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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

El bosque encantado (20 page)

BOOK: El bosque encantado
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—Déjame que lo monte, venga —exigió un niño grande tirando de las riendas.

—Déjalo —ordenó Willie—. No, Lennie, no puedes. Eres demasiado grande, y además tú no tratas bien a los animales. ¡Déjalo!

—Bueno, iré un día que no estéis y lo montaré —amenazó Lennie un poco resentido—. ¿Entendido? Eso es lo que haré, si ahora no me dejáis dar una vuelta.

—No seas tonto —gritó Willie—. Vamos, Sheila, súbete encima de Bolita de Nieve. Ahora te toca a ti.

Sheila montó y se pusieron en marcha otra vez. Tinker los seguía mirando y le gruñía a Lennie. A nadie le gustaba este niño, que era tan egoísta y antipático.

—Ya estamos llegando —dijo Willie por fin, cuando divisaron la granja—. Ahí está tu antigua pradera, Bolita de Nieve.

—Y allí está mi madre —relinchó Bolita de Nieve, lleno de alegría—. Mirad, allí está.

Una visita a la madre de Bolita de Nieve

El pequeño poney trotó hasta la verja de la pradera, que tan bien conocía, con Sheila sobre el lomo. Relinchó con fuerza. Su madre alzó la cabeza y, al verlo junto a la verja, galopó hacia él, relinchando también. Madre e hijo se frotaron los hocicos con ternura.

—Haremos aquí el picnic, en esta pradera —sugirió Willie—. Así Bolita de Nieve y su madre podrán pasar un buen rato.

Sheila bajó del poney; le quitó la silla y la brida y lo llevó a través de la verja que Willie ya había abierto. Los niños los siguieron y la cerraron. Encontraron un sitio muy agradable en un banco muy soleado y se sentaron a comer.

—Miradlos —dijo Timmy—. Están felices de volverse a ver.

Bolita de Nieve miró alrededor de la pradera. Se acordaba de lo enorme que le parecía antes, como si hubiese sido medio mundo. Ahora, en cambio, le parecía pequeña. ¡Qué raro! O él había crecido o la pradera se había encogido.

Su madre también le parecía más pequeña, así que debía ser él el que había crecido. Su madre se lo dijo:

—Eres casi tan grande como yo. Qué deprisa has crecido. ¿Tienes ya un nombre?

—Sí, Bolita de Nieve —contestó el poney, y su madre sonrió.

—¿Por qué te parece gracioso? —preguntó Bolita de Nieve—. Todos se ríen de mi nombre. ¿Por qué?

—Espera que llegue el invierno y lo entenderás —repuso la madre—. Ahora cuéntame todo acerca de tu nuevo hogar. ¿Son simpáticos los niños?

Bolita de Nieve le contó todo. Le habló de Sheila, y le contó que le había hecho compañía en su primera noche tan solitaria, y su madre se alegró mucho.

—Debe ser una niña encantadora. Dejaré que me monte después que termine su almuerzo.

—Todos son buenos —aclaró Bolita de Nieve—, menos mamá cerda, que cuida de los cerditos y un día me persiguió.

—Mira, los niños nos llaman. Tienen avena —señaló la madre.

Así que fueron donde estaban los niños.

Cuando terminaron la avena, Sheila le dio una zanahoria fresca a la madre de Bolita de Nieve, que la comió con voracidad; le encantaban las zanahorias. Bolita de Nieve la olfateaba.

—Prueba una, Bolita de Nieve —dijo Willie—. Te gustará.

Así fue, y Bolita de Nieve olfateó en la bolsa de la comida por si había otra. Encontró una y la sacó.

—¡Oh, mirad! Bolita de Nieve ha cogido una él solo —gritó Sheila—. No, Bolita de Nieve, no cojas las manzanas. Son para nosotros.

Pero Sheila le dio los corazones de las manzanas y él los masticó satisfecho. Luego se fue de paseo con su madre por su antigua pradera, buscando los sitios que ya conocía. Sí, allí estaba el árbol bajo junto al que solían dormirse. Y allí estaba la zanja donde crecía la hierba larga y jugosa. Y allí el abrevadero, donde el granjero solía ponerles el agua, pues en esa pradera no había ningún estanque ni arroyo.

Al rato, los niños se levantaron y se acercaron a los poneys. La madre de Bolita de Nieve trató de explicar a Sheila que le gustaría darle un paseo. Pero no tenía silla.

—Creo que podría montarla a pelo, si me dejase agarrarla por la crin —dijo Sheila, y subió sobre el lomo del poney.

Enseguida empezó a trotar por la pradera. Timmy la seguía sobre Bolita de Nieve. Willie se quedó en medio agitando una ramita, jugando a que era un domador y ellos eran poneys y amazonas de circo.

—Es hora de ir a casa —les avisó Sheila bajándose de mamá poney—. Muchas gracias, me ha encantado el paseo. Bolita de Nieve, dile adiós a tu madre.

—Ya no te sentirás solo sin mí —dijo la madre, frotándose contra él—. ¿Quieres quedarte aquí conmigo? ¿Te da pena irte?

