Read Cuentos de Canterbury Online
Authors: Geoffrey Chaucer
¡Ay, Fortuna! Ella, que, una vez, fue el terror de reyes y emperadores, es ahora contemplada por la turba. Ella, que en los ataques más furibundos vestía yelmo y asaltaba las más fuertes ciudadelas, debe llevar ahora cofia de mujer; la que sostuvo en sus manos florido cetro, debe ahora llevar una rueca y ganarse el sustento.
PEDRO, REY DE ESPAÑA
Noble y honorable Pedro, gloria de España, a quien la Fortuna elevó en tan gran esplendor, tenemos todos los motivos de lamentar tu muerte desgraciada. Tu hermano te arrojó de tu propia patria; más tarde, durante un asedio, fuiste engañado mediante una estratagema y conducido a una tienda en donde él mismo te asesinó y te sucedió en tu reino y prebendas.
¿Quién ideó esta villanía y este infame pecado? Un águila negra sobre campo de nieve, cogida en una rama pintada en rojo como una brasa ardiendo. ¿Quién ayudó al asesino en lo que necesitaba?
Un nido de maldad. No un Oliver de Carlomagno, siempre escrupuloso en lealtad y honor, sino un Oliver Ganelón corrompido por sobornos, fue el que llevó al noble rey a la trampa.
PEDRO, REY DE CHIPRE
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Tú también, ¡oh noble Pedro, rey de Chipre!, por tus dotes guerreras ganaste la ciudad de Alejandría. Muchísimos paganos sufrieron pena por tu causa, y por ello tus propios vasallos te tuvieron envidia y te asesinaron una mañana en tu propio lecho, por tu proeza caballeresca como único motivo. De este modo, la Fortuna, que gobierna y guía su rueda, lleva a los hombres de la alegría a la pesadumbre.
BERNABÉ, REY DE LOMBARDÍA
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¿Por qué no debo contar tu mala fortuna, gran Bernabé, vizconde de Milán, dios de placer y azote de Lombardía, desde que escalaste cima tan encumbrada? El hijo de tu hermano —que te debía lealtad por partida doble, por ser tu sobrino y tu yerno— hizo que murieras en su cárcel; el porqué o el cómo, lo ignoro; sólo sé que te mataron.
UGOLINO, CONDE DE PISA
Por piedad no existe lengua que pueda describir cómo el conde Ugolino murió lentamente de hambre. A poca distancia, en las afueras de Pisa, se levanta la torre en la que fue encarcelado con sus tres hijos pequeños, el mayor de los cuales apenas si contaba cinco años de edad. ¡Oh, Fortuna, qué cruel eres enjaulando a tales pajaritos! En la misma cárcel fue condenado a morir el obispo de Pisa, Rogelio, que le había acusado en falso y por cuya acusación la gente se levantó y le encarceló, como he descrito. El escaso alimento y bebida que se le daba apenas si era suficiente, además de ser poco nutritivo y de mala calidad. Un día, aproximadamente a la hora en que, de costumbre, se le entraba la comida, el carcelero cerró las grandes puertas de la torre. El prisionero le oyó claramente, pero calló; no obstante, algo le dijo en su corazón que pensaba dejarle morir de hambre.
—¡Ay! ¿Por qué nací? —exclamó, y sus ojos se inundaron de lágrimas.
Su hijo menor, de tres años de edad, le dijo:
—Padre, ¿por qué estás llorando? ¿Cuándo traerá el carcelero nuestra comida? ¿No te queda ya pan? Tengo tanta hambre, que no puedo dormir. ¡Ojalá quisiera Dios que me durmiera para siempre! Así no notaría el hambre que me roe la barriga. ¡No hay nada que desee tanto como un mendrugo de pan!
Así hablaba el niño, día tras día, hasta que, acostándose en el regazo de su padre, le dijo:
—Adiós, padre mío. Me muero. Dio un beso a su padre y expiró.
