Dave Martyniuk sobresalía como un árbol corpulento entre el gentío que, como hojas caídas, se arremolinaba en el vestíbulo. Estaba buscando a su hermano y se sentía cada vez más incómodo. Y no se sintió mejor al distinguir la elegante figura de Kevin Laine que atravesaba la puerta acompañado de Paul Schafer y de dos mujeres. Dave iba a volverse atrás —no se sentía con ánimo en ese momento para soportar que lo trataran con altiva condescendencia—, pero se dio cuenta de que Laine lo había visto.
—¡Martyniuk! ¿Qué estás haciendo aquí?
—¡Hola, Laine! Mi hermano toma parte en el panel.
—¡Claro! Vince Martyniuk —dijo Kevin—: un hombre brillante.
—El único de la familia —bromeó Dave un tanto agriamente. Vio que Paul Schafer esbozaba una sonrisa.
—Algo es algo. —Kevin Laine rió—. Pero estoy siendo mal educado. Ya conoces a Paul. Te presento a Jennifer Lowell y a Kim Ford, mi doctora favorita.
—¡Hola! —dijo Dave, cambiando de mano el programa para poder saludar.
—Muchachos, os presento a Dave Martyniuk. Es la estrella de nuestro equipo de baloncesto. Estudia aquí el tercer curso de Derecho.
—¿En ese orden? —se burló Kim Ford, apartando de sus ojos el flequillo de cabellos castaños. Dave trataba de encontrar una respuesta adecuada cuando hubo un súbito movimiento en la multitud que los rodeaba.
—¡Dave! ¡Siento llegar tarde! —por fin aparecía Vincent—. Me he entretenido entre bastidores. Tendré que esperar a mañana para poder hablar contigo. Encantado de conocerla —dijo en dirección a Kim, aunque no se la habían presentado. Luego se abrió camino entre la gente enarbolando una cartera como si fuera la proa de una embarcación.
—¿Tu hermano? —preguntó Kim un tanto innecesariamente.
—Sí. —Dave se estaba poniendo otra vez de mal humor. Observó que Kevin Laine había sido rodeado por otros amigos y se mostraba evidentemente encantado.
«Si volviera a la facultad», pensó Dave, «tendría aún tres horas para estudiar Derecho Procesal antes de que cerraran la biblioteca.»
—¿Has venido solo? —le preguntó Kim Ford.
—Sí, pero…
—¿Por qué no te sientas con nosotros?
Ligeramente sorprendido, Dave siguió a Kim, que se dirigía a la sala.
—Ella —dijo el enano, y señaló entre el auditorio el lugar donde había entrado Kimberly Ford acompañada de un joven alto y ancho de hombros—. Ella es la más indicada.
El hombre de barba gris que estaba a su lado hizo un ligero gesto de asentimiento.
Estaban de pie, medio escondidos en los bastidores del escenario, observando la afluencia del público.
—Lo sé —dijo con preocupación—, pero necesito cinco, Matt.
—Pero sólo a uno para el círculo. Llegó con tres más y ahora hay con ellos una cuarta persona, de modo que ya tienes a tus cinco.
—Tengo cinco —añadió el otro hombre—. Míos, sí. Si sólo se tratara del estúpido homenaje a Metran no importaría, pero…
—Lo sé, Loren —la voz del enano era sorprendentemente amable—. Pero ella es la persona de la que hemos hablado. Amigo mío, ojalá pudiera ayudarte en tus sueños…
—¿Me tomas por tonto?
—Te conozco demasiado bien para eso.
El hombre alto volvió la cabeza. Su mirada escrutadora buscó a través de la sala el lugar donde, según la indicación de su compañero, se habían sentado las cinco personas.
Los examinó con detenimiento uno por uno; por último sus ojos se fijaron en Paul Schafer.
Sentado entre Jennifer y Dave, Paul miraba con aire distraído la sala, sin prestar demasiada atención a las ampulosas palabras con que el presidente estaba presentando al principal orador de la noche, cuando de pronto sintió una sacudida.
