Cutter abandonó la sala y cerró la puerta al salir. Se oyó un chasquido metálico cuando echaron el cerrojo, prueba inconfundible de que la puerta quedaba cerrada. Dane y Pinter, que habían trabajado juntos en anteriores operaciones, cruzaron la mirada, y la confusión no tardó en adquirir tintes de alarma. Luego inspeccionaron la habitación, que nunca habían visto antes.
El suelo de la sala de pruebas era de reja de acero. Ulric mandó forjarla con una aleación de carbono muy resistente a las altas temperaturas. El techo era otra reja que daba a un sofisticado sistema de ventilación que comprendía catorce filtros avanzados. Los laterales de la sala tenían paredes de acero con un grosor de casi tres centímetros, y la ventana de observación estaba hecha de polímero de alta tecnología que permitía un grosor extraordinario sin distorsionar la visión.
El único objeto que había en el interior era una máscara de gas que descansaba en el suelo.
Ulric pulsó un botón para que Dane y Pinter pudieran escuchar lo que se disponía a decir a los observadores.
—Buenas tardes, damas y caballeros. Obviamente se estarán preguntando el motivo de que los haya reunido aquí hoy. Eso es bueno. Su curiosidad es una de las razones por la que les recluté para emprender este épico viaje. Como todos saben, nos encontramos muy cerca de embarcarnos en él. Por desgracia, soy consciente de que algunas de las personas involucradas en este proyecto podrían haber cambiado de opinión.
Todas las personas reunidas se quedaron de piedra. Nadie querría admitir la existencia de esa clase de dudas, sobre todo si era cierto que las albergaba.
—Entiendo ese sentimiento. Nuestra inconmensurable empresa cambiará la faz de este planeta. Un cambio que yo, que todos nosotros, creemos que salvará a la especie humana. Pero habrá que hacer sacrificios. Todos nosotros tendremos que hacerlos. Y creo que algunos de ustedes no aceptan adecuadamente esa realidad.
Ulric se volvió hacia el interior de la sala y reparó en el miedo dibujado en los rostros tanto de Dane como de Pinter. También reparó en el hecho de que ambos miraban de reojo la máscara de gas.
—Por tanto, creo que es importante reforzar nuestra resolución de cara a la tarea que nos aguarda. Que no titubeemos, que no cambiemos de opinión, que no nos traicionemos, ni fracasemos. Debemos concentrarnos en la labor que nos ocupa. Por esa razón he traído aquí a estos dos hombres. —Ulric señaló con la mano la ventana—. Porque nos han fallado, a todos nosotros, y han puesto en peligro todos nuestros esfuerzos.
Se volvió hacia la ventana.
—Gavin. Barry. Vais a demostrar a estas personas por qué es tan importante para todos y cada uno de nosotros desempeñar nuestras responsabilidades con el máximo empeño. Vais a mostrarles qué es lo que está en juego.
Pinter echó a correr hacia la puerta e intentó forzar el tirador, pero no sirvió de nada. Habían echado un triple cerrojo. No había modo de abrir desde dentro. Dane se limitó a seguir allí de pie, estoico, esperando a ver qué decía Ulric a continuación.
—Hay un motivo que explica el que sólo haya una máscara de gas —continuó el líder—. Dentro de sesenta segundos, la sala de pruebas será inundada de Arkon-B, una variante del agente biológico que hará posible nuestro Nuevo Mundo. Quienquiera que lleve puesta la máscara se librará de los efectos. El otro…
No fue necesario decir más. Pinter se arrojó sobre la máscara, pero Dane, que siempre había sido el más listo, sabía que la estrategia más efectiva consistía en incapacitar a su oponente. Se hizo a un lado y, cuando Pinter pasó de largo le golpeó en la nuca. Éste cayó al suelo y, consciente de su error, se incorporó para ponerse en guardia y encarar a Dane. Ambos eran duchos en las artes marciales, pero Pinter disfrutaba de cierta ventaja debido a su altura. Permanecieron inmóviles, atentos el uno al otro, calibrando sus fuerzas.
Ulric echó un vistazo al reloj de pulsera.
—Cincuenta segundos —anunció para estimularlos.
Las palabras ejercieron el efecto deseado. Dane saltó en el aire y giró sobre sí estirando la pierna. Antes de encajar en la cabeza el golpe, Pinter se agachó e interpuso el brazo para bloquearlo. El impacto hizo que ambos cayeran al suelo. Pinter fue el primero en recuperarse. Se abalanzó sobre su adversario, que seguía tendido boca arriba, y le descargó una patada en el costado. Pero Dane lo aferró del tobillo y se sirvió de la inercia del otro para impulsarlo. Mientras Pinter estaba en mitad del salto, Dane le descargó una patada en la ingle.
El hombre cayó al suelo, gimiendo de dolor, pero no todo acababa ahí. Dane se dispuso a descargar un golpe mortífero en su cuello. Pinter contraatacó con un puñetazo dirigido al rostro de su atacante que le hizo perder pie. Ambos, tendidos en el suelo, se prepararon para el último asalto.