Cuando su padre, con el corazón destrozado, vio que había muerto, en su dolor se mordía los brazos y gritaba: —¡Oh, Fortuna! Te acuso de ser responsable de toda mi pena con tu rueda traicionera.
Sus otros hijos, pensando que se mordía los brazos de hambre, en vez de mordérselos de pena, le dijeron:
—¡Oh, padre, no hagas eso! Come antes de nuestra carne, la carne que tú nos diste: ¡tómala y come!
Estas fueron exactamente sus palabras; un día o dos después de aquello, se acostaron en el regazo de su padre y expiraron. El propio conde se desesperó y también pereció de hambre. Tal fue el fin del poderoso conde de Pisa, a quien la Fortuna le privó de su elevada situación.
Pero basta de esta trágica historia; el que desee una versión más extensa del relato debe leer al gran poeta de Italia, Dante, pues lo describe desde el principio al final sin omitir palabra.
NERÓN
Aunque Nerón era tan perverso como cualquier diablo en el pozo más hondo del infierno, tenía bajo su dominio las cuatro partes del mundo, según nos cuenta Suetomo. Le encantaban las joyas y sus ropajes estaban bordados, de pies a cabeza, con rubíes, zafiros y perlas blancas. Ningún emperador vistió con mayor suntuosidad que él, o fue más vanidoso y exigente. Una vez había llevado una túnica, no quería volverla a ver. Poseía un almacén de redes de hilo de oro para ir a pescar en el Tíber cuando se le ocurría divertirse así. Su menor deseo era ley, y la Fortuna le obedecía como si fuera amiga suya.
Mandó incendiar Roma para su diversión y matar a sus senadores para oírles llorar y gritar; dio muerte a su hermano y se acostó con su hermana. De su madre hizo un lastimoso espectáculo: abrió su vientre para contemplar el lugar en que había sido concebido. ¡Ay! ¡Qué poco sentimiento tuvo para con su propia madre! Ni una sola lágrima cayó de sus ojos al verla. Simplemente observó:
—Era una mujer de buen ver.
Ya podéis preguntaros cómo es que pudo emitir un juicio ante su belleza muerta. Mandó que le trajeran vino, que bebió en el acto, pero sin mostrar ninguna señal de pena. Cuando el poder es aliado de la crueldad, el veneno discurre demasiado profundamente.
De joven, este emperador tuvo un tutor quien, a menos que los libros mientan, era el modelo de la sabiduría moral de su época. Éste le enseñó cultura y modales. Nerón fue inteligente y tratable mientras este tutor le tuvo a su cargo, y pasó mucho tiempo antes de que el despotismo o cualquier otro vicio osara entrar en su corazón. Nerón admiraba muchísimo a este tal Séneca, pues de él estoy hablando, porque solía reñirle con mucha circunspección por sus vicios, utilizando palabras en vez de golpes, pues le decía:
—Señor, un emperador debe ser virtuoso y detestar la opresión.
Por esto, Nerón hizo que se suicidase abriéndose las venas de los brazos mientras se bañaba, muriendo desangrado. De joven, Nerón había sido acostumbrado a permanecer de pie ante su tutor, lo que más tarde le pareció como un insulto y, por ello, le mandó que se suicidase. Sin embargo, Séneca mismo eligió morir de esta manera en el baño, antes de sufrir otras torturas. De esta forma Nerón mató a su querido tutor.
Llegó el día en que la Fortuna se cansó de proteger la enorme arrogancia de Nerón, y, aunque era fuerte, ella lo era más aún. «Por Dios, debo de estar loca —pensó—. Situar a un hombre tan hundido en los vicios en una posición tan elevada y dejar que le llamen emperador. Voy a derribarle de su trono, precisamente cuando menos lo espere.»
