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Authors: Geoffrey Chaucer

Cuentos de Canterbury (60 page)

BOOK: Cuentos de Canterbury
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La razón por la cual Job define el infierno como «la tierra de la oscuridad» es doble: por un lado, el término «tierra» significa estabilidad sin zozobra; por otro, «oscuridad» significa que en el infierno existe una carencia de luz fisica. Pues la luz oscura que surge de las entrañas del fuego sempiterno producirá tormento por doquier: le mostrará al condenado los horrendos demonios que le torturan.

«Cubierto por la oscuridad de la muerte»: es decir, que el condenado no gozará de la visión de Dios, ya que la misma constituye la vida perdurable. «La oscuridad de la muerte» es el cúmulo de pecados que el condenado ha cometido y que le privan de ver la faz de Dios, al igual que una nube oscura que se interpone entre el sol y nosotros. «La tierra de las aflicciones», porque hay tres modos de fallar respecto a tres cosas que la gente de este mundo tiene en elevada estima, a saber: honores, placeres y riquezas. En vez de honor tienen vergüenza y confusión infernal. Pues bien sabéis que los hombres denominan «honor» al respeto que una persona otorga a otra; pero en el infierno ni el honor ni el respeto existen. En verdad, no habrá más muestras de respeto para un rey que para un villano.

Al respecto, Dios afirma mediante el profeta jeremías: «Despreciaré a los que me desprecian»
[534]
. Al «honor» también se le denomina gran autoridad; allí nadie servirá a otro excepto para dañarle y atormentarle. «Honor» también equivale a elevada dignidad y nobleza, pero en el infierno todos serán pisoteados por los demonios. Y Dios afirma: «Los horripilantes demonios transitarán por las cabezas de los condenados»
[535]
. Su humillación y degradación será tanto más elevada cuanto mayor haya sido su posición en esta vida. Además, en contraste con las riquezas de este mundo, sufrirán los escarnios de la escasez.

Y esta pobreza se cifrará en cuatro cosas: en la carencia de tesoros, acerca de las cuales afirma el profeta David: «Los ricos que abrazan y dejan absorber su corazón por las riquezas de este mundo dormirán el sueño de la muerte y sus manos estarán vacías sin tesoro alguno»
[536]
. Y además la incomodidad del infierno consistirá en la falta de alimento y bebida. Pues así afirma Dios en palabras de Moisés: «Conocerán las punzadas del hambre, las aves del averno los devorarán de modo horrendo hasta morir, y la hiel del dragón será su bebida y sus bocados los venenos del mismo».
[537].

Incluso más, su tormento también abarcará la falta de vestido, pues carecerán de ellos totalmente: irán desnudos excepto por el fuego abrasador y otras inmundicias. Y su alma estará desnuda de toda suerte de virtudes, pues éstas forman su vestimenta. ¿Dónde quedan, pues, los alegres ropajes, las suaves sábanas y las tenues camisas? Considerad lo que Dios opina de ellos a través del profeta Isaías: «Tu jergón será de larvas y tu manta de gusanos infernales»
[538]
. Todavía más: se atormentarán por la falta de amigos, pues el que tiene buenas amistades no es pobre. Pero allí carecerán de ellas, pues ni Dios ni criatura alguna será su amigo y todos se odiarán entre sí de un modo exacerbado.

«Los hijos y las hijas se rebelarán contra sus padres, los parientes contra los parientes, y se increparán y despreciarán recíprocamente, tanto de día como de noche», tal como afirma Dios en boca del profeta Miqueassup>
[539]
Y los cariñosos hijos que otrora se amaron con tanta sensualidad se devorarían unos a otros si pudieran. Pues, ¿por qué deberían amarse en medio de los tormentos del infierno si existía un odio recíproco en el próspero transcurso de esta vida?

