El Árbol del Verano (5 page)

Read El Árbol del Verano Online

Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: El Árbol del Verano
9.48Mb size Format: txt, pdf, ePub

«Demasiados misterios», pensó Kevin Laine. Estaba nervioso y enfadado consigo mismo por todo aquel asunto. Junto a él Kim estaba profundamente concentrada; la arruga vertical surcaba su frente.

—Al sur del país —continuó el enano— fluye el río Saeren por una garganta, y más allá del río está Cathal, el País del Jardín. No hace mucho tiempo hubo una guerra con el pueblo de Shalhassan; por eso el río es patrullado en ambas orillas. Al norte de Brennin está la llanura donde viven los dalreis, los jinetes. Las tribus siguen los rebaños de eltors en cada cambio de estación. No es probable que veáis a ninguno de los dalreis. A ellos no les gustan ni los muros ni las ciudades.

El entrecejo de Kim, según observó Kevin, se había fruncido todavía más.

—Por encima de las montañas, hacia el este, se extienden tierras más agrestes pero muy hermosas. Ese país se llama ahora Eridu, aunque en otras épocas recibió otro nombre. Allí vive una raza de hombres brutales, aunque desde hace un tiempo se mantienen tranquilos. Se conocen pocas cosas de Eridu, pues está aislado por las montañas —la voz de Matt Sören se hizo áspera—. Entre los de Eridu habitan los enanos, que no se dejan ver casi nunca y que viven en cámaras y salas bajo las montañas de Banir Lök y de Banir Tal, junto a Calor Diman, el lago de Cristal, el lugar más hermoso de todos los mundos.

Kevin se sintió tentado de hacer algunas preguntas, pero optó por mantenerse callado al advertir que el enano parecía estar rozando una vieja herida.

—Al noroeste de Brennin está el bosque de Pendaran. Se extiende varios kilómetros hacia el norte, entre la llanura y el mar. Más allá del bosque está Daniloth, el País de las Sombras. —El enano cesó de hablar, tan bruscamente como había comenzado, y se dio la vuelta para arreglar su equipaje y sus bártulos. Se produjo un silencio.

—¿Matt? —era la voz de Kimberly. El enano se volvió hacia ella—. ¿Qué hay de la montaña al norte de la llanura?

Matt hizo un gesto repentino y maquinal con una mano y miró fijamente a la menuda y morena muchacha.

—Muy pronto has dado en el clavo, amiga mía.

Kevin giró sobre sus talones. En la puerta del dormitorio se alzaba la alta figura de Loren, vestido con una larga túnica de cambiantes reflejos plateados.

—¿Qué has visto? —preguntó con dulzura el mago a Kim.

Ella también se había vuelto para mirarlo. Sus ojos grises tenían una expresión extraña, a la vez pensativos e inquietos; sacudió la cabeza como si quisiera aclarar sus ideas.

—Creo que nada. Sólo… veo una montaña.

—¿Y? —la animó Loren.

—Y… —cerró los ojos—. Hambre. Dentro, algo como…; no puedo explicarlo.

—Está escrito —dijo Loren tras una pausa— en nuestros libros de sabiduría que en cada uno de los mundos hay algunos que tienen sueños y visiones —un sabio los llamó recuerdos— de Fionavar, que es el primero de los mundos. Matt, que tiene poderes por sí mismo, te nombró a ti ayer como a una de esas personas. —Guardó silencio por unos momentos, sin que Kim se moviera, y continuó—: Es de sobra conocido que para hacer regresar a la gente de la travesía, hay que encontrar a una de esas personas para que se coloque en el centro del círculo.

—¿Y por eso nos eligió a nosotros? ¿Por Kim? —preguntó Paul Schafer; eran las primeras palabras que pronunciaba desde que había llegado.

—Sí —contestó el mago.

—¡Maldición! —masculló Kevin en voz baja—. ¡Y yo que pensé que era por mis encantos!

Pero ninguno se rió. Kim no apartaba sus ojos de Loren, como si buscara respuestas en las arrugas de su cara o en los cambiantes dibujos de su túnica.

