Clarissa Oakes, polizón a bordo (8 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: Clarissa Oakes, polizón a bordo
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—Así es como se baila en una boda —decía—. Pero uno no debe mover los brazos ni mostrar ninguna emoción ni mucho menos gritar, como desafortunadamente hacen en algunos países. Esa es una mala costumbre. Aquí está el capitán, y él mismo le podrá decir que gritar cuando se baila no es elegante.

—Es curioso que aparentemente no le he dado una sorpresa a nadie en la fragata —dijo Jack cuando Reade se fue—. Los marineros tenían la guirnalda preparada mucho antes de que zarpáramos y tú estabas enseñando a Reade cómo se baila en una boda, aunque hace sólo diez minutos que se concertó. Dudo que pueda sorprender al señor Martin cuando le pregunte si quiere oficiar la ceremonia. Como seguramente recordarás, hoy come con nosotros.

—Quisiera que no llegara tarde. El estómago me pide a gritos la comida, aunque es posible que eso sea producto del terror. ¿Te has fijado en el navío que nos está persiguiendo? Es un navío con un gallardete de barco de guerra.

—Dejo pasar que llames navío a un cúter, pero permíteme oponerme a la palabra
persiguiendo
. No hay duda de que navega casi con el mismo rumbo, ni hay duda de que aparentemente su capitán quiere hablar con nosotros, pero es posible que se dirija a una bahía que está en la costa noroeste de la isla Norfolk por algún asunto oficial. Aunque parece que lleva un gallardete, creo que puedo ignorarlo sin buscarme problemas. No tengo tiempo para chismorreos y la distancia que nos separa es lo bastante grande para permitirme hacerlo sin que sea una flagrante ofensa. Además, seguiremos llevando bastante ventaja hasta que caiga la noche.

—¿No podemos navegar más rápido y dejarlo atrás?

—¡Por supuesto que no, Stephen! —exclamó—. ¿Cómo puedes tener ideas tan raras? Ambas embarcaciones se mueven casi a la misma velocidad, pero la fragata, como tiene aparejo de velas cuadras, sólo puede acercar la proa a 65° de la dirección del viento, mientras que el cúter puede acercarla a 55°. Como consecuencia, a pesar de que estén en igualdad de condiciones, a la larga el cúter adelantará a la fragata, a menos, naturalmente, que navegue con el viento en popa, lo que la alejaría mucho, pero sería la prueba de una indebida huida. Si todavía sigue ahí por la mañana, si no ha virado a sotavento de la isla Norfolk, y si no hay notables cambios en el tiempo, tendré que poner la fragata en facha. Tendré que detenerla —agregó, pues pensó que alguien que llamaba navío a un cúter después de navegar durante tantos años, necesitaba oír la explicación de incluso los términos más sencillos—. Pero entonces ya la compañera de Oakes será una mujer libre, pues Martin habrá realizado su tarea con un libro, una campanilla y una vela.

—No te has olvidado de Padeen, ¿verdad? —preguntó Stephen en voz baja.

—No —respondió Jack—, no me he olvidado. Creo que no hay ningún Judas a bordo, y aunque lo hubiera, el capitán del cúter tendría que ser muy atrevido para poder encontrarle en mi barco.

Pasó unos minutos mirando el
Éclair
, el cúter en cuestión, por el catalejo. Estaba bien gobernado y parecía que avanzaba un poco más rápido que la
Surprise
porque la proa formaba un ángulo más pequeño con la dirección del viento. El gallardete pudo verse claramente cuando viró. Pero no podría adelantar a la fragata antes que anocheciera y, además, había pocas posibilidades de que sobrepasara la isla Norfolk y saliera al océano, aun en el caso de que realmente estuviera persiguiendo a la
Surprise
. Guardó el catalejo y dijo a Stephen:

—Es asombroso el poder que tiene una joven sentada con recato y modestia, mirando al suelo y respondiendo con cortesía, aunque no digo que como un papanatas, cuidado, Stephen, con cortesía, pero no mucha. Ningún hombre podría hablarle con rudeza a una joven así, a menos que fuera un bárbaro. El viejo Jarvey no podría hablarle con rudeza a una joven así.

—Creo que tu misoginia es principalmente teórica.

—Sí, me gustan las jóvenes, es cierto —dijo Jack, asintiendo con la cabeza—, pero las jóvenes que están en el lugar que les corresponde. Vamos a cambiarnos de ropa, Stephen. Tom y Martin se reunirán con nosotros dentro de cinco minutos.

A los cinco minutos el capitán Pullings, en todo su esplendor, y el señor Martin, con una aceptable chaqueta negra, entraron en la cabina. En seguida les ofrecieron algo de beber para abrirles el apetito (aunque a esa hora del día no era necesario) y cuando sonó la campana todos se sentaron a la mesa. Durante la primera parte de la comida ambos marineros trataron de lograr que los dos médicos comprendieran, realmente comprendieran, por qué una embarcación que puede acercar la proa a 55° de la dirección del viento termina por adelantar a otra que puede acercarla a 65° cuando ambas navegan de bolina y a la misma velocidad. Después de acabar el cordero asado, que quedó convertido en un simple esqueleto, Jack, desesperado, mandó buscar a Reade y le encargó que pidiera a Adams una baraja y que cortara dos triángulos isósceles, uno con un ángulo de 135° y otro con uno de 112° 30'.