Pues podéis estar seguros, su amor sensual era un odio mortífero, tal como declara el profeta David: «El que ama a la maldad, odia su alma»
[540]
Y aquel que odia a su propia alma es incapaz de amar a ninguna otra persona. Y, por consiguiente, no existe ni amistad ni consuelo; cuanto más próximo al parentesco camal, tanto más se lanzarán increpaciones, maldiciones, y odio mortífero se profesarán entre ellos.

Más aún, carecerán de todos los placeres sensuales. Pues ciertamente, el placer sensual se deriva de los cinco sentidos vista, oído, olfato, gusto y tacto. Pero en el infierno su vista estará repleta de humo y oscuridad y, en consecuencia, cargada de lágrimas; y su oído, lleno de «lamentos y crujir de dientes», tal como afirma Jesucristo
[541]
; sus fosas nasales estarán henchidas de un hedor maloliente. Y, como afirma el profeta Isaíassup>
[542]
: «Su gusto sabrá a amarga hiel.» Y el sentido del tacto en todo su cuerpo estará cubierto de «un fuego inextinguible y de gusanos imperecederos», tal como Dios afirma en boca de Isaías
[543]
.

Y como no albergarán la esperanza de morir de dolor, y mediante esta suerte escapar de él, captarán las palabras de Job cuando afirma: «Allí reinarán las sombras de la muerte»
[544]
. Ciertamente la sombra guarda semejanza con la cosa que la proyecta, pero ambas difieren entre sí. De igual modo acontece con las penas del infierno. Son como mortales por la horrible angustia que engendran. ¿Por qué motivo? El condenado se tortura como si fuera a morir al instante, pero ciertamente no morirá. Pues, como afirma San Gregono
[545]
«Estas desgraciadas criaturas morirán sin morir, y finalizarán sin finalizar, y desfallecerán sin fallecer.» Pues su muerte estará siempre avivada, y su fin siempre comenzará, y sus faltas no fallarán. Al respecto afirma San Juan Evangelista: «Seguirán a la muerte y no la arrastrarán, desearán morir y ésta huirá de ellos»
[546]
.

También Job afirma que en el infierno reina un completo desorden
[547]
. Y aunque Dios ha creado todo de acuerdo con un orden, y nada hay desordenado, sino que todas las cosas están organizadas y clasificadas; con todo, los condenados estarán desordenados, pues la tierra no producirá frutos. El profeta David
[548]
afirma: «Dios hará que la tierra sea —para ellos— infructuosa. Las aguas no desprenderán humedad para esos malditos, ni el aire frescor, ni el fuego luz.» San Basilio
[549]
asimismo, comenta: «Dios dará el ardor del fuego de este mundo a los condenados del infierno, pero la claridad y la luz las reserva para sus hijos en el cielo», al igual que un hombre justo da la carne a sus hijos y los huesos a los perros. Y para que no tengan esperanza de escapar, dice el santo Job que finalmente habrá allí horror y horrible temor sin fin.

El horror es siempre el temor del daño venidero, y este temor morará eternamente en el corazón de los condenados. Y en consecuencia, han perdido toda esperanza debido a siete causas.

La primera, porque Dios, que es su juez, será inmisericorde con ellos; no podrán agradecerle a Él o a sus santos, ni podrán hablarle, ni evadirse de los tormentos, ni podrán esgrimir mérito alguno para liberarse de sus penas. Y, por consiguiente, manifiesta Salomón
[550]
: «El hombre malvado perece, y cuando esté muerto, no abrigará esperanza para escaparse de su dolor.» Quien, pues, comprenda estos tormentos, y piense que los ha merecido a causa de sus pecados, ciertamente estará más proclive a lamentarse y a llorar que a cantar y a jugar. Pues, como escribe Salomón al respecto: «Quien conozca los tormentos reservados y ordenados para los pecados, se arrepentirá.» «Este conocimiento —afirma San Agustín— hace que el hombre tenga un corazón contrito.»

