—Me voy, tengo que preparar la maleta para las vacaciones. Si ves a Sasha dile eso, ¿vale?
—Vale. Y Tommy… No le digas nada a Alan, por favor.
—Tranquilo, todo lo que hablemos quedará entre nosotros. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde estoy —añadio con una sonrisa y le dijo adiós con la mano desde la puerta.
La Navidad en Averbury estaba llena de la presencia de Alistair. Sasha y Tommy tenían la sensación de que aparecería en cualquier momento, con algún comentario o una historia interesante.
El 22 era el aniversario de su muerte y acompañaron a los Andrew al cementerio a una pequeña ceremonia familiar en la que Ebenezer fue el gran ausente, para alivio de los dos amigos.
Sasha rezó por el anciano. Lo había conocido brevemente pero de algún modo había marcado su vida. No lo olvidaría fácilmente.
Tommy le oprimió el brazo levemente, quizá adivinando que estaría pensando también en sus padres. Frente a ellos estaban los Andrew: Alex junto a su madre y un poco más atrás, Angel con Ariel en brazos. Lady Miranda llegaría esa noche con su marido, al igual que los demás invitados.
Sasha murmuró una plegaria en ruso, dirigida a sus padres, y tomó el brazo de Tommy cuando todos comenzaron a salir del mausoleo.
—Veo a Frances muy decaída —susurró mientras caminaban por el sendero de grava, alejándose del mausoleo.
—Será la pena. Aunque ciertamente se la ve un poco ida. Tal vez sea la impresión. Todos sabíamos que estaba enfermo, pero fue tan de repente…
—Sí. Es como si estuviera enferma, está pálida a pesar de que pasó el verano en todos esos balnearios... A ti el color te duró varios meses.
—Yo soy así...
—No, tonto. Me daba cuenta cuando te quitaba la ropa interior.
Se rieron con complicidad, aún tomados del brazo, pero callaron cuando Angel se acercó con Frances y Ariel.
—Ha venido Ebenezer —susurró—. Sasha, por favor cuida de Ariel e id al auto. Nos reuniremos con vosotros enseguida, no queremos que Frances lo vea con ésa.
Tommy se hizo cargo de Frances distrayéndola con su conversación. Iba del brazo con ella delante de Sasha, que cerraba la marcha con Ariel en brazos.
—El tío Tommy tiene una sensibilidad natural para tratar a todos. ¿Ves como hace sonreír a tu abuelita? Es justo lo que necesita para no preocuparse por tu tío Ebenezer. —Miró hacia atrás y vio a Alex discutiendo con su hermano, pero lo que más le llamó la atención fue la acompañante de Ebenezer. Vestía de negro y llevaba un discreto sombrero que le cubría el cabello rojo recogido en un moño, de acuerdo con la seriedad del momento. Pero la seriedad acababa allí. Su vestido era tan ajustado que podía verse claramente toda su figura, obviamente sin ropa interior. Su pecho era tan exhuberante que de seguro tenía implantes. Algún día le preguntaría a Ebenezer de dónde las sacaba.
—Sasha.
Tommy había llegado al auto y ayudaba a Frances a subir, obstruyéndole la visión.
«De seguro es adrede —se dijo—. Tommy no quiere que Frances la vea vestida así en el cementerio. Esa mujer no es del tipo que pueda agradarle a una madre.»
Sasha se acercó, usando a Ariel como excusa para distraer también a Frances, hasta que Angel se les unió.
—Vamos a casa. El señor Andrew irá en el otro auto —ordenó al chofer.
—¿Pasa algo, querida?
—No, Frances. Alex sólo desea acompañar a Ebenezer. Lo está convenciendo de quedarse.
Sasha estaba seguro de que era todo lo contrario e intercambió una mirada con Tommy. Nadie les había dicho que iría Ebenezer. De hecho, fue por eso que aceptó acudir.
Cuando llegaron a la casa el té estaba servido en el Salón Azul y mientras lo tomaban, llegó Alex con cara de pocos amigos.
