«¡Lo que faltaba! —pensó Tyler—. ¿Es que no van a darnos tregua?»
Tiró de la mano de Dilara y se dirigió hacia el lugar que les ofrecía el amparo más cercano: la famosa Aguja Espacial de Seattle. La torre de ciento ochenta metros de altura era una aguja de hormigón con un disco de dos plantas en la parte alta, desde el cual disfrutaban de las vistas las miles de personas que visitaban el lugar a diario. Tyler pensó que en un día despejado como aquél estaría abarrotado, lo que supondría poner a demasiada gente en peligro, pero sorprendido al descubierto como estaba, no tuvo otra elección. Echó a correr por la rampa curva, tirando de Dilara.
Abrió la puerta y miró atrás. El pistolero corría hacia ellos, efectuando disparos erráticos de vez en cuando. Una rampa cubierta por una alfombra llevaba a los ascensores.
Tyler y Dilara sobrepasaron las colas de gente que aguardaba paciente el momento de subir. Él vio que se vaciaba uno de los ascensores. Era precisamente lo que necesitaban.
Apartaron de un empujón a un miembro del personal del edificio, que no hizo más que proferir algo ininteligible. Tyler oyó gritos procedentes de las colas de visitantes, quienes debían de haber reparado en la presencia del hombre armado.
—¡Apártese! —voceó el ingeniero a la ascensorista que acompañaba a la gente a las salidas.
Ella se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos, sin saber muy bien qué hacer, hasta que los disparos del Heckler & Koch alcanzaron la pared del ascensor. Se arrojó a un lado, y Tyler presionó repetidas veces el botón que lo llevaría a la planta de observación, mientras Dilara se pegaba a la pared opuesta.
Las puertas se cerraron, pero no lo bastante rápido. El tirador se arrojó al interior de la cabina antes de que lo hicieran del todo. El ascensor empezó a subir y la luz se filtró por los ventanales que miraban a la ciudad. Tendido en el suelo, el asesino levantó el arma y encañonó a Tyler, que por un fugaz instante comprendió que iba a morir. El hombre de negro apretó el gatillo.
El percutor despidió un chasquido al dar con una recámara vacía. El pistolero había cometido el clásico error de no contar las balas. Tyler aprovechó ese golpe de suerte y le propinó un fuerte golpe. Apoyó su peso en su oponente, pero el tipo se puso de lado y le propinó un rodillazo que lo arrojó a un lado. Luego se puso en pie y se llevó la mano a la espalda, de donde desenfundó una semiautomática del calibre 45.
El tipo hizo un gesto de negación con la cabeza. Sonrió. Tyler no estaba seguro, pero tuvo la impresión de que el hombre lo admiraba.
Dilara se abalanzó sobre él cuando abrió fuego, lo que hizo que ambos disparos alcanzasen el ventanal. Tyler aprovechó la situación para arrojarse también sobre el asesino. Mientras los tres forcejeaban, más balas alcanzaron el cristal. El ingeniero descargó un golpe con el hombro en el torso del asesino, levantándolo y clavándolo en la ventana. El cristal, debilitado por al menos ocho disparos, se quebró hacia fuera.
El asesino se precipitó al vacío, pero fue capaz de aferrarse en última instancia al refuerzo de metal. Se quedó allí colgado, mirando a Tyler. El ascensor llegaría a la planta superior en cuestión de segundos y el hombre quedaría aplastado contra el interior del hueco.
Tyler hizo el gesto de tenderle una mano, pero titubeó. ¿De veras quería salvarle la vida? Ese tipo había intentado matarle. Consideró la posibilidad de dejarlo donde estaba, pero comprendió que necesitaba interrogarlo. Tendió el brazo para ayudar al asesino que, para su asombro, se limitó a sonreírle, sin hacer ademán de aceptar su ayuda.
—¿Por qué? —preguntó Tyler en voz alta para imponerse al rugido del viento.
—Porque toda carne ha corrompido su camino en la tierra —voceó por toda respuesta el asesino. Entonces, sorprendido, el ingeniero vio cómo el hombre se soltaba y se precipitaba al vacío.
Tyler se sentó en el coche patrulla mientras prestaba declaración al detective de la policía de Seattle, repasando hasta el último detalle desde el instante en que reparó en la presencia del tirador en el reflejo del escaparate, hasta cuando el hombre se suicidó soltándose del ascensor. Dilara estaba sentada a cinco metros de distancia, hablando con el compañero del detective. La arqueóloga, que sorbía café de vez en cuando, aún parecía impresionada por lo sucedido. Las ambulancias y los vehículos policiales rodeaban el pie de la Aguja Espacial, y las autoridades recababan testimonios de docenas de testigos.
Tyler no tenía duda de que el último intento de asesinato estaba relacionado con la cadena de sucesos, lo que no hacía sino reforzar su creencia de que se producirían más muertes, sobre todo a bordo del
Alba del Génesis.
A pesar de no contar con pruebas, creía que esos asesinos debían de estar vinculados a la misma organización del hombre que había intentado volar por los aires la Scotia One.
