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Authors: Laura Restrepo

Tags: #Relato, Drama

Delirio (28 page)

BOOK: Delirio
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Anita, la bella Anita, está esperándome esplendorosa en Don Conejo, dice Aguilar, lleva ese sastre azul oscuro que es su uniforme de trabajo, el de la faldita a medio muslo, pero se ha cambiado la camisa blanca por una blusa negra y apretada que el administrador del hotel seguramente no aprueba porque deja a la vista un escote en verdad emocionante, tremenda morena esta Anita por dondequiera que se la mire, y también se ha cambiado los zapatos por unos de tacón muy alto que no son propiamente los de estar todo el día parada tras el mostrador de la recepción, Esta Anita quiere guerra, piensa Aguilar tan pronto la ve, y ahora qué voy a hacer yo con esta Anita. Había llegado con Agustina y la tía Sofi hacia las cinco de regreso de Sasaima, superando exitosamente los avatares de orden público que les habían predicho y con el botín del armario de los abuelos en la mano, cuenta Aguilar, y si no hubiera tenido esa cita a las nueve en Don Conejo, a la que por ningún motivo quería faltar, se hubiera sumergido esa misma noche en la lectura de los diarios y las cartas para empezar cuanto antes a descifrar quiénes habían sido en realidad el alemán Portulinus y su esposa Blanca. A veces tienes que esperar siglos a que ocurra alguna cosa y de golpe ocurren todas a la vez, dice Aguilar, cuando estábamos entrando al apartamento de regreso de Sasaima el teléfono sonó, Es el Bichi para usted, le dijo Aguilar a la tía Sofi sin necesidad de preguntar quién era porque de quién más podía ser esa joven voz masculina de acento colom-mex, Viene de visita el Bichi, anunció la tía Sofi cuando colgó, acaba de llamar a confirmar, los ojos de la tía Sofi y de Aguilar se clavaron en Agustina, atentos a su reacción, Si viene el Bichi hay que arreglar esta casa que está vuelta al revés, dijo ella con entusiasmo pero con tal naturalidad que nadie hubiera sospechado que no más ayer estaba profiriendo barbaridades con solemne voz de tarro, y en efecto el apartamento estaba patas arriba, dice Aguilar, por cuenta de la famosa división que ella misma había impuesto cuando esperaba la otra visita, la delirante, la de su padre, ¿Entonces podemos devolver los muebles a su lugar?, preguntó la tía Sofi y Agustina le respondió que sí, que no había ninguna razón para que estuvieran todos arrumados de un solo lado, Ni que fuéramos a encerar el piso o a dar aquí clases de baile, dijo como si no fuera ella misma quien hubiera dispuesto el disparate, Hay que devolver los muebles a su lugar y hay que arreglar esto completamente, ordenó y Aguilar experimentó cierto sobresalto, ¿Cómo así, arreglar completamente?, preguntó temiendo que las ollas con agua, las purificaciones y todo el ajetreo infernal se desatara de nuevo, Arreglar, arreglar, o sea dejar todo como estaba, respondió ella un tanto enervada de que le hicieran preguntas ociosas y se puso en ello con bríos renovados, o excesivos, pensó Aguilar con preocupación, No es bueno que se agite así, le susurró a la tía Sofi al oído, Pues no, no es bueno pero quién la detiene, confiemos en Dios, Aguilar, Pues sí, tía Sofi, será confiar en Dios, y mientras Agustina reiniciaba por centésima vez la reorganización doméstica, la tía Sofi y yo nos sentamos a reposar un minuto tras esa ida y vuelta a Sasaima que había resultado maratónica, Cuénteme cómo fueron a parar el Bichi y usted a México, tía Sofi, le pidió Aguilar y en ese momento los interrumpió Agustina con un No sé, no sé, no me convencen del todo estas paredes verde musgo, Pero las recomienda el feng shui, se atrevió a insinuarle Aguilar para tranquilizarla al respecto, A la mierda el feng shui, dijo ella, estoy pensando que este espacio quedaría más vivo si pintara las paredes de un naranja quemado, Pues fue así, le contó la tía Sofi a Aguilar, después de que Eugenia le asestó el golpe de gracia al mentir sobre las fotos, el Bichi salió a la calle tal como estaba, con un pullover y unas botas sobre la piyama y nada más, pero con tal aire de decisión tomada que todos supimos que ese niño no pensaba volver, y yo por mi parte había pasado en materia de segundos de la certeza de que se me había terminado la vida, a la