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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cómo ser toda una dama (27 page)

BOOK: Cómo ser toda una dama
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Lo había orquestado así, pero no le gustaba. Tal vez Castle fuera un tipo irreprochable, pero no le gustaba ese malnacido oportunista.

No, no. Eso era injusto. Castle no era un malnacido. Jin había pasado la noche con el jefe del puerto y varios oficiales de la Armada, además de con sus esposas, averiguando cosas acerca de Aidan Castle, y no se llevó una sorpresa. Castle era el hijo de una familia acomodada, aunque no rica, de Dorset; un miembro respetable de la clase media inglesa, un hombre que incluso podría intentar emparentarse con una familia aristocrática a través de una hija ilegítima.

Él era el malnacido. El bastardo. El hombre sin familia ni hogar. El mercenario. El ladrón. El asesino que nunca podría redimir todos los malos actos que había cometido. No podría porque seguía haciendo cosas que iban en contra de su conciencia.

Viola no quería regresar a Inglaterra, no quería abandonar su vida en el mar, y, sin embargo, él la obligaba a hacerlo. Tal vez su culpa se veía mitigada por lo que le estaba dando a cambio. Se merecía a alguien mejor que Aidan Castle, pero ella lo quería. Tal vez esa buena obra lo consolara si su propio deseo no lo distrajera.

El viaje duraría entre un mes y seis semanas, siempre y cuando los vientos les fueran favorables. El bergantín de treinta cañones que compró el día anterior les aseguraría un viaje cómodo. Aunque sería un mes infernal, y larguísimo, porque tendría que parecer indiferente ante ella. Si volvía a tocarla, estaría creando falsas expectativas para ambos. Él no era el hombre indicado para la señorita Viola Carlyle.

Cuando ella apareció en su habitación del hotel para seducirlo, se dijo que ninguno de los dos sufriría por disfrutar de otra noche juntos. Sin embargo, cuando Viola le preguntó si quería que se fuera, sintió el alocado impulso de cogerle la mano una vez más e insistir para que nunca se marchara. El pánico que lo asaltó en aquel momento aún lo acompañaba.

—¿Capitán Seton?

Se volvió mientras pasaba la mano por el puño de la camisa, donde descansaba el ligero peso de su daga, lista para ser utilizada en cualquier momento.

—¡Ajá! ¡No sabía que tendría suerte tan pronto! En el muelle me dijeron que había tomado esta dirección hacía menos de dos horas —el oficial naval se acercó a la taberna a lomos de un bonito tordo. Llevaba el uniforme azul y blanco con los galones dorados de su rango y las condecoraciones en hombros y pecho. A su espalda, dos oficiales detuvieron sus monturas a cierta distancia, mientras la brisa agitaba las plumas de sus sombreros.

Jin soltó la empuñadura de la daga y se encaminó al borde del cobertizo, a pleno sol.

—¿En qué puedo ayudarlo?

El oficial se quitó el sombrero y lo saludó desde el caballo.

—Capitán Daniel Eccles, a su servicio, señor.

Eccles, el lugarteniente de Halloway cuando la Armada Real por fin capturó al pirata Redstone.

—Lo mismo digo, capitán —le hizo una reverencia.

Eccles esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Le apetece tomarse una copa conmigo?

—Por supuesto.

Eccles les hizo un gesto a sus oficiales para que desmontaran y procedió a realizar las presentaciones. Los dos eran hombres de aspecto serio, muy pulcros con sus uniformes bien planchados, nada que ver con los marineros de la
Tormenta de Abril
. Sin embargo, los hombres de mar eran iguales en el fondo. Con unas pocas palabras, demostraron ser hombres muy agradables y muy inteligentes. Además, ambos eran caballeros, como Eccles.

—La embarcación que hay fondeada en Scarborough debe de ser la suya —dijo Jin, mientras los veía beber—. Es impresionante.

—Soy afortunado de tenerla. Pero no he visto a la
Cavalier
en puerto. ¿Dónde está fondeada, en Crown Point?

—La han hundido.

Eccles puso los ojos como platos. Sus oficiales se miraron entre sí.

—¿Hundida? ¿La
Cavalier
? —frunció el ceño—. No lo creía posible, no con usted al mando.

—Admito que fue algo inesperado —al igual que el nudo que sentía en el pecho y que no se deshacía—. ¿Hacia dónde van? —preguntó—. Según me contó el jefe del puerto de Puerto España, lleva surcando unos cuantos meses estas aguas.

—Ah, ya tengo respuesta a mi siguiente pregunta. Espero que le entregara la carta que dejé para usted.

—Lo hizo. Gracias.

Eccles sonrió.

—Cuando mi inmediato superior me encarga una misión, la obedezco, por supuesto. Tiene amigos muy influyentes en Whitehall, Seton. Creo que estoy un poco celoso.

—Un hombre con semejante barco no tiene que estar celoso de nadie, Eccles.

El oficial soltó una carcajada.