—Ebenezer va a quedarse —anunció—. Con su amiga. Ha ido a traer sus cosas de «El zorro y el sabueso».
—¿Es una nueva amiga? —quiso saber Frances.
—Sí, madre. Es actriz según me ha dicho. Se llama Ginger.
Angel miró a su marido. Desde la muerte de Alistair se había cerrado el ala oeste de la casa y no había suficientes dormitorios
—Sólo queda la alcoba rosa con balcón. ¿Se alojarán allí?
—De ningún modo, querida —dijo Frances horrorizada—. No podemos alojarlos juntos, de eso ni hablar.
—Pero madre, las otras habitaciones ya están listas para nuestros invitados. Él dijo que no vendría y ahora se presenta de improviso y encima acompañado. Es obvio que dormirán juntos. ¿Por qué ponerlos separados?
—¡Alexander!
—Yo podría quedarme en la habitación rosa —propuso Tommy—. Así Ebenezer podrá dormir en la mía.
—Gracias, Tommy —dijo Alex—. Pero eso no resuelve el asunto de alojarlos juntos.
—Tommy y yo podríamos compartir la habitación —propuso Sasha—. Así la dama podrá quedarse en la habitación rosa.
—¡Es perfecto! —dijo Angel—. Muchas gracias, entonces pediré que trasladen vuestras cosas, ¿verdad, Frances?
—Querida, espera. —Frances miró a los muchachos algo avergonzada y luego dijo en voz baja—: La habitación rosa queda al final del pasillo y no quiero a esa muchacha paseando en bata en medio de la noche para ir a la habitación de Ebenezer. Podrían verla nuestros invitados y bastante hablan ya de mi pobre hijo como para añadir algo así.
Alex hizo un gesto exasperado. La vida liberal que llevaba su hermano no era ningún secreto. ¿Qué sentido tenía protegerlo de las habladurías cuando el propio Ebenezer se exhibía sin recato con toda clase de mujeres?
Pero Frances todavía sentía debilidad por su hijo mayor y era su casa. Tendría que hacer lo que ella dijera.
—Entiendo —dijo Angel—. ¿Qué hacemos entonces? Podemos trasladar a lady Miranda y a los Flint…
—O Sasha y yo podemos compartir la habitación rosa —completó Tommy—. Así no habría que hacer tantos traslados y como nuestras habitaciones comunican, no habrá paseos por los pasillos.
—¡Fantástico! —exclamó Alex—. Y será sólo por tres noches. El 25 volverán a Londres.
—¿No estaréis muy incómodos? —preguntó Frances.
—Descuida, estaremos perfectamente —dijo Tommy—. Hemos compartido habitación algunas veces en el colegio, cuando Sasha me ayudaba a estudiar.
Alex se levantó para pedir a Partridge, el mayordomo, que preparase las habitaciones. Esperaba que Ebenezer no arruinara la Navidad.
Tommy se miró al espejo en el baño de la habitación rosa. A su lado, Sasha se arreglaba el nudo de la corbata y se echaba unas gotas de perfume.
—Ya estoy listo. —Miró el reloj—. Será mejor apresurarnos, todos deben estar en el salón.
—Espera, ayúdame con la corbata, no consigo que le nudo se quede recto —pidió Tommy.
Sasha se acercó y le arregló el nudo, para mirarlo luego con ojo crítico.
—Perfecto. Creo que impresionarás a tu club de admiradoras.
—Prefiero impresionarte a ti, aunque creo que para eso estoy mejor sin ropa, ¿verdad? —Le guiñó un ojo y apoyó los brazos en sus hombros para robarle un rápido pero húmedo beso.
Sasha rió y lo empujó hacia la habitación que habían compartido por dos noches en lo que se le había antojado una perfecta luna de miel.
—¿Sabes? Si no fuera tan rosa, creo que me gustaría vivir aquí.