sospecha de que lo único que se me había terminado era la vida tal como la había entendido hasta entonces, Ya basta de jueguito pasivo, se ordenó a sí misma la tía Sofi, me llegó la hora de soltar mi propio as. Desde el regreso de misa su bolso permanecía a mano sobre una silla, junto con el sombrero de pluma que llevaba puesto y la palma ya bendita, Y no me preguntes por qué, le dice a Aguilar, pero en vez de agarrar sólo el bolso alcé con las tres cosas, luego subí en un instante hasta mi habitación para sacar el dinero que guardaba en un cajón del chiffonnier, que eran 7.500 dólares en Traveller’s Checks y 250.000 pesos, mi abrigo, mi pasaporte y el cofrecito con mis joyas, luego pasé como una exhalación por la habitación del Bichi y le pegué un jalón al primer pantalón que vi en el armario, volé escaleras abajo, y si te digo que volé debes entenderlo tal cual porque ni siquiera pisaba los peldaños, al pasar frente a la salita del televisor, donde permanecía el resto de la familia, alcancé a registrar que Agustina estaba de rodillas y con la expresión anonadada, sentí una punzada en el corazón que me decía Esta chiquita es la que va a acabar pagando, me hice la promesa de volver algún día a buscarla y salí a la calle, vi que el Bichi ya se había alejado un par de cuadras, me percaté de llevar todavía en la mano la famosa palma bendita y la tiré lejos, Adiós, palma del martirio, corrí hacia el muchacho y lo alcancé, Vámonos de aquí, le dije, y el Bichi me contestó Ya nos fuimos. A las nueve pasaditas llegué a Don Conejo, cuenta Aguilar, y allí estaban Anita y su formidable escote, Anita y sus piernas morenas, Anita y pelo suelto que olía a champú de durazno; Anita, mujer sin vueltas, y su decisión de llevarme esa noche a la cama a como diera lugar, sentados en Don Conejo frente a un par de cervezas y a una orden de empanadas de carne con ají piquín, Anita me arrimó su pecho y su olor a durazno y dijo que me había averiguado quién había pagado ese fin de semana la suite del hotel en la que estuvo mi mujer, Bueno, pagado es un decir, le dice Anita a Aguilar, en realidad del hotel andan buscando a esa persona porque nunca pagó, dejó el número de una tarjeta de crédito que al día siguiente el banco reportó como suspendida, y ésa no es la única cuenta que tiene pendiente con nosotros, entre una cosa y otra es un dineral lo que nos debe, Anita no paraba de hablar y Aguilar no quería escuchar, ahora que estaban a punto de revelarle el nombre del hombre que había estado con Agustina ya no quería saberlo, No sé por qué, pero ya no importaba, Agustina y yo habíamos comido obleas donde la viejita decapitada y todo lo demás era irrelevante; ella lo había llevado de la mano a mostrarle la casa y los jardines de Sasaima, Ésta es la gruta de las orquídeas y ésta la pesebrera y ésta era la montura de mi caballo que se llamaba Brandy, y éste el llanito donde jugábamos fútbol, y ladrones y policías por esos corredores, contra este árbol me caí del Brandy y me partí la clavícula, Ven, Aguilar, siéntate conmigo en esta hamaca, en estas varitas de bambú mi madre les ensartaba trozos de fruta a los pájaros, había cardenales, pericos, azulejos y canarios, éste es el canasto que siempre llevaba la tía Sofi para recoger los huevos de las gallinas, y ahora vamos, Aguilar, tienes que conocer el río Dulce, óyelo, desde aquí se escucha, no sabes qué lisas y negras son las piedras del río Dulce, y se calientan al sol, vamos a sentarnos en ellas y a meter los pies en el agua. Después de esas piedras negras, dice Aguilar, ya qué me importaba cómo se llamara el tipo del hotel, podía llamarse como le diera la gana porque a mí Agustina me había llevado a conocer el río de su niñez, No sé, repite Aguilar, de alguna manera yo ya había dejado atrás el dolor de esos cuernos o traición o equivocación o lo que hubiera sido, y conocer ahora un nombre y un apellido no haría sino reavivarlo, así que mientras Anita hablaba yo me distraía fijando la atención en cualquier otra cosa, dice Aguilar, en sus uñas inverosímiles que ya no tenían rayas sino estrellas, unas diminutas estrellas azules sobre campo plateado, o sea que todavía eran banderas pero ya no de Francia sino de alguna otra república con estrellas, Anita seguía contándole cosas pero Aguilar pensaba en la bandera de Cuba, que tenía