Una noche, el pueblo se levantó contra él a causa de sus muchos delitos. Al verlo, Nerón se escapó sigilosamente por las puertas del palacio; iba solo y llamó a una puerta, tras la cual confiaba encontrar ayuda; pero cuanto más gritaba y más fuerte aporreaba la puerta, tanto más deprisa ponían cerrojos los de dentro, para que no entrara. Llegó un momento en que se dio cuenta de que se había engañado. No atreviéndose a seguir llamando, se fue. Por todas partes el pueblo gritaba y vociferaba buscándolo, hasta que él con sus propios oídos les oyó chillar:
—Dónde está Nerón, ese maldito tirano?
Casi se volvió loco de miedo y rogó piadosamente a los dioses que le socorrieran, pero el socorro no llegó nunca. Medio muerto de terror corrió hacia un jardín para ocultarse, en donde encontró a dos campesinos sentados junto una enorme fogata. Les rogó a los dos que le cortasen la cabeza para que, después de su muerte, no se cometiera ignominia alguna que le deshonrara. No sabiendo qué hacer para escapar a su destino, se suicidó: la diosa Fortuna rió su propia broma.
HOLOFERNES
En su día, ningún capitán del rey había subyugado más reinos, era más omnipotente en el campo de batalla o poseía mayor arrogancia y magnificencia que Holofemes, a quien la Fortuna abrazó amorosamente y le llevó por donde quiso, hasta que un día, antes de saber lo que pasaba, se encontró sin cabeza. No sólo los hombres le temieron por miedo a perder su libertad o sus riquezas, sino que él les obligó también a renunciar a su fe.
—Nabucodonosor es Dios —declaró—, y ningún otro dios debe ser adorado.
Nadie se atrevió a contradecir su edicto, excepto en la plaza fuerte de Betulia, donde Eliakim era sacerdote.
Ahora observad la muerte de Holofemes: una noche yacía completamente beodo en su tienda, tan espaciosa como un granero y se hallaba en medio de sus tropas, cuando, a pesar de su poder y esplendor, una mujer, Judit, le cercenó la cabeza mientras dormía. Sin ser vista por las tropas, se deslizó fuera del campamento, llevándose la cabeza a la ciudad.
EL ILUSTRE REY ANTÍOCO
¿Qué necesidad hay de relatar la deslumbrante majestad del rey Antíoco, su gran arrogancia y sus perversos delitos? Jamás hubo otro como él. Leed en el libro de los
Macabeos
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; lo que fue, los orgullosos alardes que hizo, cómo cayó de la cima de la prosperidad y de qué forma tan miserable murió en la falda de una colina. La Fortuna había exaltado su orgullo hasta tal punto, que él creyó realmente que podría alcanzar las estrellas, pesar cada montaña en la balanza y contener las mareas del mar. Pero, sobre todo, odiaba al pueblo de Dios. Pensando que Dios nunca podría doblegar su orgullo, los condenó a muerte sometiéndolos a tormentos y a sufrimientos espantosos. Pero, como los judíos habían infligido una aplastante derrota a Nicanor y Timoteo, concibió tal odio hacia ellos que ordenó que, a toda prisa, le preparasen su carro de guerra, jurando al mismo tiempo con gran rabia que partiría inmediatamente hacia Jerusalén, sobre la que haría sentir su furia y cólera con la mayor crueldad.
Pero sus planes pronto fueron estorbados. Dios lo castigó duramente por esas amenazas con una herida invisible e incurable que le corroía las entrañas, hasta que no pudo resistir el dolor. Un castigo verdaderamente justo, puesto que había torturado las entrañas de tantos otros. A pesar de su tormento, no cejó en sus perversos propósitos y ordenó a sus tropas que se preparasen para salir inmediatamente; sin embargo, antes de saber qué pasaba, Dios castigó todos sus alardes y arrogancias, pues cayó pesadamente de su carro, hiriéndose de tal modo que no podía andar ni cabalgar, sino que tenía que ser llevado en una silla a causa de sus magulladuras en la espalda y los costados.
