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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cómo ser toda una dama (22 page)

BOOK: Cómo ser toda una dama
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—Aquel desagradable asunto del pirata Redstone y el conde aquel, como se llamara. ¿Poole? —el jefe del puerto le restó importancia y empezó a buscar algo en el cajón de su escritorio—. Pero fue una historia buenísima. A mi esposa y a mí nos hizo muchísima gracia. Eccles me dio esto para usted en el caso de que pasara por el puerto. Es curioso que haya aparecido apenas dos semanas después de que él recalara aquí —deslizó el sobre lacrado por el escritorio.

Jin se lo metió en el bolsillo del chaleco.

—Le agradezco la invitación a cenar para esta noche, señor. Pero ¿qué es eso de la multa para la
Tormenta de Abril
? ¿Me dará permiso para ir a Tobago a fin de retirar los fondos del banco de la señorita Daly y regresar con la cantidad estipulada en quince días?

—Por supuesto, por supuesto. No somos salvajes —el hombre soltó una carcajada y se puso en pie—. Pero no hasta mañana, después de que haya probado la empanada de cerdo y gelatina de mi esposa. Un hombre no ha vivido plenamente hasta no haber probado su empanada de cerdo —se dio unas palmaditas en la barriga antes de acompañarlos hasta la puerta—. Por cierto, Seton, tengo que agradecerle que aprehendiera la
Estella
el invierno pasado. Esos piratas cubanos se hicieron por lo menos con dos mercantes cargados que salieron de este puerto y sospecho que también con un tercero desaparecido del que nunca se ha sabido nada más. Unos hombres brutales. Brutales, sí, a juzgar por las historias que contaron los supervivientes. Claro que tampoco hubo tantos —meneó la cabeza antes de colocarle una mano en el hombro a Jin—. Me alegra tener un barco como la
Cavalier
por estas aguas. ¿Dónde está esa rápida goleta?

—Actualmente está indispuesta, señor.

—En dique seco, seguro. En fin, pues devuélvala pronto al agua donde podrá ayudar a los hombres de bien. Y no lleguen tarde a la cena o mi señora me regañará. A las siete en punto, ni un minuto más —cerró la puerta.

De vuelta en la calle, entre compradores que pasaban junto a carretas llenas de productos habituales en una ciudad portuaria, Viola lo miró.

—Los ingleses son las personas más extravagantes que he conocido en la vida. Y lo saben, ¿verdad?

Bajo el brillante cielo ecuatorial, la sangre de Jin corría despacio por sus venas tras haber desterrado la rabia de momento. Eso era a lo que se había acostumbrado, para lo que se había adiestrado durante una década. Para ese juego en el que fingía que su pasado no existía, un pasado en el que sólo fue esclavo, asesino y ladrón.

—Claro que lo saben —respondió.

Viola lo observaba oculta por el ala de su sombrero.

—Supongo que te prefieren como aliado antes que como enemigo.

No vio motivo alguno para replicar.

A la postre, ella volvió a hablar.

—Tengo que ir a una tienda. Mi vestido quedó destrozado después de montar a caballo anoche y… y… —se calló de golpe—. Tal vez puedas esperarme en el hotel.

—Como desees.

La observó alejarse por la calle porque le pareció imposible no hacerlo, por más que lo quisiera. Un par de mujeres con sombrillas de encaje se apartaron a toda prisa al pasar junto a ella. La miraron, con las cabezas muy juntas, mientras cuchicheaban.

Jin se dirigió al hotel. Se sacó la carta del bolsillo del chaleco cuando entró en la taberna. Se sentó a una mesa en un rincón, con la espalda contra la pared, y abrió la carta con su cuchillo.

No era del Comisionado del Almirantazgo. Ni siquiera del vizconde Colin Gray, su otrora compañero en el
Club Falcon
. La caligrafía era delicada y pertenecía a otro miembro del cada vez más reducido club; en concreto, a la única mujer agente, una dama con fondos de sobra y muchos contactos en el Almirantazgo, los suficientes como para enviar docenas de cartas por todo el océano Atlántico en su busca. Una dama que no lo habría hecho sin un buen motivo.

Al parecer, Constance Read lo necesitaba.

Londres, 12 de abril de 1818

Querido Jin:

Ojalá que estés bien cuando recibas esta carta. Pero no voy a perder el tiempo con buenos deseos que no te interesan. Iré al grano.

Nuestro amigo Wyn no se encuentra bien. Se niega a admitirlo, pero habla con acertijos más que nunca, se muestra evasivo y no me permite acercarme a él. Pero temo por él. No me cabe la menor duda de que Colin te ha escrito: tiene un proyecto para ti en el este. Te escribo para suplicarte que te lleves a Wyn, que le des un propósito en esta vida y una distracción que lo cure. Jinan, creo que en este momento eres el único entre nuestro reducido grupo de amigos que puede ayudarlo a borrar el pasado y comenzar de cero.

Me despido con la esperanza de que vuelvas pronto a Inglaterra.