una sola estrella, ¿blanca?, ¿roja?, y en la bandera gringa, ésa sí que tenía estrellas pero invertidas con respecto a las uñas de Anita porque eran blancas sobre fondo azul; la de Argelia, si no recordaba mal, tenía una luna y una estrella; en la de Israel estaba la estrella de David; la de Argentina tenía un sol y el sol a fin de cuentas es una estrella; sospechó que debían aparecer en las de varios países árabes, como Irak y Egipto, pero ésas debían ser verdes, y mientras Anita le hacía cosquillas en el antebrazo con la punta de sus uñas estrelladas, Aguilar pensó Increíble, qué ansia de cielo, casi todas las banderas de la tierra tienen astros y ninguna que yo sepa tiene a la propia tierra, y sin embargo no pudo dejar de escuchar el nombre de ese hombre cuando finalmente fue pronunciado por la boca de Anita, ¿Midas McAlister? ¿Midas McAlister era el que estaba con ella?, sí, sí sé quién es el Midas McAlister, es un antiguo novio de Agustina, y en ese momento sentí náuseas y pensé que había sido mala idea tomarme esa cerveza y comerme esas empanadas de carne, de repente me ardían las entrañas y sospeché que la culpa era del ají piquín, o más bien del Midas McAlister, Aguilar buscó el baño de caballeros para echarse agua en la cara y quedarse un rato solo; cuando regresó a la mesa, Anita ya estaba preocupada por su tardanza, Ya iba a buscarte, le dijo, Vamos a buscarlo pero a él, que me debe una explicación, o mejor dicho se la debe a mi mujer, ¿Qué vas a hacer, vas a golpearlo?, No, Aguilar sólo quería pedirle que le explicara qué había sucedido ese fin de semana, entonces Anita le ofreció decirle dónde a lo mejor lo encontraban con la condición de que no se fuera a las manos, Si es que lo encontramos, le advirtió, porque anda borrado, te digo que del hotel lo quieren matar pero no han dado con él, se dice que el hombre desapareció de la faz del planeta porque supo que el gobierno le va a dictar sentencia de extradición, Así que fuimos a parar a un gimnasio de su propiedad que tiene un nombre en inglés y que queda en uno de los barrios residenciales del norte, dice Aguilar, y dimos con el lugar pero ya lo estaban cerrando porque eran casi las diez, y el moreno alto que corrió la reja y echó los candados era él, era el Midas McAlister, Aguilar lo reconoció tan pronto puso sus ojos en él, Ése es el hombre que estaba con ella, dijo, Sí, ése es, corroboró Anita, Pues entonces llegó la hora de la verdad. Pero no fue la hora de la verdad sino la de la confusión, cuenta Aguilar, porque yo que encaro al tal Midas y el tal Midas que me jura por la Virgen Santa que él no es Midas sino Rorro, Rorro las huevas, le gritó Aguilar aunque ahora reconoce que encaraba al tal Rorro pero con cautela, porque el bestia era un atleta de consideración, uno de esos profesionales de la musculatura, hasta que mediaron tres o cuatro de las gimnastas, o como se llamen, que a esa hora estaban saliendo hacia sus automóviles y atestiguaron que en efecto ése era Rorro, empleado del gimnasio, encargado de pesas y strech, y que el Midas en cambio era el dueño pero que a él no lo veían hacía días, Por aquí no ha vuelto, Es verdad, por aquí no ha vuelto, Nadie sabe dónde está, No, nadie sabe y ustedes no son los primeros que vienen a buscarlo, No, desde luego que no son los primeros, Ya han allanado varias veces este local y lo más seguro es que lo cierren cualquier día y le hagan el sellamiento, Sí, lo más seguro, dice Rorro, y a mí que me deben tres meses de sueldo, Pero si yo lo vi a usted, lo incrimina Aguilar volviendo a la ofensiva, yo lo vi saliendo de ese cuarto de hotel donde estaba mi mujer, Entonces usted es el marido de ella, mucho gusto, yo soy Rorro, me dijo ese Midas McAlister que aseguraba llamarse Rorro y me tendió la mano derecha de una manera que me pareció cordial y hasta honesta, digamos que convincente, Yo fui el que lo llamó a usted para avisarle que la recogiera en el hotel, me dijo, Y quién le dio mi teléfono, Pues su mujer me lo dio, ella misma me lo dio y me pidió que lo llamara, ¿Ella le pidió que me llamara?, le preguntó Aguilar sintiendo que por fin le volvía el alma al cuerpo, que después de tantos días y noches de andar por ahí sin alma por fin la recuperaba, ¿Está seguro de lo que dice? Pues seguro que estoy seguro, ella me dio el teléfono y si no