Por suerte, aparte de las de los criminales, no se habían producido muertes en la batalla campal que había tenido por escenario algunos de los puntos más concurridos de la ciudad. El único herido era el policía a quien el tipo del bigote había disparado por la espalda. Los informes iniciales aseguraban que estaba fuera de peligro.
Tyler ultimaba con el detective los detalles de su declaración, cuando se le acercó un hombre de pelo negro y traje gris de corte elegante. Iba con una rubia atractiva vestida con traje de buena factura. El tipo abrió su cartera y le mostró la placa al detective.
—Agente especial Thomas Perez, de la Oficina Federal de Investigación —se presentó el agente del FBI—. Ésta es la agente especial Melanie Harris. El doctor Locke colabora con la agencia en el accidente aéreo de Rex Hayden, y tenemos motivos para creer que este asalto pueda estar relacionado no sólo con ese incidente, sino con una conspiración terrorista de mayor alcance.
Esta exposición cogió desprevenido al detective.
—Esto es una investigación del departamento de homicidios… —farfulló.
—Nadie, aparte de los criminales, ha resultado muerto.
—Alcanzaron con un disparo a un oficial de la policía de Seattle. Queremos averiguar por qué.
—Como sin duda sabrá, las disposiciones de la Patriot Act otorgan autoridad al FBI para hacerse cargo de cualquier investigación que pueda involucrar actividades terroristas —dijo el agente Perez—. Por favor, pida a su compañero que nos traiga a la doctora Kenner.
—Menuda gilipollez.
—Estamos reuniendo un grupo de trabajo, y no cabe duda de que su departamento tomará parte en él, pero por el momento necesitamos interrogar en privado al doctor Locke y a la doctora Kenner. Cuento con la cooperación sin reservas de su jefe de policía, a quien puede usted consultar cualquier duda, si lo desea.
Tyler pensó que Miles no perdía el tiempo, si había sido A quien había convencido al FBI de que se hiciera cargo de la investigación.
El detective de policía masculló algo ininteligible y se acercó a su compañero; luego señaló con un gesto de desgana a los agentes del FBI. Tras un intercambio de impresiones, se dirigieron a Dilara con una inclinación de cabeza, y ella se acercó a Tyler para que la presentara a los agentes.
—Estamos al corriente del papel que representaron en los incidentes de la Scotia One —dijo Perez—. Aunque eso se encuentra fuera de la jurisdicción estadounidense, el Gobierno canadiense nos ha pedido que prestemos toda la ayuda posible para identificar al asaltante. Miles Benson nos ha transmitido la naturaleza delicada de su situación, doctora Kenner. Se ha mostrado muy persuasivo y ha logrado convencer a mis superiores de que existe una especie de vínculo entre estos sucesos. Doctor Locke, ¿recibió usted alguna amenaza de carácter verbal antes del ataque en el centro?
—Creo que quien sea que esté detrás de esto dejó de actuar con discreción cuando derribaron el helicóptero e intentaron hacer saltar por los aires una plataforma petrolífera de mil millones de dólares.
—Nada apunta a que el accidente del helicóptero se deba a otra cosa que no sea un fallo mecánico.
—Hace un par de días yo pensaba lo mismo —replicó Tyler, que se volvió hacia Dilara—. Ahora voy a trabajar sobre la base de que lo derribaron con un propósito.
—¿Había visto a esos hombres con anterioridad?
—No —respondió, tajante, Tyler. Dilara negó también con la cabeza—. Lo único que sé es que se comportaban como fanáticos. Uno de ellos se suicidó antes de permitir que lo detuviera la policía, igual que el saboteador de la Scotia One.
—¿Sabe por qué motivo querrían asesinarle?
—Doy por sentado que se debe al incidente que protagonizó Sam Watson, y que presenció la doctora Kenner, en el aeropuerto de Los Ángeles, así como al derribo del reactor privado de Rex Hayden.
—¿Cómo se relaciona todo eso?
—Es lo que intento averiguar.
Perez sacó del bolsillo una cámara digital y mostró la pantalla a Tyler. Dos fotografías; cada una de ellas mostraba el rostro de uno de los asesinos. La primera correspondía al hombre que aún llevaba clavado en el ojo el
souvenir
de la Aguja Espacial; le habían quitado la gorra. La segunda imagen era del tipo que se soltó del ascensor para arrojarse al vacío. No llevaba bigote, y, sin peluca, tenía el pelo corto y castaño, en lugar de negro.
—¿Los reconoce? —preguntó Perez.
Tyler no los había visto en la vida. Hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Este tipo —continuó Perez, señalando al segundo— llevaba en el bolsillo fotografías de usted y de la doctora Kenner.
—¿Llevaban algún documento que pueda identificarlos?
