—Y se olvida usted de Coleman —protestó Dilara.
—A menos que tengan pruebas que justifiquen una orden de registro, sí —dijo Perez—. Sugiero que el doctor Locke se concentre en el accidente de avión de Rex Hayden.
—Pero… —empezó a decir Dilara, momento en que Tyler levantó la mano.
—Mañana mismo regresaremos a Phoenix —aseguró.
—Mientras permanezcan en Seattle, quiero que la policía les asigne una escolta —dijo Perez.
—No se moleste. Miles Benson ha contratado los servicios de una empresa privada de seguridad —explicó Tyler—. En este momento se dirigen hacia aquí para recogernos.
Perez enarcó una ceja.
—De acuerdo. Me pondré en contacto con ustedes en cuanto averigüe cualquier cosa relacionada con los asaltantes.
La agente Harris y él se despidieron y se alejaron sin más.
Dilara se volvió hacia Tyler.
—¿Por qué te has rendido? —preguntó—. ¡Coleman podría ser la clave de todo este asunto! Tenemos que averiguar qué es Oasis.
Tyler miró a los ojos a Dilara.
—No me he rendido. Esta noche iremos a la oficina de Coleman.
—¿Y cómo entraremos? Sin una orden de registro…
—No necesitamos una —dijo.
—¿Por qué no?
—No creo que la muerte de John Coleman sea accidental. Le conocía. Era un gran ingeniero, un tipo muy meticuloso. Eso significa que lo asesinaron. Y alguien capaz de planear el sabotaje de una plataforma petrolífera podría haber preparado el accidente que acabó con la vida de John. Tal vez ni siquiera llegó a saber que se hallaba en peligro. Puede que no estuviese involucrado en nada ilegal, al menos a sabiendas.
—¿De qué nos sirve saber todo eso? —insistió Dilara con tono frustrado—. ¿Cómo vamos a entrar en su oficina?
—Mencionaste que Sam Watson te contó que asesinaron a tu padre. ¿Permitirías que alguien registrara su despacho si creyeras que esa persona podía descubrir quién lo asesinó?
—Por supuesto. Ni me lo plantearía.
—Pues bien, confiemos en que tu reacción sea universal. John Coleman tenía una hija.
El farmacólogo David Deal despertó bañado en sudor. Pestañeó hasta abrir del todo los ojos y contempló el cuarto espartano en que se hallaba confinado como parte de su iniciación final al nivel diez. Aparte del camastro con la manta y la sábana, los únicos objetos que había eran un pequeño escritorio metálico, una silla de respaldo de mimbre y el codiciado último capítulo del
Manifiesto Diluviano
, el texto sagrado de la Iglesia de las Sagradas Aguas. La habitación disponía de lavabo y retrete. La gruesa puerta constituía la única salida de aquel cuarto de siete metros cuadrados.
Durante las seis jornadas de la iniciación a la que aspiraban todos los diluvianos, sólo se mantenía contacto humano cuando te llevaban la comida, tres veces al día. Como fiel de nivel nueve, lo habían considerado merecedor del ascenso, y dos días antes lo habían llevado a Isla Orcas para el Ritual, tal como se lo conocía. Tan sólo había trescientos nivel diez en toda la Iglesia. Se sentía muy afortunado por haber sido escogido para lo que se había convertido en su anhelado objetivo.
Había pasado por un proceso muy similar en cada nivel. Ése, sin embargo, era el más intenso, el más espiritual. Había leído y releído el último capítulo hasta memorizarlo palabra por palabra. De pronto todo lo aprendido en el libro sagrado cobró sentido. Fue como si las enseñanzas del líder, Sebastian Ulric, le hubiesen arrancado el alma, que hasta entonces había estado enterrada en la arena, para aliviarla con sus sabias y hermosas palabras.
Era consciente de que el aislamiento formaba parte importante del Ritual, pero eso no le importó en absoluto. Vestía únicamente una túnica blanca, y era capaz de explorar las visiones que tenía con extática atención.
Puesto que no tenía reloj, Deal no sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que terminó de comer, el suficiente para releer otra vez la primera mitad del último capítulo. El poder de aquellas palabras, capaz de ampliar los horizontes de la mente, lo colmó hasta hacerle sentir que su alma trascendía sus fronteras. Una sensación de ingravidez fue la primera señal de la inminente visión, y con fervor aguardó su llegada.
Entonces un destello de luz explotó en su cerebro, y Deal cayó de espaldas en la cama. Abrió los ojos y los destellos se desvanecieron. Le habían contado que el último capítulo no era toda la Verdad, que las visiones eran atisbos a lo que suponía el auténtico último capítulo, y que cada nivel diez se convertía en receptor de su propia Verdad. Por eso anhelaba desesperadamente tener otra visión, que le fueran revelados los últimos resquicios de la Verdad.
Entonces sucedió. Los sonidos, las luces, las palabras. Le hablaron de un nuevo principio para la tierra, un principio en el que representaría un papel destacado. Fue lo más hermoso que había experimentado nunca.
