Clarissa Oakes, polizón a bordo (23 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: Clarissa Oakes, polizón a bordo
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—Pero, por otra parte —continuó—, creí entonces y creo ahora con más motivos que la razón de que no se mencione tu nombre en las órdenes es que las autoridades de Sidney no te creen capaz de dar consejos sobre nada que no sea medicina. Ahora estoy seguro de ello. Además, Wainwright, que acaba de llegar de Moahu y me parece totalmente fiable, me ha dicho que ya los dos bandos no están igualados. Un capitán francés al mando de un barco con bandera norteamericana y tripulación francesa se ha unido al jefe del norte para luchar contra la mujer que gobierna en el sur. Su propósito es aniquilar a los más importantes aliados y oponentes después que el norte y el sur se hayan debilitado el uno al otro, pues quiere convertir la isla en un paraíso donde los supervivientes y los colonizadores franceses compartan todas las propiedades, donde no habrá ricos ni pobres.

Reflexionó durante unos momentos, luego parafraseó el relato de Wainwright y finalmente dijo:

—Se llama Jean Dutourd.

Entonces Stephen le miró con viveza y con una expresión satisfecha.

—¡Qué alegría! —exclamó—. ¡Mejor imposible!

—¿Le conoces? —preguntó Jack.

—¡Claro que sí! Ha escrito durante muchos años sobre la igualdad, la perfección de la naturaleza humana y la bondad natural del ser humano y tiene muchos seguidores. Juzga a los demás por él mismo, el pobre. Le conocí en París, y una vez, para mi sorpresa, le vi en Honfleur navegando en una rápida embarcación de dos mástiles. Es el hombre de trato más amable que ha existido y en el sistema de gobierno que propone lo más importante es lograr el bien de los demás. Se gastó una fortuna tratando de establecer a los judíos en Surinam y otra, pues es muy rico, en crear granjas y fábricas para delincuentes juveniles. Aunque me parece que quien le contó a Wainwright su maquiavélico plan para aniquilar a sus aliados polinesios exageró un poco, no dudo que para defender un sistema de gobierno Dutourd llegue a ser cruel, pues tolera mal a los disidentes. Y puede que el resultado sea así, aunque no sea mala su intención. Uno de sus libros sobre la creación de un paraíso en el Pacífico contaminó a aquel oficial de marina norteamericano…

Entonces Jack gritó por la ventana de popa:

—¡Killick! ¿Qué estás haciendo con esa joven?

—Nada, señor —dijo Killick inmediatamente y, después de una pausa, añadió—: Esto es muy correcto, muy natural. Le estaba dando las buenas noches. Me trajo en su canoa porque la lancha de los marineros de permiso se fue muy pronto.

—Killick, sube a bordo enseguida —ordenó Jack.

—Como la red de abordaje está colocada sobre el costado, señor, pensé subir por el jardín, pero veo que aún no se ha acostado —dijo Pullings con voz temblorosa, aunque le pareció injusto y abusivo que ellos se quedaran sentados allí hasta tan tarde.

—Entra por la ventana inferior.

La ventana inferior se podía alcanzar dando un salto desde la canoa. Aunque Killick estaba cansado de trabajar tan duro, lo intentó, pero cayó de espaldas en el mar produciendo un chapoteo con una fosforescencia como la de moderados fuegos artificiales. Luego volvió a intentarlo y pudo agarrar el alféizar, pero se quedó allí colgado, y no subió a bordo hasta que la joven, riendo a carcajadas, le empujó por detrás. Estaba empapado, avergonzado e irritado y pasó por la puerta con la cabeza gacha, gruñendo y haciendo un gesto para apartarse el mechón de pelo que tenía sobre la frente.

Ellos volvieron a sentarse, satisfechos los dos por haber conseguido por fin la superioridad moral respecto a Killick. Jack volvió a hablar del párrafo de las órdenes en que se decía que, de todos modos, Moahu pertenecía a la corona británica porque el capitán Cook había tomado posesión del archipiélago en 1778.

Entonces Stephen dijo:

—Lo mismo puede decirse de muchos otros lugares del océano Pacífico. Recuerdo que sir Joseph me contó que Otaheite o, como algunos dicen, Tahití, fue declarada posesión del rey Jorge cuando él estaba allí observando la trayectoria de Venus, aunque fue Wallis, no Cook, quien la descubrió y la anexionó a la corona. Pero él pensaba que ni los jefes de las tribus ni la gente se lo tomaron en serio, y supongo que la señora en cuestión tampoco se lo tomó así, sino que lo consideró una simple formalidad o una cortesía.

—Discúlpame si estoy más torpe que nunca, Stephen, pero, ¿quién es la señora en cuestión?

—Pues Puolani, la débil mujer de que hablaba Wainwright, la que reina en el sur. Me imagino que es a ella a quien vas a apoyar porque el corsario se ha aliado con su enemigo del norte y es un enemigo doble porque representa a Estados Unidos y a Francia.

—¡Desde luego! Lo siento, me había olvidado de ella.