—No. Hablamos de profesionales. Estamos comprobando sus huellas en este momento. Utilizando las huellas dactilares que, según Miles Benson nos informó, usted había obtenido en la Scotia One, pudimos identificar al saboteador de la plataforma petrolífera. Sirvió en los Rangers, cuerpo del que fue expulsado con deshonra. Luego pasó a trabajar en el sector privado, pero aún no hemos identificado a su patrón. Todo el explosivo quedó destruido, por tanto no podemos rastrear su origen. Por el momento, ese camino se ha convertido en un callejón sin salida.
—Quizá tengan mejor suerte con estos tipos.
—No cuento con ello. Estoy seguro de que cubrieron bien sus huellas. Siento curiosidad por saber qué los empujó a intentar asesinarlos a plena luz del día. Es muy arriesgado.
—Porque sólo tienen cuatro días —intervino Dilara—. Creen que sabemos algo que pone en peligro sus planes.
—¿Y es así?
—En realidad, no —respondió Tyler—. Aún tenemos que juntar las piezas, y créame, son muchas. Pensamos que el
Alba del Génesis
es el siguiente objetivo.
—¿Por?
—Por algo que Sam Watson contó a Dilara.
La agente Harris intervino por primera vez:
—Tendremos que asegurarnos de que los resultados de la autopsia sean fiables, pero los informes preliminares apuntan a restos de veneno en el organismo de Watson. El juez de instrucción concluyó que se trataba de un infarto.
—Eso era lo que ellos querían que pareciese. Sam trabajaba para una compañía farmacéutica. Quizá fueron ellos. Después de todo tienen acceso a sustancias venenosas que pasarían desapercibidas en los análisis menos exhaustivos.
—Eso no encaja —opuso Perez—. ¿Por qué iban a atacarlos a ustedes delante de docenas de testigos, cuando antes se tomaron la molestia de asesinar a un anciano con un veneno tan sofisticado?
—Su comportamiento es cada vez más desesperado —aventuró Tyler—. Ellos pensaron que con acabar con Sam Watson y Dilara de manera que pareciese un accidente o causa natural bastaría para controlar la situación.
—¿A qué situación se refiere? ¿Y quiénes son ellos?
—Todo guarda relación con el arma biológica que provocó el accidente aéreo de Hayden —explicó Dilara.
—Un momento —dijo Perez—. Aún no estamos seguros de que se tratara de un arma biológica. Pudo deberse a un fenómeno natural.
—¡Por el amor de Dios, agente Perez! —protestó Tyler—. ¿Ha leído lo que les sucedió a esas personas?
—Trabajamos con la hipótesis de que fue un ataque terrorista, aunque nadie se haya atribuido la autoría, pero tampoco queremos precipitarnos en las conclusiones y aterrorizar a todo el mundo. Esa investigación aún está en marcha.
—Sí —dijo Tyler—, y Dilara y yo regresaremos mañana a Phoenix para colaborar en ella. Hemos trasladado buena parte de los restos del accidente a nuestras instalaciones del CIC, y nuestros técnicos ya están en ello. Esperamos encontrar alguna pista. Pero tenemos que actuar contrarreloj, puesto que el
Alba del Génesis
se hará a la mar el viernes por la mañana.
—Podríamos aumentar las medidas de seguridad en la gala y durante la travesía del
Alba del Génesis
—propuso la agente Harris—, pero usted no nos está dando gran cosa con la que trabajar.
—¿Qué gala? —preguntó Tyler.
—Han organizado una fiesta con un montón de gente importante la noche antes de la travesía inaugural. Hay una abultada lista de famosos invitados.
A Tyler le pareció un blanco muy tentador para un atentado, pero concluyó que el ataque de verdad no se produciría hasta que el barco se encontrase en alta mar. Eso encajaba mejor con las características del accidente aéreo.
—Tenemos que impedir que se haga a la mar —dijo—. Posponerlo, al menos.
—Imposible —aseguró Perez—. A menos que sepamos que pende una amenaza concreta sobre ese barco, no habrá nada que nosotros podamos hacer.
—Tenemos otra pista —dijo Tyler.
—Veamos.
—La consultoría Coleman Engineering. Tenemos motivos para creer que pueda estar involucrada.
—¿Cómo?
—No lo sé. John Coleman y sus ingenieros jefe murieron en un accidente. Supongo que la respuesta la encontraremos en sus archivos.
—¿Qué le hace pensar que Coleman pueda estar involucrado?
—Sam Watson pronunció su nombre antes de morir —explicó Dilara.
—¿Podría conseguirnos una orden de registro? —preguntó Tyler a Perez.
—¿Qué tienen como argumento? ¿Las acusaciones de un moribundo? El juez me echaría a carcajadas de su despacho.
—¿No cree usted que sería suficiente aludir a este tiroteo en plena vía pública? —preguntó Tyler, molesto.
—Pero ¿qué relación existe entre los dos hechos? Tendrán que encontrar un vínculo más tangible que las palabras de Sam Watson antes de morir para obtener una orden de registro que nos permita entrar en la empresa de Coleman. Creo que aprovecharíamos mejor el tiempo si investigáramos la identidad de los dos asesinos, a ver de qué modo podemos vincularlos con el saboteador de la Scotia One.