Authors: Jens Lapidus
No presentía nada ante la reunión con Linden, salvo una débil esperanza en un reparto del mercado con éxito. Sin nervios. Sin miedo.
Entró en el pub.
Vio a Magnus Linden inmediatamente. El tipo irradiaba maldad.
El pub estaba casi vacío. Una mujer de mediana edad tras la barra apilaba vasos. La hora de las comidas había terminado hacía dos horas. El local estaba en semioscuridad. De fondo, Led Zeppelin:
Stairway to Heaven.
Un clásico.
Linden se levantó. Los brazos caídos a los lados. Ni un amago de saludo. Iba de duro.
Mrado, en su nuevo papel de negociador, pasó de que Linden pasara. Alargó la mano. Buscó la mirada de Linden.
Se quedó así tres segundos más.
Linden se echó atrás. Estiró la mano. Estrechó la de Mrado.
—Bienvenido. ¿Quieres comer algo?
Se había roto el hielo.
Pidieron cerveza. Charlaron.
A esas alturas, Mrado ya conocía el juego. Hablaron de motores, coches, motos.
Linden repartió sus sabias palabras, a Mrado le sonaban como la filosofía de los Ángeles del Infierno:
—Si conduces un coche japonés, eres marica.
Mrado estuvo de acuerdo. Sinceramente. Había tenido muchos coches en su vida, pero nunca uno asiático, y eso jamás iba a suceder.
La conversación se desarrolló con fluidez.
El enfoque de Linden, diferente al de muchos otros; el tío era un racista total. Todo el tiempo metía en la conversación la caída de los negratas/los judeocomunistas y el Movimiento de Resistencia Sueco, una especie de organización formada por antiguos
skins.
Mrado no estaba interesado. ¿Dónde estaba el dinero en esa charla de mierda?
Linden sacudió la cabeza.
—¿Por qué habré pensado que una persona de raza eslava lo iba a entender?
Mrado se cansó.
—Escucha, pequeño Hitler. Paso de tus teorías racistas. Sabes lo que quiero, se trata de todos nosotros. Corta las gilipolleces y en lugar de eso contesta las preguntas. ¿Entráis en el reparto o no?
Presionar a Linden era arriesgarse. Con toda seguridad habría pegado a gente hasta hacerla sangrar por menos de eso. Pero Mrado no era gente.
Linden asintió. Se había decidido.
La cuestión ya estaba resuelta.
Mrado con un subidón de alegría mientras se marchaba.
Llamó a Ratko para contárselo.
Llamó a Nenad:
—El trato con la Hermandad también está listo. Como ya te he dicho, estamos en una posición segura. Nuestros mercados están a salvo.
—Joder, qué bien trabajas, Mrado. Pídele a Dios que mantengan lo que han prometido. La venta de coca en el extrarradio está subiendo a toda velocidad. El cielo es el único límite. ¡Lo que vamos a ganar ahora!
—Tiene toda la pinta.
Mrado llevaba tiempo pensando en dónde estaba Nenad. ¿Estaba con o contra el jefe? Mrado había oído chismes, sabía que también Nenad había tenido conflictos con Radovan. Existía la posibilidad de que Nenad estuviera igual de cabreado que él. Una posibilidad que tenía que verificar. Mrado probó:
—Haga lo que haga Radovan, estamos a salvo.
—Sí, haga lo que haga Radovan.
Nenad hizo una pausa. Se quedaron callados.
Luego continuó:
—Mrado, jugamos en el mismo equipo, ¿verdad?
Eso último: Nenad ponía a prueba a Mrado igual que Mrado pensaba ponerle a prueba a él.
Nenad estaba a bordo; Mrado y Nenad en el mismo bando contra Radovan.
* * *
Capítulo 37PROYECTO NOVA: LA NUEVA ARMA DE LA POLICÍA
CONTRA LAS BANDAS DE DELINCUENTES DE LA REGIÓNTienen numerosos antecedentes, cada vez están más
organizados y son más violentos y entrenan
a sus jóvenes seguidores para que roben y vendan drogaEstocolmo, marzo
Los robos con violencia, delitos de estupefacientes, agresiones graves, proxenetismo y delitos de armas son su día a día. Pese a las operaciones especiales de la policía, la criminalidad de las bandas de Estocolmo se ha convertido en más avanzada, violenta y organizada. Apenas pasa un día sin que los periódicos contengan artículos sobre robos de vehículos blindados, proxenetismo o agresiones que han tenido lugar en el área de Estocolmo.
Organización
Muchos de los delincuentes son criminales expertos con sólidos antecedentes que anteriormente actuaban sobre todo de manera individual o en agrupaciones menores. Este nuevo desarrollo indica mejor una organización y mayor cohesión.
Una de las cuestiones más importantes para Karin Götberg, jefa de la policía regional, son las acciones más duras contra la delincuencia de bandas y el proyecto Nova de la policía de Estocolmo, que se puso en marcha durante el año pasado tras un tiempo de marcado aumento de los delitos graves en la región.
