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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (30 page)

BOOK: El caso de la joven alocada
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Me daba perfecta cuenta, porque soy un hombre de buen corazón, de mi cruda bestialidad al decirle a Ann Yorke lo que le decía, pero se lo dije y el juego dio resultado. Podría ser ligera y amariposada pero no tenía nada de frívola ni de inconstante. Era tan centrada y tenía tanto control de sus actos como mi prima Barbary, claro está que en otro estilo, y yo no temía su histerismo ni sus desmayos. Una o dos veces se estremeció durante mi relato, y en dos oportunidades, dejó escapar una exclamación, y cuando hube terminado, abundantes lágrimas corrían por sus bonitas mejillas. Pero permaneció perfectamente tranquila y serena y tuve la satisfacción de ver nacer destellos de cólera en sus ojos pardos.

Tal vez, para decir verdad, mis propias emociones escapaban a mi control, y debo haber contagiado a la muchacha algo de mi firme determinación.

Después de serenarse y de secarse los ojos me dijo unas pocas palabras extrañas y titubeantes. No tendría objeto reproducidas aquí pero su significado fue bastante claro. Cuando las pronunció supe que podía confiar en la ayuda leal y desinteresada de Ann Yorke. Me dispuse, pues, al trabajo.

Primero la interrogué con respecto al verrugoso o bizco y amarillento Ronald Custerbell Lowe. Lo había oído nombrar y recordaba su primer apellido por lo poco usual, pero nunca lo había encontrado, ni creía haberlo visto. No pudimos encontrar ninguna carta suya, en el escritorio. Ann aseguraba, además, que Bryony nunca había hecho referencia a su domicilio ni a su profesión, y que a pesar de que lo había nombrado entre los asistentes a algún baile o fiesta a los que había concurrido, nada hacía suponer que hubiera sido íntimo amigo.

Esto coincidía, por otra parte, con lo que Bryony me había dicho. Solicitada a ser más explícita, Ann Yorke admitió que tenía la impresión de que a Bryony le desagradaba. Después describí a la
Bestia Rubia
, y la reacción fue entonces más violenta. Ann la había visto y sabía su nombre aunque no lo recordaba en el momento. Nunca le había hablado y era muy poco lo que sabía de él.

—Muy rara vez salía con Bryony, ¿sabe? —me dijo—. Siempre me invitaba pero por lo general yo tenía que hacer. Mr. Forrester necesita atención continua y solamente estamos Caird y yo para cuidado. Como Caird es más antigua, tenía más autoridad y por consiguiente yo no tenía muchas oportunidades de pasear. Sin embargo, una que otra vez salía con Bryony. Generalmente por la tarde, y una noche fuimos a un lugar llamado el
Bird in the Bush
que queda por la
Grek Street
.

Era una tertulia donde nos reunimos media docena de hombres y tres o cuatro chicas. La
Bestia Rubia
, como usted la llama, estaba en el club pero no en nuestro grupo y no se acercó a nosotros en toda la noche. Al entrar me pareció ver que saludaba a Bryony con la cabeza, pero cuando más tarde le pregunté quién era, me dijo que lo conocía de vista y que sabía que se llamaba Fulano de Tal. ¡Ojalá recordara el nombre!… Creía entonces haberme equivocado cuando me pareció que saludaba pero no di importancia al incidente y no hablé más de ello. Ahora lo recuerdo perfectamente. Su cabello es lo más extraordinario que he visto. No podía apartar de él mi mirada, y sin embargo, me repelía. No podía soportar sus patillas ni…

—¿No recogió ningún otro dato?

—No… A ver, espere un minuto. Sí, cambié unas palabras respecto a él con uno de los hombres del grupo. Fue mientras bailábamos. La pista estaba muy concurrida y chocamos contra la
Bestia Rubia
y su compañera. Pregunté a mi compañero, que se llamaba Christopher y que era un Teniente naval con licencia, únicos datos que conozco, quién era la
Bestia Rubia
, y Christhoper que, entre nosotros, había bebido de más, dijo algo tonto de las niñas que hacían muchas preguntas y de lo peligroso que podía resultar. Claro que ahora, mirando hacia atrás, se me ocurre que Christopher debía saber más de lo que quiso decirme y que lo que dijo fue sólo un modo de hacerme callar. Puede que esté equivocada. No se me ocurrió en el momento.

Suspiré. Todo era muy vago aunque sabía que debía agradecer las migajas de cualquier dato que pudiera encontrar en mi camino. Ignoraba aún la identidad de la
Bestia Rubia
pero por lo menos conocía el nombre del club nocturno que frecuentaba y dónde podría averiguar más datos.

Era, manifiestamente absurdo tratar de identificar a un Teniente naval de nombre Christopher que seguramente debía estar ya navegando.