Cuando llegaron los triángulos, ya habían quitado el mantel, y Jack hubiera trazado con oporto, sobre la brillante superficie de caoba, varias líneas que indicaban la dirección del viento y los puntos donde viraban los barcos si Killick no hubiera gritado:

—¡Oh, no, señor, por favor! Permítame extender pedazos de merlín blanco.

Cuando los pedazos de merlín blanco quedaron extendidos, Jack dijo:

—Ahora, caballeros, el viento sopla por el centro, desde el chaleco del doctor al mío. Las líneas paralelas a cada lado indican aproximadamente dónde viran los barcos por avante, hacia donde está él. Ahora voy a colocar el triángulo que representa al que se acerca a 65° junto a la línea de la izquierda, con la base perpendicular a la dirección del viento, y luego voy a trazar su ruta, en que navegará de bolina, hasta la línea de la derecha, donde vira, y voy a marcar el punto con un pedazo de pan. Luego voy a hacer lo mismo en cada tramo hasta que llegue al punto donde vira en el sexto tramo, que voy a marcar con este gorgojo muerto. Ahora cojo el triángulo que representa al cúter, que se acerca a 55°, y hago lo mismo. Como ven, el cuarto tramo de la ruta del cúter coincide casi con el sexto tramo de la fragata. La distancia recorrida hacia barlovento favorece más a la embarcación de velas de cuchillo en una proporción de cuatro a tres.

—Eso es innegable —dijo Stephen, mirando atentamente el gorgojo—, pero mi mente está más convencida que mi corazón. Esta embarcación tan ligera y esbelta, que ha derrotado a tantos enemigos de potencia superior…

—¿Le gustaría más una prueba trigonométrica? —preguntó Tom Pullings.

Stephen negó con la cabeza y disimuladamente acercó el gorgojo a su plato.

—Una vez hojeé un libro de trigonometría —dijo Martin—. El título era
A Simple Way of Resolving All Triangles, invaluable for Gentlemen, Surveyors and Mariners, carefully adapted for the Meanest Understanding (Una forma simple de resolver los triángulos, inestimable para caballeros, inspectores y marinos y cuidadosamente adaptado para los más bajos intelectos)
, pero tuve que dejarlo. Parece que algunos intelectos son incluso más bajos de lo que el autor pensaba.

—Al menos todos podemos apreciar este excelente oporto —propuso Stephen—. Bebamos una copa juntos, señores.

—Con mucho gusto —dijo Martin, haciendo una inclinación de cabeza sobre su plato—. En verdad es un oporto excelente, pero ésta debe ser mi última copa porque tengo que celebrar una ceremonia dentro de una hora, como sabe, y no me gustaría estar todo el tiempo tambaleándome y hablando entre dientes.

Después de la comida, Stephen, que no asistía a ninguna ceremonia a menos que fuera un funeral, se fue a la enfermería. Allí Owen le contó los viajes que había hecho a la costa oeste del continente americano y a las islas cercanas para comerciar con pieles y desde allí a Cantón a través de las islas Sandwich, especialmente Hawai, o en ocasiones a Inglaterra por el cabo de Hornos o el estrecho de Magallanes, a veces haciendo escala en Más Afuera para encontrar las mejores pieles. También le habló de otras partes del Pacífico sur donde había estado, sobre todo de la isla de Pascua, que a Stephen le parecía más interesante que los demás lugares, especialmente por las enormes figuras erguidas sobre plataformas de piedra cuidadosamente pulidas que había tallado un pueblo desconocido y que, además, dejó como testimonio tablas escritas con caracteres desconocidos y en una lengua también desconocida. Owen era un hombre inteligente, sagaz y le gustaba medir cosas y medir distancias con pasos, y, a pesar de que tenía casi sesenta años, conservaba una excelente memoria. Aún estaba hablando, aunque ahora con voz ronca, y Stephen aún le estaba haciendo preguntas cuando Martin bajó para preparar las dosis de medicamentos y las vendas que usarían por la noche.

—¡Cuánto me gustaría ver la isla de Pascua! —le dijo Stephen—. Owen me ha contado más cosas sobre ella. ¿Recuerda a qué distancia está?

—Creo que el capitán dijo que a cinco mil millas, pero pasaron la botella tantas veces después de la ceremonia que no se puede confiar en mí. ¡Ja, ja, ja!

Naturalmente, Padeen estaba presente porque era el ayudante de cirujano. Estaba muy angustiado desde que habían avistado el cúter y ahora, cuando entraban en el dispensario, se inclinó y le susurró a Stephen al oído:

—Por la madre de Dios, su señoría, no se olvide de mí, se lo suplico.

—No me olvidaré, Padeen, te lo prometo —dijo Stephen—. Y el capitán también me ha dado su palabra.

Entonces, en parte para tranquilizarle, siguió hablando con Martin en un tono normal.