A ciento cincuenta personas se les ha asignado lo que se llama la «marca Nova». Significa que todos los policías saben que la captura de esa persona tiene máxima prioridad, independientemente de qué delitos se le imputen.«No vamos estar esperando éxitos. Poder encerrar a siete u ocho está bien si se puede, pero quizá no siempre funcione. Vamos a mantener una presión constante sobre ellos. Si se unen todos los asuntos que hay en la región, en general se consigue una condena contra ellos», dice Leif Brunell, jefe del grupo de investigación de estupefacientes de la dirección regional y jefe operativo del proyecto Nova.
Prestigio entre los delincuentes
Cuando se asignaron las marcas Nova, estar señalado por la policía se consideró casi como un símbolo de status entre los delincuentes.
«Se convierte en una especie de símbolo de prestigios, pero a la larga resultará muy incómodo para ellos, ya que se vuelven más visibles y no quieren serlo», dice Lena Olofsson, inspectora que trabaja en el proyecto Nova.
Los delincuentes más violentos están organizados en redes complejas y se especializan en diferentes delitos. Los conflictos pueden surgir cuando varias bandas compiten por el mismo mercado
«Hay un código de honor que ha dado lugar a altercados entre las diferentes bandas; por ejemplo, los Ángeles del Infierno y Bandidos MC. También la denominada red yugoslava ha tenido conflictos internos. Ahora mismo los problemas son especialmente agudos en el sur de Estocolmo.
Los jóvenes aspiran a entrar en las bandas
El reclutamiento de nuevos miembros para los grupos criminales es importante. Es habitual que los delincuentes más experimentados planifiquen para que los «novatos», más jóvenes, cometan el delito. A veces los mayores y más experimentados participan como «padrinos».
Quedaron en Sollentuna Centrum. Allí Jorge se sentía en casa. Calles cubiertas, las tiendas habituales: H&M, Systembolaget, Juguetes B&R, Intersport, Duka, Lindex, Teknikmagasinet. E ICA. Jorge recordaba cómo la comida que había comprado allí había caído al suelo cuando los yugoslavos le pegaron una paliza. Luego recordó todas las veces que había mangado allí cuando era niño.
Volvió a Jorge el miedo a que le reconocieran. Había pasado una vez hacía tres semanas justo en Sollentuna. La peor zona para Jorge, donde más personas le conocían. Esa vez había ido a ver a un tío de Malmvägen que trapicheaba para él. Por la escalera pasó una mujer que conocía a la madre de Jorge. Intentó bromear, le llamó con acento chileno:
—Jorgelito, ¿has estado en África y te has puesto moreno?
Él pasó. Salió de la casa con el corazón latiéndole de pánico más deprisa que un ritmo de
drum'n'bass.
Se convenció a sí mismo: Todo está bien. Estoy muy abajo en las listas de la pasma. He cambiado de aspecto. Soy otro tío. Ella era la primera en varios meses que le había reconocido.
En la tienda de prensa se compraron una Coca-Cola cada uno: Jorge, la prostituta del burdel de Halionbergen y su anexo, un tío que Jorge no había visto nunca.
El tío: un vikingo gigantesco. Por lo menos, dos metros cinco. El pecho de un metro de ancho y ninguna diferencia entre el ancho del cuello y el de la cabeza. Dudoso que el tío pudiera caminar sin que le chocaran los muslos entre sí, fricción entre músculos tremendamente grandes.
—Es Micke —dijo la chica.
Jorge se preguntó si el tío gigantesco era su novio o su chulo No se atrevió a preguntar. Se avergonzó por haberle pagado por sexo una semana antes. La pregunta interna: ¿se avergonzaba porque fue penoso o porque estaba mal?
Jorge arqueó una ceja. Señal para ella: ¿Por qué viene?
La chica entendió. Dijo:
—Tranquilo. Sólo quiere venir. Mirar que a mí no me pasa nada.
—¿Va a escuchar todo lo que decimos o qué? No puede ser.
El tío contestó con una voz más aguda de lo que esperaba:
—Tranqui, flacucho. Caminaré unos metros por detrás.
Tope raro. En realidad ¿por qué había venido con él? J-boy no se arriesgaba. J-boy sabía lo que podía implicar vigilar mal a los tíos grandullones. Dijo:
—Puedes andar cerca de nosotros, pero ve delante. Que yo pueda verte todo el rato.
El tío gigantesco le miró fijamente. Se crujió los nudillos Jorge no hizo caso. Repitió:
—Si ella quiere que le dé la pasta, haced lo que digo.
A la chica le pareció bien y aceptó.
Atravesaron el centro. Salieron por las puertas automáticas. Hacia el parque detrás del recinto ferial de Sollentuna. En silencio.
