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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #Aventuras, Intriga

Contrato con Dios (31 page)

BOOK: Contrato con Dios
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RESPUESTA
: Ya estamos otra vez con ésas.

Profesor, hay una serie de hechos incomprensibles que aparecen citados en la Biblia, como el de esa luz…

No es «esa luz». Es la
shekinah,
la presencia de Dios. Hable usted con propiedad. Y sí, los judíos creían que un resplandor aparecía entre ambos querubines cada cierto tiempo, señal inequívoca de que Dios estaba junto a ellos.

O el de ese israelita que cayó fulminado por tocar el Arca. ¿Realmente cree que el poder de Dios reside en la reliquia?

Señorita Otero, tiene que comprender que hace 3.500 años los seres humanos tenían un pensamiento y una manera de relacionarse con el mundo muy diferente al nuestro. Si Aristóteles, del que estamos mil años más cerca, concebía el cielo como un montón de esferas concéntricas, imagínese lo que suponía el Arca para los judíos.

Me temo que me he perdido, profesor.

Es una mera cuestión de método científico, de explicación racional. O de su ausencia. Los judíos no podían comprender que aquella caja de oro resplandeciese con un fulgor independiente, y se limitaron a ponerle nombre y explicación religiosa a lo que tiene una explicación que se escapaba al entendimiento de la Antigüedad.

¿Y cuál es esa explicación, profesor?

¿Ha oído hablar de la Batería de Bagdad? No, claro que no. Es algo de lo que no se habla en la tele.

Profesor…

La Batería de Bagdad es un artefacto encontrado en 1938 en un museo de dicha ciudad. Estaba compuesto por vasijas de barro con un recubrimiento asfáltico, barras de hierro y cilindros de cobre. En otras palabras, un conjunto electroquímico, primitivo pero efectivo, que servía para recubrir de cobre diversos utensilios usando la electrólisis.

No es tan sorprendente. En 1938 esa tecnología tenía casi noventa años de antigüedad.

Si me deja hablar igual no queda como una idiota. Los investigadores que han analizado la Batería de Bagdad han descubierto que procedía del Antiguo Sumer, y han conseguido datarla en torno al 2500 a.C. Eso son mil años antes del Arca y cuarenta y tres siglos antes de que Faraday se autoproclamase descubridor de la electricidad.

¿El Arca es un artefacto similar?

El Arca es un condensador eléctrico. Su diseño es muy inteligente, y está pensado para acumular electricidad estática en su interior: dos capas metálicas de oro separadas por un material aislante, la madera, y unidas entre sí por dos querubines de oro que actúan como terminales positivo y negativo.

Pero si es un condensador, ¿cómo almacena electricidad?

La respuesta es muy prosaica. Los objetos del Tabernáculo y del templo estaban realizados en cuero, lino y pelo de cabra, tres de los cinco materiales que mayor cantidad de estática generan. Bajo las condiciones atmosféricas adecuadas, el Arca podía soltar descargas de 2.000 voltios. No es de extrañar que sólo la pudiesen tocar los «elegidos». Puede apostar que esos «elegidos» llevaban guantes bien gruesos.

¿Luego usted afirma que el Arca no procede de Dios?

Señorita, nada más lejos de mi intención. Afirmo que Dios pidió a Moisés que guardase sus mandamientos en lugar seguro, un objeto para ser venerado por los siglos, para ser el centro de la fe judía.

Y que los seres humanos aumentaron de manera artificial la leyenda del Arca.

¿Y qué hay de las calamidades como el derrumbe de los muros de Jericó, las tormentas de arena o la lluvia de fuego que arrasa pueblos enteros?

Invenciones o leyendas.

¿Rechaza entonces de plano el que el Arca pueda provocar desgracias a su paso?

Absolutamente.

L
A
EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Martes, 18 de julio de 2006. 13.02

Dieciocho minutos antes de morir, Kyra Larsen sólo conseguía pensar en toallitas de bebé.

Era una especie de reflejo. Desde que dos años atrás tuvo a la pequeña Bente había descubierto las ventajas prácticas de un pañuelo que limpia, siempre está mojado y deja un olor agradable.

Había otra ventaja: su marido las odiaba.

No es que Kyra fuese mala persona. Pero parte de la gracia del matrimonio para ella consistía en detectar las pequeñas fisuras en la armadura de tu compañero e introducir pequeñas astillas, sólo para ver qué pasa. Ciertamente ahora Alex tendría que lidiar con una gran cantidad de toallitas de bebé, porque Bente estaría a su cargo hasta que acabase la expedición. Y Kyra volvería triunfante, con la satisfacción de poder restregar auténticos logros por las narices del señor Me Han Hecho Socio del Bufete.

