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Authors: Paulo Lins

Tags: #Drama, otros

Ciudad de Dios (11 page)

BOOK: Ciudad de Dios
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—¡Eh!, voy a dar la vuelta por atrás para dispararle en el culo.

Rodeó la calle, se apostó para pillar desprevenido al detective, al verlo disparó y no logró acertar. El tiro alcanzó de refilón al policía Careca. Entonces la ira de Belzebu se redobló. Salió sin temor a las balas y los chicos retrocedieron hacia Los Apês. Belzebu les pisaba los talones.

Ya hacía más de media hora que Inferninho estaba encima de un almendro. Cabeça de Nós Todo le había visto cruzar la calle y dirigirse hacia el Lote. Los policías concluyeron que el fugitivo no podría anclar lejos de allí. Determinaron separarse, y acordaron que el primero que encontrase al chico avisaría. Al percatarse de que Cabeça de Nós lodo estaba cerca de su escondite, Inferninho se dispuso a saltar para salir corriendo de nuevo. Después decidió quedarse donde estaba. No, sería mejor saltar y rajarse. La duda le hizo perder tiempo. Ya no era posible huir y evitar que lo alcanzase. Sabía que Cabeça de Nós Todo era bizco. Se acomodó en la rama y dio tiempo al tiempo. Pensó en su
pombagira
. Ahora todo dependía solamente de ella.

Cabeça de Nós Todo escudriñaba con sus ojos de lechuza cada escondrijo del bosque. Al dar la última calada al cigarrillo, cayó en la cuenta de que se había olvidado la linterna. Se agachó para recoger el pitillo que había tirado y con la colilla de su Continental sin filtro encendió un porro. Imaginó que, a aquella hora, el chico estaría lejos de allí. La cuestión era relajarse, dado que todo había salido mal. Caminó sin prisas y decidió sentarse bajo el árbol en el que estaba Inferninho para fumar el porro.

Encendió otro cigarrillo, se quitó la gorra, se aflojó los cordones de las botas y dejó el revólver encima de una raíz del almendro. Inferninho, que intentaba cambiar de posición para apuntar al lomo del policía, maldijo a la avispa que zumbaba alrededor de su cabeza.

«Hija de puta, ¿ahora apareces, desgraciada?». Pelé y Pará llegaron a Los Apês perseguidos por las balas de Belzebu. Para su sorpresa, vieron que Silva, Cosme y Biriba, rateros de Los Apês, también intercambiaban tiros con otros policías civiles. Los polis retrocedieron al verles aparecer. Belzebu, sin embargo, bramó:

—¡Vamos a matar a esos hijos de puta!

Luego se detuvo para recuperar el aliento; segundos después, puso los ojos en la nuca de Pelé y disparó un tiro. Uno de los rateros de Los Apês se cruzó en su trayectoria. Cayó entre convulsiones y se formó un charco de sangre bajo su cabeza. Un fino hilo de ese líquido se deslizó y llenó el gua donde, esa mañana, Barbantinho y Busca-Pé habían jugado a las canicas.

Cosme y Silva se unieron a Pará y Pelé, cruzaron la autovía Gabinal y se escondieron en uno de los caserones embrujados. El detective Belzebu examinó los documentos del muerto. Se rió al comprobar que el arma de éste era una de las tantas que había entregado, para que las vendiese, a su amigo Armando, un policía militar expulsado del cuerpo por haber matado a su mujer y al amante de ésta cuando se los encontró follando en su propia cama. Cogió los documentos; si no estaba fichado, tal vez sirviesen para hacer alguna falsificación.

Inferninho dejó que lo picase la avispa. Era difícil encontrar una buena posición para disparar desde la rama en que estaba. Cabeça de Nós Todo apoyó la cabeza en el tronco del árbol, se le cerraban los ojos por el sueño. Al notar que le vencían las ganas de dormir, decidió levantarse e ir al encuentro de los otros compañeros. Unos metros más adelante, se detuvo para anudarse la bota y oyó ruido de porrazos. Eran tres adolescentes, pillados fumando un porro y bebiendo vino acompañados por el rasgueo de una guitarra que tocaba uno de ellos.

