Como detectar mentiras en los niños (13 page)

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Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

BOOK: Como detectar mentiras en los niños
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Al irse haciendo mayores, los niños no solamente son más hábiles al contar mentiras a otros, también lo son para detectar cuando les mienten
[16]
. La excusa falsa de mamá de por qué no pudo asistir a la representación escolar, cuando papá sostiene que no estaba gritando porque estuviera enfadado, que solamente quería que se le oyera por encima del ruido del televisor: ese tipo de cosas ya no siempre resulta creíble. No es que los niños se vuelvan tan buenos detectando mentiras; más bien es que empiezan siendo tan malos que cualquier mejora parece significativa. Mi propia investigación y la de muchos otros ha demostrado que la mayoría de personas se cree las mentiras en muchas ocasiones
[17]
. La mejora que viene con la edad es más bien la capacidad de contar una mentira, no tanto la capacidad de discernir cuando alguien más está mintiendo. Encontré solamente seis estudios científicos que intentaron descubrir si los niños se convierten en mejores mentirosos al ir creciendo. Los resultados corroboran en cierto modo lo que todo padre de adolescentes ya sabe: los niños mayores son mejores mentirosos que los más pequeños. Puesto que los niños mejoran en todo aquello que van desarrollando, estos estudios no resultan muy instructivos.

Una razón por la cual un estudio similar no puede ofrecer resultados concluyentes es que una comparación entre grupos de edad debería basarse en la misma mentira. Ello no es fácil, por la misma razón por la cual un niño de seis años y un chico de dieciséis no juegan a las mismas cosas ni miran los mismos programas televisivos. La mentira tiene que ser comprensible, interesante, y parecer razonable a lo largo de todas las edades estudiadas. Los niños de cada grupo de edad tienen que estar similarmente motivados para tener éxito al contar una mentira. Y el científico tiene que preocuparse por el tema ético cuando le pide a un niño que mienta, ir con cuidado de no enseñarle involuntariamente técnicas para mentir o que crea que mentir es algo correcto.

En dos estudios se pedía a los niños que mintieran sobre su opinión acerca del zumo de uva. En uno de los experimentos se les ofreció dos bebidas a niños de cinco a doce años, junto con algunos estudiantes de instituto. Una de las bebidas era zumo de uva azucarado y la otra no llevaba azúcar. Se dijo a los niños que convencieran a una de las investigadoras, de veinticuatro años, de que las bebidas temían buen sabor, independientemente de si lo creían así o no. En el segundo estudio, también se pidió a algunos de los niños que mintieran diciendo que no les gustaba la bebida azucarada. Los doctores Robert Feldman, Larry Jenkins y Oladeji Popola dijeron a los niños «que el propósito del experimento era determinar qué capacidad tenían …[ellos]… para engañar al entrevistador. Se mencionaron anuncios televisivos bien conocidos para ilustrar el tipo de respuestas requeridas»
[18]
.

En otro estudio se mostraron diapositivas agradables y desagradables a niños de primer curso y de quinto. Se pidió a los niños que mintieran con respecto a la mitad de las diapositivas diciendo lo contrario de lo que sentían. Se les pidió que pusieran cara de experimentar sensaciones agradables frente a algunas de las diapositivas desagradables, y a la inversa con las agradables
[19]
. En otro estudio se pedía a niños de seis hasta doce años que fingieran ser actores que eran entrevistados con respecto a lo que les gustaba y lo que no. Les pidieron que demostraran lo bien que podían actuar intentando hacer ver que les gustaba o que eran neutrales sobre algo que realmente les desagradaba, y fingiendo que les disgustaba o tenían una postura neutral acerca de algo que les gustaba
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.

El descubrimiento más claro de todos estos estudios es que los niños de primer curso (de cinco y seis años de edad) tienen menos éxito en sus mentiras —es decir, se les detecta con mayor facilidad— que los de diez años o más. No quedó tan claro si las niñas mienten mejor que los niños, o si era más difícil detectar la mentira cuando se ocultaba un sentimiento positivo o negativo.

POR QUÉ ALGUNAS MENTIRAS SON DIFÍCILES DE CONTAR

Cuando no hay emoción de por medio es fácil mentir; es mucho más fácil mentir sobre hechos, planes, acciones o ideas que decir que uno no está enfadado, asustado o que siente cualquier otra emoción. Es mucho más fácil mentir sobre no haber estado enfadado ayer que esconder el enojo que se siente en el momento. Es más fácil esconder una ligera irritación que la furia. Incluso cuando la mentira no trata sobre emociones, las emociones que se suscitan al mentir —miedo a ser descubierto, culpabilidad por la mentira, o el reto y el estímulo que supone colar con éxito una mentira (yo lo llamo «el placer del engaño»)— pueden hacer que resulte más difícil mentir con éxito.