¿Soy una mala madre por querer compartir la responsabilidad con él? ¿Lo soy? Mierda, no.

Cuando dos días atrás una agotadísima Kyra escuchó de labios del profesor Forrester que tendrían que redoblar el ritmo de trabajo y que las duchas quedaban abolidas, ella pensó que podría con todo. Que nada iba a acabar con su inquebrantable decisión de ser una arqueóloga de renombre. Por desgracia, la autoimagen y la realidad no suelen coincidir.

Soportó estoica la humillación del registro que se produjo tras el atentado contra el agua. De pie, con barro hasta las orejas, había aguantado ver cómo los soldados revolvían sus papeles y rebuscaban entre su ropa interior. Hubo muchas protestas entre los miembros de la expedición, pero todos habían sentido un cierto alivio cuando terminó el registro sin resultado alguno. La moral del grupo había quedado muy afectada por la muerte de Erling y prácticamente por los suelos tras el atentado del tanque.

—Al menos no es uno de nosotros —repetía David Pappas, cuando las luces se apagaban y el miedo encontraba un refugio en cada sombra de la tienda—. Aferrémonos a eso.

—Sea quien sea no sabe lo que estamos haciendo. Serán beduinos indignados por que estemos aquí. No se atreven a hacer nada más, no con todas esas ametralladoras en lo alto de los riscos.

—No es que las ametralladoras sirvieran de mucho a Stowe.

—Yo sigo diciéndoos que la doctora Harel sabe algo de su muerte —insistió Kyra, que había contado a todo el mundo que la doctora no estaba en su cama cuando ella se despertó aunque luego fingiese lo contrario. Nadie le había hecho demasiado caso.

—Callaos todos. El mejor favor que podéis hacer a Erling y a vosotros mismos es pensar en una forma de cavar ese túnel. Pensad en ello hasta cuando durmáis —dijo Forrester, que había abandonado su tienda individual alejada del campamento a instancias de Dekker, que quería crear un perímetro lo más cerrado posible.

Kyra estaba asustada, pero se contagió como todos del sentimiento de feroz indignación del profesor.

Nadie nos echará de aquí. Tenemos una misión que cumplir, y lo haremos cueste lo que cueste. Y después todo será mejor,
pensaba, sin darse cuenta de que cerraba hasta arriba la cremallera del saco de dormir en un intento absurdo de buscar protección.

Cuarenta y ocho agotadoras horas después, el grupo de arqueólogos había trazado un camino por el que podrían cavar un túnel en diagonal hasta el Objeto. Kyra no se permitía a sí misma llamarlo de otra manera hasta que supieran seguro que era lo que ellos creían y no… y no cualquier otra cosa.

Al filo del amanecer del martes el desayuno llevaba largo rato digerido. Todos los miembros de la expedición habían ayudado a construir un andamio de acero que permitía a la miniexcavadora encontrar un punto de ataque a la ladera del monte. La configuración irregular y la inclinación del terreno no hubieran permitido a la pequeña pero potente máquina trabajar sin el riesgo constante de vuelco, así que David Pappas había diseñado una plataforma desde la que podrían empezar a cavar un túnel siete metros por encima del nivel del cañón. Quince metros de túnel, y después una diagonal en dirección contraria hasta el Objeto.

Ese era el plan. La muerte de Kyra iba a ser uno de los imprevistos.

Dieciocho minutos antes del accidente, Kyra Larsen sentía la piel de todo su cuerpo tan acartonada y pegajosa que en cada movimiento tenía la sensación de llevar puesto un maloliente traje de neopreno. Otros dedicaban parte de su agua diaria a asearse mínimamente. Kyra no. Pasaba muchísima sed (siempre había transpirado mucho, y aún más después del embarazo) e incluso llegaba a robar furtivos sorbos de agua de las botellas de los demás cuando no estaban mirando.

Cerró los ojos un momento y su imaginación voló a la habitación de la pequeña Bente, al armario de la esquina, donde una pila de paquetes de toallitas de bebé se le antojaban el paraíso. Fantaseó con tener esa pila en la mochila, frotarse con ellas todo el cuerpo, arrancar la suciedad y el polvo que se le acumulaban en el pelo, en la parte interior de los codos, en el borde del sujetador. Y luego abrazar a la niña, jugar como cada mañana sobre su cama y contarle que mami había encontrado un tesoro.

El mayor de todos.

Kyra cargaba con varias maderas que Gordon Durwin y Ezra Levine estaban fijando a los lados del túnel para evitar que las endebles paredes se vencieran. Tres metros de ancho por dos y medio de alto, una medida acerca de lo que el profesor y David Pappas habían discutido durante horas.