El tío gigantesco todo el tiempo seis, siete metros por delante. Jorge, el camello más satisfecho de la ciudad. Había engañado a la bofia a lo
grande
*. Sin duda el golpe de drogas más flipante de la historia. Había recogido la bolsa de NK con la coca delante de las narices de la pasma. Se había largado corriendo, los maderos eran viejos cansados, se había descolgado del puente y había saltado. Había aterrizado en la nieve de Långholmen. El pie aguantó la caída. Casi le dio algo cuando cayó en la cuenta de que Långholmen era una isla. Luego respiró aliviado: Suecia es un país maravilloso; en invierno, hay hielo. Se dirigió a la parte sur, hacia Hornstull. Corrió sobre el hielo. Era fino. Pero aguantó. Corrió entre las casas a lo largo de Bergsunds Strand. Salió por el otro lado, en Tantalunden. La cosa tranquila. En Ringvägen cogió un taxi.
Lo segundo mejor de todo el asunto: quizá tuvieran problemas para enchironar a Mehmed. Con suerte no podrían demostrar tenencia de cocaína. Por otra parte, el Estado solía poder demostrar lo que el Estado quería demostrar. Claramente, algo muy penoso para ellos; normalmente cambiaban la cocaína por otra sustancia y conservaban el producto verdadero como prueba. Pero en este caso habían dejado que Mehmed se fuera con
the real stuff
{66}
. Probable explicación: sabían que alguien probaría la mierda y querían llegar a los vendedores realmente grandes. Perdedores; J-boy no era tan fácil de pillar.
La única pega: ¿cómo había pasado? La respuesta más probable era que Silvia, la correo, la hubiera cagado.
Quizá había contestado mal a las preguntas de la aduana.
Quizá había perros en la aduana. Quizá, temible idea, alguien les había delatado.
En ese momento pasaba. La coca era suya/de Abdulkarim. Al menos tres millones de coronas en la calle, en bruto. Las localidades del extrarradio de Estocolmo estaban allí para que ellos las tomaran.
Jorge y la chica se acercaron a la zona de bosque. El tío gigantesco se mantenía más adelante. La nieve era espesa, hermosamente blanca. El camino, bien enarenado. Jorge con zapatillas de deporte en los pies; contento con la cuidadosa gestión de los parques.
Ella se giró hacia él, indicó que estaba lista para hablar.
—Me alegro de que hayas venido —dijo él.
—Esto cuesta.
—Claro. Lo que acordamos.
—Sí. ¿Dónde quieres que yo empiezo?
—Puedes empezar contándome cómo te llamas.
—Me llamo Nadja. ¿Qué quieres que yo te cuento?
—Empieza desde el principio.
Fue parca en palabras en su relato. Jorge pensó: Es guapa. Aún queda ese algo especial: iba de dura al mismo tiempo que quería comunicar. Él lo notó. Ella era fácil de convencer. Demasiado entusiasta. La primera vez que la vio en el burdel del piso le había dicho que Don R olía a Hugo Boss. Jorge lo había comprobado con la gente que lo sabía. Era correcto. A Radovan le encantaba Hugo Boss. En todas sus formas. Trajes, camisas, abrigos. Loción para después del afeitado.
¿Cómo podía saber que Rado olía a Hugo Boss? Sólo había dos maneras. O bien se lo había contado alguien, pero era poco probable, o bien le había conocido de cerca.
La posibilidad número dos la convertía en la pista más interesante de Jorge hasta la fecha.
Quería contar algo. Él estaba impresionado con su valentía.
Le contó que había llegado a Suecia hacía seis años de Bosnia-Herzegovina. Dieciocho años. Violada cuatro veces por la milicia serbia durante sus primeros años de la adolescencia. Había pedido asilo aquí. Vivió durante dos años en las instalaciones para refugiados en las afueras de Gnesta. Pensaba que sabía en su país lo que significa el término «burocracia». Entonces supo lo que era de verdad. La vida era un asco. Fue a clase de sueco para inmigrantes dos horas diarias. Tenía facilidad. Aprendió rápido. Por lo demás se pasaba el resto del día tumbada en la cama. Veía la teletienda y películas matutinas en un sueco que no entendía. Una vez intentó comprar en el centro de Estocolmo; sus dos mil coronas al mes, mil después de lo que mandaba a su familia en Sarajevo, no dieron para nada. No volvió a hacerlo. Se quedaba en la habitación. Dormía, veía la televisión, escuchaba la radio. Casi al borde de la apatía. Pensaba que sólo el dinero podía salvarla. Una tarde, una vecina de pasillo de las instalaciones la invitó a maría. La sensación: la única experiencia agradable que había tenido desde antes de la catástrofe en Bosnia. Continuaron así: se reunían en la habitación de la vecina varias veces por semana. Sólo sentadas. Fumaban. Se relajaban. El inconveniente: la necesidad de pasta se volvió desesperada. Dejó de mandar dinero a la familia. Apenas ayudaba. Las deudas crecían. La solución le vino por la misma vecina, algo que hacía ella misma: dejar entrar en la habitación a algún tío alguna vez por semana, hacerle una paja, quizá chupar un poco. Se ganaba algunos cientos. Después por la noche se volvían a reunir en la habitación de la vecina. Liaban porros grandes. Daban caladas más profundas. Olvidaban toda la mierda.