—Tiene razón. El asunto es que regresaremos a Inglaterra dentro de poco. Nuestro despliegue está a punto de llegar a su fin, sólo tenemos que reaprovisionarnos y poner rumbo a casa.

Jin se inclinó hacia delante lentamente, cogiendo por fin el vaso de ron. Allí estaba su solución.

—Capitán Eccles, a mí también me han encomendado una misión espinosa para la cual necesito ayuda. Me pregunto si usted podría ayudarme.

—Si está en mi mano, délo por hecho. Cualquier cosa por el hombre que logró que la
Cavalier
dejara de dedicarse al robo para hacer el bien. Redstone no lo habría hecho, por más que lo acosáramos —miró a Jin con seriedad.

Eccles conocía la verdadera identidad de Redstone, como los pocos que estuvieron presentes aquel día, frente a las costas de Devonshire. No habían olvidado al pirata Redstone, que había atacado los barcos de los ricos aristócratas, ni tampoco lo habían perdonado del todo. Era irónico, dado que fue Jin quien capitaneó la
Cavalier
durante la mayor parte del tiempo que Alex Savege fue su dueño. Sin embargo, él se había convertido en un héroe mientras que Alex era el malhechor de quien todos desconfiaban, pese a su noble linaje.

No, no era irónico. Era una burla a la decencia.

—Gracias —contestó—. Tengo el honor de conducir a una dama desde Trinidad a Devonshire. Es la hija de lord Carlyle. No me cabe la menor duda de que se sentirá mucho más cómoda a bordo de un barco lleno de oficiales que con marineros comunes.

Eccles asintió con la cabeza.

—El barco está preparado para llevar a damas a bordo. Son alojamientos modestos, pero adecuados. Mi esposa nos acompaña y estará encantada de tener compañía femenina. ¿Usted también nos acompañará?

—Los seguiré en mi embarcación.

Eccles volvió a asentir con la cabeza.

—Cuanta más artillería, mejor, por si tenemos algún encontronazo.

Jin apuró el ron y sintió que el licor le quemaba la garganta hasta llegar a su estómago.

—Eccles, ¿tendría espacio a bordo para otro pasajero? Un conocido, que también se encuentra en Trinidad, puede que esté interesado en adquirir pasaje para Inglaterra en breve.

—Podemos hacerle hueco si lo desea —Eccles levantó el vaso—. Cualquier amigo suyo es bien recibido en mi barco. ¿De quién se trata?

—De un plantador. Inglés de nacimiento, pero muy americano en la actualidad. Y es amigo de la dama. Se llama Castle —el hombre que pasaría el mes con ella en su lugar, tal como habría hecho si él no la hubiera encontrado para cambiarle la vida.

Miró el vaso medio vacío que Joshua había dejado en la mesa. Después de tres años, la búsqueda de su padre estaba a punto de terminar. Y después de dos años, Viola Carlyle ya no le daría sentido a su vida. Su búsqueda terminaría y su deuda quedaría saldada.

Eccles levantó su vaso otra vez.

—Por Inglaterra —brindó.

Jin desvió la mirada hacia el mar revuelto.

—Por Inglaterra.

Capítulo 18

Queridos compatriotas ingleses:

La arrogancia de la aristocracia no deja de sorprenderme. Quiero que meditéis acerca de la nota que recibí ayer, procedente del Jefe Aviar:

«
Milady
:

Tengo el enorme placer de comunicarle que el
Águila Pescadora
ha regresado a Inglaterra y que está a su entera disposición para que lo persiga. Temo que en cuanto lo conozca, ya no querrá saber nada más del resto de miembros de nuestro insignificante club. Como suele suceder con los hombres de mar, acostumbra a volver locas a las mujeres. Si esto llega a pasar, mi corazón llorará la pérdida de su atención. Pero no lamento que por fin pueda averiguar la identidad de uno de los nuestros. Por lo tanto, si de verdad averigua su verdadero nombre, le ruego que me conceda el honor de avisarme de la hora y del lugar del encuentro a fin de esconderme entre los arbustos y suspirar por lo que voy a perder. Sin embargo, hay que concederles a las damas lo que desean, y si está en mi mano la posibilidad de hacer realidad sus deseos, lo haré encantado, por más que vaya en contra de mis propios deseos
.

A sus pies y tal
,

Halcón Peregrino,

Secretario del
Club Falcon»

Coquetea conmigo como si yo fuera una cortesana a la que adular con tonterías. Cree que las mujeres carecemos de capacidad para el raciocinio y que nuestra cabeza está hueca.

Pues entérese bien,
Halcón Peregrino
, no me afecta su coqueteo. Descubriré la verdadera identidad del
Águila Pescadora
y lo sacaré a la luz, a él y a todos los demás, para que los pobres ciudadanos británicos, cuya riqueza despilfarran como niños jugando a las cartas, sepan quiénes son.

La Dama de la Justicia

Capítulo 19

—Es… más grande de lo que recordaba —Viola contemplaba la casa que se alzaba frente a ella a través de la ventanilla del carruaje.

