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Authors: John Norman

El asesino de Gor (11 page)

BOOK: El asesino de Gor
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Se abrieron los cilindros y las ocupantes fueron retiradas y depositadas sobre la cornisa rocosa. Después, los cilindros regresaron a la nave.

El hombre de la cicatriz salió nuevamente de la nave, esta vez con una jeringuilla, e inyectó una minúscula porción de suero a cada joven.

—Ahora no despertarán —dijo el hombre de la cicatriz— por lo menos durante un ahn.

Uno de los guerreros sonrió.

—Cuando despierten —dijo— se encontrarán en las mazmorras de las esclavas. —Otros hombres rieron.

El hombre de la cicatriz volvió a la nave, y el panel se cerró. No se habían intercambiado documentos de ninguna clase. Supuse que no se consideraba deseable ni necesario ese tipo de control, usual en las transacciones legítimas. Podía presumirse que la garantía estaba en la vida de los propios hombres.

Compadecía a las jóvenes de la Tierra. Su vida no sería fácil. Recordé que Elizabeth Cardwell provenía de la Tierra. Quizá mucho tiempo atrás había sido atraída, como éstas, a Gor en la nave negra de un traficante de esclavos.

Me volví y observé el disco negro, que ahora se había separado silenciosamente de la cornisa rocosa y que se desplazaba siguiendo una línea horizontal entre los picos de la Cordillera Voltai.

—Regresamos a la Casa de Cernus —dijo un guerrero, y todos ocupamos nuestros respectivos lugares.

Unos instantes después los tarns abandonaron la cornisa rocosa, y después pude ver a lo lejos las luces de la lejana Ar.

7. DESAYUNO

Cuando regresé a mi estancia, era la octava hora goreana, Elizabeth Cardwell, a quien liberé de sus ataduras, por supuesto estaba de muy mal humor. En efecto, la encontré exactamente en el lugar en que la había dejado, si bien había conseguido acostarse sobre las piedras y dormir un poco durante la noche.

—No parece conveniente —le informé— que te demuestre particular consideración en presencia de Ho-Tu, Maestro Guardián.

—Imagino que así es —rezongó Elizabeth, mientras se ponía la túnica de la esclava y se frotaba las muñecas y los tobillos—. En el futuro recomiendo que cuando sea necesario impresionar a alguien te limites a darme unos golpes con el látigo.

—Es una idea —reconocí.

Me miró sombría.

—Mis nudos son mucho mejores que los tuyos —dijo.

Reí y la abracé.

—¡Perversa! —exclamé.

—Es cierto —insistió, irritada, debatiéndose.

La besé.

—Sí —dije—, es cierto… En efecto, tus nudos son mucho mejores que los míos.

Me miró y sonrió, un poco ablandada.

—¿Sabes qué hora es? —preguntó.

—No —reconocí.

—Entonces, te recordaré que ya son más de las ocho y que no he comido nada desde ayer por la mañana. Si no estoy a la hora en el comedero de las mujeres perderé el desayuno. ¡No puedo ir como tú a la cocina y sencillamente pedir que me preparen huevos! —Se volvió, y caminó deprisa por el corredor.

Al rato regresó satisfecha y contenta; se la veía mucho más animosa.

—¿Te gustó la espera? —preguntó.

—Me parece —dije— que te demoraste bastante en tu desayuno.

—El potaje que nos dieron esta mañana —contestó Elizabeth— era sencillamente maravilloso.

Cerré la puerta y apliqué las vigas.

—Ahora —dijo Elizabeth— parece que estoy en dificultades.

—Así es —confirmé.

—Pregunté, pero no pude saber cuándo comenzará mi instrucción.

—Ah.

—Por lo que oí decir, habrá también otras jóvenes.

—Probablemente —dije—. Sería perder el tiempo instruir a las jóvenes individualmente.

No mencioné a las muchachas que había visto la noche anterior. Suponía que como no hablaban goreano, no se las incorporaría al curso de instrucción. Por lo que sabía, las jóvenes de la Tierra generalmente se vendían a precios inferiores porque las consideraban bárbaras e incultas. Por otra parte, ciertamente no era imposible que las muchachas transportadas la víspera, o algunas de ellas, acabaran reuniéndose con Elizabeth y que en ese proceso se les enseñase goreano. El hecho de que la instrucción de Elizabeth no comenzara inmediatamente sugería algo en ese sentido.