El cuarto punto que induce a un hombre a la contrición radica en el recuerdo doloroso del bien que ha dejado de ejecutar durante su vida terrena, y también en tener presente el bien perdido. A saber, las buenas obras omitidas son, además de las acciones meritorias llevadas a cabo antes de caer en pecado mortal, las ejecutadas mientras permaneció en pecado. En realidad, las buenas obras practicadas antes de incurrir en pecado han quedado desvirtuadas, suprimidas y anuladas por la falta mencionada. El resto de las buenas acciones ejercidas mientras permaneció en pecado no le cuentan para nada por lo que respecta a la vida perdurable celestial.

Entonces todas las acciones meritorias que han sido anuladas por el frecuente pecado —es decir, las acciones ejecutadas mientras estuvo en gracia de Dios— no podrán renacer sin verdadera penitencia. Y acerca del tema Dios declara, por boca del profeta Ezequiel
[551]
, que si «el justo se desviare de su justicia y cometiese la maldad según las abominaciones que suele ejercer el impío, todas cuantas obras buenas hubiere hecho, se echarán en olvido: por la infidelidad en que ha incurrido y por el pecado que ha cometido, por eso morirá».

Sobre este mismo versículo San Gregorio comenta lo siguiente. Que se debería captar esencialmente esto: que cuando hemos cometido un pecado mortal, para nada sirve recordar o rememorar las buenas obras ejecutadas con anterioridad; en otras palabras, ellas no nos alcanzarán la vida perdurable del cielo. Pero, con todo, esas mismas buenas acciones resucitan y se actualizan de nuevo, y ayudan y sirven para lograr la vida perdurable celestial cuando estamos contritos. Aunque, verdaderamente, las buenas obras ejecutadas por los hombres en estado de pecado mortal puede que jamás tengan validez.

Ciertamente, algo que nunca estuvo dotado de vida no puede resucitar; y, con todo, a pesar de que resulten estériles para lograr la vida perdurable, sirven, sin embargo, para abreviar las penas del infierno; también para lograr bienes temporales, o para que Dios quiera aclarar e iluminar el corazón del hombre pecador para que se arrepienta; asimismo sirven para que uno se acostumbre a realizar buenas obras de modo que el enemigo ejerza menos influencia sobre el alma.

Y así Jesucristo misericordioso no quiere que obra buena alguna se pierda, para que sea de utilidad. Pero del mismo modo que las buenas acciones que los hombres ejecutan en estado de gracia perecen todas a causa del subsiguiente pecado, y que todas aquellas ejecutadas por el hombre mientras permanece en estado de pecado mortal están completamente muertas a la vida perdurable, bien podría cantar el hombre que no obra el bien aquella reciente canción francesa:
He perdido mi tiempo mis esfuerzos
. Pues, en verdad, el pecado despoja al hombre de la bondad de la naturaleza y también de la bondad de la gracia. Porque, de hecho, la gracia del Espíritu Santo opera como el fuego que jamás está ocioso; pues el fuego deja de ser efectivo en cuanto se apaga, y del mismo modo la gracia cesa de obrar en cuanto deja de estar presente. Así, el hombre pecador pierde la gracia de la gloria, que sólo es prometida a los hombres buenos que trabajan y se esfuerzan. El arrepentimiento es posible, pues aquel que, mientras viva, debe toda su vida a Dios, no posee ninguna bondad para pagar su deuda con Dios, el dador de toda la vida. Puedes tener la seguridad de que «rendirá cuenta —tal como afirma San Bernardo— de todos los bienes recibidos en esta vida, y de cómo los ha gastado, hasta el punto que incluso deberá dar cuenta de una hora de su tiempo y de un segundo de una hora, si lo ha malgastado».