—¿Cogieron al infeliz?

—No, pero hemos pillado a estos camellos.

—¿Tenéis dinero?

—¡Tenemos, sí, pueden llevárselo todo!

—¡Ahora, a correr y no miréis para atrás! —dijo Cabeça de Nós Todo.

En el árbol, Inferninho, que ya se había librado de la avispa, cambió de postura; le cabreaba no haber podido matar a Cabeça de Nós Todo. Observó cómo los policías, ya distantes, se repartían el dinero de los porreros. Bajó y se guardó bien el dinero y las joyas. Caminó a buen paso en la oscuridad, cruzó el río y se encerró en la casa de Jorge Nefasto.

En el mercado ambulante, los comentarios sobre el tiroteo de la noche anterior asustaron a las amas de casa, que trataron de retener a sus hijos en el patio de sus casas.

En Allá Enfrente, Manguinha y Jaquinha escuchaban a Acerola; éste les contaba que más de veinte policías civiles y militares rondaban el barrio desde la madrugada. Afirmaba que, además de los asesinatos, habían asaltado un motel en la autovía Bandeirantes y dos panaderías en la Freguesia, robado en la casa de un coronel del ejército, en la autovía Pau Ferro, y atracado dos droguerías en Tacuara. Por último, les aconsejó que no se dejaran ver por ningún rincón de la zona, porque los polis no darían sosiego mientras no cogiesen a alguno.

—¿Cómo te has enterado de todos esos follones? —preguntó Verdes Olhos.

—Lo he oído por la radio esta mañana…

Inferninho salió de la casa de Jorge Nefasto después de la una de la tarde. Encontró a Berenice en el mercado ambulante. Por la mirada de la muchacha, se dio cuenta de que estaba con él. Le dio un beso en la boca, la tomó de la mano y juntos bajaron por la Rua do Meio. Ya en casa, Inferninho pidió a Berenice que fuese a buscar a sus compañeros.

—A Inho seguramente lo han pillado, ¿sabes? No se le ha visto por el barrio desde entonces —dijo Pretinho.

—Seguro que ha sido él quien se ha chivado —opinó Berenice.

—¡Qué va, ese chico es legal! ¡Ya pueden matarlo, que no abre la boca! —repuso Inferninho.

Almorzaron, lamentaron no haber tenido el éxito que esperaban y llegaron a la conclusión de que debían largarse de allí por un tiempo, porque la policía no iba a dejar de incordiar hasta que no matase o detuviese a alguno.

—La verdad, la verdad, nadie sabe si Inho se chivó o no —dijo Carlinho Pretinho.

Fueron a Salgueiro al final de la noche.

El lunes, un periódico publicó los crímenes del sábado en primera plana. En el motel, habían asesinado a una pareja. En los demás asaltos no había habido víctimas mortales. Pretinho, después de leer, mal que bien, las noticias a sus amigos, protestó por la muerte de la pareja. Pelé y Pará se defendieron. Dijeron que sólo habían hecho lo que Inferninho había ordenado. Sin embargo, las noticias del asalto al motel, destacadas en primera plana junto a las de la muerte del niño y del hombre decapitado, les otorgaban fama de arrojados e intrépidos.

—¡Todo bandido tiene que ser famoso para que le respeten de verdad! —dijo Inferninho a Pretinho.

En realidad, todos se enorgullecían de ver el motel impreso en la primera página. Se sentían importantes, respetados por los demás delincuentes de Ciudad de Dios y de las otras favelas, pues a cualquier raterillo no le estampaban sus fechorías en la primera plana de un periódico; además, si por desgracia caían presos, en la cárcel los tratarían bien por haber cometido un asalto de ese calibre. Qué pena que no salieran los nombres en la crónica, pero, por lo menos, decían que sólo podía haber sido obra de los delincuentes de Ciudad de Dios. Todos sus conocidos sabrían que habían sido ellos.