Un padre me contó un incidente que ilustra lo fácil que resulta mentir cuando se tiene una cierta distancia de las emociones. El tema del dentista normalmente suscita fuertes emociones —habitualmente temor— tanto en niños como en adultos. El tío de Aaron, un chico de trece años que había tenido problemas con sus dientes, le preguntó si había ido recientemente al dentista.

«Sí», respondió Aaron. «Fui la semana pasada.»

«¿Y cómo fue?», preguntó su tío. «¿Te dolió?»

«No, nada. Fue tirado, dijo Aaron» sin dudarlo ni un momento. Más tarde el tío descubrió que hacía varios meses que el niño no había ido al dentista, y que cuando lo hizo, había tenido mucho miedo de las inyecciones de novocaína.

Varios meses más tarde el tío volvió a preguntarle a Aaron si había ido al dentista. Esta vez el tío se dio cuenta de que el niño esquivaba la mirada, se callaba un instante y después contestó rápidamente diciendo que no y a continuación siguió hablando con igual rapidez de una película que había visto la noche anterior. Resultó ser que Aaron había ido al dentista justo la semana anterior y, según contaron sus padres, le habían extraído dos muelas del juicio y se había quejado y llorado mucho.

Las emociones, en especial cuando son intensas, producen cambios involuntarios de conducta que son difíciles de esconder. Estos cambios se pueden dar en cualquier parte o en todas, en el rostro, en los movimientos de las manos, en la postura o en el sonido de la voz. Para tener éxito, el mentiroso tiene que reprimir todas estas señales emocionales que no encajan con la mentira. El mentiroso debe poder conducir y controlar su comportamiento. Ello no resulta fácil para la mayoría de adultos; es incluso más difícil para los niños pequeños. Las fuertes emociones y el esfuerzo invertido en controlar las señales de tales emociones también pueden llegar a distraer tanto la atención del mentiroso que le resulte difícil pensar con claridad y hablar de manera convincente.

CULPABILIDAD POR MENTIR

En los experimentos que examinaban si los niños de mayor edad son mejores mintiendo que los más jóvenes, se eliminó un factor importante: la culpabilidad. Se pidió a los niños que mintieran; los científicos autorizaron las mentiras, y se ofreció una razón plausible para ello (haced como si estuvierais en un programa de televisión). Cuando el niño falsifica una puntuación más alta en su boletín de notas, o dice que no se ha bebido el whisky del armario de las bebidas, no hay ninguna figura de autoridad que le diga que mienta. Es la propia opción del niño, tomada en contra de los deseos paternos o del profesor. Es entonces cuando la mentira no es solicitada ni autorizada, cuando el niño puede sentirse culpable. Estos sentimientos de culpa hacen que resulte más difícil mentir. Son una carga para el que miente y pueden causar que la mentira fracase.

La culpa puede llevar a que el mentiroso eventualmente confiese, tal es su peso y el dolor que produce. El intentar aliviar ese peso muchas veces lleva a una confesión. Tim, un chico de diez años, lo expresó de esta manera: «No sé, es como cuando a veces dices una mala mentira, y está en tu conciencia y se lo tienes que contar a alguien. Si se trata de algo realmente malo. Para sacártelo de encima y que no te moleste más»
[21]
. Incluso aunque el mentiroso intente aferrarse a su mentira, las señales de culpabilidad —retirar la vista, la voz apagada o agitada— pueden traicionar la intención del mentiroso.

No todos los niños, por supuesto, se sienten culpables cuando mienten. En edades más tempranas casi todos los niños creen que mentir está siempre mal. Hacia la adolescencia ya casi ninguno de ellos está convencido de que todas las mentiras son malas. Los padres que he entrevistado dijeron que si educas bien a tu hijo, éste se sentirá culpable cuando te mienta. No existe ninguna investigación, que yo sepa, que corrobore esta esperanza. Mi investigación con adultos indica que las personas no se sienten culpables por mentir a alguien a quien no respetan, con quien no comparten unos valores. Supongo que los niños se sentirán menos culpables cuando mienten a unos padres que les imponen unas normas que ellos consideran injustas, duras e inflexibles, igual que los adultos no sienten culpa alguna por mentirle a un jefe que consideran ha sido injusto con ellos. El sentimiento de culpa por mentir es más intenso cuando el mentiroso comparte valores con la víctima de la mentira.

Rachel es una estudiante de secundaria que se siente muy orgullosa de sus resultados académicos. Sus padres, ambos profesores universitarios, también están orgullosos de ella y siempre han insistido en la importancia de sacar buenas notas. Cuando Rachel obtuvo un bajo resultado en un examen de ciencias hecho a final de semana, para el cual no se había preparado, mintió a sus padres, diciendo que le había ido bien. Pero durante el fin de semana sus padres notaron su aspecto taciturno y apático, muy anormal en ella. Cuando llegaron unos invitados y los padres de Rachel se pusieron a presumir sobre sus éxitos escolares, bruscamente se marchó de la sala. Para el domingo por la noche Rachel ya no podía más y confesó la mentira a sus padres.

