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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cómo ser toda una dama (25 page)

BOOK: Cómo ser toda una dama
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—¿Y cómo te miro?

—No lo sé —Viola respiraba con dificultad—. No… —arqueó el torso para recibir sus caricias—. Oh, Jin… —en ese momento él le pasó la yema del pulgar sobre el pezón, una única vez—. ¡Oooooh! —Viola sintió que su cuerpo se estremecía por entero. Se aferró a sus brazos para mantenerse erguida y le suplicó—: Otra vez.

—Si lo hago —replicó él con sorna—, ¿serás capaz de seguir de pie?

—Si lo haces —contestó ella—, lo intentaré.

Y lo hizo una vez y otra más. El roce de ese dedo calloso sobre el delicado pezón era sublime, un acto tan simple pero tan placentero. No necesitó más para derretirla. Para que el deseo la invadiera por completo.

—No sé si podré seguir de pie mucho más —confesó, hablando con rapidez.

Jin la levantó en brazos como si fuera una niña y la llevó a la cama. No hubo bromas, ni risas, ni se burló de ella por no poder caminar el escaso metro y medio que la separaba de la cama. No había nada que demostrar. Jin se quitó las botas, devorándola con la mirada mientras lo hacía. A él también le costaba trabajo respirar. Viola lo abrazó cuando se acostó, y él la rodeó con sus brazos mientras la besaba.

Fue como la vez anterior. La misma unión, la misma plenitud, como su primer beso. Jin le colocó las manos a ambos lados de la cabeza y ella le aferró los hombros mientras separaba los labios para permitirle la entrada. No la torturó; se entregó al beso, la acarició con la lengua y le mordisqueó los labios. Entre tanto, sus dedos le acariciaban el mentón, exploraban su cara como si de esa forma pudiera aumentar las sensaciones. El calor de esa mano descendió hasta su cuello y de allí hasta un hombro. Su boca no tardó en trazar el mismo recorrido. Viola se aferraba a sus brazos, temblando con cada caricia y anhelando el momento de que se colocara sobre ella y la penetrara. Separó las rodillas con la esperanza de evitar confesarle que no podía esperar más, de evitar suplicarle. En ese momento sintió la húmeda caricia de su lengua en un pezón y las súplicas le parecieron una opción la mar de razonable.

Gimió bajo el asalto de esa lengua y olvidó todas las dudas, todas las preocupaciones sobre lo que debía hacer o no. Le enterró los dedos en el pelo, concentrándose en el momento, que era lo más importante. A partir de ese instante, nada existía salvo esa exquisita boca con sus seductoras caricias, salvo su enfebrecido cuerpo y salvo el deseo. Un deseo de hacer el amor que superaba con creces cualquier otra emoción que jamás hubiera experimentado.

Deslizó los dedos sobre el bulto de la parte delantera de sus pantalones. Él le agarró la mano y se la llevó a los labios. La mirada de esos ojos azules la abrasó.

—No —susurró contra su mano.

—¿No? Pero…

Capturó sus labios con un beso y ella se dio un festín, disfrutando de su sabor, de su calor y de la dureza de su cuerpo. Jin la aferró por los hombros y la instó a incorporarse sobre las rodillas para seguir besándola una y otra vez. Deslizó las manos por sus brazos y las trasladó a su cintura, dejando un rastro ardiente a su paso. Y, después, la tocó entre los muslos. La tocó y el mundo llegó a su fin y comenzó de nuevo.

Porque la noche anterior no la había tocado en ese lugar. Las dos ocasiones habían sido tan rápidas como una tormenta de verano y no había habido tiempo para nada más. En ese momento, la tocaba de forma tan íntima que se sentía cambiada.

Viola nunca le había dado demasiada importancia a las partes más femeninas de su anatomía. Simplemente servían para lo que servían, como todo lo demás, y también servían para obtener placer con un hombre, claro estaba. Pero jamás había imaginado que podían ser adoradas de esa forma.

Las caricias de Jin fueron delicadas al principio. Ella se estremeció y los besos cesaron, si bien siguieron con los labios unidos. Él también respiraba de forma superficial, como ella. En un momento dado, Viola arqueó el cuerpo, cerró los ojos y las caricias adquirieron otro cariz. El placer le arrancó un gemido, y cada magistral roce de sus dedos avivó el deseo. Con cada caricia, Jin le decía que la controlaba de esa manera, que la dominaba y que sabía que en ese instante haría cualquier cosa que él le pidiera. Viola se dejó llevar, arrastrada por la pasión y sin importarle la derrota.

—Viola, abre los ojos —le dijo él, susurrando contra su frente—. Mírame.

Ella lo obedeció despacio, ya que le pesaban los párpados por el insoportable anhelo.

—Sí —claudicó con un suspiro, alzando las caderas hacia la mano que la acariciaba. Jadeó porque cada roce de sus dedos avivaba el deseo de tenerlo dentro—. ¿Por qué? —en ese instante la penetró con los dedos—. ¡Oh, Dios!