Desaparecieron por completo las luces y sonidos de la sala, y una completa oscuridad lo rodeó. Apareció un bosque, una arboleda susurrante envuelta en la neblina. Por encima de los árboles brillaban las estrellas. La luna estaba a punto de aparecer y cuando apareciera…
El estaba en medio del bosque. La sala se había esfumado. En la oscuridad no soplaba el viento, pero las hojas de los árboles susurraban, y eso no era lo único que se oía. La inmersión era completa y, desde el interior de su disimulado escondrijo, Paul se enfrentó con la terrorífica y obsesionada mirada de un perro o de un lobo. Luego la visión se fragmentó; una miríada de imágenes se sucedieron a tal velocidad que sólo pudo retener una: la de un hombre alto, de pie en medio de la oscuridad, que llevaba sobre su cabeza la enorme cornamenta de un ciervo.
Por fin esta visión también desapareció dejándole un profundo desconcierto. Sus ojos, apenas capaces de enfocar la mirada, se pasearon por la sala hasta posarse en un hombre alto de barba gris que estaba junto al estrado. El hombre habló brevemente con alguien que estaba a su lado y se dirigió sonriendo a la tribuna en medio de atronadores aplausos.
—Ánimo, Matt —habían sido las palabras del hombre de la barba gris—, los cogeremos en cuanto podamos.
—Ha estado muy bien, Kim, tenías razón —dijo Jennifer, mientras permanecían sentados en sus asientos a la espera de que el público despejara la sala.
Kim Ford estaba roja de entusiasmo.
—Ha estado magnífico, ¿verdad? —preguntó con acento persuasivo a los demás—.
¡Qué conferencia tan impresionante!
—Me ha gustado cómo ha hablado tu hermano —le susurró Paul Schafer a Dave.
Sorprendido, Dave gruñó evasivamente; de pronto pareció acordarse de algo.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
Paul lo miró de forma inexpresiva; luego hizo una mueca.
—¿Tú también? Estoy bien; sólo necesito un día de descanso. Más o menos he superado la crisis.
Dave no se sintió demasiado seguro de ello al ver su aspecto. No era asunto suyo, pensó, si Schafer quería matarse jugando al baloncesto. En una ocasión, él había jugado al fútbol con una costilla rota y había sobrevivido.
Kim habló de nuevo.
—Me gustaría conocerlo, ¿sabes? —y miraba pensativamente la nube de cazadores de autógrafos que rodeaba a Marcus.
—También a mí —contestó Paul con aire abstraído.
Kevin le dirigió una interrogante mirada.
—Dave —continuó Kim—, tu hermano podría conseguir que entráramos en la recepción, ¿no es así?
Dave estaba a punto de contestar cuando una voz profunda se elevó hacia él.
—Perdonen mi intromisión. —Un hombrecillo que medía poco más de un metro veinte de altura, con un parche sobre uno de sus ojos, se les había acercado—. Mi nombre —
dijo con un acento que Dave no pudo identificar— es Matt Sören y soy el secretario del doctor Marcus. No he podido menos que oír el deseo de la señorita. ¿Puedo confiarles un secreto? El doctor Marcus no siente el menor deseo de asistir a la recepción, con todo el respeto que su erudito hermano merece —concluyó dirigiéndose a Dave.
Jennifer vio que Kevin Laine empezaba a excitarse. «Se inicia la función», pensó, y sonrió para sus adentros.
Sonriendo, Kevin se hizo cargo de la situación.
—¿Quiere que nosotros lo libremos de ello?
El enano parpadeó y enseguida una risa sofocada agitó su pecho.
—Es usted listo, amigo mío. Sí, estoy seguro de que él se alegraría mucho.
Kevin miró a Paul Schafer.
—Un complot —murmuró Jennifer—. Tramemos un complot, señores.
