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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (14 page)

BOOK: Cruzada
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―¿Llamas a esto una gran extensión de agua?

A medida que se alejaban, sin haber mirado hacia abajo y sin notar mi presencia, sus palabras se volvieron demasiado débiles para permitirme entenderlas. Me sentí especialmente feliz de no haber tenido que hablar con Ithien.

En realidad, pensé mientras volvía a sumergirme para que ninguno de los dos me viese desde la distancia, no había nada peculiar en esa conversación. A Murshash le preocupaba que los thetianos no se esforzasen lo necesario en la presa, lo que era perfectamente comprensible. Si la misión fallaba, caería en desgracia, así que estaba intentando persuadir a Shalmaneser de enviar más hombres y revisar la represa con mayor detenimiento. Los thetianos deseaban tan sólo acabar cuanto antes y regresar a casa.

Ese había sido más o menos el cariz de la conversación, pero con todo seguía existiendo una nota discordante. ¿Era Sevasteos en realidad el superior de Ithien? Este ya no era gobernador de Ilthys y siempre mostraba en público deferencia hacia el arquitecto.

Además, ¿por qué debían sentirse culpables si estaban tan seguros de que la represa no corría ningún riesgo importante?

Tan pronto como acabé con las marcas, nadé un poco a lo largo de la represa y salí cerca de otro andamio, para que Sevasteos e Ithien no supiesen dónde había estado. No estaba seguro de qué me ponía nervioso, pues, incluso después de la conversación, carecía de toda base racional para sospechar nada de ellos.

Según quiso la suerte, o el destino, me acerqué a Oailos esa tarde, mientras hacía hormigón, como le habían encargado. Le conté entonces acerca de la conversación, sin cuestionarme siquiera si era una buena idea hacerlo. El fornido albañil pareció pensativo.

―Necesitamos un poco más de polvo rojo ―le indicó a uno de los otros―. Iremos a ver si Sevasteos nos da un poco.

Me hizo entonces un gesto para que lo acompañase y lo seguí. Era un pretexto razonable: el polvo rojo era algo que debía añadirse a la mezcla del hormigón en pequeñas cantidades para compensar su falta de sal. Casi no existían ríos ni lagos en Thetia, así que Emisto tenía poca experiencia en trabajar con agua dulce. El polvo rojo, como lo denominábamos, había sido idea de Sevasteos y, Dios sabe por qué, él era la única persona autorizada para suministrarlo. Era obvio que Emisto no estaba feliz con eso, pero era igual de evidente que había perdido la discusión, en caso de que hubiese habido alguna.

―Eso se asemeja a lo que han oído otros, pero lo que me cuentas es lo más claro hasta ahora ―afirmó Oailos―. Ithien es el superior jerárquico de Sevasteos y de los demás, y posee el nivel suficiente en la jerarquía imperial para que el propio Sevasteos lo trate como a un igual.

―¿Todavía no tenemos idea de por qué está aquí?

―No, ni él ni los demás. Emisto estima que la represa resistirá bien durante otra década, incluso con el tiempo tan terrible que hemos estado sufriendo. De modo que, ¿por qué molestarse en enviar hasta aquí al arquitecto imperial y a un alto oficial para realizar reparaciones estéticas en la presa de Tehama?

Muy estéticas. Shalmaneser había repetido con insistencia su deseo de que los arreglos quedasen tan disimulados como fuese posible, y justificó su intención señalando el aspecto prístino de la represa.

―¿Una tapadera para algo más? ―sugerí―. ¿Algún plan del emperador que quiere mantener en secreto?

―Tenemos que volver a pensar entonces en el tesoro de Kemarea ―sostuvo Oailos―. Creo que ése es el motivo que los trae aquí, para ver si consiguen echarle las manos encima.

Oailos parecía muy aferrado a esa idea, que ya había mencionado durante nuestro viaje hacia allí.