Interrogué a Ann Yorke, con tacto y firmeza, acerca del
Bird in the Bush
. Insistió, no obstante, en que había ido allí una sola vez y que era poco lo que sabía. Le pareció un lugar típicamente aparatoso y ridículamente caro, con poco que distinguiera de muchos otros y excepto que estaba entonces de moda para el grupo de Bryony.

A Ann le pareció que constaba de una gran sala con pista de baile rodeada de mesas. Había visto también guardarropas y una oficina pero ningún indicio de otra actividad. Admitió saber que muchos de esos clubes tienen departamentos privados para el uso de drogas, para juego y otros pasatiempos ilícitos y afirmó que si el
Bird in the Bush
los tenía no lo sabía ni por referencias.

15

E
NTONCES
jugué mi última carta, no con la seguridad reconfortante del que juega al as de triunfo, sino simplemente creyendo poder ganar una mano. Saqué del bolsillo la breve carta, que, por uno u otro motivo, había guardado allí, quizás porque la letra era sugestiva, la firma poco usual y porque era la única de su clase que había en el escritorio. Le eché una mirada para refrescar mi memoria antes de mostrársela a Ann.

Eran unas pocas líneas escritas con letra peculiar, curiosamente cuadrada y griega, pero evidentemente femenina. El papel era grueso y caro, de color terracota, con el domicilio y el teléfono impresos en plata. Un perfume ligeramente afrodisíaco, que recordaba las compras de Barbary en la Farmacia Francesa, se desprendía aún de la misiva.

99 Shepherd Market, W. l.

Maylai, 09393

Martes 5

Querida.

Fuera de la cuestión; está contra las reglas. Dime cuándo nos encontramos. L. y yo pasaremos a buscarte en seguida. Está pronta.

Con todo amor

X. G.

Ann Yorke me quitó la hoja perfumada, la examinó y me miró interrogativamente. Pude haberme equivocado pero creí ver una nueva luz expresiva en sus ojos, cuando lo hizo. Por lo menos supe que había procedido con inteligencia cuando separé aquella carta de las otras La conversación que sostuvimos a continuación lo confirmó.

—No la había visto —dijo de pronto con su medida y agradable voz—. ¿Estaba entre los otros papeles?

—Sí. La puse en mi bolsillo cuando usted no miraba.

Me pareció importante y creo que usted está por decirme que estaba en lo cierto. ¿Le sugiere algo, verdad?

Ella dudó:

—No estoy muy segura. Aunque resulta curioso que usted la haya elegido. No hay nada en ella, comparada con cualquier otra. —Traté de poner cara de curioso investigador para parecer un gran detective, pero echaba de menos la barba.

—Tal vez haya tenido mis razones —repuse vagamente.

—¿Tales cómo…?

Me vi obligado a emplear un subterfugio.

—Para empezar —dije—, es la única que hay de este tipo, quiero decir la única carta dirigida a Bryony por X. G. (quienquiera que sea) a pesar de que se trataban de
querida
. Y a sé que
querida
no significa nada hoy en día, pero el hecho de ser la única carta me inquietaba. ¿Quiere decir, que era la primera carta que Bryony había recibido de X. G. o si no, que había destruído cuidadosamente todas las otras? y el destruir la correspondencia no parece haber sido el fuerte de Bryony.

Bueno, vayamos a nuestro asunto. ¿Qué puede decirme de esta carta? —Ann Yorke inspeccionó nuevamente la hoja, como buscando inspiración.

—No mucho —confesó—. Naturalmente, sabe usted de quién es.

—Todo lo contrario, no tengo la menor idea. No conozco la letra, la dirección ni las iniciales. Y eso que esas iniciales son curiosas. Conocí a uno o dos hombres que tenían una X entre sus iniciales; X de Xavier, pero ésta parece ser de una mujer.

—Claro, lo es. Sí, es de Xantippe Knox.

—¿Xantippe Knox? —repetí confundido por la homofonía. Pero… entonces sería X. K.

Ann Yorke me miró incrédulamente.

—Pero seguramente ha de saber que lo escribe con G —dijo.

—¿Con G?

—¡Claro!, como gnomo, o gnóstico. Creí que todo el mundo lo sabía.

—¡Xantippe Gnox! —exclamé asombrado—. ¡Xantippe, por Dios! Xantippe y ¡Gnox con G! ¡Increíble! ¡No puedo creerlo! ¡Esa persona no existe!

La incredulidad de Ann no era menor que la mía.

—No me va a decir que no la ha oído nombrar. ¡Nunca oyó nombrar a Xantippe Gnox!… ¡Y usted, que es escritor!

—¿Yo que soy escritor? ¿Qué diablos tiene eso que ver?