—¡Ya lo tengo! —exclamó Kevin tras una rápida reflexión—. Desde este momento, Kim es su sobrina; y él quiere verla. La familia está por encima de la obligación —dijo en dirección a Paul, buscando su aprobación.
—¡Excelente idea! —apoyó Matt Sören—. Y además, sencilla. ¿Hace el favor, señorita, de acompañarme para ir a buscar a su… ah… tío?
—¡Claro que lo acompaño! —rió Kim—. Hace muchos años que no lo he visto. —Y se dirigió con él al corrillo de gente que rodeaba a Lorenzo Marcus en el lado opuesto de la sala.
—Bueno —dijo Dave—, me marcho.
—¡Oh, Martyniuk —exclamó Kevin—, no seas aguafiestas! Ese individuo es famoso en el mundo entero; es una leyenda. Puedes estudiar Procesal mañana. Mira, ven a mi despacho por la tarde y te desempolvaré mis viejos apuntes para el examen.
Dave se quedó helado. Kevin Laine, lo sabía muy bien, había ganado la mejor nota en Procesal dos años antes, además de otras muchas menciones.
Al verlo tan vacilante, Jennifer sintió por él una repentina simpatía. «Todo el mundo se la toma con el pobre muchacho», pensó, «y los modales de Kevin no son precisamente una ayuda.» Para algunas personas era muy difícil ver más allá de las apariencias. Y, contra su voluntad, pues Jennifer tenía sus propias defensas, se sorprendió a sí misma recordando cómo solía hacer el amor con él.
—¡Eh, amigos, quiero que conozcáis a alguien! —la voz de Kim interrumpió sus pensamientos. Se había colgado del brazo del alto conferenciante, que se inclinaba amablemente hacia ella—. Es mi tío Lorenzo. Tío, mi compañera de habitación, Jennifer, y Kevin, Paul y Dave.
Los ojos oscuros de Marcus se iluminaron.
—No pueden imaginarse lo contentísimo que estoy de conocerlos. Me han librado de una velada aburridísima. ¿Quieren venir con nosotros a tomar una copa a nuestro hotel?
Matt y yo nos alojamos en el Park Plaza.
—Con mucho gusto, señor —dijo Kevin, y luego añadió—: Trataremos de no aburrirle.
Marcus enarcó una ceja.
Un grupo de académicos, con una intensa frustración reflejada en sus ojos, observaba a las siete personas que abandonaban el edificio y se perdían en la fría y despejada noche.
Y otro par de ojos los miraban también, desde las espesas sombras, bajo la columnata del pórtico de la Sala de Conferencias. Unos ojos que reflejaban la luz sin el más mínimo parpadeo.
La caminata fue corta y agradable. Atravesaron el amplio jardín central del
campus
y siguieron el tortuoso sendero conocido como el Paseo de los Filósofos, que bordeaba, entre suaves terraplenes, la Facultad de Derecho, el Conservatorio y el sólido edificio del Real Museo de Ontario, donde los huesos de los dinosaurios guardan su eterno silencio.
Era un camino que Paul Schafer había evitado durante la mayor parte del año anterior.
Aminoró la marcha para separarse del grupo. Delante, en las sombras, Kevin, Kim y Lorenzo Marcus iban urdiendo una barroca fantasía de improbables embrollos entre la familia Ford y la familia Marcus, en las que se entremezclaban, mediante matrimonio, unos cuantos antepasados rusos de Kevin. Jennifer, colgada del brazo izquierdo de Marcus, los animaba con sus risas, mientras Dave Martyniuk caminaba, en silencio, por el césped que bordeaba el sendero, sintiéndose un tanto fuera de lugar. Matt Sören, en un sencillo gesto de amabilidad, había aminorado su paso para acompasarlo al de Paul.
Schafer, aunque rezagado, podía oír el eco de la conversación y de las risas. Durante bastante tiempo experimentó una sensación familiar, pero al cabo de un rato le pareció como si fuera andando solo.