—Pero, aunque uno sólo sea formalmente súbdito del rey Jorge…

—Dios le bendiga.

—Que así sea, amigo mío. El destino que uno tendrá será menos malo que si está sometido a los regímenes actuales de Francia o Estados Unidos o al del arquitecto de un sistema que intenta arrancar de raíz todas las formas de organización social conocidas por el hombre y que muy probablemente llevará rápido a la hoguera a muchos incrédulos y herejes.

—¿Entonces debo entender que no haces objeciones? —preguntó Jack, que ahora estaba muy cansado, soñoliento y torpe.

—Como sabes muy bien —dijo Stephen—, estoy a favor de dejar en paz a los pueblos, por muy deficiente que sea su sistema político. Me parece que uno no le debe decir a otras naciones cómo arreglar sus cosas ni obligarlas a ser felices; sin embargo, soy también un oficial de marina, amigo mío, y hace mucho, mucho tiempo me enseñaste que cualquiera que se alimentara de galletas de barco tenía que aprender a escoger el menos malo de dos gorgojos, y basándome en eso solamente puedo decir que no hago objeciones a que Moahu se convierta nominalmente en una posesión británica.

Se separaron cuando ya estaba avanzada la silenciosa guardia media. Stephen, después de asomarse a la enfermería, donde todos dormían, atravesó la cámara de oficiales de puntillas y con un farol con portezuelas fue hasta la cabina que tenía allí. Tenía la esperanza de escapar del infernal ruido de la piedra arenisca y los lampazos, los gritos de ritual, el chirrido de las bombas de agua y el choque de los cubos, que empezaban al alba, porque él era una persona que necesitaba dormir si quería que su mente funcionara e iba a pasar en Annamooka su día libre, que esperaba con ansia, observando atentamente y descubriendo cosas, y era preciso que usara toda su capacidad mental si deseaba hacerlo de una forma inteligente.

En contraste, Jack Aubrey tenía la extraordinaria capacidad de caer enseguida en un sueño profundo y reparador, sin el cual los hombres de mar no podrían sobrevivir, y después de tan sólo una hora podía ya despertarse con la mente aguda, a veces extremadamente aguda, y trabajar con eficiencia. Ahora, después de tomar un baño, comía tranquilamente su primer desayuno, que Killick, con expresión de cansancio y tristeza e inusual sumisión, le había servido, y entonces le informaron que estaba zarpando una canoa del
Daisy
. El propio Wainwright venía en ella a traer la noticia de que Tereo, el anciano jefe, había llegado y había dado la orden de que no se abriría ningún mercado ni empezaría el trueque hasta después de las visitas y el intercambio de regalos oficiales. Esa era la razón por la que la playa estaba vacía y no había un enjambre de canoas de visitantes.

—Es un caballero muy formal y autoritario —dijo Wainwright—. Regañó a Pakeea por su liberalidad y le confiscó las plumas rojas. Sus regalos llegarán dentro de media hora aproximadamente y luego usted tendrá que corresponderle con otros regalos y visitarle. Creo que sería un error empezar a cargar el agua antes de pedirle permiso.

—¿Es posible que haya dificultades?

—No, si sabe manejarle.

—Capitán Wainwright, le agradecería infinitamente que me ayudara mientras dure todo este asunto. No debe haber malentendidos ni desacuerdos ni pérdida de tiempo.

—¡Por supuesto que le ayudaré, señor! Pero soy yo quien le está agradecido. El ayudante del señor Bentley está calafateando la lancha roja del ballenero en este momento y va a hacer una nueva bulárcama. Si usted me enseñara los artículos que tiene para hacer trueque, podría escoger algunos con los que le corresponderán adecuadamente. Pakeea me describió hasta la última yarda de
tapa.

Cuando estaban revolviendo azuelas, hachas, cuentas de collares, bolas de cristal, pedazos de algodón estampado y recipientes de estaño y latón, un
pahi
zarpó del puerto. Un grupo de jóvenes movían los remos a las órdenes de una mujer muy robusta y de mediana edad.

—Esa es la hermana de Tereo —dijo Wainwright—. Es una mujer muy alegre. Sería conveniente preparar una guindola.

Indudablemente, era una mujer muy alegre, porque su habitual expresión risueña había dejado marcas en su rostro, pero en el momento en que la bajaban despacio a la cubierta adoptó con naturalidad una actitud grave que imponía respeto. Luego se reunieron con ella tres de sus jóvenes acompañantes que subieron ágilmente por el costado. Todas, como ella, llevaban vestidos que las cubrían de los hombros a las rodillas, porque, como Wainwright le dijo al oído a Jack, pertenecían a las grandes familias de Tongataboo. Eran más altas y tenían la piel más clara que las jóvenes con el pecho descubierto que estaban en el
pahi
y también adoptaron una actitud muy grave. Después mostraron el conjunto de regalos. Consistía en rollos de
tapa
rojaoscura, anaranjada y de su color natural; cerditos envueltos en esterillas; cestas con gallinas vivas y con aves de caza muertas, que incluían una fúlica de plumaje morado y varios rascones que hicieron a Martin ponerse tenso como un perro de caza; trozos de sándalo; perros asados; caña de azúcar, frutas y bayas; dos bastones de madera dura y de color oscuro con un diente de ballena azul en la formidable empuñadura. Los tripulantes de la fragata estaban colocados en el castillo y en los pasamanos, y aunque algunos lanzaban miradas lascivas a las remeras o hacían gestos con la cabeza y las manos a las que habían conocido la noche anterior, la mayoría de ellos observaban todo silenciosos y llenos de admiración.