—No —aseguró Bolita de Nieve—. Me encanta mi nuevo hogar y quiero mucho a los niños. Ya no quiero quedarme aquí, madre. Pero volveré a verte pronto, aunque tenga que venir solo. ¡Adiós!

—Adiós, Bolita de Nieve.

Y se fueron todos. Bolita de Nieve llevaba a Timmy. Qué poney tan listo y suave. Su madre lo miraba, orgullosa de él. De pronto la verja se cerró, y ella se quedó sola recordando lo bien que lo habían pasado. Bolita de Nieve ya estaba muy lejos.

¡Qué divertido es Bolita de Nieve!

En una ocasión, cuando los tres niños estaban dentro de casa porque no paraba de llover, Bolita de Nieve tuvo frío. Estaba mojado y se sentía muy solo.

Se quedó bajo un árbol, pero la lluvia caía con tanta fuerza que se mojaba incluso estando allí.

Empezó a relinchar muy enfadado.

—Me estoy mojando. Me voy a enfriar. Mi madre siempre me aconsejaba que no cogiese frío. Hasta las gallinas están protegidas en sus gallineros, pero a mí me dejan aquí solo, en la pradera.

Escuchó a unos patos que chapoteaban en un gran charco al otro lado de la cerca. Miró por encima de ésta y les habló:

—Mira que estar afuera bajo la lluvia. ¡Qué tontos sois! Os vais a mojar del todo.

—¡Ah! Éste es el clima perfecto para los patos —explicó un pato grande—. Nos encanta la lluvia. Cuanto más llueva, mejor. Nuestros cuerpos nunca se mojan, porque la lluvia resbala por las plumas, ¿sabes?

—Los cerdos están en su corral, el gato en la casa, las gallinas en su gallinero, el perro en su caseta, pero yo estoy aquí mojándome cada vez más —se lamentaba Bolita de Nieve.

—Bueno, ve y pregunta a las gallinas si puedes resguardarte en su choza —dijeron los patos, salpicando con fuerza—. Allí tienen sitio de sobra.

Así que Bolita de Nieve se fue hacia la verja de la pradera. Estaba cerrada pero sabía abrirla. ¡Qué listo era el pequeño poney! Enseguida abrió la verja y trotó hasta el gallinero, pero las gallinas no le dejaron estar allí.

—No, no. El otro día nos perseguiste por la pradera —chillaron—. No te queremos en nuestra casa.

Luego Bolita de Nieve se dirigió a la puerta de la cocina para ver si veía al gato. Lo encontró tumbado en un felpudo al lado del fuego.

—¿Puedo entrar y tumbarme al lado del fuego también? —preguntó Bolita de Nieve.

—¡Ni hablar! —exclamó el gato—. Sólo los perros y los gatos pueden estar dentro de la casa. ¡Vete!

Bolita de Nieve entró y se fue derecho a la cocina pero, cuando estaba a punto de tumbarse, llegó la cocinera.

—¡Dios mío! —gritó enfurecida—. Lo que faltaba. Bolita de Nieve, vete inmediatamente. Estás pisoteando mi cocina. ¿Quieres que te pegue?

Bolita de Nieve salió corriendo y fue hasta la caseta de Tinker. Éste no estaba. La caseta la habían construido con una enorme bañera vieja, colocada de costado, y habían metido paja. Parecía muy cómoda.

—Esto tiene buen aspecto —pensó Bolita de Nieve—. Soy tan pequeño y la bañera tan grande que creo que cabré y podré acostarme. Así que se metió con mucho cuidado y se acostó sobre la paja. Estaba blanda, seca y muy confortable. Bolita de Nieve se sintió feliz.

—Ojalá fuese perro. Me gustaría tener una caseta como ésta. Tinker tiene suerte —se dijo a sí mismo, y al rato se quedó dormido.

La lluvia cesó y salió el sol. Los niños salieron también y buscaron a Bolita de Nieve para dar un paseo.

—No está en la pradera —dijo Sheila sorprendida—. Ha abierto la verja y se ha ido. ¡Bolita de Nieve! ¿Dónde estás?

No hubo respuesta. Luego, de pronto, escucharon un ladrido que venía del patio. Era Tinker.

—¿Qué le pasará a Tinker? —se preguntaron.

Tinker estaba parado junto a su caseta, ladrando con fuerza. Y allí dentro, despertándose en aquel momento, estaba Bolita de Nieve con cara de sorpresa.

—¡Bolita de Nieve! ¡Oh, mirad! Bolita de Nieve se ha metido en la caseta de Tinker.

¡Cómo se rieron todos!

Bolita de Nieve salió afuera y se sacudió. Relinchó y trotó hacia donde estaba Sheila. Estaba feliz de verla y le puso el hocico en la mano.

—Qué poney tan divertido eres —dijo Sheila, que se reía de verlo—. Estoy segura de que ningún otro poney en todo el mundo ha dormido en la caseta de un perro. Bolita de Nieve, ¿qué otra cosa se te va a ocurrir?

