Read Cuentos de Canterbury Online
Authors: Geoffrey Chaucer
SANSÓN
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Ved, por ejemplo, a Sansón, cuyo nacimiento fue anunciado por un ángel mucho antes de que aconteciera, y se consagró a Dios Todopoderoso y recibió grandes honores hasta que perdió la vista. Nunca hubo otro de su fuerza y del valor que le acompaña; pero contó su secreto a su mujer, y ésta le precipitó a la desgracia. Sansón, ese grande y poderoso adalid, que mató un león mientras transitaba por un camino hacia una boda, destrozándolo totalmente con sus dos manos como única arma. Pero su traicionera mujer insistió una y otra vez hasta que se enteró de su secreto. Entonces la traidora lo delató a sus enemigos y lo dejó por otro marido.
En su rabia y furor, Sansón cogió trescientos zorros y, atándolos por sus colas, los juntó y prendió fuego, con lo que ardieron todas las cosechas del país, incluso viñas y olivos. También mató, él solo, a un millar de hombres con una quijada de asno por toda arma. Después de haberlos matado, sintió tanta sed que creyó morir y rogó al Señor que se apiadase de su desgracia y le enviara de beber. Entonces de una de las muelas de aquella reseca quijada de asno surgió un manantial del que sació su sed. De este modo Dios acudió en su ayuda, como dice el
Libro de los jueces
.
Una noche en Gaza, a pesar de los filisteos que se hallaban en la ciudad, arrancó las puertas de la misma a viva fuerza y, cargándoselas a la espalda, las subió a la cima de una colina, donde todos las pudieron ver. Si el gran y poderosísimo Sansón, tan querido y honrado por los demás, no hubiera revelado su secreto a mujeres, el mundo jamás habría contemplado a otro igual.
Por mandato del mensajero angélico no tocaba el vino ni bebía bebidas fuertes, ni permitía que navajas o tijeras se acercasen a su cabeza, pues toda su fuerza residía en ellas. Pero el que gobernó en Israel durante veinte inviernos seguidos pronto tuvo que derramar abundantes lágrimas: las mujeres le traerían la ruina. Contó a su amada Dalila que toda su fuerza radicaba en su cabellera, y ella lo vendió traicioneramente a sus enemigos. Pues un día, mientras dormía en su regazo, ella hizo que le cortasen el cabello y le pelasen y dejó a sus enemigos que descubrieran su secreto. Cuando le encontraron en este estado, le ataron fuertemente y le sacaron los ojos. Antes de cortarle el cabello y pelarlo, nada habría podido mantenerle atado; ahora, estaba prisionero en una cueva y le obligaban a mover un pequeño molino.
¡Ya puede ahora el gran Sansón, el más fuerte de los hombres, que llegó a juez de Israel y vivió con riqueza y esplendor, llorar sin ojos, arrojado desde la felicidad a la sima de la desgracia!
Este fue el final del pobre cautivo. Un día sus enemigos prepararon una fiesta y le obligaron a estar ante ellos sirviendo de blanco. Ocurría todo en un templo lleno de gente. Pero al final él causó terror y estragos, pues sacudió dos columnas hasta que cayeron, y entonces el templo entero se derrumbó. Así pereció junto con sus enemigos, es decir, todos los príncipes y unas tres mil personas sucumbieron allí al hundirse el gran templo de piedra. No hablaré más de Sansón. Pero quedad advertidos por esta antigua y sencilla frase: que ningún hombre diga nada a su esposa que quiera mantener realmente en secreto, en particular si afecta a la seguridad de su vida o la integridad de sus miembros.