La quinta cosa que debe inducir al hombre a la penitencia es el recuerdo de la Pasión que Jesucristo Nuestro Señor padeció a causa de nuestros pecados. Porque, como afirma San Bernardo
[552]
: «Mientras vivas recordarás las penalidades que Nuestro Señor Jesucristo sufrió durante su predicación, la fatiga del camino, las tentaciones cuando ayunó, sus largas veladas en oración, sus lágrimas compasivas por la buena gente, las miserias, comentarios vergonzosos y calumnias que los hombres dijeron de él, los escupitajos asquerosos que le dirigieron a su rostro, los bofetones que le propinaron, los escarnios de las muchedumbres, y las reprimendas que los hombres le dirigieron, los clavos con los que fue clavado en la cruz, y todo lo demás que sufrió durante la pasión por sus pecados, sin culpa alguna por su parte.»

Y comprenderéis que el pecado del hombre altere fundamentalmente toda clase de orden y jerarquía. Pues es cierto que Dios, la razón, la sensualidad y el cuerpo del hombre están ordenados de modo que cada uno de estos elementos ejerzan predominio sobre los otros. Y así, Dios debería prevalecer sobre la razón, y la razón sobre la sensualidad, y la sensualidad sobre el cuerpo del hombre. Pero en verdad el hombre, al pecar, distorsiona todo este orden o jerarquía. Y, por consiguiente, ya que la razón humana no quiere estar sujeta y obedecer a Dios, que es, por derecho, su Señor, pierde por consiguiente el predominio que debiera poseer sobre la sensualidad y también sobre el cuerpo.

¿Por qué? La sensualidad se rebela, pues, contra la razón, y de este modo la razón pierde el dominio sobre la sensualidad y el cuerpo. Porque así como la razón se rebela contra Dios, así también la sensualidad se rebela contra la razón y el cuerpo. Y, ciertamente, Jesucristo Nuestro Señor nos redimió con su preciosísima sangre de este desorden y rebelión; y escuchad de qué manera.

Al rebelarse la razón contra Dios, siguiese que el hombre se hace capaz de arrepentirse y morir. Esto sufrió Jesucristo Nuestro Señor por la Humanidad después de haber sido traicionado por su discípulo, arrestado y maniatado, de forma que la sangre fluía, como afirma San Agustín, de sus clavadas manos. Y todavía más, ya que la razón del hombre no ha subyugado su sensualidad cuando debía, por ello es merecedor a sentirse avergonzado. Por este motivo aceptó Jesucristo Nuestro Señor el que le escupieran al rostro. E incluso más: ya que el cuerpo cautivo del hombre se rebela contra la razón y la sensualidad, por ello es merecedor de la muerte. Muerte que Jesucristo Nuestro Señor sufrió en la cruz por la Humanidad. No hubo parte alguna de su cuerpo que se viera libre de grandísimo dolor y amargo sufrimiento. Y todo eso sufrió Jesucristo Nuestro Señor, que jamás pecó: «Estoy sometido a grandísimos tormentos por cosas que jamás merecí, y excesivamente mancillado por desgracias que la Humanidad ha merecido.» Y, en consecuencia, bien podría afirmar el pecador, como dice San Bernardo: «Maldita sea la amargura de mis faltas, por cuya culpa tuvo que padecerse tan acerbamente.» Pues, en verdad, después de los variados desórdenes de nuestra malicia, la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo puso orden a diversas cosas tal como a continuación se relata.

De hecho, el alma pecadora del hombre es traicionada por el diablo mediante la codicia de la prosperidad temporal, y despreciado por el engaño cuando se afana por los placeres camales, y con todo, le tortura la impaciencia de la adversidad, y es escupido por la servidumbre y sujeción del pecado, y finalmente perece. Por estos desórdenes del hombre pecador Nuestro Señor Jesucristo fue traicionado en primer lugar, y a renglón seguido, maniatado para que nosotros quedáramos liberados del pecado y del dolor. Fue a continuación menospreciado. Él, que debiera haber sido objeto de honra, por encima de todo. A continuación su rostro fue infamemente escupido, Él que debía ser el ansiado objeto de contemplación de toda la Humanidad y de toda la milicia angélica.

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