—¡Tardaremos el doble! ¿Crees que esto es arqueología, Pappas? ¡Esto es una maldita operación rescate, y contrarreloj, por si no te has dado cuenta!

—Si no lo hacemos lo bastante ancho no podremos sacar la tierra del túnel con comodidad, la excavadora rozará las paredes y se nos vendrá todo abajo. Eso suponiendo que no choquemos con la base de piedra del risco y que lo único para lo que valga este plan sea para perder dos días muy valiosos.

—¡Iros a la mierda tú y tu máster de Harvard, Pappas!

Pero al final David había ganado, y el túnel medía tres por dos y medio.

Kyra se quitó distraídamente un escarabajo del pelo y se dirigió a la parte delantera del túnel, donde Robert Frick batallaba contra la pared de tierra. Mientras, Tommy Eichberg cargaba paladas de la tierra en la cinta transportadora que recorría el suelo del túnel y finalizaba medio metro después del borde de la plataforma, arrojando una constante nube de polvo sobre el suelo del cañón. La montaña que se había formado allí con todo el material que habían extraído de la ladera estaba a punto de alcanzar el nivel del túnel.

—Hola, Kyra —la saludó Eichberg, con desgana—. ¿Has visto a Hanley? Le toca sustituirme.

—Está abajo, preparando un sistema eléctrico. Dentro de poco no veremos nada aquí dentro.

Siete metros en el interior de la ladera. A partir de las dos de la tarde la escasa luz natural que llegaba al fondo del túnel sería insuficiente para trabajar. Eichberg maldijo en voz alta.

—¿Voy a tener que seguir paleando una hora más? ¡Y una mierda! —dijo arrojando la pala al suelo.

—No te vayas, Tommy. Si te vas Frick no podrá seguir.

—Bueno, sigue tú, Kyra. Yo tengo que ir a mear.

Y sin más se largó.

Kyra miró al suelo. Palear la tierra sobre la plataforma era un trabajo asqueroso. Había que estar constantemente pendiente de que el brazo de la excavadora no te golpease, doblar el espinazo, y todo ello deprisa. Pero no quería ni imaginar lo que diría el profesor si los veía parados una hora. Se las cargaría ella, como siempre. Kyra tenía la secreta convicción de que el profesor la odiaba profundamente.

Tal vez porque sospechaba que tenía un lío con Stowe Erling. Tal vez porque le hubiera gustado estar en lugar de Stowe. Viejo verde cabrón, ojalá AHORA estuvieras en su lugar,
pensó Kyra, agachándose a coger la pala.

—¡Cuidado ahí atrás!

Frick retrocedió un poco con la excavadora, cuya cabina estuvo a punto de golpear a la arqueóloga en la cabeza.

—¡Ten más cuidado, hombre!

—Yo avisé, monada. ¡Lo siento!

Kyra hizo un gesto de disgusto hacia la excavadora pero le resultaba imposible enfadarse con Frick. El huesudo operario era malhablado, soez y se tiraba pedos mientras trabajaba. Era un ser humano en toda la extensión de la palabra, una persona real. Kyra apreciaba eso por encima de todo, especialmente en comparación con los pálidos simulacros de vida que representaban los ayudantes de Forrester.

El Club de los Lameculos, los llamaba Stowe. El ser uno de ellos le importaba un rábano.

Empezó a arrojar tierra sobre la cinta transportadora. Dentro de un rato habría que añadirle otro módulo, porque el túnel había ganado terreno en el interior de la montaña.

—¡Eh, Gordon, Ezra! Dejad de apuntalar un segundo y traed otro módulo de cinta, por favor.

Sus dos compañeros obedecieron de manera mecánica. Todos habían rebasado hacía días el límite de lo que creían que podían aguantar.

Vacío como bolsillo de ludópata, hubiera dicho mi abuelo. Pero ya queda menos. Estamos tan cerca que puedo oler las gambas del cóctel de bienvenida en el Museo de Jerusalén. Una palada más y estaré apartando a los periodistas. Una palada más y el señor Trabajo Hasta Tarde Con Mi Secretaria Otra Noche me verá desde muuuuy abajo. Lo juro por el Creador.

Durwin y Levine volvían ya cargando otro módulo. La cinta transportadora estaba formada por una docena de ellos, enormes salchichas planas de medio metro de largo, conectadas entre sí por un cable eléctrico. No eran más que rodillos con una banda de plástico alrededor, pero desalojaban una ingente cantidad de kilos de arena por hora.

Kyra dio una última palada sólo por el placer de tener a sus dos compañeros esperando con el pesado módulo en brazos. La pala se hundió en la tierra con un sonido metálico, mordiente, rasposo.

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