HÉRCULES
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Sus trabajos cantan la alabanza y gran renombre de Hércules, el más grande de los conquistadores, pues en su día fue un prodigio de fuerza. Él mató al león de Nemea y se apoderó de su piel; humilló el orgullo de los centauros, acabó con las arpías, aquellas feroces y crueles aves; se apoderó de las manzanas de oro del dragón; hizo salir al can Cerberol
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, el perro del infierno; mató a Busiro, el cruel tirano, y obligó a su caballo a devorarle la carne y los huesos; mató a la feroz y venenosa Hidra; rompió uno de los dos cuernos de Aqueloo
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mató a Caco
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en su caverna de piedra y a aquel poderoso gigante Anteo
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; destrozó al temible oso de Erimantos y durante algún tiempo transportó la bóveda celeste sobre sus hombros. Ningún hombre había eliminado tantos monstruos como él desde el principio de los tiempos. Su nombre corría de boca en boca por todo el mundo como sinónimo de fuerza y magnanimidad; visitó todos los reinos del mundo y, según Trofeo, levantó un pilar en cada extremo del mundo para marcar sus limites.
Este noble héroe tenía una amante llamada Dejanira, lozana como una rosa de mayo. Los eruditos afirman que ella le envió una vistosa camisa nueva —una camisa fatal— que, desgraciadamente, había sido envenenada con tanto ingenio que antes de transcurrido medio día de llevarla puesta, la carne empezó a desprendérsele de los huesos. No obstante, hay personas doctas que la exoneran de culpa y acusan a un tal Neso, aunque Hércules llevó esta camisa sobre su cuerpo desnudo hasta que el veneno ennegreció su carne. Cuando descubrió que no tenía remedio y que iba a morir envenenado, se cubrió de brasas ardientes, pues prefirió morir por fuego antes que a causa de un veneno.
Así murió Hércules, famoso y poderoso. Y ahora pregunto: «¿Quién puede, ni por un momento, confiar en la veleidosa Fortuna?» Los que siguen los caminos de este mundo turbulento caen en desgracia frecuentemente antes de saber qué es lo que pasa. Es sabio el que se conoce a sí mismo. Estad, pues, en guardia, porque cuando la caprichosa Fortuna desea engañar, espera y derriba al encumbrado del modo más inesperado.
NABUCODONOSOR
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¿Qué lengua puede describir adecuadamente el poderoso trono, el precioso tesoro, el glorioso cetro y la real majestad del rey Nabucodonosor, que conquistó por dos veces la ciudad de Jerusalén y se llevó los vasos sagrados del templo? El reglo trono se hallaba en Babilonia, su gloria y orgullo. Castró a los más hermosos hijos de la real casa de Israel y los convirtió a todos en eunucos. Entre sus esclavos se hallaba Daniel, que era el más avispado entre todos los hijos de Israel, pues interpretó los sueños del rey cuando no hubo sabio en Caldea que supiera adivinar su correcto significado. Este rey vanidoso y sediento de gloria encargó que le hicieran una estatua de oro de sesenta codos de altura y siete de ancho, y ordenó que jóvenes y viejos saludasen y reverenciasen esta imagen; los que se negaran a obedecer serían quemados en un horno al rojo vivo. Pero ni Daniel ni sus dos jóvenes compañeros quisieron acatar semejante orden.
Orgulloso y encumbrado, este rey de reyes creyó que el Dios que está sentado en su gloria jamás le privaría de su elevada posición; sin embargo, perdió repentinamente su cetro, se convirtió en algo parecido a una bestia y anduvo por algún tiempo entre animales salvajes, comiendo heno como si fuera un buey y durmiendo al aire libre y bajo la lluvia. Sus cabellos crecieron como plumas de águila y sus uñas como las garras de un ave de presa, hasta que algunos años después Dios le perdonó y le devolvió la facultad de razonar. Entonces dio gracias a Dios, mientras las lágrimas le resbalaban por el rostro. Durante el resto de su vida vivió en temor de pecar o abusar; hasta el día en que se le puso en el féretro, supo que Dios era todo poder y misericordia.