Sin razón aparente, en determinado trecho del sendero se dio cuenta de algo que pasaba inadvertido para los demás, algo que lo despertó de su ensimismamiento; caminó una corta distancia en medio de un extraño silencio y luego se dirigió al enano que estaba junto a é1:
—¿Hay algún motivo —preguntó con suavidad— por el que puedan estar siguiéndolos?
Matt Sören alteró por un instante la marcha y respiró profundamente.
—¿Dónde? —preguntó en voz también baja.
—Detrás de nosotros, a la izquierda, en la pendiente de la colina. ¿Hay algún motivo?
—Puede ser. ¿Quiere seguir andando, por favor? Y no diga nada por ahora; con segundad no será nada importante. —Al ver que Paul dudaba, el enano le apretó el brazo—. Por favor —repitió.
Schafer asintió y apresuró el paso para alcanzar al grupo que marchaba unos metros más adelante. Estaban de buen humor y hacían mucha bulla, de modo que sólo Paul, atento a lo que sucedía, oyó tras ellos, en la oscuridad, un grito agudo truncado repentinamente. Parpadeó, pero su rostro continuó inexpresivo.
Matt Sören los alcanzó cuando llegaban al final del oscuro camino y se internaban en el ruido y las luces de Bloor Street. Ante ellos se alzaba la descomunal mole de piedra del viejo hotel Park Plaza. Antes de cruzar la calzada, Matt Sören cogió del brazo a Schafer.
—Gracias —murmuró el enano.
—Bien —dijo Lorenzo Marcus, mientras los demás se acomodaban en las sillas de su habitación en el decimosexto piso—. ¿Por qué no me cuentan algo de sus vidas? De sus vidas —repitió blandiendo admonitoriamente su dedo y sonriendo a Kevin—. ¿Por qué no empieza usted? —continuó Marcus dirigiéndose a Kim—. ¿Qué estudia?
Kim aceptó gustosa su invitación.
—Bueno, estoy acabando mi año de servicio como interna…
—Basta, Kim.
Había sido Paul. Sin hacer caso de la furiosa mirada del enano, clavó los ojos en su anfitrión.
—Lo siento, doctor Marcus. Tengo varias preguntas que hacerle y quiero respuestas inmediatas; de lo contrario nos marchamos todos.
—Paul, ¿qué…?
—Espera, Kev. Escucha un momento. —Todos estaban pendientes de su rostro pálido y concentrado—. Aquí sucede algo extraño y quiero saberlo —dijo a Marcus—. ¿Por qué deseaba usted tanto alejarnos de aquella multitud? ¿Por qué nos envió a su amigo Matt para conseguirlo? Y, sobre todo, ¿por qué hemos sido seguidos en nuestra caminata hacia aquí?
—¿Seguidos? —El sobresalto que se reflejó en el rostro de Lorenzo Marcus era sin duda sincero.
—Así es —dijo Paul—, quiero saber qué era.
—¿Matt? —preguntó Marcus en un susurro.
El enano miró fija y largamente a Paul Schafer.
Paul aguantó su mirada.
—Nuestros intereses —le dijo— no pueden ser los mismos en este asunto.
Tras un titubeo, Matt Sören asintió con la cabeza y miró a Marcus.
—Amigos de casa —explicó—. Parece que allí hay algunos que quieren saber con exactitud lo que haces cuando… viajas.
—¿Amigos? —preguntó Lorenzo Marcus.
—Es un decir.
Se hizo un silencio. Marcus cerró los ojos y se reclinó en un sillón mesándose la barba gris.
—No es la forma que yo habría elegido para empezar —dijo por fin—, pero, después de todo, puede que sea la mejor. —Se volvió hacia Paul—. Le debo una explicación. Hace un rato, esta noche, lo sometí a usted a algo que nosotros llamamos una exploración y que no siempre funciona. Algunos tienen demasiadas defensas y con otros, como usted mismo según parece, pueden suceder cosas extrañas. Lo que sucedió entre nosotros me inquieta a mí también.