—Treinta segundos —anunció Ulric. Pertenecían a la clase de hombres que jamás se habrían planteado colaborar y compartir la máscara. Era un desdichado ejemplo de por qué ese Nuevo Mundo era necesario. Ante sí tenían una muestra del egoísmo humano. Dadas las circunstancias no había demostración más adecuada. Ulric tan sólo confiaba en que uno acabara con el otro. Entonces ordenaría entrar a Cutter para arrebatar la máscara al vencedor.
Los dos hombres se desplazaron en círculos. Pinter cojeaba y quería disimularlo, mientras que a Dane le goteaba sangre por la nariz.
Cutter, que había vuelto a la sala de observación y se hallaba al lado de Ulric, le susurró:
—¿Qué sucedería si el vencedor se cortara?
Ulric no había considerado la posibilidad de que el vencedor tuviera heridas abiertas, aunque supondría una prueba interesante de lo virulento que era el Arkon-B, comprobar si podía entrar de ese modo en el flujo sanguíneo.
—Supongo que tal vez estemos a punto de averiguarlo.
Dane y Pinter se atacaron con una serie de golpes violentos, cuya secuencia Ulric tuvo dificultades para seguir. Entonces Pinter se situó de tal modo que logró inmovilizar a su oponente por el cuello. Cerró el brazo en torno a la garganta de Dane, y dio la impresión de que ése sería el movimiento definitivo.
—Quince segundos —dijo Ulric, que hizo un gesto con la cabeza a un operario situado ante el panel de control. El dedo del operario acarició el botón que inundaría la sala de pruebas de Arkon-B.
El rostro de Dane adquiría una tonalidad púrpura. Todo estaba a punto de terminar. Entonces, aprovechando un último esfuerzo, el hombre inclinó ligeramente el cuerpo y dio una patada hacia atrás, alcanzando a Pinter con el talón en la rótula. Éste aulló de dolor y soltó su presa, que de inmediato le golpeó en la otra pierna. Pinter gritó y se cayó cogiéndose las piernas en posición fetal. Que Ulric pudiera ver, tenía la rodilla derecha dislocada y una fractura en la pierna izquierda. No volvería a caminar.
Dane se quedó ahí, mirando a Pinter para ver si podía acabar con él, olvidándose del límite de tiempo. Ulric siguió con la cuenta atrás.
—Diez, nueve, ocho…
Dane levantó la vista al altavoz, y echó a correr hacia la máscara.
—Siete, seis, cinco…
La cogió del suelo y se la puso.
—Cuatro, tres, dos…
Cuando Ulric pronunció el último número, Dane se aseguró las correas y volcó de nuevo su atención en Pinter, que seguía tendido en el suelo y lo miraba con odio.
Ulric volvió a hacer un gesto con la cabeza al operario, que apretó el botón. Se oyó un soplo de aire en la sala de pruebas. Dane y Pinter miraron al suelo. Una corriente constante de aire empujaba su ropa hacia el techo.
Ulric percibió que los testigos presentes contenían el aliento. Sabía que no tendrían que esperar demasiado. Aunque el Arkon-B empleado en el avión de Hayden era exactamente el mismo compuesto que el agente que inundaba la estancia donde se encontraban Pinter y Dane, la concentración había sido una centésima parte de la que había en la sala de pruebas porque el artefacto que lo transportaba tenía que ser pequeño y portátil. Por ese motivo tardó tanto en hacer efecto, y ésa fue la razón de que escogiesen un vuelo oceánico. Para cuando cualquiera en el avión de Hayden comprendiera lo que estaba pasando, se habrían alejado lo bastante de la costa como para regresar.
Pinter había pegado la espalda a la pared. Estaba inexpresivo, pero Ulric reconoció el miedo en sus ojos. Dane se retiró hacia la pared opuesta, aunque no le quitó ojo por si acaso intentaba arrebatarle la máscara. Por mucho que lo intentara, era demasiado tarde para Pinter. Ya se había expuesto. Ya sólo era cuestión de tiempo.
Tal como Ulric esperaba, los primeros efectos se hicieron visibles al cabo de tan sólo dos minutos. El hombre rompió a toser, una o dos veces al principio, pero después no pudo parar. Los pulmones fueron los primeros órganos atacados por el compuesto, y el Arkon-B circulaba ya por sus venas.
La tos lo sacudió con violencia y empezó a sangrar por la boca. Pinter percibió la humedad en los labios y se limpió con el dorso de la mano. Entonces vio la sangre y, de pronto, fue presa del terror.
—¡Por favor! ¡Lo siento! —gritó entre toses—. ¡Por favor! ¡Ayuda! —Miró a Dane, que le observaba con los ojos abiertos desmesuradamente.
El hilo de sangre se convirtió en un torrente, y los testigos ahogaron exclamaciones de horror. A Pinter empezó a desprendérsele la piel, al principio como escamas, luego por tiras mayores. Se deshacía delante de ellos.
A esas alturas únicamente podía gemir de dolor. Se llevó las manos a la garganta, falto de aire. Sin duda tenía los pulmones llenos de fluidos. Se ahogaba en su propia sangre.