El niño puede justificar fácilmente el mentir a unos padres que parecen estar llevando a cabo acciones que le prohiben a él. Por ejemplo, si usted se emborracha, su hijo adolescente podrá considerar hipócrita que le castigue a él o a ella por el mismo motivo. Muchos adultos no se sienten culpables por mentir a objetivos anónimos, o a instituciones como «Telefónica» o «el Gobierno». Probablemente sea por ello que nunca he podido convencer a mi hijo Tom de que está mal que mienta acerca de su edad cuando intenta conseguir un descuento en un cine o en el transporte público. Él sabe que muchos adultos hacen trampa y no entiende por qué nosotros no lo hacemos. Además, no comprende por qué esperamos que él viva según unas normas que otros conocidos suyos no siguen.

Puede que no exista sentimiento de culpa cuando el mentiroso cree que todo el mundo miente. Eso es lo que dicen algunos preadolescentes. Aunque no existen pruebas científicas que lo confirmen, sospecho que ésta es una de las razones por las cuales los adolescentes tienen más éxito en sus mentiras. Se sienten menos culpables por mentir a sus padres o profesores. El rechazar los valores paternos —una manera de rebelión—, el darse cuenta de los pies de barro de las figuras de autoridad, es algo común en muchos adolescentes. Para algunos, la mentira puede ser una forma de establecer su propia identidad, de separarse y de conseguir independencia —una fase necesaria de la adolescencia.

Muy pocas personas, tanto niños como adultos, se sienten culpables por las mentiras triviales. Cuando el mentiroso piensa que la mentira no hará daño a nadie, ni siquiera a la persona a quien va dirigida, la culpabilidad está relativamente ausente. Incluso cuando la mentira tenga consecuencias importantes, los mentirosos no se sienten culpables si se ha autorizado la mentira. Los espías no se sienten culpables por su engaño porque éste ha sido autorizado por el país para el cual trabajan.

Si alguien con autoridad le dice al niño que mienta, es muy poco probable que éste se sienta culpable por su acto. Resulta más fácil mentir si no se siente culpabilidad. En todos los experimentos que he descrito (excepto el de Hartshorne y May y los que describí al inicio del presente capítulo), como fueron autorizadas por los científicos, las mentiras de los niños estaban relativamente libres de culpa. Por tanto estos estudios no revelan gran cosa sobre la mayor parte de mentiras que los niños cuentan a sus padres o profesores.

MIEDO A SER DESCUBIERTO

Sospecho que los niños de los experimentos sobre las mentiras no tenían motivo alguno para sentir temor ante las consecuencias de ser descubiertos, ninguna razón para pensar que si no conseguían ser convincentes perderían algo o serían castigados. No obstante, la mayor parte de mentiras entre padres o profesores y niños tienen consecuencias negativas si son descubiertas. En las mentiras que sí importan, el mentiroso tiene miedo a ser descubierto por la posibilidad de ser castigado.

Ésta es una manera de diferenciar las mentiras importantes de las triviales. ¿Se castigaría al mentiroso si fuera descubierto? ¿Cuál sería el precio de ser descubierto? Suelen haber dos castigos: uno por la mentira en sí, el otro por el acto que la mentira intentaba encubrir.

Al igual que la culpa, el miedo a ser descubierto hace que mentir resulte más difícil, puede motivar una confesión y puede producir indicios en el rostro, cuerpo y voz que traicionen la mentira. Ese miedo se puede convertir en tormento, y la persona puede confesar para conseguir aliviarlo. El miedo puede dar al traste con los intentos del mentiroso de mantener una línea coherente. Puede provocar cambios en cómo habla el mentiroso, en el sonido de su voz, en la expresión de la cara, que contradicen lo que está diciendo y a la larga revelan la mentira.

Charlotte tiene diez años y es una niña algo masculina y revoltosa. Estaba encantada con los nuevos vaqueros de la marca Guess que le había comprado su madre. Esta le dijo que eran caros y que Charlotte tenía que ir con cuidado para no estropearlos. Los llevaba a la escuela casi cada día. Un día resbaló jugando al béisbol y se le rompió una pernera del pantalón. Se fue corriendo a casa y, antes de que pudiera verla su madre, escondió los vaqueros en el fondo de un cajón. Una semana más tarde, la madre de Charlotte le sugirió que se pusiera los vaqueros con una blusa nueva. Charlotte tartamudeó y dijo que prefería ponerse una falda, cosa rara en ella. Su madre empezó a sospechar. Cuando le pidió que le enseñara los vaqueros, Charlotte dijo que se los había dejado en casa de su amiga Karen, pero Charlotte no había estado en casa de Karen desde hacía más de una semana.

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