Jack le dijo a Wainwright:

—Por favor, dígale que le estoy profundamente agradecido al jefe por estos magníficos regalos y que dentro de poco tendré el honor de ir a entregarle los nuestros, que, indudablemente, no serán presentados tan maravillosamente. Añada que le pediré permiso para cargar agua en su isla y hacer trueque con sus habitantes para conseguir víveres. Y dígale también, que le ruego que ella y estas jóvenes vengan a la cabina. Por favor, dígalo en la forma más elegante que pueda.

Sin duda, Wainwright habló más y probablemente con más elegancia, pues los marineros que hablaban esa lengua del Pacífico Sur hicieron inclinaciones de cabeza aprobatorias cuando oyeron algunos de los pasajes. Cuando terminó, la hermana del jefe miró complacida a Jack, quien condujo a todas a su cabina. Wainwright les indicó que se sentaran de acuerdo con el protocolo polinesio y Jack le dio a cada una un montón de plumas rojas y otros pequeños regalos. A ellas les gustaron sobre todo las plumas, pero no les gustó mucho el vino de madeira que les sirvieron después. Su expresión de alegre expectación cambió a una de asombro o, en algunos casos, de miedo. Pero después de un momento de desconcierto, las amables sonrisas volvieron a aparecer en sus rostros y, a pesar de que eran un poco forzadas, la reunión terminó con muestras de satisfacción y afecto por ambas partes.

Poco después que el
pahi
zarpó en dirección a la costa, Jack siguió su ruta con el timonel y los barqueros vestidos con su mejor ropa. Cuando hacía alrededor de una hora que había regresado, después de tratar con éxito todos los asuntos, Stephen subió a la cubierta, y aunque reconocía que se había levantado tarde y que se había demorado en la enfermería, se asombró al ver el sol tan alto, el día tan luminoso, tanta actividad en la fragata que parecía un enjambre y la playa tan llena de gente y de colores que contrastaban fuertemente. Bajo aquella brillante luz, una pirámide de cocos sobre la blanca arena de la playa coralina, frente a las aguas de color aguamarina y con las verdes palmeras y jardines detrás, parecía cambiar su vivo tono marrón rojizo, y algo similar ocurría con los montones de plátanos, boniatos y raíces de colocasia y con las cestas de lustroso pescado. Stephen se quedó mirando hacia allí fijamente. Un
pahi
cuyos tripulantes, hombres y mujeres, estaban cantando, se acercó a la fragata. Sus tripulantes rodearon a la
Surprise
con su ancha y bien construida embarcación, en medio de la suave brisa, con la habilidad de expertos marinos, esquivando las cadenas del ancla (ahora la fragata estaba anclada por proa y por popa) y luego siguieron navegando con rapidez hasta la playa, donde descargaron más pescado. Por encima de los jardines situados detrás de la playa, pasó una bandada de papagayos de mediano tamaño que no pudo identificar y una paloma de plumaje verde que volaba muy rápido. En la
Surprise
todos estaban muy ocupados y ya estaban subiendo a bordo los grandes toneles de agua desde la lancha, pasándolos a la cubierta suspendidos en el aire acompañados por gritos como: «¡Todos juntos! ¡Dejen paso! ¡Despacio! ¡Maldito seas, Joe! ¡Media pulgada, media pulgada, media pulgada hacia delante, compañero!». Luego desaparecían al bajar por la escotilla de popa acompañados por otros gritos que se oían con menos claridad pero que eran más vehementes.

Pero el agua no era lo único importante, ni mucho menos. Jack y Tereo habían acordado que todo el trueque tuviera lugar en tierra para evitar la complejidad de negociar con cincuenta canoas a la vez, y se había establecido un amplio mercado con artículos muy buenos y variados. Los principales objetos con que los tripulantes de la
Surprise
hacían trueque (herramientas y objetos de metal, botellas y cualquier otra cosa de vidrio, ropa, sombreros, que eran muy apreciados, dijes, cuentas de collares y baratijas) estaban metidos en barriles y encima de cada uno estaba sentado un marinero. Primero fue Wainwright quien llevó a cabo el trueque para establecer una especie de patrón y luego, sobre esa base, continuaron los tripulantes de la
Surprise más
entendidos en el asunto. Sus adquisiciones llegaban a bordo en un flujo constante y eran recibidas por Adams, su ayudante, y el marinero encargado del pañol del pan, pero si eran aves lo hacía Jemmy Ducks y si eran cerdos Weightman, el carnicero de la fragata.

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