Mientras acariciaba la espalda de Svetlana Petrova, Sebastian Ulric observaba a David Deal en los tres monitores, y el éxtasis evidente en la expresión de su rostro le dio a entender todo lo que necesitaba saber. El rebaño contaba con otra oveja.
—Me encanta verlo —murmuró Petrova con su acento eslavo desde el lugar que ocupaba en el escritorio de Ulric—. Es tan sexy. El poder. El control. —Acarició el pelo del líder del Nuevo Mundo, lo que le hizo experimentar a éste un cosquilleo en la columna—. Pensé que habían terminado los adoctrinamientos —añadió—. Eran trescientos en total, ¿no? Casi hemos logrado dividirlos por igual entre hombres y mujeres. ¿Por qué necesitas a ese tipo?
—Posee habilidades especiales, las que creí que Sam Watson aportaría a nuestro proyecto. Dado que Watson ya no está, me pareció prudente introducir a alguien capaz de reemplazarlo.
—No hay duda de que eres un hombre sabio. Ése sólo es uno de los muchos motivos por los que te quiero.
Desde que diez años atrás tuvo su propia visión para la Iglesia de las Sagradas Aguas, Ulric había recorrido todas las universidades en busca de los científicos más brillantes, los mejores pensadores e ingenieros. Fue un proceso largo y arduo cuyo objetivo consistió en reclutar a los hombres y mujeres que creyó que se mostrarían más receptivos ante las enseñanzas de la Iglesia. Tenía que encontrar en ellos la combinación adecuada de inteligencia y receptividad a su filosofía.
Perfeccionar el proceso de adoctrinamiento había requerido años. Al principio, los iniciados ni siquiera sabían que había de por medio una Iglesia. Se trataba de alcanzar el bien común de la mejora del planeta, un lugar donde no hubiera espacio para el sufrimiento humano ni el desprecio por los tesoros naturales de la tierra.
Entonces se agasajaba a los iniciados antes de transportarlos a las instalaciones de que disponía la Iglesia en algún lugar de veraneo: Maui, las Bahamas, Acapulco. Allí no sólo disfrutaban de unas estupendas vacaciones, sino que, además, tomaban parte en animados debates sobre la mejora de la especie humana. Si seguían mostrándose dispuestos a alcanzar los mismos objetivos que tenía la Iglesia de Ulric, el siguiente paso era un viaje a Isla Orcas.
A su llegada, les pedían que firmasen un acuerdo de confidencialidad cuyas cláusulas eran tan duras que cualquier filtración los convertiría en mendigos durante el resto de sus vidas. El acuerdo tenía por objeto impedir que los descontentos revelasen públicamente las prácticas de la Iglesia. No hubo excepciones, y quienes no estuvieron dispuestos a firmarlo fueron escoltados fuera de la finca. Ulric no les daba importancia. Después de todo no pertenecían a la clase de personas útiles para su causa.
Entonces llegaba el momento de la verdad: el ascenso. David Deal se encontraba en el último escalón, el nivel diez, el que más alteraba la mente de todos. Cada persona progresaba en el ascenso a una velocidad distinta, pero sólo los que mostraban mayor potencial ascendían más allá de nivel cinco. Ulric necesitaba a un farmacólogo para su Nuevo Mundo. Creyó que sería Watson, pero le decepcionó descubrir que lo había traicionado.
Deal fue su siguiente elección, razón por la cual el científico observaba extasiado el holograma proyectado en su cuarto.
Era el no va más tecnológico, con proyectores ocultos en varios rincones de la habitación. Habían llenado el ambiente con un poco de humo, visible apenas hasta que la luz láser lo horadaba. Las drogas diseñadas por la compañía de Ulric, mezcladas con las comidas, volvían más susceptible al sujeto, sugestionado por la convicción de que las imágenes eran fruto de su imaginación, no de la tecnología.
Todos esos procedimientos eran necesarios para asegurar que cada persona disfrutase de la experiencia religiosa más intensa de toda su vida. Por supuesto, existían riesgos asociados con un proceso tan intenso. Fue durante una de esas sesiones que el hermano de Rex Hayden sufrió un infarto. La autopsia reveló una malformación de nacimiento en su corazón. Ulric agradeció que el hombre no superase la prueba, pues de haberlo hecho se hubiera convertido en un miembro imperfecto de su Nuevo Mundo.
Durante el incidente, uno de los miembros de la Iglesia perdió los nervios y llamó a una ambulancia, en lugar de resolver el asunto internamente, lo que acarreó una investigación por parte de las autoridades. Gracias a los contactos de Ulric, las pesquisas no progresaron. Desde el incidente, Rex Hayden se había mostrado implacable a la hora de destapar las interioridades de la Iglesia, a la que responsabilizaba de la muerte de su hermano. La idea de Cutter de poner a prueba el Arkon-B en el reactor privado del actor fue una forma de castigar sus injerencias.