―Entonces ¿por qué mantenerlo todo en secreto?

―Porque se trata de un lago del Archipiélago, que pertenece al Archipiélago. Incluso si lograsen que el virrey o el presidente del clan les entregasen una porción del tesoro a modo de diezmo, no obtendrían demasiado. El emperador debe de haber descubierto dónde se encuentra oculto el tesoro y, sin duda, decidió repartirlo con el Dominio. No pueden pedir ayuda a la gente de Tandaris, pues todo saldría a la luz.

―Y si estamos ayudándolos a recuperar el tesoro, tampoco querrán luego tenernos de testigos...

―Exacto ―sentenció Oailos con mirada adusta―. Cuando hayamos cumplido con nuestro cometido acabarán con nosotros. ¿Comprendes ahora por qué estoy tan ansioso por saber qué es lo que está sucediendo?

Asentí, pero no tuve tiempo de decir nada pues nos estábamos acercando a Sevasteos, que estudiaba unos planos sobre una mesa tambaleante, protegido del sol por un toldo improvisado.

―Nos hemos quedado sin polvo rojo en el segundo puesto de trabajo, señor arquitecto ―dijo Oailos añadiendo a su voz un respeto que no solía usar. Oailos se cuidaba de no mostrar sus verdaderos sentimientos.

―Usadlo con moderación ―fue el único comentario de Sevasteos mientras nos entregaba cuatro pequeñas y toscas bolsas sin preguntarnos siquiera por qué habíamos ido nosotros dos.

―Nunca he visto cómo se usa este polvo ―me dijo Oailos cuando estuvimos lo bastante alejados, de regreso al parapeto―. Sé que el hormigón thetiano funciona bien con agua salada y que le añaden algo, pero por lo que puedo recordar, ese algo no era rojo.

Olió el contenido de una de las bolsas y prosiguió:

―Tiene además un aroma extraño, aunque no consigo determinar qué me recuerda.

Olí a continuación y reconocí de inmediato el aroma ligeramente acre:

―Leños.

―¿Leños?
¡Por Thetis! ¿Qué demonios le están haciendo a ese hormigón?

Los leños eran una de las mercancías más valiosas de Aquasilva, utilizados en todos y cada uno de los motores construidos y con multitud de usos más. Su desecho, que es lo que el polvo rojo al menos contenía, carecía en general de valor. La cuestión era: ¿por qué desperdiciar leños convirtiéndolos en ceniza para agregarla al polvo? Seguramente habría sustancias más baratas que añadir.

―Al menos no se enciende bajo el agua ―advirtió Oailos.

―No creo que se encienda de ningún modo en este estado, tras haber pasado ya por el horno, ¿o me equivoco?

―Pues sí, sigue siendo combustible. He visto al menos un par de incendios originados con sus restos. Sólo se requiere un cierto número de circunstancias. Pero tienes razón en que eso no debería preocuparnos bajo el agua.

Un par de minutos más tarde retomamos el trabajo tras haber caminado el resto del trayecto en silencio. Oailos cogió una bolsa y la vació en el siguiente preparado de hormigón. Su tono rojo modificaba muy poco el color de la mezcla final y hubiese resultado invisible a cualquiera que no lo mirase atentamente. Lo más importante de ese hormigón es que debía aplicarse bajo el agua y extenderse apropiadamente.

Cuando completamos la mezcla, me uní a los otros buceadores para supervisar su aplicación en el agua. Las filtraciones en la represa consistían en una serie de grietas verticales muy delgadas que recorrían el espacio entre las piedras, debidas con frecuencia al nivel cambiante del agua, al calor del sol y, sencillamente, a la antigüedad de la presa. Era una sorprendente obra de ingeniería civil, dado que había sobrevivido sin reparaciones alrededor de un siglo.