cómo hice yo para conseguirlo, piense un poquito, deduzca, hermano, no salte a conclusiones precipitadas, claro que fue su mujer la que me pidió que lo llamara, Hombre, Rorro, de veras muchas gracias y perdone, le dice Aguilar, pero ahora cuénteme de qué se trató todo eso, qué le pasó a mi mujer, por qué estaba con usted en ese hotel, qué hacía usted ahí con ella, Vengan, dijo Anita que era la única que parecía saber cómo se hacen las cosas, vamos a sentarnos allí al bar de la esquina, le ofrecemos un traguito al señor Rorro y le pedimos el favor de que nos aclare, por las buenas, don Rorro, por pura amistad, Pues no es mucho lo que les puedo aclarar, pero sí, gracias, el traguito sí se los acepto porque el frío está tenaz, como para calentar el guargüero, y ya una vez en el bar y con unos aguardientes entre pecho y espalda el que decía llamarse Rorro seguía insistiendo, Yo no hacía nada, señor, yo no hacía nada, señorita, yo sólo cuidaba a la señora que estaba tan descompuesta, tan bonita ella, si no le ofende que se lo diga, pero tan chifloreta, yo la cuidaba porque había recibido instrucciones de cuidarla, Instrucciones de quién, Rorro, échese otro guaro y díganos pues a ver, Instrucciones de mi patrón, ya se lo dije, de mi patrón don Midas, de quién más iba a ser, para mí sus órdenes eran sagradas y pensar que me quedó debiendo tres meses de sueldo, Y dónde carajos está don Midas, le preguntó Aguilar, Pues ya lo dijo usted mismo, en el carajo estará, porque la pura verdad es que nadie sabe de su paradero, o acaso cree que si yo lo supiera no estaría allá cobrándole los sueldos atrasados; cuenta Aguilar que cuando se convenció de que ese hombre no sabía más de lo que estaba diciendo, se alejó de allí con la firme resolución de que a partir del día siguiente buscaría al Midas McAlister por cielo, mar
y tierra hasta encontrarlo, Estaba decidido a desenterrarlo del hueco en que estuviera, dice Aguilar, así me fuera la vida en ello, qué iba yo a sospechar en ese momento que la única persona en el universo que sabría dónde ubicarlo sería la propia Agustina. A punto de subirme a la camioneta, vi que Rorro salía del bar y corría hacia mí haciendo señas de que lo esperara, Se me olvidaba darle esto, me dijo entregándome una estampita, la tuvo su esposa en la mano hasta que se le cayó allá en el hotel, yo la recogí porque me pareció nunca vista, me la metí al bolsillo y aquí sigo con ella, si no la he tirado a la basura es por miedo a que sea de mal agüero maltratarla, qué tal que resulte vengativa o que quién sabe qué poderes tenga, tómela, se la devuelvo que es de su esposa, ella la llevaba agarrada. Dice Aguilar que tan pronto tomó la estampa reconoció su propia mano izquierda reducida a escala y laminada en plástico, por un lado el dorso, por el otro la palma, Era ni más ni menos que la Mano que Toca, dice, la misma que yo le había enviado en fotocopias a Agustina al principio de nuestra historia, así que cuando la vi y supe que Agustina se había aferrado a ella durante el episodio oscuro, no pude contenerme y grité Que me perdone Voltaire pero esto es un milagro, Cuál milagro, preguntó Anita mirando la estampa y opinando que era raro, Muy raro, dijo, de niña yo jugaba a la Mano Peluda y ahora le rezo a la Mano Milagrosa, pero de esta Mano que Toca no había oído hablar nunca, Ven, Anita, súbete a la camioneta que te llevo al Meissen, le propuse pero no señor, Anita esperaba otra cosa, ya se había aguantado las dolorosas y estaba resuelta a exigir ahora las gozosas, Anita no se resignaba a la exhibición de su bello escote a cambio de nada, Anita estaba acostumbrada a que donde ponía el ojo ponía la bala, Anita bonita se devolvió del tú al usted, dice Aguilar, enfrió el tono al hablarme y me soltó un No, señor, nada del Meissen, ya le ayudé a encontrar lo que buscaba, ahora lléveme usted a mí a bailar un rato, Y cómo no llevarte a bailar, Anita, si es lo mínimo que puedo hacer para agradecer tu dulce compañía en mis horas de tribulaciones, así que esa noche acabé en una boîte de Chapinero que era atendida por una pareja de enanos, medio vacía de todas maneras porque estábamos entre semana, qué gracia infinita la de Anita cuando baila, qué esfuerzo tuve que hacer para no apretarla, qué pecado no besarla, qué crimen retirar mis manos de sus