—Es mejor así, ¿sabes? Porque si salen nuestros nombres, es un cargo más que se nos viene encima.

Los niños invadían las calles. Salían por la mañana para vender polos y por la tarde para jugar. Así era siempre durante las vacaciones escolares, que llegaban junto con el calor. Aquel martes, Barbantinho y Busca-Pé decidieron vender polos. Pidieron que les dieran en depósito la mercancía en la heladería del China en la Rua Edgar Werneck, cerca de Ciudad de Dios. Sus amigos preferían atar una cuerda en los extremos de un palo de escoba para jugar en el río y juntar las cosas que traía el agua. Era mucho más emocionante que pasearse bajo aquel sol gritando: «¡Polos, polos bien helados!». Reunir trozos de madera, latas de aceite, ramas de árbol y tantas otras cosas en el río, aquello sí que exigía talento y suerte.

Busca-Pé vendió su caja de polos en pocas horas y fue a entregarle el dinero recaudado a su madre. Además de por las calles de la favela, anduvo por la Freguesia, Añil y Gardenia Azul. Barbantinho no vendió ni siquiera la tercera parte de su caja. Con los que le habían quedado, se le ocurrió convidar a los amigos que jugaban en el río, así que consumió su mercancía mientras, de vez en cuando, les ayudaba a pescar cosas. Busca-Pé no se entretuvo mucho rato en su casa: se había ganado el derecho a jugar hasta la hora que se le antojase. Había aprobado el curso escolar y ahora, en vacaciones, trabajaba para ayudar en casa.

Era tiempo de ir de compras, de hacer algún arreglito en casa, en el cuerpo, de prometerse a uno mismo fumar sólo hasta que comenzase el nuevo año. Las fiestas de Año Viejo traen siempre la esperanza de que, en adelante, todo se arreglará. La chiquillada juntó dinero de la venta de lo que habían pescado en el río, de los polos y los panes. Algunos niños se ofrecían para limpiar de maleza los patios, pintar casas o pisos. Otros buscaban botellas, cables y hierros para venderlos en la chatarrería. Los trabajadores contaban con la paga extra, los delincuentes con los atracos y los robos, y Cabeça de Nós Todo, Belzebu y los demás policías se ocupaban de asaltar a los porreros cuando los pillaban con las manos en la masa, birlar a los ladrones lo robado y exigir una mordida a las mujeres que traficaban. Las ladronas vendían por las casas los objetos robados en los mercados de la Zona Sur.

En Allá Enfrente se montaban puestos con los productos más variopintos. Don Porcino vendía carne de cerdo de su propia crianza detrás del mercado Leão y los vendedores ambulantes ocupaban las principales calles de la favela.

Día 24 de diciembre. Los hombres comenzaban a beber desde temprano y colocaban el equipo de música en la ventana después de hacer las últimas compras. Las mujeres repartían el tiempo entre los quehaceres domésticos y las visitas a los salones de belleza del barrio. A medianoche, las familias se reunían para llorar la pérdida de los seres queridos y después iban de casa en casa para desear feliz Navidad a los vecinos.

La semana transcurrió en un ambiente festivo. Inferninho, Carlinho Pretinho, Pelé y Pará volvieron a Ciudad de Dios. Habían llegado a la conclusión de que después de Navidad los polis no molestarían.

Passistinha, Oriental y Carlinho Pretinho decidieron conseguir dinero en Copacabana en Nochevieja.

—La cuestión es limpiar sólo a los gringos, nos quedamos cerca del hotel y después nos dejamos caer por Leme, ¿vale? Pero no podemos estar todo el tiempo cerca del Copacabana Palace, aquello está lleno de polis, ¿sabéis? —argumentaba Passistinha.