Por fin preguntó:

—¿Y la Montaña?

La voz de Loren era tranquila al contestar:

—Hace mil años alguien fue encerrado en ella, en las profundidades de Rangat, que es la montaña que has visto.

Kim asintió con la cabeza. Luego, titubeó:

—¿Alguien… malvado? —Las palabras habían salido de su garganta a duras penas.

Parecía como si se hubiesen quedado solos en la habitación.

—Sí —respondió el mago.

—¿Hace mil años?

El mago asintió de nuevo. En esos momentos, cuando estaba dando una información incompleta y por tanto engañosa y todo su plan largamente elaborado parecía a punto de fracasar, sus ojos eran más tranquilos y compasivos que nunca.

Con una mano, Kim se tiró de un mechón de sus oscuros cabellos; exhaló un suspiro y luego dijo:

—Bien, ¿cómo puedo ayudarlo a cruzar?

Dave estaba esforzándose por entender lo que sucedía, cuando de pronto todo empezó a girar muy deprisa. Se sintió parte de un círculo que daba vueltas en torno a Kim y al mago. Cogió de las manos a Jennifer y a Matt. El enano, con las piernas bien abiertas para afianzarse, parecía profundamente concentrado. Entonces Loren empezó a pronunciar palabras en una lengua que Dave no había oído nunca; su voz iba aumentando en volumen y resonancia. De improviso fue interrumpido por Paul Schafer:

—Loren, ¿el ser cautivo en la montaña está muerto?

El mago contempló la delgada figura que había formulado la pregunta que tanto temía:

—¿Tú también? —susurró; y luego contestó diciendo la verdad—: No, no está muerto.

—Y reanudó su discurso en aquella lengua desconocida.

Dave luchaba por dominar el temor que, en gran medida, era lo que le había arrastrado hasta allí y por vencer el verdadero pánico que iba adueñándose más y más de él. Paul se había limitado a asentir con la cabeza a la respuesta de Loren. Ahora las palabras del mago se iban convirtiendo en una complicada salmodia. Una aureola de poder comenzó a brillar con intensidad en la habitación mientras crecía una especie de zumbido profundo.

—¡Eh! —gritó Dave—. Necesito que me prometan que volveré.

No hubo respuesta. Matt Sören tenía ahora los ojos cerrados y su mano agarraba con fuerza la muñeca de Dave.

Aumentó el resplandor en el aire al tiempo que el zumbido subía de volumen.

—¡No! —gritó de nuevo Dave—. ¡No! ¡Necesito esa promesa! —Mientras gritaba, sus manos se soltaron de las de Jennifer y el enano.

Kimberly Ford chilló.

Y en ese instante la habitación comenzó a desaparecer a su alrededor. Kevin, helado por el terror y sin poder creer lo que sucedía, vio que Kim lograba agarrar el brazo de Dave y llevarlo hasta la mano libre de Jennifer, mientras en sus oídos resonaba el grito de su garganta.

Entonces sobrevinieron el frío de la travesía y la oscuridad del espacio entre los mundos, y Kevin ya no pudo ver nada más. Sin embargo, no sabía si por un momento o durante una era, creyó oír en su interior el eco de una risa burlona. En su boca sentía un raro sabor, como las cenizas de la aflicción. «¡Oh, Dave Martyniuk!», pensó, «¿qué has hecho?»

SEGUNDA PARTE - La Canción de Rachel
Capítulo 4

Era de noche cuando llegaron a una pequeña habitación apenas iluminada, en algún lugar a bastante altura. Había dos sillas, bancos y una chimenea apagada. Una alfombra de intrincado dibujo cubría el suelo de piedra. De una pared colgaba un tapiz, pero, pese a las antorchas que parpadeaban en los muros, la habitación estaba demasiado en penumbras para distinguirlo bien. Las ventanas estaban abiertas.

—Así pues, Manto de Plata, has regresado —dijo sin ningún entusiasmo una voz aguda desde la puerta. Kevin lanzó una rápida mirada hacia allí y vio a un hombre con barba apoyado en una lanza con aire despreocupado.