Mientras movía los dedos y la poseía de una forma sublime, Jin le contestó:

—Quiero que veas que soy yo quien te está dando placer.

Viola gimió y empezó a mover las caderas, instándolo a penetrarla aún más, ansiando sentirlo bien dentro. Le enterró las manos en el pelo y replicó:

—Ya sé que eres tú —lo besó, pero el deseo era demasiado intenso, casi doloroso. Levantó las caderas, frenética a causa de la agonía—. Jin, ahora, por favor. No puedo soportarlo más.

—Sí que puedes.

—¡No!

—No sólo vas a soportarlo —insistió él con voz ronca mientras volvía a dejarla tendida sobre el colchón—. Vas a pedirme más —aumentó la cadencia de sus dedos, le separó las rodillas y se inclinó para acariciarla con la boca.

Viola no le pidió más.

Se lo suplicó.

Se lo rogó.

Entre gemidos desesperados. Porque jamás había experimentado nada semejante. Jamás había imaginado que un hombre pudiera complacerla de una forma tan exquisita. Sin embargo, cada vez que llegaba al borde del éxtasis, cada vez que estaba a punto de conseguir lo que más ansiaba, él se lo negaba. Las caricias ardientes y delicadas de su lengua la enloquecieron mientras la penetraba con los dedos hasta que el placer se convirtió en una tortura tan insoportable que sus labios sólo fueron capaces de expresar un deseo:

—Por favor —suplicó, aferrada a las sábanas—. Déjame complacerte también.

Eso pareció decidirlo.

Viola extendió los brazos para recibirlo y él la penetró al instante, rodeándola con su cuerpo y hundiéndose hasta el fondo en ella. El placer fue tan intenso que tuvo que contener un grito de alegría mientras lo abrazaba. Por fin estaban unidos por completo. Sus cuerpos estaban inmóviles, salvo por sus respiraciones, que hacían que sus torsos se rozaran.

Jin le pasó los dedos por el pelo, le besó la frente, una mejilla y el cuello. Entretanto, la otra mano le acariciaba la cintura y ascendió hasta un pecho para rodear un endurecido pezón. El roce hizo que ella murmurara su nombre y se moviera para sentirlo más adentro, para deleitarse con su presencia.

Hasta que comenzó a moverse muy despacio, aceptando el placer que ella le entregaba. Que era inconmensurable, según parecía. Porque, aunque deberían haberlo previsto (si alguno de los dos hubiera podido pararse a reflexionar al respecto), les fue imposible continuar con esa languidez. Ella lo instó a ir más rápido y él se dejó llevar, y entre ambos demostraron que no hacía falta que se incendiara una plantación de caña de azúcar, ni una cabalgada frenética, ni un enfrentamiento a cañonazos, ni una escalera para instarlos a copular con una urgencia animal y experimentar un éxtasis divino. La cama crujía como si fuera a romperse y de la garganta de Viola escapaban sonidos que nunca antes había emitido. En comparación, las dos veces anteriores parecían controladas; y cuando todo acabó, se sentía maravillosamente saciada y como si le hubieran dado una paliza. Jin, además, tenía cuatro profundos arañazos en cada hombro.

—Te he hecho daño —exclamó ella mientras intentaba recuperar el aliento.

—Pues sí. Bruja —Jin no parecía satisfecho con los besos que habían compartido, de modo que se inclinó para besarla de nuevo en los labios.

Sin embargo, la caricia de esa boca tan perfecta fue demasiado, ya que los rescoldos del éxtasis la habían dejado en exceso sensible. Tal vez él la hubiera sobreestimulado con esos preliminares tan sensuales. En ese momento, volvió a estremecerse, muy consciente del cuerpo que tenía sobre ella. Estaba un tanto asustada.

—Te sangra la mano de nuevo —señaló al tiempo que le acariciaba un musculoso brazo—. Al final, tendrás que ponerte un garfio.

—Habrá merecido la pena —Jin se apartó de ella y se acostó de espaldas, cogiéndole una mano. De repente, se quedó inmóvil. Le soltó la mano, se incorporó y la cubrió con una sábana. Sin mediar palabra, volvió a tumbarse de espaldas.

Ella se colocó de costado para mirarlo, doblando las piernas y los brazos.

—No tengo frío.

—Estás tiritando.

—Estoy agotada.

—Pues duérmete.

A la tenue luz de la lámpara, estaba guapísimo. El pelo le caía sobre la frente y tenía los párpados entornados. Sus oscuras pestañas contrastaban con el azul gélido de sus ojos, que también podía ser abrasador.

Viola se percató de que tenía una mancha roja en el único trozo de tela que llevaba encima.

—Antes me gustaría limpiarte las heridas.

—Ya lo harás después —replicó con voz serena y ronca, como si estuviera a punto de dormirse.

—¿No quieres que me vaya?

Él no la miró ni abrió los ojos para contestar:

—No.

Viola se incorporó y la sábana quedó arrugada en su regazo.

—Tengo que vendarte de nuevo la herida de la mano.