Inferninho dio dinero a Berenice con la idea de que comprase las t osas que necesitaban para vivir juntos de una vez. La mujer se pasó la semana rogando a su marido que hiciese una pausa en esa vida de crímenes. Él aún no estaba fichado, podía conseguir un empleo. Quería seguridad y paz para poder criar a los hijos que tendría felizmente con él. Inferninho respondía que seguiría afanando hasta que se diesen una buena ocasión para montar un comercio grande con un montón de empleados que trabajasen para él, y él se limitaría a contar el dinero y a dar órdenes. Después pensaría en los hijos.

Pelé y Pará no perdían tiempo haciendo planes, sólo pensaban en los cinco gramos de coca que iban a comprar para empezar el año. Decían todos los conocidos que el perico bueno estaba en Curral das Éguas, barrio situado encima de Campo Grande, en la Zona Oeste de Río, y que quien quisiera sólo tenía que darles el dinero y ellos se encargarían de comprarla el día 31, siempre que les dejasen un tirito. La de Año Nuevo era una fiesta con coca, lo mismo que el Carnaval. Había quien sólo consumía coca en esas dos ocasiones.

Tutuca, Martelo y Cleide aparecieron el último día de aquel año para festejar con sus compañeros la llegada del nuevo. Cleide no quiso ir a Allá Arriba a recoger los restos de los muebles de su antigua vivienda.

—Lo que hay que hacer es conseguir dinero a punta pala y, como Beré, comprarlo todo nuevo, ¿vale, mi cielo? —le dijo Cleide.

—Pero sólo después de enero. Ahora este menda ya se lo ha gastado todo, está pelado —advirtió Martelo, y añadió que se quedarían en la casa de Inferninho un tiempo, hasta que las cosas se arreglasen.

Llegó el primer minuto del Año Nuevo. Año de Changó, el vencedor de Demandas, oricha más poderoso, dios de los rayos y el fuego, rey de la justicia. Era año de luchar por un amor seguro, salud y mucho dinero. Quien fuese justo tendría éxito ese año.

Aún era de día cuando la gente se disputaba los asientos en los autobuses para ir a la playa para crear una primavera en pleno verano, de noche y en el mar: flores dispuestas a impulsar nuevas corrientes en la vida de todos los hijos del padre Changó. Cantaron himnos a todos los orichas y enviaron el saludo,
saravá
, frente a las aguas de Yemayá. Lanzaron fuegos artificiales para saludar también a Changó justiciero, millones de colores para imitar su brillo, y muchas oraciones para agradecer su protección.

En Ciudad de Dios, apretones de manos y palabras de felicidad en las bocas húmedas de vino. La policía no apareció, no hubo jaleo, tiroteos ni muertes. A quien le gustaba fumar, fumaba. A quien le gustaba esnifar, esnifaba. A quien le gustaba beber, bebía. Todo en la completa armonía del año que se iniciaba.

Enero transcurrió velozmente gracias a la preocupación por las reuniones de las alas de las escuelas de samba, a la elección de los disfraces y a los ensayos. Los rateros estaban dispuestos a todo. Conseguir dinero para el Carnaval era mucho más importante que para las fiestas de fin de año. Atracaban panaderías, taxis, farmacias, robaban en las casas de los alrededores y de la propia favela y hasta a transeúntes. Incluso Passistinha no elegía lugar ni hora para sacarse una pasta. Pelé y Pará asaltaban casi siempre en la favela.

Un viernes de calor intenso, ambos caminaban por la Rua do Meio cabreados por la pequeña cantidad recaudada en los asaltos al camión del gas y a las tabernas del Otro Lado del Río. Decidieron cometer un atraco más aquella madrugada. Cualquiera que estuviese de juerga a esas horas nadaría en dinero. Entraron en una callejuela y cruzaron la plaza del bloque carnavalesco Los Garimpeiros.

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