La muerte le llegó al cabo de medio minuto. Con un último borbotón, Pinter sucumbió sin apartar los ojos de Dane. Echó hacia atrás la cabeza, que al deslizarse por la pared dejó a su paso una capa de piel y cabello, todo ello ensangrentado mientras su cuerpo se desplomaba sobre el suelo.
Algunos de los testigos lanzaron gritos e incluso lloraron, horrorizados, temerosos, pero Ulric levantó la mano para silenciarlos. Aún no habían terminado.
Ante su mirada, Pinter siguió desintegrándose, como si contemplaran un vídeo acelerado del deterioro de un cadáver. Las llagas del cuerpo se extendieron hasta convertirse en agujeros, y las vísceras supuraron sobre el suelo mientras la sangre goteaba en la reja metálica. La sangre de la pared no tardó en desaparecer, como agua que se evapora en una sartén al fuego.
Ulric echó un rápido vistazo alrededor de la sala. El terror ante la desintegración del cadáver de Pinter estaba en la mirada de todos. Algunas personas parecían a punto de desmayarse. Una mujer vomitó en una papelera. La demostración surtía el efecto deseado. A partir de ese momento, cualquiera de los presentes en la sala de observación se plantearía dos veces la decisión de seguir los pasos del traidor de Sam Watson.
Todas las células de Pinter sufrieron el embate del Arkon-B, y al cabo de tres minutos no quedó nada de él, a excepción de los huesos, limpios, rebañados, como tras el ataque de un banco de pirañas. El cráneo, que apenas cinco minutos antes mostraba un rostro humano, dirigía una mueca maligna, perversa, hacia la ventana.
El operario apretó de nuevo el botón, y el soplo de aire cesó.
—Con esto concluye la demostración de hoy —anunció Ulric—. Estoy seguro de que todos los presentes lo habrán encontrado instructivo. Si no quieren formar parte de la masa de gente que se verá expuesta al Arkon-B en los próximos cinco días, no harán nada para poner en peligro nuestros planes cuidadosamente trazados. ¿Me he expresado con la suficiente claridad?
Algunos respondieron afirmativamente, otros se limitaron a asentir.
Satisfecho, Ulric dijo:
—Pueden marcharse. —Y dirigiéndose a la mujer que había vomitado, añadió—: Haga el favor de llevarse esa papelera.
Salieron en silencio, aturdidos por lo que acababan de presenciar. En el interior de la sala de pruebas, Dane gritó a través de la máscara mientras golpeaba la puerta.
Ulric esperó a que los testigos abandonaran la sala de observación y cerrasen la puerta al salir. El operario, Cutter, Petrova y Ulric eran los únicos presentes.
—¿Qué hacemos con Dane? —preguntó Cutter—. ¿Lo dejamos salir?
El operario, que sabía cómo actuaba el Arkon-B, enarcó una ceja al oír a Cutter. Éste era consciente de muchas de las propiedades biológicas del agente, pero no comprendía lo virulento que era.
Con aire solemne, Ulric hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Me temo que eso no podrá ser. Aunque Gavin lleva puesta la máscara, también se ha visto expuesto. El Arkon-B se absorbe por vía cutánea, aunque con mayor lentitud que a través de los pulmones. Puesto que está infectado, no podemos permitir que abandone ahora la sala. Eso supondría la muerte para todos nosotros. Sólo hay una cosa que podemos hacer por él.
Ulric miró al operario, que masculló algo, tal vez una plegaria. Levantó un panel de seguridad y acercó el dedo a un interruptor rojo con un letrero al pie que rezaba «esterilización».
—Esto ahorrará a Gavin todo por lo que Barry pasó —dijo Ulric, haciendo un gesto al operario—. Adelante.
El operario accionó el interruptor.
Una llamarada surgió del suelo de la rejilla y el fuego se extendió hasta el techo. Dane lanzó un grito horrible cuando el fuego lo consumió, y se movió agónico por espacio de unos segundos antes de caer al suelo, donde su cuerpo no tardó en evaporarse. Ulric vio que la temperatura en la sala había alcanzado casi cuatrocientos grados. Cualquier residuo orgánico no tardaría en desaparecer por completo del interior, pues incluso los restos óseos convertidos en ceniza acabarían absorbidos por las rejillas de ventilación.
—Otros dos minutos —dijo Ulric al operario.
Necesitaban asegurarse de que todo el Arkon-B hubiese sido destruido. Qué irónico, pensó Ulric, que a unos metros de distancia se encontrara la sustancia más mortífera que existía, y que en cuestión de cinco días el lugar donde él se hallaba se fuera a convertir en el rincón más seguro del planeta.
El vuelo de Las Vegas a Seattle no les llevó mucho más que el camino de vuelta por carretera desde el lugar del accidente hasta el aeropuerto, así que a las dos de la tarde Tyler y Dilara aterrizaron. Desde el Gulfstream, él la condujo hasta las instalaciones que Gordian tenía en el Boeing Field de Seattle. Con tres reactores privados, la compañía disponía de una zona particular en el aeropuerto, situado al sur del centro de la ciudad.