—Esta noche —dijo Elizabeth—, después del decimosexto toque, debo presentarme ante el herrero.

—Creo —dije— que la pequeña esclava tuchuk volverá a usar el anillo en la nariz.

—¿Te gustó? —preguntó Elizabeth.

—Mucho —dije.

—Después de un tiempo también a mí me complació.

—Esta vez probablemente no sufrirás mucho cuando te apliquen el anillo.

—No —dijo ella—, no creo que sufra mucho. —Se arrodilló en la habitación, con los gestos naturales y desenvueltos de una joven goreana— ¿Qué supiste anoche de la Casa de Cernus?

—Te lo diré —dije, y me acerqué a ella y me senté en el suelo con las piernas cruzadas.

—Por mi parte —observó— supe muy poco —me miró—. Estaba atada de pies y manos.

—En efecto —reconocí—. Pero vi algunas cosas interesantes para ambos.

Después expliqué detalladamente a Elizabeth lo que había visto y aprendido la noche anterior. Se mostró intrigada y al mismo tiempo temerosa cuando mencioné a la bestia, y apenada cuando hablé de las jóvenes traídas de la Tierra para venderlas como esclavas de la Casa de Cernus.

—¿Cuál es nuestro próximo paso? —preguntó.

—Saber más de la Casa de Cernus —dije—. ¿Has explorado esta residencia?

—Conozco bastante bien ciertas áreas —dijo—. Además, puedo obtener de Caprus un pase que me permitirá visitar la mayoría de los lugares.

—¿Pero ciertos lugares están prohibidos?

—Sí —dijo—. Pienso realizar algunas exploraciones. En primer lugar, es necesario saber qué sectores de la casa están abiertos a todos. Imagino que tú puedes entrar en muchos lugares que me están vedados. Por otra parte, en la oficina de Caprus podré ver archivos a los cuales tú no tienes acceso. Estoy segura de que Ho-Tu de buena gana te guiaría. De ese modo, conocerás bien la casa, y al mismo tiempo conseguirás que te señalen, de forma indirecta, los lugares prohibidos.

Medité un momento.

—Sí —dije—, es un excelente plan. Es sencillo, natural, engañoso y probablemente tendrá éxito.

—Cuando he tomado un buen desayuno —dijo Elizabeth—, me siento bastante astuta.

—Muy cierto —reconocí—. Pero tampoco eres del todo mala antes del desayuno.

—Pero —insistió sonriendo— creo que comprobarás que después del desayuno soy extraordinaria.

Se inclinó hacia mí, y apoyó un dedo en mi hombro —Pero yo aún no he tomado el desayuno —dije.

—¡Oh!

—Muéstrame dónde come la gente importante —dije.

—Piensas únicamente en la comida.

—No siempre es el único tema que me preocupa —le aclaré.

—Es cierto —reconoció Elizabeth.

Me llevó a una habitación contigua a una cocina, en el tercer piso del cilindro. Allí estaban varios hombres, la mayoría Guerreros, y también miembros del personal, un Operario Metalúrgico, dos Panaderos y un par de Escribas. Las mesas estaban separadas y eran pequeñas. Me senté frente a una de ellas, y Elizabeth se arrodilló detrás de mí, a la izquierda.

Irguió la cabeza, y olió el aire. Yo hice lo mismo, y apenas podía creer en el testimonio de mi olfato. Me miró, y la miré.

Una esclava de túnica y collar blancos, descalza, se acercó a la mesa y se arrodilló.

—¿Qué es eso que huelo? —pregunté.

—Vino negro —dijo la joven—, de las montañas de Thentis.

Había oído hablar del vino negro, pero jamás lo había probado. Se bebe en Thentis, pero nunca supe que lo consumieran en otras ciudades.

—Trae dos cuencos —dije.

—¿Dos? —preguntó la joven.

—La esclava —dije, y señalé a Elizabeth— lo probará primero.