Con cariño,

Constance

Wyn Yale, nacido en los páramos galeses, se sentía más cómodo en Londres, en París o incluso en Calcuta antes que en Gales. Ni siquiera tenía su misma edad pero, según Constance, el galés no encontraba su sitio en ninguna parte.

De entre los cinco miembros del
Club Falcon
, Wyn era el más indicado para el trabajo de encontrar a personas desaparecidas de renombre y devolverlas a casa. Colin, el vizconde de Gray y secretario del club, era un líder, un hombre destinado a ocupar un puesto de poder, no a escurrirse entre las sombras. Leam Blackwood había entrado a regañadientes, eludiendo así las responsabilidades que lo ahogaban como noble escocés, pero en ese momento había abandonado el trabajo. Pero antes de que Leam dejara el club, había invitado a su joven prima, Constance Read, a unirse. Ella se había sumergido en el trabajo con devoción, yendo de un evento social a otro, encandilando a todos con su ingenio y su belleza al mismo tiempo que obtenía los secretos que se escapaban de las bocas de unos informadores que no sabían lo que revelaban. En cuanto a él, su búsqueda de redención había hecho que el club fuera perfecto. Durante un tiempo.

Sin embargo, Wyn era un espía de los pies a la cabeza. Estaba hecho para algo mejor que el club, lo mismo que Viola Carlyle estaba hecha para algo mejor que un antiguo pirata.

Releyó la carta de Constance. Le había escrito en ese momento porque lo creía la persona más indicada para ayudar a su amigo galés. Porque era el único de ellos que había matado a sangre fría.

Podía ayudar a Wyn y mitigar la preocupación de Constance. Ese mismo día le escribiría una carta al galés, que residía en Londres, y la enviaría antes de partir hacia Inglaterra con Viola. Le ofrecería una tarea que ese jovenzuelo tonto y caballeroso sería incapaz de rechazar. Jin tenía bien calado a su joven compañero. Cuando llegara a Inglaterra con Viola, Wyn los estaría esperando, dispuesto a ayudar.

Se acercó a la chimenea y arrojó la carta de Constance al fuego.

—¿Una carta de amor de una joven a la que no quiere, Seton? —Aidan Castle estaba a su espalda, con una fusta fuertemente apretada entre los dedos—. Tal vez ya tiene más que de sobra ahora mismo —parecía justo lo que era, un plantador modesto, un hombre de cierto estatus bien vestido, aunque no a la última moda. Sin embargo, tenía la cara tensa. Él tampoco había dormido.

—Tómese una copa conmigo, Castle —señaló una silla—. Le vendrá bien después de la noche que ha pasado.

—Una copa o diez. Sí que me vendría bien.

Una camarera les llevó una botella.

—Quería agradecerle la ayuda que me prestó anoche —Castle aferró la copa—. Su hombre, Matouba, me lo dijo cuando llegó esta mañana. Me contó lo del balandro —echó una mirada por la taberna—. Las noticias vuelan en una isla. Por supuesto, ahora todo el mundo lo sabe.

—¿Qué pasó después de que nos fuéramos?

—El fuego no alcanzó la casa. Pero se llevó por delante el almacén, el establo y dos campos de labor antes de que pudiéramos frenar su avance —meneó la cabeza y bebió un buen trago—. Hay rastros del fuego por todas partes. La casa será inhabitable hasta que se haya limpiado de arriba abajo.

Jin le sirvió otra copa. Castle se la bebió apoyado en el respaldo de la silla, tras haber soltado por fin la fusta.

—Seguro que ha sido Palmerston —masculló, con la lengua suelta por la bebida o, tal vez, por la falta de sueño.

Un hombre revelaba muchas cosas en esa situación.

—¿Su vecino?

—Es de la misma opinión que mi primo. Cree que si los plantadores como yo seguimos usando jornaleros, y tenemos éxito, la isla insistirá en abolir la esclavitud. Hace negocios con los curazoleños de vez en cuando. Ningún otro plantador de la región lo hace. La mayoría los considera poco más que mercenarios.

Jin lo sabía muy bien. En otro tiempo, él trabajó para los isleños neerlandeses.

—Podría ser una coincidencia.

Castle negó con la cabeza.

—Palmerston ya me ha amenazado.

—Es normal que un hombre amenace cuando cree que sus intereses peligran.

Los ojos de Castle relampaguearon. En ese momento, con un abrupto cambio de actitud que casi hizo que Jin le tuviera lástima, cogió la botella y se rellenó el vaso.

—¿Cómo está Violet hoy? No quiero ni pensar en cómo la ha afectado todo esto. Se ha visto envuelta en el caos nada más llegar.

Jin lo observó, se percató de la tensión de su mandíbula y de la expresión recelosa de sus ojos, aunque quería aparentar naturalidad.

—Dada la profesión de la señorita Daly —replicó—, creo que está acostumbrada a este tipo de situaciones —la lástima no desapareció, pero iba a acompañada de otra emoción menos agradable. Pese a su tonteo con la señorita Hat, ese hombre le tenía afecto a Viola—. Le preocupaba su seguridad y la de sus invitados.

—¿Le cuenta esas cosas? ¿Eso quiere decir que usted se ha ganado su confianza?