Con un movimiento lánguido muy poco característico de él, colocó el brazo a su lado, con la palma de la mano hacia arriba.

—Como desees, bruja.

Verlo así le provocó un cálido hormigueo en las entrañas. Jin parecía… feliz. Simplemente feliz.

Ese era el efecto que provocaban los placeres carnales en los hombres. Lo sabía como lo sabría cualquier mujer que hubiera vivido entre hombres toda su vida de adulta. Los hombres eran criaturas simples, o al menos la mayoría de ellos, y cuando estaban físicamente satisfechos (ya fuera por una buena comida o por un buen revolcón), eran felices. Sin embargo y aunque conocía muy poco a Jin Seton, sabía que no era un hombre simple. Y si no estaba equivocada, la felicidad no era algo típico en él.

Viola salió de la cama y se acercó hacia el equipaje de Jin, donde encontró lo que buscaba: vendas limpias y ungüento. Aunque antes se había ofrecido a curarle la herida como excusa para tocarlo, sabía que un capitán de barco no era negligente con esas cosas. Mucho menos ese hombre. Volvió a la cama y le quitó la venda manchada.

Él siguió haciéndose el dormido mientras ella lo atendía, si bien la herida debía de dolerle. Era un corte profundo, aunque limpio. Sanaría bien. Lo vendó de nuevo y le dejó la mano sobre el cobertor. Acto seguido, cogió un poco de ungüento con las yemas de los dedos, se inclinó y lo extendió sobre los arañazos. Su piel era firme y tersa, al igual que sus músculos. Ansió demorarse todo lo posible para disfrutar de su olor, para poder acariciarlo. Sin embargo, repitió el proceso en el otro hombro y se alejó.

La caricia de las vendas y de su mano caliente en la espalda desnuda la desarmó.

Tragó para librarse del nudo que sentía en la garganta.

—No debes usar esa mano.

—Bésame.

—No me des órden…

—Le suplico que me bese, señorita Carlyle —Viola cedió e hizo lo que le pedía mientras él la acariciaba entre los muslos brevemente antes de deslizar la mano por su muslo. Cuando ella se apartó, vio que tenía los ojos cerrados y que sus labios esbozaban una sonrisilla.

—Gracias —lo oyó murmurar.

—¿Por haberte curado o por el beso? —la sonrisa se ensanchó.

Viola tiró del cobertor para arroparse y cerró los ojos para dormirse, arrullada por las estrellitas.

Capítulo 17

Viola sonrió, se desperezó y dio un respingo por el delicioso dolor que sentía, tras lo cual, abrió los ojos. La luz del sol se filtraba por las cortinas, derramando su brillo por el dormitorio.

Se sentó de golpe.

Salvo por su camisola, que estaba en el respaldo de una silla, y por ella misma, en la habitación sólo había muebles. No había rastro del hombre con quien había hecho el amor de forma apasionada apenas unas horas antes, el que había pagado esa habitación.

Viola se quedó inmóvil un momento mientras pensaba que de todas las tonterías que había cometido a lo largo de su vida, haber perpetrado esa falta de previsión era tal vez la peor de todas. Como tonta que era, no había previsto que en cuanto terminase la apuesta, él se alejaría de su lado, con independencia de las circunstancias.

En ese instante, el dolor no le pareció tan delicioso. De hecho, se sentía bastante mal, con el estómago revuelto y las piernas sin fuerzas.

Se bajó de la cama y cogió la camisola. Se le trabó al pasársela por la cabeza, ya que el pelo se le enredó con las cintas. Dio un tirón para ponérsela y se la abrochó sobre el pecho. Como buena marinera que era, estaba acostumbrada a levantarse con el sol y su cuerpo le indicó que todavía era temprano, así que tal vez no se cruzaría con nadie en el pasillo. Sin embargo, ese mismo instinto también le había dicho que Jinan Seton estaría allí cuando se despertara. Tal parecía que su instinto no era tan fiable como siempre había creído.

Al colocar la mano en el pomo de la puerta, se detuvo.

La apuesta había llegado a su fin. Se había marchado. Pero eso no quería decir que ella hubiera perdido. De hecho, podía significar que había ganado. Si se había enamorado de ella, tenía que admitirlo antes de cederle las escrituras de propiedad de su nuevo barco y dejarla tranquila para siempre. Incluso en ese momento podía estar de camino a Tobago para recoger sus pertenencias, lo que le permitiría comprar la elegante goleta en Boston. Tal vez se había marchado para cumplir con las condiciones de la apuesta.

O tal vez no.

A su revuelto estómago le gustaba más la primera opción.

Fue a su habitación, se puso unos pantalones, una camisa y un chaleco, se colgó el gabán de un hombro y cogió su bolsa. Tras dejar la llave de la habitación en recepción, le puso una moneda a la doncella en la palma de la mano y salió a la soleada mañana.

Apenas la separaban unos cincuenta metros del muelle. Sam estaba sentado junto a un bote que se balanceaba sobre las aguas, con una brizna de paja entre los dientes. Se puso en pie de un salto y se llevó la mano a la gorra.

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