BALTASAR
Su hijo Baltasar gobernó el reino después que su padre pasó a mejor vida; sin embargo, no hizo el menor caso de las enseñanzas recibidas por su padre, sino que fue de corazón orgulloso, vivió con pompa y magnificencia y, además, fue un empedernido idólatra. Su elevada posición le afirmó en su orgullo; sin embargo, la Fortuna lo derribó y dividió su reino.
Un día en que daba una fiesta para sus nobles, con el fin de ponerles más alegres, llamó a sus oficiales y les dijo: —Id a buscar todos aquellos vasos que mi padre se llevó del templo de Jerusalén en los días de su triunfo, y demos gracias a los dioses del cielo por el honor que nuestros antepasados nos legaron.
Su esposa, sus nobles y sus concubinas bebieron a más no poder de diversos vinos en estos vasos sagrados. Entonces el rey levantó la vista y miró a la pared, en donde vio una mano sin brazo que escribía deprisa sobre la misma. Al contemplar esta visión, tembló de miedo y dio un gran suspiro, mientras la mano que tanto le había asustado escribía: «
Mane, Tecel Fares
», y nada más.
Ningún mago en todo el país supo interpretar el significado de lo escrito excepto Daniel, que pronto lo explicó diciendo:
—¡Oh, rey! Dios dio a tu padre gloria, honor, un reino, un tesoro e ingresos; pero él era orgulloso y no tenía temor de Dios, por lo que Este tomó venganza y le despojó de su reino. Fue arrojado de la compañía de los hombres para vivir entre asnos y comer sus pastos, como un animal, bajo el sol y la lluvia, hasta que por gracia divina y razonamiento entendió que el Dios de los cielos tiene dominio sobre las criaturas y los reinos. Entonces Dios se compadeció de él y le repuso en su reino con su aspecto normal. Ahora, tú, su hijo, sabiendo que todo eso es verdad, eres orgulloso como lo fue tu padre, te rebelas contra Dios y eres su enemigo; además has tenido el descaro y la audacia de beber en sus vasos sagrados, y de los mismos han bebido tu mujer y tus meretrices profanándolos. Para colmo, tú rindes culto perverso a falsos dioses. Por ello te esperan grandes sufrimientos. Créeme, la mano que escribió «
Mane, Tecel Fares
» sobre la pared fue enviada por Dios. Tu reinado ha terminado: has sido pesado y has sido encontrado en falta. Tu reino será dividido y entregado a los medos y a los persas.
Aquella misma noche el rey fue muerto y su trono ocupado por Darío, aunque no tenía ningún derecho sobre él. Señores, la moraleja de esta historia es: no hay seguridad en el poder. Cuando la veleidosa Fortuna quiere perder a un hombre, le quita su reino, sus riquezas y sus amigos, tanto de alta como de baja condición. Los amigos que un hombre hace en la prosperidad creo que le convertirán en enemigos en la adversidad, proverbio que no sólo es cierto, sino que puede aplicarse universalmente.
ZENOBIA
Sobre la fama de Zenobia, la reina de Palmira
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, los persas escribieron que era tan osada y tenía tal dominio de las armas que ningún hombre la sobrepasaba en fortaleza, linaje y otros nobles atributos. Por sangre, descendía de reyes persas. No diré que fuera la más hermosa de las mujeres, pero su figura no tenía defecto.
Desde su infancia evitaba todo trabajo femenino y solía salir a los bosques, en donde, con sus grandes flechas de caza, derramó la sangre de más de un venado salvaje. Corría tan velozmente que incluso podía capturarlos. Al llegar a la edad adulta, solía matar leones, leopardos y osos despedazándolos, y hacía lo que quería con ellos con sólo sus manos. Solía buscar atrevidamente los cubiles y guaridas de bestias salvajes y vagar durante la noche por las montañas, durmiendo al aire libre. Podía luchar con cualquier joven, por ágil que fuera, y someterlo por la fuerza; en sus brazos nada podía resistirle. Mantuvo su doncellez incólume, despreciando el verse sometida a cualquier hombre.