Jin consideró el motivo por el que ella había navegado durante un mes al sur de esa isla sin que él lo supiera.

—Sólo en ciertos temas.

En ese instante, vio la misma suspicacia y los celos que asomaron a los ojos de Castle la noche anterior. De repente, su camino quedó claro. Ese hombre podría ser su aliado… aunque no estuviera al tanto de dicho papel.

Escogió las palabras con sumo cuidado.

—Me dio la impresión de que se disgustó con ella por perseguir a los incendiarios. Dada su larga relación, debía de saber que lo haría.

Castle meneó la cabeza.

—La verdad, Seton, es que no sé qué hacer con ella. Nunca lo he sabido —soltó una carcajada, una de esas risotadas fingidas en las conversaciones entre hombres, pero en el fondo de sus ojos Jin atisbó el cuidado con el que también escogía sus palabras—. Como ha trabajado con ella, ya debe de saber a lo que me refiero. Siempre ha sido así, terca, obstinada y sin entender todo lo que ve y lo que oye.

Sí a los dos primeros epítetos. Pero no al último. Viola entendía lo que quería entender.

Pero con ese intento de rebajarla ante él, Castle le proporcionó la oportunidad perfecta.

—A lo mejor es su naturaleza —comentó—. Y tiene que ver con su educación.

—¿Su educación? —Castle lo miró con extrañeza—. Fionn era un hombre testarudo, cierto, pero también racional, y con una mente muy activa. ¿Lo conoció en persona?

—Sólo conozco a su padre adoptivo —replicó él a la ligera—, al hombre que la crió como si fuera su propia hija antes de que dejara Inglaterra.

Castle lo miró fijamente.

—¿Padre adoptivo? No lo entiendo. Su madre era inglesa, ya lo sé. Pero después de su muerte, Fionn y su hermana criaron a Violet solos.

Lo asaltó una profunda satisfacción. Castle no tenía la menor idea de la verdadera identidad de Viola. Era imposible que fingiera tan bien su sorpresa.

Pero estaba a punto de enterarse. Lo utilizaría, de la misma manera que llevaba utilizando a sus hombres durante años. Castle estaba cortejando a los Hat por sus contactos y su riqueza. Pero cambiaría de dirección en cuanto supiera a qué familia pertenecía Viola. No dudaría en instarla a volver a su lado.

Y, al empujarla a los brazos de ese hombre, él podría liberarse de la necesidad de tenerla entre los suyos. Obtendría lo que deseaba, saldaría su deuda y ella también obtendría lo que deseaba. El serio y formal Aidan Castle, perteneciente a un estrato social más o menos modesto, había trabajado duro para conseguir fortuna y estatus social. Nunca había matado a un hombre para conseguir sus objetivos, ni robado o mentido. Y le tenía afecto a Viola.

—Hasta que Fionn Daly se la trajo a América en contra de su voluntad cuando tenía diez años —añadió—, vivió en una propiedad en la costa de Devonshire. Su madre, hija de un caballero de familia acaudalada, le fue infiel a su marido. La señorita Daly fue producto de dicha relación ilícita.

Castle no podía estar más sorprendido. Pronunció una sola palabra, una palabra que hizo que a Jin le diera un vuelco en el estómago, por el triunfo y también por algo menos satisfactorio.

—¿Propiedad?

—El marido de su madre era un barón. Un aristócrata —hizo una pausa—. El barón Carlyle. La llamó Viola, y aunque siempre estuvo al tanto de su verdadera paternidad, siempre la consideró como a su verdadera hija.

Castle movió los labios, pero al final sólo consiguió emitir un silbido ahogado.

—La hija de un aristócrata. Por el amor de Dios, jamás lo habría imaginado.

—¿No?

Castle frunció el ceño.

—¿Cómo iba a pensarlo siquiera? Ha sido una mujer de mar desde que la conozco —el ceño desapareció—. La más guapa que haya surcado el Atlántico, cierto, pero… ¿una aristócrata? —meneó la cabeza. Y el brillo celoso reapareció en su mirada—. ¿Cómo se ha enterado de todo esto? ¿Se lo ha contado ella?

—Conocí a su familia antes de partir de Inglaterra. He venido aquí, de hecho, para llevarla de vuelta a casa. Junto a lord Carlyle —añadió.

Aunque no hacía falta. Los ojos de Castle relucían, no tanto por la sorpresa como por el alivio y la emoción. De hecho, lo miraba con menos intensidad, como si por fin lo entendiera.

Cuando en realidad no entendía nada. No entendía en absoluto a lo que él estaba renunciando para que Viola tuviera lo que debía tener.

—¿Interrumpo? —Viola apareció junto a ellos, con un grueso paquete bajo el brazo.

Jin se puso en pie y Castle lo imitó. Viola lo miró con curiosidad antes de desviar la mirada hacia el plantador, momento en que su expresión se suavizó.

—¿Estás bien, Aidan? ¿Y tu primo y los Hat? ¿Cómo os lo estáis apañando hoy? He oído en la tienda que conseguisteis sofocar el fuego antes del amanecer.

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