Lennie, el niño malo

Un día, Lennie fue a ver a Willie, a Sheila y a Timmy. Ellos no tenían muchas ganas de verlo porque les parecía muy antipático y egoísta, pero su madre siempre les decía que fuesen amables con las visitas, así que lo trataron bastante bien.

—Quiero montar a vuestro poney —dijo Lennie.

—No, preferimos que no —contestó Sheila con mucha educación—. Todavía es muy pequeño y, aunque esté acostumbrado a nosotros, a lo mejor no le gusta que tú lo montes. Eres demasiado gordo y pesas mucho.

—No seas grosera —dijo Lennie frunciendo el ceño.

Era gordo porque era un glotón, pero no le gustaba que nadie se lo dijese, claro está.

—No soy grosera —se defendió Sheila con naturalidad—. Tan sólo te estoy explicando por qué no puedes montar a Bolita de Nieve.

—Bueno, pues lo voy a hacer —aseguró Lennie, que sabía que los padres de los niños no estaban.

Entonces se dirigió a la pradera de Bolita de Nieve. Los niños corrieron tras él.

—No lo harás, Lennie —gritó Willie.

—No podéis impedirlo —Lennie soltó una carcajada—. Yo soy más grande que vosotros. Podría tumbaros a los tres con una sola mano.

—Eres un chico muy desagradable —dijo Sheila casi llorando.

Timmy sujetó a Lennie por el abrigo y trató de tirarlo hacia atrás, pero Lennie se sacudió y Willie se cayó al suelo.

Luego Lennie empezó a correr deprisa por la pradera, saltó la verja y llamó a Bolita de Nieve.

—Bolita de Nieve, ven aquí.

—No, no vayas, no vayas —gritó Sheila.

Pero Bolita de Nieve fue hacia él. Siempre que alguien lo llamaba, él acudía. Ahora también fue trotando con aquellos ojos, que le brillaban al mirar a cada uno de los niños, listo para dar un paseo a cada uno de ellos.

Pero fue Lennie el que saltó sobre su lomo. No tenía ni brida ni silla, pero a él no le importaba. Se agarró a la espesa crin negra de Bolita de Nieve y le apretó muy fuerte con las rodillas.

—¡Galopa! —gritaba Lennie—. ¡Venga, galopa!

A Bolita de Nieve no le gustó el niño. Era gordo, pesaba mucho y no le trataba con cariño. Lennie lo pateó con fuerza en los costados y Bolita de Nieve se asustó y dio un salto. No estaba acostumbrado a que la gente lo tratara mal.

—¡No, Lennie, no! ¡Oh, bájate, por favor! —gritaba Sheila, que seguía corriendo tras ellos.

Pero ahora Bolita de Nieve galopaba desbocado por la pradera, muy asustado de los tacones tan duros de Lennie.

—Venga, vamos, allá vamos —chillaba Lennie, que se estaba divirtiendo mucho—. Vamos, Bolita de Nieve, más deprisa, más deprisa.

A Bolita de Nieve no le gustaba nada llevar a ese niño. Era espantoso. El pequeño poney paró en seco y Lennie salió disparado por encima de su cabeza, cayendo encima de un montón de hierba.

Los tres niños se echaron a reír. Se lo había merecido, pero Lennie estaba enfadadísimo. Fue hasta la cerca y cortó una rama gruesa con la navaja, sujetando a la vez a Bolita de Nieve.

Luego volvió a saltar encima del poney y empezó a golpearle muy fuerte con la rama.

—Te voy a enseñar a tirarme por encima de tu cabeza, poney estúpido —y le pegaba con rabia.

Los tres niños se apresuraron a pararlo, pero Lennie hizo que Bolita de Nieve se alejara de ellos al galope.

Todos estaban desconcertados sin saber qué hacer. Lennie era un chico grande, pero Bolita de Nieve fue el que supo darle una gran lección. No estaba dispuesto a soportar a aquel chico ni un minuto más.

Galopó hacia la verja, que estaba abierta, y la atravesó. Luego se dirigió al estanque, donde los patos estaban nadando tranquilamente.

Galopó justo hasta la orilla y entonces, como antes, paró y allá fue Lennie volando por encima de su cabeza, derechito al fangoso estanque de los patos.

Estos huyeron dando unos fortísimos graznidos.

Bolita de Nieve alzó la cabeza y relinchó de alegría. Sheila, Willie y Timmy se rieron con regocijo. Lennie se había llevado su merecido; se había caído de cabeza al agua. Como pudo, se puso de pie. Se había atragantado, y salpicaba furioso y asustado. Al fin pudo salir, aunque no le fue fácil. Tenía muchas hierbas que le colgaban de la cabeza y la ropa empapada.

—¿Qué dirá mi madre? —fue lo primero que dijo, y, para sorpresa de Willie, empezó a chillar.

—¡Nene, nene! —le dijo Willie—. Eres lo suficientemente fuerte para darle patadas y golpes al pequeño poney, pero no lo eres cuando recibes tu merecido. Vete a casa. En esta ocasión, no le diré nada a mi padre porque Bolita de Nieve ya se ha ocupado de ti.

Lennie se fue a casa sin dejar de chillar. Bolita de Nieve se quedó con los niños relinchando.

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