Los habitantes de Tehama debieron de ser unos increíbles constructores en piedra, y por cuanto yo sabía, seguían siéndolo. Ravenna aseguraba que todavía existían y que el mago mental del Refugio era uno de los suyos. Me pregunté por qué los thetianos habían preferido expulsarlos por su alianza con Tuonetar en lugar de conquistarlos. Mis ancestros no habían tenido escrúpulos para conquistar, y la gente de Tehama parecía haber sido de lejos lo bastante inteligente para desmantelar sus ardides.

Por segunda vez avanzamos de manera excepcional. No había duda alguna de que acabaríamos en muy poco tiempo y no parecía en absoluto tan difícil como para requerir el servicio del arquitecto imperial thetiano. Quienes nos habían antecedido en aquel lugar eran los responsables del Salón del Océano, el Aerolito de Tandaris y una cadena de impresionantes monumentos en las ciudades de Thetia. Sevasteos no tenía nada que hacer allí.

Pero mientras trabajábamos, descubrí también un fallo en el razonamiento de Oailos. Sevasteos, como Biades,
era
sin duda un arquitecto. ¿Por qué enviarlos entonces si el objetivo era recuperar el tesoro? ¿No habría sido más eficaz mandar a la marina con sus buzos entrenados y una gran experiencia en la búsqueda de objetos hundidos? Se daba por descontado que ninguno de los thetianos era un oficial de la marina fingiendo ser arquitecto.

 

 

 

Aún no había resuelto el problema cuando llegó la tarde. Evité la compañía de Oailos; no deseaba hablar con él hasta haber encontrado alguna respuesta y me alejé también del resto del grupo en busca de cierta intimidad. Un saliente de rocas se alzaba desde el terreno como la proa de un barco yéndose a pique. Tenía unos cinco metros de altura y me senté justo en la cima con la mirada en el lago.

Los ocasos tropicales son muy breves y las montañas occidentales tapaban el horizonte al oeste, de modo que las antorchas que nos rodeaban eran la única luz. Apenas podía divisar desde allí arriba el pequeño valle en forma de tazón: los edificios, la playa y los únicos dos senderos que llevaban al exterior.

Y las estrellas. Ofrecían un espectáculo que no había cambiado respecto al Archipiélago y mantenían su grandiosidad donde estuviese. Vi una delgada luna creciente (la otra se elevaría más tarde desde las montañas del sur), pero, excepto ella, sólo eran visibles las estrellas y las capas de nubes con sus brillantes colores.

―Sigues siendo un soñador, ¿verdad, Cathan? ―dijo una voz muy cerca de mi espalda. Sorprendido, me volví. Ni siquiera lo había oído acercarse.

―Los sueños son todo lo que tengo, Ithien ―respondí, alejándome de él―. Por otra parte, veo que a ti no te ha ido nada mal.

―¡Oh! ¡Pues todavía sueño con un mundo mejor! ―repuso, sentándose a medio metro de mí―. Pero el mundo en el que tenemos que vivir es éste y todavía guarda sorpresas para nosotros. ¿Cómo has conseguido sobrevivir?

―Ocultando mi verdadera identidad ―respondí, lacónico, sin deseos de revelarle demasiado―. No se me ofreció la oportunidad de cambiar de bando.

―Nadie te habría ejecutado si te hubieses rendido.

―¿De veras? ―pregunté impregnando mis palabras de tanto odio como pude―. No es la primera vez que oigo eso. Todos se empeñan en decirme que, pese a ser un hereje convicto, un mago de los Elementos y unas cuantas cosas más, me habrían perdonado la vida en caso de ser capturado.

―Se te perdonó en una ocasión ―acotó Ithien con suavidad―. Has nacido con mala estrella, Cathan, como el resto de tu familia. Eres demasiado fuerte para aceptar el camino que a otras personas le gustaría que siguieses, pero no lo bastante fuerte para desafiarlas con éxito.

―¿Por qué molestarme en hacerlo? ¿No podría haber abandonado mi causa al principio de la lucha y aprovechar la primera oportunidad que se me diese para unirme al enemigo?