—Ciertamente ha sido fantástico no tener que escabullirnos uno a la habitación del otro. Y aquí hemos tenido todas las comodidades... pero la verdad, con tanto rosa me está empezando a dar complejo de Barbie encuentra Ken, o más bien de Ken encuentra a Ken. —Rió.
Sasha pasó la vista por el empapelado rosa de las paredes, lleno de diminutos jarrones dorados y ramos con flores celestes, azules y por supuesto, rosas.
El tocador era rosa pálido, al igual que los demás muebles, y la cama tenía un cubrecama con un diseño similar al del papel tapiz. Las cortinas rosa oscuro completaban el conjunto.
—Bueno, sólo queda esta noche. Mañana dejarás de ser la princesita del cuento.
—Y podré beber en sitios públicos y conducir.
—Cierto. No veo la hora de llevarte al Heaven.
—Dios, sí. Estoy deseando poder ir de discotecas contigo y Richie... Bailar entre la gente sin importarme nada. —Como para ilustrar el hecho cerró los ojos y comenzó a moverser al ritmo de una música imaginaria.
Sasha lo atrapó para besarlo, pero lo soltó enseguida y se arregló el cabello con gesto nervioso.
—Después. Tenemos que bajar…
—Vale, vale... pero luego tienes que resarcirme. —Sonrió con picardía—. Al fin y al cabo soy el chico del cumpleaños.
Sasha le pellizcó el trasero y juntos bajaron a la cena de Nochebuena.
Tommy abrió los ojos la mañana de Navidad y volvió a cerrarlos enseguida. No le apetecía levantarse. Sobre todo después de la noche pasada... o quizá debía decir madrugada, pues se había dormido casi a las cuatro.
La cena había sido deliciosa y los invitados, con excepción de Ebenezer, habían sido muy simpáticos. Conocía a lady Miranda y lady Margaret Carmody, con sus respectivos maridos, desde hacía varios años. Sir William Carmody los había divertido con anécdotas de sus viajes, y Sasha se había mostrado muy interesado cuando habló de la Unión Soviética. Los otros invitados eran los Flint, americanos. Ralph Flint era el director general de Thot Labs en Norteamérica y su esposa Eileen trabajaba en Marketing. Le resultaron simpáticos, aunque un tanto vehementes.
«Seguramente querían impresionar a Alex —se dijo—. Aunque él estaba más pendiente de Ariel.»
Ariel había sido el centro de atención hasta que Angel lo llevó a acostar. Todos le habían traído regalos y Frances sonreía al oírlo balbucear y verlo imitar lo que hacían los mayores.
Sasha le había enseñado algunas palabras en ruso y resplandecía de orgullo cuando el pequeño las decía.
«Ariel terminará aprendiendo ruso antes que yo», lamentó Tommy para sí mismo.
Con un suspiro miró a Sasha. Dormía profundamente, con el cabello rubio totalmente revuelto. Habían tenido «una de esas noches» en su ya tradicional forma de celebrar la Navidad: follando juntos.
Se giró de lado para observarlo con más comodidad y le apartó suavemente un mechón de pelo de la frente.
«Ésta sí que es una maravillosa manera de despertarse en Navidad», pensó, sonriendo, y le robó un ligero beso en los labios.
Sasha se movió un poco, pero no abrió los ojos. No quería levantarse todavía y como hacía frío, se acurrucó entre las mantas, pegándose a su compañero.
Tommy lo envolvió en sus brazos y comenzó a darle besos de mariposa por el rostro. En realidad le apetecía lamerlo, no sabía de dónde le había salido ese «apetito» pero se contuvo.
—Tommy… es temprano todavía. Quiero dormir —protestó Sasha, pero luego abrió los ojos, mirándolo con atención—. ¡Despertaste primero! ¿Estás enfermo?
—Estoy bien, sólo me despertó la claridad del día. —Hizo un mohín. No hacía falta que le recordaran lo dormilón que era—. Y también puedo madrugar si hace falta.