Horripilantes gusanos se arrastraban por su cuerpo; de esta forma tan ignominiosa cayó sobre él la venganza de Dios. Hedía tan horriblemente, que ninguno de los que le atendían de día o de noche podían soportar el olor. Durante este tormento, lloró y se lamentó y supo que Dios es el Señor de la Creación. El hedor de su carroña producía náuseas tanto a él mismo como a todas sus tropas; nadie podía transportarle. Con este mal olor y en medio de terribles dolores expiró miserablemente en la cima de una montaña. Así fue cómo el malvado asesino, que tantas lágrimas y lamentaciones había producido, recibió el castigo que merece la arrogancia.
ALEJANDRO MAGNO
La historia de Alejandro Magno es tan sabida, que todas las personas con uso de razón conocen todas o algunas de sus hazañas. Conquistó todo el mundo por la fuerza, excepto cuando sus oponentes pidieron la paz, gracias a su formidable reputación. Dondequiera que fue, humilló el orgullo de hombres y bestias desde un extremo al otro de la Tierra. No puede establecerse comparación entre él y los demás conquistadores. Todo el mundo tembló de terror ante él. Fue modelo de caballerosidad y magnanimidad, la diosa Fortuna le nombró heredero de todos sus honores. Tan lleno estaba él de valor leonino, que nada, salvo el vino y las mujeres, podía frenar su ambición de grandes trabajos y grandes hechos de armas. ¿De qué serviría elogiarle nombrando a Darío y cien mil otros reyes, príncipes, duques y condes valientes a los que venció y sometió? ¿Qué más puedo decir sino que todo el mundo, de parte a parte, era suyo? Aunque hablase eternamente de su gran proeza caballeresca, no bastaría. Según el libro de los Macabeos, reinó durante doce años. Era hijo de Felipe de Macedonia, el primer rey de Grecia. ¡Oh noble y excelente Alejandro! ¿Quién tenía que decir que serías envenenado por tu propia gente? jugando a dados con la diosa Fortuna, transformó tu seis en uno, sin derramar una lágrima.
¿Quién pondrá lágrimas en mis ojos para lamentar la muerte de este ser noble y generoso que gobernó el mundo entero como si fuera un reino y aún no lo consideró suficiente, tan lleno estaba de espíritu de ambición? ¿Quién me ayudará a acusar a la traicionera Fortuna y a condenar al veneno, culpables ambos de tal infamia?
JULIO CÉSAR
A base de sabiduría, valor y enormes esfuerzos, el conquistador Julio se elevó desde su humilde condición a la de rey, conquistando todo el Occidente, por tierra y por mar, por la diplomacia o por las armas, haciéndolo tributario de Roma, de la que más tarde se convirtió en emperador, hasta que la Fortuna le dio la espalda.
En Tesalia el gran César luchó contra su suegro Pompeyo, que tenía a su mando a toda la caballería de Oriente. En su proeza exterminó o hizo prisioneros a todos excepto los pocos que huyeron con Pompeyo. Esta hazaña maravilló al Oriente entero. Y pudo dar gracias a la diosa Fortuna, que tan bien se había portado con él.
Dejadme que, de momento, me lamente por Pompeyo, el noble gobernante de Roma, que huyó después de esta batalla
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. Uno de sus hombres, un vil traidor, le decapitó y se la llevó a julio confiando ganarse su favor. A tal fin llevó la Fortuna al desgraciado Pompeyo, conquistador de Oriente.
Julio regresó nuevamente a Roma triunfante y coronado de laureles; pero, con el tiempo, Bruto Casio, que siempre había envidiado su gran eminencia, tejió en secreto una sutil conspiración contra Julio (como luego relataré) y eligió el lugar preciso en que debía ser apuñalado. Julio fue al Capitolio un día, como acostumbraba, y allí fue asaltado de repente por el traidor Bruto y otros de sus enemigos, que le apuñalaron con sus dagas, cubriéndole de heridas. Sin embargo, a menos que la Historia se equivoque, sólo se quejó de la primera puñalada, o a lo sumo de la segunda.