En lo relativo al resto de los partidarios de Ulric, el ascenso siempre causaba un efecto profundo. Pocos eran los que salían de sus habitaciones con dudas de que lo que habían visto era un espíritu que los guiaba a una vida mejor. Los que seguían cuestionando lo sucedido allí, o bien acababan siendo excomulgados de la Iglesia, o bien, en el caso de los más problemáticos y persistentes, la Iglesia se deshacía de ellos para evitar que causaran más problemas.
De algún modo, Sam Watson había burlado todas sus cuidadosas cribas. Ese fue el motivo de que Ulric se viera obligado a reforzar la lealtad de su rebaño con la demostración efectuada en el laboratorio. De un modo u otro, llegado el momento obedecerían.
Alguien llamó a la puerta del despacho. Apagó las imágenes que recibía del cuarto de Deal, convencido de que estaba a punto de dar por cerrado su equipo de adoctrinamiento.
—¡Adelante!
Dan Cutter entró en el despacho y se detuvo en posición de firmes ante el escritorio de Ulric. Se cuidó mucho de no mirar en absoluto a Petrova, que descansaba en un sillón situado a un lado de la mesa.
—Señor, Olsen ha fracasado —informó Cutter.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Ulric con un tono carente de inflexión, pues no consideró necesario delatar la ira que sentía.
—Se produjo un tiroteo en la torre de la Aguja Espacial. Tanto Cates como él murieron, y la policía de Seattle y el FBI han abierto una investigación.
Ulric no se molestó en preguntar si habían apresado e interrogado a sus hombres antes de morir. Ninguno de ellos se hubiera dejado atrapar con vida.
—Locke y Kenner siguen vivos —continuó Cutter—. ¿Envío otro equipo para eliminarlos?
Muy propio de Cutter, que siempre reaccionaba como el hombre de acción que era. Sin embargo, a veces lo mejor es no actuar.
—No, ya es demasiado tarde. Contarán con protección. Llegados a este punto, cualquier intento futuro de asesinato sería contraproducente. Además, ya hemos puesto en marcha nuestro plan de contingencia.
Locke, que había salido indemne de dos intentos de asesinato, era más ingenioso de lo que Ulric había supuesto. Claro que eso no debía sorprenderlo, puesto que el ingeniero también era un hombre de acción.
—¿Qué hay de lo del viernes? —preguntó Cutter—. Tal vez tendríamos que cambiar…
—¡Nada de cambios! —exclamó Ulric, más furibundo de lo que pretendía. Hizo un esfuerzo por calmarse y añadió—: No permitiremos que algunos errores en la ejecución alteren nuestro brillante plan. Y tampoco permitiremos que Tyler Locke dicte nuestra manera de proceder. Sin embargo, no podemos permitir que encuentre el artefacto que empleamos en el avión de Hayden y desentrañe su uso. ¿Está preparado tu plan de acción?
—Sí, señor. Dirigiré la operación personalmente, junto a mi mano derecha. La información de que disponemos apunta a que han trasladado bastantes piezas del avión desde el lugar del accidente hasta las instalaciones CIC que Gordian Engineering tiene en Phoenix. Allí localizaremos el artefacto. Iniciaremos el registro mañana por la mañana.
—Bien. Destruidlo en cuanto obre en vuestro poder.
Nervioso, Cutter asintió antes de irse, evitando de nuevo la atenta mirada de Petrova.
—Me gusta —dijo ella—. Es un tipo duro. Un Rambo. ¿Es cierto todo lo que he oído acerca de él?
—¿Lo de la herida?
Petrova asintió. A pesar de que Cutter llevaba años ocupando el cargo de jefe de seguridad de su proyecto, era la primera vez que ella mostraba interés por él.
—Lo es —confirmó Ulric—. Ésa es la razón de que sea un elemento tan valioso. ¿Por qué lo preguntas?
Petrova enarcó una ceja y se levantó del sillón. Anduvo felina hasta donde se encontraba Ulric y se sentó en su regazo.
—No tienes que preocuparte por la competencia. —Lo besó en la mejilla, luego en la frente—. Y ahora, ponme al corriente de tus planes para esta noche. —Lo besó en los labios.
Ulric había escogido a la mujer perfecta, la compañera ideal para su viaje al Nuevo Mundo.
Julia Coleman estaba en el Starbucks del vestíbulo del edificio donde se encontraban las oficinas de Coleman Engineering. Su turno en el Centro Médico de Harborview acababa de terminar, así que aún vestía ropa de trabajo. Tyler sabía que era residente en el hospital, pero poca cosa más. Cuando entró en la cafetería, vio los ojos enrojecidos tras las gafas de concha y el pelo recogido en una coleta. La impavidez de su rostro le reveló todo cuanto necesitaba saber respecto a la larga jornada de trabajo que acababa de cumplir.
Cuando Tyler la llamó por teléfono, aceptó reunirse con él, pero quiso saber por qué querían acceder a la documentación de su padre antes de darles permiso para ello. Él sugirió hablar del tema mientras tomaban un café cerca de la oficina de Coleman, para así obtener la información lo antes posible si ella les permitía acceder a su oficina.