Loren lo ignoró por completo.

—Matt —dijo con voz ansiosa—, ¿estáis todos bien?

El enano, visiblemente afectado por la travesía, asintió en silencio. Estaba hundido en una de las macizas sillas y tenía la frente perlada de sudor. Kevin se volvió para observar a los demás. Todos parecían encontrarse bien, un poco aturdidos, pero bien, con la salvedad…

Con la salvedad de que Dave Martyniuk no estaba allí.

—¡Oh, Dios! —empezó a decir— Loren… —Pero fue interrumpido a media frase por la mirada suplicante del mago. Paul Schafer, de pie junto a Kevin, la captó también y se adelantó hasta las dos mujeres. Les habló en voz baja y ellas asintieron mirando a Loren.

En ese momento el mago volvióse hacia el guardián que todavía estaba apoyado con aire indolente en su lanza.

—¿Esta noche es la víspera? —le preguntó.

—¿Por qué? ¡Claro! —contestó el hombre—. ¿Acaso un mago tan importante no lo sabe sin necesidad de preguntar?

Kevin vio que los ojos de Loren centelleaban a la luz de las antorchas.

—Ve a decirle al rey —ordenó— que he regresado.

—Es tarde. Debe de estar durmiendo.

—Pero querrá conocer la noticia. Ve ahora mismo.

El guardia se movió con una lentitud insolente y deliberada.

Mientras se daba la vuelta, se oyó un repentino zumbido, y un puñal se clavó temblando en el dintel de la puerta de entrada, a pocos centímetros de su cabeza.

—Te conozco, Vart —dijo una voz profunda, al tiempo que el guardia giraba sobre sí mismo, pálido pese a la luz de las antorchas—, y te lo advierto: harás lo que se te ha ordenado, y deprisa; además hablarás a tus superiores con el debido respeto; si no, mi próximo cuchillo no se clavará en la madera. —Matt Sören se había puesto en pie y parecía la viva imagen del peligro.

Se hizo un silencio tenso. Luego el hombre habló:

—Os pido disculpas, mi señor mago. Es muy tarde… Estaba cansado. Bienvenido a casa, mi señor; vuestros deseos son órdenes para mí.

El guardián alzó su lanza en solemne saludo, se dio la vuelta, esta vez con presteza, y salió de la habitación. Matt se dirigió a la puerta a recuperar el puñal y permaneció allí, vigilante.

—Bueno —dijo Kevin Laine—, ¿dónde está?

Loren se había dejado caer en la silla que antes ocupaba el enano.

—No estoy seguro —contestó—. Perdóname; no lo sé con seguridad.

—¡Pues debería saberlo! —exclamó Jennifer.

—Se apartó en el preciso momento en que se estaba cetrando el círculo. Yo estaba ya demasiado lejos, en trance, y no pude salir para ver qué rumbo había tomado. No sé siquiera si vino con nosotros.

—Yo sí lo sé —dijo Kim con sencillez—. Vino con nosotros. Yo lo sostuve durante todo el camino. Loren se levantó de golpe.

—¿Eso hiciste? ¡Qué gran acierto! Eso significa que ha cruzado; está en Fionavar, en algún lugar. Y si es así, lo encontraremos. Nuestros amigos se pondrán a buscarlo al instante.

—¿Nuestros amigos? —preguntó Kevin—. Supongo que no se referirá al sujeto de la puerta, ¿verdad? Loren sacudió la cabeza.

—No, él no lo es; es un instrumento de Gorlaes. Y ahora, debo pediros otra cosa —

parecía dudar—. En la corte hay distintas facciones que rivalizan entre ellas, pero Ailell está ya muy viejo. A Gorlaes le habría gustado que yo no hubiera vuelto, por muchas razones, y como no ha sido así, es seguro que disfrutará intentando desacreditarme ante el rey.

—Por lo tanto, si Dave se ha perdido… —murmuró Kevin.

