedaría intacto. Entonces era posible desembarazarse de la cubierta exterior como de un peso inútil, y el segundo aeróstato, al quedar solo, no ofrecía al viento el asidero que le dan los globos medio hinchados.

Además, en caso de accidente, por ejemplo, si el globo exterior sufría un desgarrón, se jugaba con la ventaja de que el otro quedaba ileso.

Los dos aeróstatos se construyeron con un tafetán asargado de Lyon, untado de gotapercha. Esta sustancia gomorresinosa está dotada de una impermeabilidad absoluta, y es resistente a los ácidos y los gases. El tafetán se puso doble en el polo superior del globo, donde se realiza casi todo el esfuerzo.

Esta envoltura podía retener el fluido durante un tiempo ilimitado. Pesaba media libra por cada nueve pies cuadrados. Como la superficie del globo exterior era de once mil seiscientos pies cuadrados, su envoltura pesaba seiscientas cincuenta libras. La envoltura del segundo globo tenía nueve mil doscientos pies cuadrados de superficie, y no pesaba, por consiguiente, más que quinientas diez libras, o sea, en total mil ciento sesenta libras.

La red destinada a sostener la barquilla era de cuerda de cáñamo muy sólida. Las dos válvulas fueron objeto de cuidados minuciosos, tal como lo hubiera sido el gobernalle de un buque.

La barquilla, de forma circular y de un diámetro de quince pies, era de mimbre. Estaba reforzada con una ligera armadura de hierro y revestida en su parte inferior de resortes elásticos destinados a amortiguar los choques. Su peso y el de la red no excedían de doscientas ochenta libras.

El doctor hizo construir, además, cuatro cajas de palastro de un grosor de dos líneas, unidas entre sí por medio de tubos provistos de llaves. Agregó a ellas un serpentín de unas dos pulgadas de diámetro, que terminaba en dos ramas rectas de longitud desigual, la mayor de las cuales medía veinticinco pies y la más corta, quince. Las cajas de palastro fueron colocadas en la barquilla de modo que ocupasen el menor espacio posible. El serpentín, que no tenía que ajustarse hasta más adelante, fue empaquetado separadamente, al igual que una pila eléctrica de Bunsen de gran potencia. El aparato había sido tan ingeniosamente ideado que no pesaba más de setecientas libras, incluyendo en ellas veinticinco galones de agua contenidos en una caja especial.

Los instrumentos destinados al viaje consistieron en dos barómetros, dos termómetros, dos brújulas, un sextante, dos cronómetros, un horizonte artificial y un altacimut para medir los objetos lejanos e inaccesibles. El observatorio de Greenwich se había puesto a disposición del doctor, pese a que éste no se proponía hacer experimentos de física, sino únicamente reconocer su dirección y determinar la posición de los principales ríos, montañas y poblaciones.

Se proveyó de tres anclas de hierro a toda prueba, así como de una escala de seda ligera y resistente, de cincuenta pies de longitud. Calculó igualmente el peso exacto de los víveres, que consistían en café, té, galletas, carne salada y pemmican, preparación que, en un pequeño volumen, contiene muchos elementos nutritivos.

Independientemente de una considerable reserva de aguardiente, dispuso dos cajas de agua que contenían veintidós galones cada una. El consumo de estos alimentos haría disminuir poco a poco el peso sostenido por el aeróstato. Y debe saberse que el equilibrio de un globo en la atmósfera es de una sensibilidad extremada. La pérdida de un peso casi insignificante basta para producir un desplazamiento muy apreciable.

El doctor no olvidó ni una tienda para cubrir una parte de la barquilla, ni las mantas para dormir durante el viaje, ni las escopetas del cazador con las correspondientes municiones. He aquí el resumen de sus diferentes cálculos:

Fergusson
135
libras
Kennedy
153
››
Joe
120
››
Peso del primer globo
650
››
Peso del segundo globo
510
››
Barquilla y red
280
››
Anclas, instrumentos, escopetas, mantas, tienda, utensilios varios
190
››
Carne, pemmican, galletas, té, café, aguardiente
386
››
Agua
400
››
Aparato
700
››
Peso del hidrógeno
276
››
Lastre
200
››
TOTAL
4,000
››

Así se desglosaban las cuatro mil libras que el doctor Fergusson se proponía echar a volar; no llevaba más que doscientas libras de lastre, «sólo para casos imprevistos», decía él, porque, gracias a su aparato, no creía tener que recurrir a ellas.

CAPITULO VIII

Hacia el 10 de febrero, los preparativos tocaban a su fin. Los aeróstatos, encerrados uno dentro de otro, estaban totalmente terminados. Habían sido sometidos a una fuerte presión de aire comprimido, dando buena prueba de su solidez y demostrando que se había procedido a su construcción con el mayor esmero.