—Por supuesto, amo —dijo la muchacha.

—Y pon algunos panes al fuego —dije—, y miel, y huevos de vulos, y carne frita de tark, y un poco de fruta turiana.

La joven asintió, se incorporó y después de dar media vuelta volvió a la cocina.

—Oí decir —expliqué a Elizabeth— que el vino negro se sirve caliente.

—Increíble —sonrió Elizabeth.

Poco después aparecieron dos cuencos humeantes, que fueron depositados sobre la mesa.

Tomé uno de los gruesos y pesados cuencos de arcilla. Como nadie miraba, brindamos en silencio, y nos los llevamos a los labios.

Era una bebida muy fuerte y amarga, aunque caliente; pero no cabía la menor duda: era café.

Compartí el desayuno con Elizabeth, que me informó que la comida era más sabrosa que el potaje que ofrecían en los comederos de las esclavas.

—Envidio a los hombres libres —dijo Elizabeth—. La próxima vez tú serás el esclavo y yo la Asesina.

—En realidad —contesté a Elizabeth—, es una situación muy extraña. Thentis no vende los granos que sirven para fabricar el vino negro. Hace unos años oí decir en Ar que se había cambiado una copa de vino negro por ochenta piezas de plata. Incluso en Thentis, el vino negro suele consumirse únicamente en los hogares de la casta alta.

—¿Quizá viene de la Tierra? —preguntó Elizabeth.

—Es indudable que inicialmente los granos fueron traídos de la Tierra, lo mismo que otras semillas, los gusanos de seda y otras cosas por el estilo; pero dudo mucho que la nave que vi anoche tuviese en su bodega algo tan trivial como los granos del vino negro.

—Probablemente estás en lo cierto —dijo Elizabeth, y bebió otro sorbo, los ojos cerrados. Después de terminar el desayuno regresamos al compartimento, donde desaté mi nudo con el cual había cerrado la puerta.

—¿Cuándo tienes que presentarte a Caprus? —pregunté.

—Es uno de los nuestros —contestó—. No me impone un horario rígido, y me permite salir de la casa cuando lo deseo. De todos modos, creo que de tanto en tanto debo comparecer ante él.

—¿Tiene otros ayudantes? —pregunté.

—Dirige a varios Escribas —dijo Elizabeth—, pero no trabajan en la misma habitación. También hay otras jóvenes, pero Caprus es tolerante, y vamos y venimos como queremos. —Me miró—. Si no me presento regularmente ante él, creerá que me detuvieron.

—Comprendo.

—Estuviste levantado toda la noche —dijo Elizabeth—, seguramente estás cansado.

—Sí —contesté, y me acosté sobre las pieles.

—Pobre amo —dijo, y me acarició el cuello con un dedo. Rodé sobre mí mismo y la abracé.

Después que nos besamos me aparté un poco y me dormí, y Elizabeth puso en orden la estancia y después salió a las oficinas de Caprus. Ató el nudo del lado externo de la puerta. Dormí largo rato, y ella entró en la habitación más de una vez. Finalmente, alrededor de la decimoséptima hora regresó, puso las vigas y se acostó a mi lado, la cabeza apoyada en mi hombro.

Vi que ahora tenía en la nariz el minúsculo y fino anillo de oro de la mujer tuchuk.

8. ME MUESTRAN LA CASA DE CERNUS

Como había sospechado Elizabeth, Ho-Tu se mostró muy dispuesto a mostrarme la Casa de Cernus.

Le agradó la magnitud y la complejidad de la tarea, que en efecto era impresionante. Se trataba de la más importante y opulenta de las empresas de tráfico de esclavos de Ar. La Casa de Cernus había producido y vendido esclavos durante más de veinticinco generaciones. El número más elevado de esclavos, mucho mayor que los que se crían en las diferentes empresas, está formado por los que nacieron libres y cayeron en la esclavitud, un destino bastante usual en este mundo cruel y guerrero; usual sobre todo para las mujeres.