caderas, risueña, complaciente y suculenta Anita en la penumbra de una boîte de Chapinero atendida por dos enanos, Pero mi corazón está en otro lado, Anita, ni siquiera mi cuerpo está del todo aquí con el tuyo, ni siquiera mi cuerpo, Adiós, Anita la del barrio Meissen, Aguilar hubiera querido decirle En otra vida te busco, me caso contigo y te hago feliz, Anita, te lo mereces y te lo quedo debiendo; hubiera querido decirle En otra vida te llevo a la cama en la suite de un hotel de lujo, Anita, si quieres puede ser hasta el mismísimo Wellington, me lo merezco y me lo quedas debiendo, pero eso será en otra vida porque ahora debo regresar a casa, Anita bonita, allá la vida mía me está esperando, quiero decir esta vida que llevo ahora, esta vida que a fin de cuentas es la única que tengo y que me está esperando en casa, será un placer soñar contigo, Anita morena, pero en este momento no quiero, no puedo, meter en mi vida verdadera cosas que no lo sean, que ya de eso tengo más que suficiente. Al llegar al apartamento, hacia las dos de la mañana, me acogió un olor que me arrancó lágrimas, asegura Aguilar, y no estoy diciendo ninguna metáfora porque es cierto que me hizo llorar ese olor que no sé si pueda describir, un olor a casa, qué más puedo decir, un olor a todos los días, a gente que duerme por la noche y se despierta por la mañana, a vida real, a aquí ha vuelto a ser posible la vida, no sé por cuánto tiempo pero al menos mientras perdure este olor, mientras no se quiebre esta calma, Agustina estaba dormida de mi lado de la cama y me había dejado una nota sobre la mesita de luz, una nota como la que deslizó hace tres años por debajo de la puerta de mi cubículo en la universidad pidiéndome dos cosas, fotocopia de mi mano y ayuda para escribir su autobiografía, esta vez la hoja no iba entre un sobre sino que estaba doblada en dos y por fuera llevaba escrito mi nombre, Aguilar, yo no sé qué será la felicidad, dice Aguilar, supongo que nadie lo sabe, lo que sí sé es que felicidad fue lo que sentí cuando vi mi nombre escrito por ella en esa hoja de papel, con todo y bolita en vez de punto sobre la i, y por dentro la nota decía, Aguilar la saca de la billetera donde la guarda junto con la primera y la lee, «Profesor Aguilar, si pese a todo me quiere todavía, póngase mañana una corbata roja». La leí varias veces antes de dormirme, dice Aguilar y cuenta que el último pensamiento que esa noche pasó por su cabeza fue Estoy contento, esta noche estoy contento aunque no sepa cuánto tiempo va a durar esta alegría. Cuando me levanté al otro día Agustina ya estaba vestida y llamaba al aeropuerto a confirmar la hora de llegada del vuelo de México, Aguilar se pegó una ducha demorada, se arregló la barba, se peinó lo mejor que pudo teniendo en cuenta que el crecimiento del pelo aún no había subsanado los estragos ocasionados por don Octavio el peluquero, se puso una camisa blanca y rebuscó entre los cajones hasta que encontró una vieja corbata roja que estaba seguro de tener en algún lado, Me veía rarísimo, dice Aguilar, jamás he usado corbata y no tengo un saco apropiado, en todo caso ahí estaba yo con mi corbata roja y hasta me eché por primera vez un poco de esa agua de colonia que ella siempre me regala, Cuando Aguilar bajó, Agustina pasó varias veces frente a él sin decirle nada, ni buenos días siquiera, Simulaba no verme, dice Aguilar, sus ojos eludían mi corbata roja como si se hubiera arrepentido de escribir esa nota, o más bien como si tuviera temor de constatar si me la había puesto o no, o como si se estuviera haciendo la loca, Agustina y la tía Sofi dejaban listo el almuerzo con el que le daríamos la bienvenida al Bichi después de traerlo del aeropuerto, preparaban un pavo y trajinaban con unas manzanas y unas verduras haciendo caso omiso de mí, así que me serví un café y me senté a desayunar, a hojear el periódico y a observar a mi mujer que pasaba una y otra vez frente a mí como mirando hacia otro lado, como haciéndose la desentendida y al mismo tiempo nerviosa, queriendo y no queriendo chequear con el rabillo del ojo si me había puesto la tal corbata, hasta que me planté frente a ella, la tomé por los hombros, la hice mirarme a los ojos y le pregunté, Señorita Londoño, ¿le parece suficientemente roja esta corbata?

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