Joe no cabía en sí de gozo. Iba incesantemente de Greek Street a los talleres de los señores Mitchell, siempre atareado, pero comunicativo, explicando detalles del asunto hasta a los que no se los pedían y sintiéndose orgulloso por encima de todo de acompañar a su señor. Se me antoja que incluso enseñando el aeróstato, desarrollando las ideas y los planes del doctor, y dando a conocer a éste a través de una ventana entreabierta o cuando pasaba por la calle, el digno muchacho ganó alguna que otra media corona. Pero no hay que reprochárselo; tenía derecho a especular un poco con la admiración y curiosidad de sus contemporáneos.

El 16 de febrero, el Resolute ancló delante de Greenwich. Era un buque de hélice de ochocientas toneladas de porte, muy rápido, que ya había tenido a su cargo el abastecimiento de la última expedición de sir James Ross a las regiones polares. Pennet, su comandante, pasaba por hombre de trato agradable y estaba muy interesado en el viaje del doctor, a quien apreciaba desde hacía mucho tiempo. Pennet parecía más un sabio que un soldado, lo cual no impedía a su buque llevar cuatro piezas de artillería, que no habían hecho nunca daño a nadie y que servían solamente para producir los estrépitos más pacíficos del mundo.

Se acondicionó la bodega del Resolute para acomodar en ella el aeróstato, que fue transportado con las mayores precauciones el día 18 de febrero. Se almacenó de la mejor manera posible para prevenir cualquier accidente, y en presencia del propio Fergusson se estibaron la barquilla y sus accesorios, las anclas, las cuerdas, los víveres y las cajas de agua que debían llenarse a la llegada. Se embarcaron diez toneladas de ácido sulfúrico y otras tantas de hierro viejo para obtener gas hidrógeno. Esta cantidad era más que suficiente, pero convenía estar preparado para posibles pérdidas. El aparato destinado a producir el gas, compuesto de unos treinta barriles, fue colocado al fondo de la bodega.

Estos preparativos finalizaron al anochecer del día 18 de febrero. Dos camarotes cómodamente dispuestos aguardaban al doctor Fergusson y a su amigo Kennedy. Este último, mientras juraba que no partiría, se trasladó a bordo con un verdadero arsenal de caza, dos excelentes escopetas de dos cañones que se cargaban por la recámara, y una carabina de toda confianza de la fábrica de Purdey Moore y Dickson, de Edimburgo. Con semejante arma, el cazador no tenía ningún problema para alojar, a una distancia de dos mil pasos, una bala en el ojo de un camello. Llevaba también dos revólveres Colt de seis disparos para los imprevistos, su frasco de pólvora, su cartuchera, y perdigones y balas en cantidad suficiente, aunque sin traspasar los límites prescritos por el doctor.

El día 19 de febrero se acomodaron a bordo los tres viajeros, que fueron recibidos con la mayor distinción por el capitán y sus oficiales. El doctor, preocupado por la expedición, se mostraba distante; Dick estaba conmovido, aunque no quería aparentarlo; y Joe, que brincaba de alegría y hablaba por los codos, no tardó en convertirse en la distracción de la tripulación, entre la que se le había reservado un puesto.

El día 20, la Real Sociedad Geográfica ofreció un gran banquete de despedida al doctor Fergusson y a Kennedy. El comandante Pennet y sus oficiales asistieron al festín, que fue muy animado y abundante en libaciones halagüeñas. Se hicieron numerosos brindis para asegurar a todos los invitados una existencia centenaria. Sir Francis M… presidía con emoción contenida, pero rebosante de dignidad.

Dick Kennedy, para su gran sorpresa, recibió buena parte de las felicitaciones báquicas. Tras haber bebido «a la salud del intrépido Fergusson, la gloria de Inglaterra», se bebió «a la salud del no menos valeroso Kennedy, su audaz compañero».

Dick se puso colorado como un pavo, lo que se tomó por modestia. Aumentaron los aplausos, y Dick se puso más colorado aún. Durante los postres llegó un mensaje de la reina, que cumplimentaba a los viajeros y hacía votos por el éxito de la empresa.

Ello requirió nuevos brindis «por Su Muy Graciosa Majestad».

A medianoche los convidados se separaron, después de una emocionada despedida, sazonada con entusiastas apretones de manos. Las embarcaciones del Resolute aguardaban en el puente de Westminster. El comandante tomó el mando, acompañado de sus pasajeros y de sus oficiales, y la rápida corriente del Támesis les condujo hacia Greenwich.

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