No era una casa. Era una montaña.

Savege Park era un laberinto de piedra, mortero, parapetos, cientos de chimeneas, docenas de ventanas orientadas al oeste en las que se reflejaba el océano y otras tantas orientadas hacia el este, en las que se reflejaban las verdes colinas salpicadas de ovejas y de los últimos cultivos del verano.

La casa solariega de la condesa de Savege.

A unos ocho kilómetros de distancia y cerca de un alto acantilado, se encontraba Glenhaven Hall, la casa solariega del barón de Carlyle, el hogar donde ella había pasado sus primeros diez años de vida. Sin embargo, Jin le había dado a elegir cuando desembarcaron en Exmouth y ella había decidido ir primero a Savege Park, encontrarse con Serena antes de ver de nuevo al hombre que no era su padre.

Posiblemente hubiera elegido mal.

—Creo que sólo la he visto en una ocasión —musitó. Estaba cansada por el rápido viaje, le dolían los huesos y todos los músculos por el constante vaivén del carruaje, pero tenía los nervios de punta, cual grumete durante su primera tormenta.

—Es una pena que su amigo, el señor Castle, no esté para disfrutar de las vistas —comenzó con voz agradable el caballero que se sentaba junto a ella.

El señor Yale siempre era agradable, aunque un tanto sarcástico, y siempre estaba ebrio. Sin embargo, eso no parecía afectar a sus exquisitos modales ni al brillo perspicaz de sus ojos grises. Había demostrado ser una compañía agradable durante el largo trayecto en carruaje. Una compañía amena.

Jane, la doncella alta, delgada y de piel tostada que Jin la había obligado a contratar en Trinidad, apenas había abierto la boca.

Jin había viajado a caballo.

A pesar de haberle asegurado un mes y medio antes que no la perdería de vista hasta dejarla en casa de su hermana, apenas si lo había visto de un tiempo a esa parte. En Trinidad, mantuvieron una única conversación antes de partir, durante la cual le presentó a Jane y le informó de que viajaría a Inglaterra en un barco de la Armada. Al parecer, tenía amistades influyentes. Algunas en el Almirantazgo.

Durante la travesía, sólo lo había visto de lejos, en su barco. En total, eran tres las embarcaciones que viajaban juntas, y no se tropezaron con ninguna nave enemiga. La fragata del capitán Eccles contaba con ciento veinte cañones y el barco que Jin había comprado en Tobago era bastante competente. No tan bonito como la
Cavalier
, pero bastante mejor que la
Tormenta de Abril
. En ningún momento se había sentido preocupada, pero sí muy malhumorada.

La compañía de Aidan durante la travesía no había mejorado en absoluto su humor. La sorprendió al anunciarle en Puerto España que debía volver a Inglaterra para visitar a su familia. Según él, podía dejar las reparaciones de la plantación en manos de su administrador. No obstante, sus constantes y solícitas atenciones una vez que estuvieron a bordo comenzaron a exasperarla, y Seamus demostró ser una espantosa compañía. Los oficiales de la Armada, al igual que la esposa del capitán Eccles, le reportaron cierto alivio. Sin embargo, pasó casi todo el tiempo leyendo en su camarote. No le gustaba ser una pasajera en el barco de otro capitán. Se preguntó cómo lo había soportado Jin.

En ese momento, acababa de cumplir su promesa de llevarla a casa. Durante ese último mes, había sido sólo una sombra. Dentro de poco desaparecería por completo.

Sería lo mejor. Porque jamás podría olvidarlo si se convertía en una constante en su vida.

—Sí, supongo que al señor Castle le gustaría —replicó, desviando la mirada de la inmensa mansión al señor Yale.

Cuando desembarcaron en Exmouth, y Aidan vio al atractivo caballero galés que iba a acompañarlos a Jin y a ella hasta Savege Park, se quedó muy serio. Sin embargo, Viola no entendía el motivo de sus celos. El elegante londinense era muy apuesto. Su pelo moreno y su ropa negra, chaqueta, chaleco y pantalones, le conferían un aire decididamente misterioso. Sin embargo, no podía compararse con el antiguo pirata. Aidan se había mostrado muy nervioso por la idea de abandonarla mientras visitaba a sus padres, y durante los últimos días de la travesía no había dejado de repetir lo mucho que sentía no poder estar presente cuando ella se reuniera con su familia.

—Supongo que estará acostumbrado a este tipo de cosas —murmuró Viola—. Puesto que es inglés, me refiero.

—Al igual que usted —el señor Yale la miró de reojo.

El caballero se apeó del carruaje de un salto y le ofreció la mano. Ella logró bajar los peldaños sin pisarse las faldas. Pese a la afable reprimenda de la señora Eccles, había hecho la travesía vestida con sus pantalones y su chaleco. No obstante, cuando el capitán le informó esa mañana de que iban a atracar, se cambió y se puso el vestido. Detestaba haberlo hecho. Se detestaba por demostrar semejante debilidad.

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