Las incursiones para capturar esclavos son una actividad importante, y de tanto en tanto cae una ciudad. Los traficantes de esclavos no ven con buenos ojos la caída de las ciudades, porque cuando ello ocurre es probable que el mercado se deprima durante meses, a causa del flujo de nuevos esclavos, que a veces suman millares. A propósito, siempre que es posible los traficantes practican la especulación y la manipulación, y tratan de prever los cambios de la moda o controlarlos. Por mi parte, sospeché que la Casa de Cernus intentaba crear la necesidad de jóvenes bárbaras, aunque sólo fuera para introducir cierta diversidad en los Jardines de Placer de los ricos, muchachas de un tipo que sólo la Casa de Cernus podía suministrar en elevado número. Por supuesto, el principal obstáculo del plan era que las jóvenes bárbaras tendían a ser ignorantes e incultas. Por otra parte, podía instruirse a las jóvenes, y sospechaba que Cernus podía tener en mente un experimento de ese tipo con Elizabeth.

La Casa de Cernus, que es un amplio cilindro de muchos pisos, posee una serie de instalaciones, las mismas que se observan en todas las empresas de ese género. La única diferencia entre las instalaciones de la Casa de Cernus y las que se observan en otras residencias análogas es probablemente la amplitud, el número de empleados y el lujo de la decoración. Ya he mencionado los baños de la Casa de Cernus, capaces de rivalizar con los mejores de Gor. Las cocinas, los lavaderos y los depósitos son menos impresionantes, pero más esenciales para el funcionamiento de la casa; hay instalaciones médicas y consultorios dentales e hileras de habitaciones para los miembros del personal, todos los cuales viven en la casa; biblioteca y archivos, cubículos para los Guerreros, los Panaderos, los Especialistas en Belleza, los Tintoreros, los Tejedores y los Talabarteros y salas de instrucción para los esclavos y los guardias, para quienes aprenden el oficio de traficantes; salas de recreo para el personal; comedores y por supuesto en las profundidades del cilindro, calabozos y mazmorras, así como una cámara donde se clasifica, marca y encadena a los esclavos. La Casa de Cernus recibe constantemente cargamentos de alimentos y materiales, no es raro que un día se reciban cien nuevos esclavos; el número total de esclavos alojados en la Casa de Cernus en determinado momento siempre oscila entre los cuatro y seis mil. Por supuesto, muchos se alojan en las mazmorras, y continúan allí hasta que se los pone en venta; algunos grupos son vendidos a traficantes menos importantes que suelen venir de ciudades lejanas a recoger mercadería, la cual en Ar es abundante y en general mantiene precios razonables. Ar es el centro de esclavos de Gor.

Aunque en la Casa de Cernus hay salas privadas de exhibición, ventas, remates y exposiciones privadas, destinadas a interesar a los futuros clientes, se vende la mayor parte de los esclavos de la Casa de Cernus y de otras en una de las cinco casas públicas de remates, aprobadas por el Administrador de Ar. La principal casa de remate, el Curúleo, recibe la mayoría de los lotes, y las esclavas consideran un signo de prestigio que las elijan para ser vendidas en la sala principal del Curúleo; las muchachas tienden a competir hábilmente para conquistar ese honor. Ser vendidas en la sala principal del Curúleo es casi una garantía de que se obtendrá un amo rico y una vida agradable y lujosa, aunque por supuesto no sea más que la existencia propia del esclavo. En las salas menores de las pequeñas casas, las ventas se realizan con tal rapidez que la joven tiene escaso tiempo para interesar e impresionar a los compradores, y así incluso una muchacha hermosa puede venderse, para vergüenza e indignación de la propia interesada, a mediano precio, pagado por un comprador común, que quizá la use sólo para compartir el lecho y atender la cocina. Este tipo de situación se agrava cuando es necesario vender un elevado número de muchachas, por ejemplo después de la captura de una ciudad. En esos casos, las jóvenes desnudas y encadenadas por el cuello forman una larga retahíla y cada joven está separada de las otras por unos tres metros de cadena. El remate se realiza rápidamente; la joven sube al estrado y se la vende por la más alta oferta obtenida en el lapso de un ehn; concluida la operación, desciende la escalera por el lado opuesto, y deja espacio a la joven siguiente.

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