—¿Cómo fue la ceremonia? Espero que bien.

—¡Oh, sí, gracias! Si no hubiera sido por el cabeceo, que casi nos hizo caer dos veces, cualquiera habría dicho que era una ceremonia íntima celebrada en un salón. El capitán entregó la novia, el armero hizo un anillo de una guinea, todos los oficiales estaban presentes y en el libro de navegación se escribió todo debidamente firmado. Me asombré al ver a la novia con un vestido escarlata, pero después, cuando la felicité, me lo agradeció efusivamente.

—¿No la había visto antes?

—Claro que sí. Fui hasta la proa antes de la ceremonia para hablarle de las formalidades y asegurarme de que las entendía. Suponía que era una clase de mujer muy diferente, casi iletrada… Todavía llevaba la ropa con que había subido a bordo, y debo decir que a pesar de que se veía muy bien como novia, se veía mejor como muchacho. Sus formas poco pronunciadas, pero no por eso menos atractivas, me hicieron sentir si no como un pederasta, como algo parecido.

Stephen se asombró. Nunca había oído a Martin decir algo tan íntimo y casi licencioso. Mientras ambos preparaban las píldoras y Padeen las vendas, Stephen pensó que tal vez ese era uno de los efectos de traer una mujer a una comunidad de célibes o que quizá Martin se sentía ahora más médico que pastor. Aunque no era químico, tenía varios amigos que lo eran y había visto cómo un sabio sueco echaba una gota de un catalizador en un líquido transparente y entonces el líquido se enturbiaba y se separaba y luego se precipitaban cristales de color rojo fuego.

—Vamos —dijo Martin—. No quisiera que llegáramos demasiado tarde. Habrá una gran fiesta en el castillo. Van a tocar chirimías, naturalmente, y piezas de baile
como Jack's alive (Jack está vivo)
y otras más antiguas como
Cuckolds All Awry (Todos los cornudos están equivocados)
y
An Old Man's a Bed Full of Bones (Un hombre viejo es como una cama llena de huesos)
. Solía bailarlas cuando iba a la escuela.

—Nada podría ser más apropiado —dijo Stephen.

En la
Surprise
siempre había habido muchos cantos y bailes, pero nunca tantos como esa tarde. En el abarrotado castillo, los marineros que bailaban danzas rurales inglesas avanzaban y retrocedían alineados y saltaban en el momento adecuado a pesar del oleaje, mientras otros tocaban, casi sin pausa, violines, trompas, birimbaos y pífanos encima de las bitas o incluso en el pescante de barlovento. Otros grupos de marineros bailaban a la vez al son de las chirimías, cada uno animado por sus compañeros de brigada; otros, gigas; y los marineros de Orkney hacían las evoluciones de una extraña danza y daban gritos al compás de ella.

—Se están divirtiendo, señor —observó Pullings.

—Dejemos que disfruten mientras puedan —dijo Jack—. El lunes se está acabando y se darán un remojón antes que llamemos a los que tienen que hacer guardia.

Ambos miraron por entre la nube de velas el cielo cubierto, donde casi no se veían estrellas. Entonces continuó:

—Pero me alegro mucho. Ese maldito cúter lanzará otra bengala azul dentro de un minuto y tampoco esta vez podremos verla.

En efecto, cuando una chirimía estaba terminando, entre complicados pasos ejecutados con extraordinaria agilidad, dos débiles luces azules aparecieron lejos, por popa, pero la tercera, que completaría la señal convencional, no pudo verse.

—Aun así, seguiremos de este modo cuando suenen las ocho campanadas. Seguro que ese tipo va a disminuir velamen durante la noche, porque no está persiguiendo a toda vela una valiosa presa. Dos prisioneros fugados que no tienen ni un penique no son valiosas presas.

—Tal vez desea un ascenso, señor.

—Es cierto. Pero si atrapa a dos insignificantes fugitivos no conseguirá un notable ascenso, mientras que si navega a toda vela y, accidentalmente, el cúter pierde algún palo y tiene que volver al puerto con una bandola, conseguirá ser recibido con muy duras palabras, dado el estado actual de los pertrechos navales en Sidney. Con las juanetes y las sobrejuanetes nos alejaremos tanto de él durante la noche que, en mi opinión, no le haría seguir ni siquiera un ascenso, en caso de que buscara alguno. La verdad es que tengo la certeza de que dentro de una hora virará y tomará rumbo a la costa norte de la isla.

Hizo una pausa y aspiró el aire al mismo tiempo que percibía la gran serie de fuerzas que actuaban sobre la fragata.

—Pero con tantas velas superiores desplegadas y la posibilidad de que haya tormenta… —añadió, y en ese momento hubo a la vez dos relámpagos que desconcertaron a los marineros que bailaban y la primera ráfaga de cálida lluvia provocó que los violines desafinaran—. Me gustaría que te encargaras de la guardia de media.

Era raro que el capitán Aubrey interpretara mal una situación en la mar, pero al amanecer del día siguiente un distante cañonazo le sacó de su sueño, y un momento después vio a Reade junto a su coy en la penumbra.

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