Sasha miró hacia las cortinas abiertas del balcón, por donde se colaba la luz.
—Con la prisa, anoche olvidamos cerrar las cortinas. —Rió bajito y se levantó desnudo a cerrarlas, para luego volver al calor de las mantas—. A pesar de Ebenezer, ha sido una de mis mejores Navidades.
—Sí. Yo también lo pasé bien. ¿Te diste cuenta? Ebenezer se empeñó en hacernos quedar mal, sobre todo a ti. Aunque a mí nunca me ha tragado tampoco. Se debe morir de envidia de lo unido que estás con Alex y de lo bien que le has caído a todos.
—Es un imbécil. Mira que provocar a la familia con esa actriz… Por cierto, ¿de qué te reías con lady Miranda?
—Pues… —Volvió a soltar la misma risita que en la cena—. Le expuse mi teoría de que la actriz de Ebenezer sí que lo era, pero de cine porno. Al principio se escandalizó, pero cuando le di las razones que tenía para pensarlo, estuvo de acuerdo conmigo. Cada vez que descubríamos algo que ratificaba el hecho nos lo contábamos y nos daba más la risa.
—Sois crueles. La culpa es de Ebenezer por haberla traído aquí. Me pregunto de dónde la habrá sacado.
—De un catálogo…
—¡Tommy!
Comenzaron a reírse y cuando las risas se calmaron, Sasha se sentó en la cama y buscó un paquete en un cajón de la mesita de noche
—Lo siento, con la emoción de anoche olvidé tu regalo. Feliz cumpleaños…
—Oh, gracias. —Tommy desenvolvió rápidamente el paquetito. No había esperado un regalo, para él esos días con Sasha eran más que suficiente regalo. Tras quitar el papel se encontró con una muñeca matrioska de vívidos colores. Al abrirla había otra y dentro otra y otra y otra: cinco muñecas en total, similares pero con distintas expresiones en sus rostros—. ¡Me encantan! Esto y los huevos de Fabergé son algo que siempre me ha parecido precioso del arte ruso.
—Son para la suerte. —Sasha le acarició el rostro mientras decía—: Son cinco. ¿Sabes por qué?
—¿Porque es un número bonito? —dijo dudoso. El cinco era uno de sus números favoritos, junto al dos… «Como nosotros dos», pensó con una sonrisilla.
—Frío, frío. —Sasha tomó las matrioskas y las puso lejos—. Si no adivinas, no te las daré.
—¡Eh, ya me las habías dado! Lo que se da, no se quita. —Tommy trató de alcanzar las muñecas sin éxito y Sasha huyó con ellas, riendo.
—Te daré una pista. Una Navidad, un establo…
—Hum. —Tommy paró de perseguirlo y frunció el ceño—. ¿La Virgen, San José, el niño Jesús, la mula y el buey? —Enumeró con los dedos y con gesto confuso.
—¡¡No!! ¡Un establo, una Navidad… Dos amigos…! —exclamó Sasha—. Hace cinco años.
—¡Oh! —Tommy enmudeció al darse cuenta de lo que Sasha había dicho—. ¿Es una muñequita por cada año que estamos juntos? —preguntó alargando la mano y tomando las muñecas que Sasha le devolvió—. Cinco años ya… —Se sentó en la cama, pensativo—. A veces parece que fue ayer cuando te vi en ese pasillo y otras veces siento que has estado a mi lado toda la vida. Al menos la vida que merece la pena.
Sasha lo abrazó, sonriendo.
—Yo no celebraba la Navidad en esta fecha. Eres tú quien la ha hecho especial. Cinco años… y siempre hemos estado juntos en tu cumpleaños. ¿No es increíble? Hace cinco años que pasas la Navidad conmigo.
—Y siempre han sido las Navidades más felices de toda mi vida—. Tommy se dejó abrazar acurrucándose entre los fuertes brazos de su amante. Aunque era más alto, Sasha era mucho más fuerte y le gustaba así: lo hacía sentirse acogido.