Sin embargo, al final, a pesar de sus largas dudas y dilaciones, sus amigos lograron casarla con Odenato. Debéis saber que él compartía sus gustos y sus ideas. Sin embargo, una vez estuvieron unidos, vivieron alegre y felizmente, pues se amaban recíprocamente con gran ternura, excepto por una cosa: bajo ningún concepto le permitía acostarse con ella más de una vez en cada ocasión, pues su único objeto era traer al mundo a un hijo que pudiera crecer y multiplicar la raza. Si, después del acto, ella veía que no había quedado embarazada, entonces consentía en que él hiciera su voluntad una vez más, pero sólo una vez; y si veía que había quedado embarazada, entonces este placer le quedaba vedado a él por cuarenta largas semanas, después de las cuales ella le permitía de nuevo repetir el acto. Ya podía Odenato rabiar o rogar, que no conseguía nada más de su esposa. Pues ella afirmaba que era vergonzoso y lascivo por parte de una mujer el que su marido le hiciera el amor por alguna otra razón.
Odenato le dio dos hijos varones, que ella crió y educó en la virtud y en la sabiduría. Pero volvamos a nuestra historia. En ninguna parte del mundo se podía encontrar una persona más juiciosa y honorable, generosa sin ser despilfarradora, más cortés, más decidida e infatigable en la guerra. Es imposible describir la magnificencia de su vajilla y vestimenta. Iba enteramente vestida de oro y gemas preciosas; el que fuera a cazar no le privaba de encontrar el tiempo suficiente para conseguir dominar en profundidad diversas lenguas: su mayor deleite consistía en aprender por los libros cómo llevar una vida virtuosa.
Pero, para abreviar esta historia, diré que ella y su marido eran dos formidables guerreros, que conquistaron y retuvieron con mano firme muchos grandes reinos de Oriente y varias espléndidas ciudades que pertenecían a la majestad imperial de Roma. Sus enemigos jamás lograron hacerla huir mientras Odenato estuvo vivo. Ahora bien, los que quieran leer sobre sus batallas contra el rey Shapur y otros, y cómo se desarrollaron estos acontecimientos, por qué ella hizo sus conquistas y qué título o derecho tenía sobre ellas, su posterior desgracia y pena y cómo fue asediada y capturada, deben consultar a mi maestro, el Petrarca. Os aseguro que escribió lo suficiente sobre el asunto.
Cuando Odenato murió, ella retuvo sus reinos y luchó personalmente contra sus enemigos con tal fiereza, que no quedó príncipe o emperador en aquellas tierras que no se sintiera alborozado si no le declaraba la guerra. Establecieron alianzas formales con ella para poder vivir en paz y la dejaron montar o cazar a su antojo. Ni Claudio
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, emperador de Roma, ni Galieno, que le había precedido, ni ningún armenio, egipcio, sirio o árabe, reunió jamás el valor suficiente para enfrentarse con ella, pues temían que les matase con sus propias manos o les hiciera huir con todo su ejército.
Sus dos hijos vestían regiamente, como correspondía a los herederos del reino de su padre. Sus nombres eran Herrviano y Timalao, según los persas. Pero la veleidosa Fortuna siempre mezcla hiel con miel. Esta poderosa reina no pudo durar mucho, y aquélla hizo que desde el trono cayera en la más abyecta desgracia y ruina.
Cuando el gobierno de Roma recayó en las manos de Aureliano, éste planeó vengarse de la reina y marchó contra Zenobia con sus legiones. Logró hacerla huir y, finalmente, la capturó. Mandó encadenar a Zenobia y a sus dos hijos y regresó a Roma. Entre las otras cosas que ese gran romano, Aureliano
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, capturó se hallaban su carro de combate, todo él recubierto de oro y joyas, que trajo consigo para que el pueblo lo pudiera ver. Ella caminó delante de él, en su triunfo, con su corona de reina, con cadenas de oro alrededor de su cuello y ropajes con gemas incrustadas.