—Exactamente. Creo que sólo Metran sabe que fui a buscar a cinco personas; y además ni siquiera le prometí que traería tantas. Encontraremos a Dave, lo prometo. ¿Os puedo, pues, pedir que por ahora no habléis de él? Jennifer Lowell se había acercado a la ventana abierta mientras los otros hablaban. La noche era caliente y seca. Abajo, a la izquierda, pudo distinguir las luces de la ciudad que se elevaba junto al recinto amurallado que ella supuso era Paras Derval. Frente a ella se extendían praderas y detrás se alzaban los árboles de un espeso bosque. No soplaba la menor brisa. Miró con temor hacia el cielo y se tranquilizó un tanto al comprobar que reconocía las estrellas. Pero, aunque su delgada mano, apoyada en el alféizar de la ventana, no temblaba y sus fríos ojos verdes no expresaban nada especial, se había asustado mucho con la desaparición de Dave y con el súbito lanzamiento del puñal.

En una vida caracterizada por decisiones prudentes, su única acción impulsiva había sido el comienzo de su relación con Kevin hacía ya dos años. Ahora, de un modo increíble, se encontraba en un lugar donde el solo hecho de poder ver el Triángulo del Verano le daba un poco de ánimo. Sacudió la cabeza y, no sin cierta ironía, sonrió para sí misma.

Paul Schafer estaba hablando, en respuesta a la petición del mago.

—Creo —decía con suavidad, todos hablaban en voz baja— que, si nos han traído hasta aquí, será porque somos parte de tu grupo o porque seremos considerados así de alguna manera. Yo no diré nada.

Kevin asintió con la cabeza y también Kim. Jennifer se volvió desde su puesto junto a la ventana.

—Yo tampoco diré nada. Pero, por favor, encuentre pronto a Dave, porque me asustaré muchísimo si no lo consigue.

—Viene gente —gruñó Matt desde la puerta de entrada.

—¿Ailell? ¿Ya? No puede ser —dijo Loren.

Matt aguzó el oído durante un momento.

—No, no es el rey. Creo… —su rostro, oscurecido por la barba, se animó con algo parecido a una sonrisa—. Oigan ustedes mismos… —concluyó el enano.

Un segundo después, Kevin también pudo oír algo: alguien que canturreaba alegremente se acercaba a donde ellos estaban, alguien sin duda borracho.

Los que cabalgaron aquella noche con Revor realizaron una hazaña famosa para siempre jamás… Los que cabalgaron con Daniloth los cortó el Tejedor en tela bien brillante.

—Tú, gordo bufón —gruñó otra voz, un poco más inteligible—, cierra el pico o lograrás que lo deshereden por haberte traído hasta aquí.

Pudo distinguirse la sarcástica risa de un tercero, mientras se oían tenues pisadas en el corredor.

—La canción —dijo en tono ofendido el trovador— es el regalo de los dioses inmortales para los hombres.

—No de la forma en que tú cantas —lo interrumpió su crítico. Kim vio que Loren disimulaba una sonrisa y oyó que Kevin estallaba en carcajadas.

—¡Ballenato patán! —replicó ruidosamente el que recibía el nombre de Tegid—. Das gran muestra de ignorancia. Los que estaban allí nunca olvidarán mi canción de esta noche en la Gran Sala de Seresh. Los he hecho llorar…

—Yo estaba allí, payaso, sentado a tu lado; y todavía tengo en mi jubón verde manchas de los tomates que te arrojaron.

—¡Cobardes! ¿Qué otra cosa puedes esperar en Seresh? Pero después, durante la pelea, en medio de una lucha tan encarnizada…, aunque me hallaba herido defendí nuestro…

—¿Herido? —La burla y la exasperación se entremezclaban en las palabras del interlocutor—. ¿Te parece muy grave un tomatazo en un ojo…?

Other books

White Walker by Richard Schiver
Rock Bottom by Michael Shilling
Muerte en Hamburgo by Craig Russell
In The Grip Of Old Winter by Broughton, Jonathan
Company by Max Barry
Perfect on Paper by Destiny Moon
Vankara (Book 1) by West, S.J.
Fixing Hell by Larry C. James, Gregory A. Freeman
Designer Desires by Kasey Martin