―No tienes ni idea de lo que estás diciendo ―objetó Ithien. Su tono era tenso, pero no irritado―. Estoy vivo, gozo de buena salud y soy libre. Sobreviví a las purgas del emperador. ¿Por qué piensas que eso es peor que resistirme y acabar como un montón de cenizas?

―¿El emperador te permitió sin más cambiar de bando? ¿No sometió tu lealtad a ningún tipo de prueba?

―He estado fuera de Thetia desde la muerte de tu hermano, lanzado de un cargo diplomático a otro para ayudar a los embajadores. Tengo sin duda mis perros guardianes. Pero lo único que a él le preocupa es el éxito final y, mientras yo le dé lo que quiere, el resto no le importa.

―¿De manera que trabajar para ese carnicero no te plantea el menor problema? ―pregunté mientras un torrente de odio contenido por demasiado tiempo empezaba a salir a la superficie. Demasiados conocidos míos habían acabado ardiendo en la hoguera, sometidos como penitentes o asesinados por traición al Dominio. Ithien, sin embargo, había sobrevivido y prosperado. ¿Por qué?

―Trabajo para el imperio ―afirmó Ithien―. Soy thetiano. Sin importar quién esté sentado en el trono, o incluso si nadie lo está, mi deber es servir a Thetia.

―¡Qué noble de tu parte! ―exclamé, sin intención de darle el menor respiro.

―En todo caso, qué sensato de mi parte. No me gusta la idea de la muerte, la de nadie ni, mucho menos, la mía propia. ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?, ¿declarar Ilthys estado independiente?, ¿iniciar una revuelta en nombre de la Asamblea? Dímelo, ¿qué habrías hecho?

Ithien era demasiado rápido y astuto para mí. Además, para ser honesto, yo no tenía la menor idea de qué habría hecho en su lugar, pero me enervaba que hubiese traicionado a todos sus aliados anteriores y trabajase para el haletita asesino que ahora gobernaba Thetia.

―Por cierto ―prosiguió―, podría haber huido y haberme escondido, lanzando cada tanto pequeños ataques irritantes en la avanzada y comportándome como un insignificante bandido, como han hecho muchos de vuestros líderes heréticos.
¿
Crees que eso habría sido mejor?

―Eso te habría traído mayores dificultades, ¿verdad?

―Cathan, esto no tiene sentido. Si lo que deseas es liberar tu ira en alguien, busca a otro; tengo mejores cosas que hacer. Vine a charlar contigo porque eres alguien a quien creía muerto y que ha resultado estar vivo, algo muy poco frecuente en estos días. Lo contrario es mucho más común.

―De modo que has venido a mantener conmigo una charla casual ―lancé. Todavía no estaba preparado para dejarlo ir―. Quién sea yo te tiene sin cuidado.

―Quién eres tú tiene mucha importancia, no intentaré hacerte creer otra cosa. Cuando nos conocimos, hace mucho tiempo, tú defendías todo lo que yo detestaba. El trono imperial, la sangre real... ¡Por todos los cielos, incluso te odiaba porque eras la prueba viviente de que no todos los de tu familia eran desquiciados y viciosos!

Ahora hablaba muy de prisa y sus palabras casi se topaban unas con otras. No dije nada, esperando oír algo revelador. Quizá mi actitud fuese cínica, pero siendo un esclavo se trataba del único modo de sobrevivir.

―Para mí, es como si hubieses sido transportado en el tiempo desde entonces. Sólo ahora he comprendido que hay cosas que odio más que la monarquía. ―Se encogió de hombros―. Y volver a verte ―continuó― me ha recordado el día de nuestro primer encuentro en Ilthys, la última ocasión en que todos mis amigos estaban todavía vivos. Desde entonces cada uno de ellos ha cambiado... o ha muerto.

BOOK: Cruzada
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