—¡Pero no es posible que no haya oído hablar de Xantippe! Dicen que es la más grande poetisa contemporánea.

—¿Poetisa? —bramé—. ¡Oh!, ¿poetisa, no? La más grande poetisa contemporánea. ¡Válgame Dios! ¿Y con qué nombre escribe?

—Pues con el de ella, si es verdaderamente el suyo, como se supone, ¿Parece algo rebuscado verdad? Aunque sus padres se llamaran Gnox (con G) es difícil creer que se hayan permitido bautizar a su hija con el nombre de Xantippe. Sin embargo, a veces hay cosas raras. Yo fui a la escuela con una chica que se llamaba Scholastica Weeril. Fruncí el entrecejo pensativamente.

—Los padres —concedí— son capaces de las mayores enormidades. Cometen a diario infamias inefables con infantes impotentes, en la pila bautismal. Pero es la primera vez que oigo nombrar a esta Xantippe. Nunca la oí nombrar y ocurre que soy aficionado a la poesía, aunque no la escribo, y pertenezco a la Sociedad de Poetas y estoy en contacto con esa gente. Pero nunca oí nada que se parezca a Xantippe Gnox y es un nombre que no puede pasar inadvertido. De todos modos, ¿qué ha escrito?

Ann Yorke atravesó la habitación y fue hasta un estante con libros que había cerca de la cama. De entre una veintena de volúmenes, eligió tres muy delgados, encuadernados en piel de perro, de un repulsivo color pardo oscuro. Me los alcanzó en silencio, y vi que el título del primero era La vela de la Virgen, el del segundo, Los pensamientos no saben silbar y el tercero se titulaba simplemente Cromos.

Una mirada a la página del título bastó para que mis ojos expertos vieran que todas las ediciones habían sido costeadas por la autora y en dos de ellos se leía «circulación privada». Una rápida ojeada a su contenido revelaba un eufemismo futuro e incompetente y su análisis un noventa por ciento de cloaca diluída y un diez por ciento de escepticismo.

Noté con satisfacción que aunque los volúmenes estaban efusivamente dedicados a Bryony, la mayoría de las páginas estaban sin cortar.

Alcé la vista y sorprendí una sonrisa infantil en la atractiva cara de Ann Yorke. Se me ocurrió en ese instante que era extremadamente núbil.

—Bien, bien —dije devolviendo su sonrisa—. Dejemos por ahora de lado la posición precisa de Xantippe en el mundo de las letras y dígame lo que usted sepa de ella como mujer y, en especial, sobre su amistad con Bryony. A propósito, ¿es también amiga suya?

—No, ni siquiera he hablado con ella. En verdad, sólo la vi una vez.

—¿Y cuándo fue eso?

—Bien, la misma noche que fui al
Bird in the Bush
con Bryony y vi al hombre que usted llama la
Bestia Rubia
, Ella -Xantippe- estaba en su grupo, pero al cabo de un rato desapareció.

Bryony me dijo quién era y me preguntó si quería que me presentara. Le dije que sí, pero cuando Bryony quiso hacerla, Xantippe se había ido del club.

—Ya veo —una pequeña llama de satisfacción comenzaba a encenderse en mi interior. Me parecía que una nueva pista surgía ante mí.

—¿Qué edad tiene esa mujer?

—Es difícil decido. Debe estar cerca de los treinta.

—Me la imagino como una criatura, digamos, algo exótica, ¿verdad?

—Creo que exótica es el término exacto. La describe muy bien. Me causó la impresión de que si no tuviera la suerte de ser sumamente bien parecida sería una extravagante. Me refiero a sus ropas, completamente fantásticas. Dice mucho en su favor el hecho, de que pueda vestirse así.

Esa noche, por ejemplo, llevaba pijamas y un velo, y por pijamas no quiero decir pijamas de playa o de casa ni ninguna otra clase de pantalón de los que están de moda, sino pijamas de dormir, de los que se usan para ir a la cama. Eran de color anaranjado brillante con franjas carmesí; una combinación horrible. Sin embargo, a ella le quedaban muy bien. Es muy alta y de cabello oscuro y lo usa muy largo. En esta ocasión lo llevaba recogido en una enorme trenza que colgaba hacia adelante por sobre uno de sus hombros, hasta casi cerca de la cintura. Tenía la cabeza y los hombros envueltos en un velo o túnica de seda color marfil, bastante corto, que dejaba ver la trenza y la parte inferior de la blusa. En verdad, Mr. Poynings, sus ropas eran completamente extravagantes.

A pesar de todo, a ella le quedaban soberbias. Entre nosotros, yo creo que está loca, pero no se lo diga a nadie que la conozca, porque todos la adoran.

—Gracias —murmuré débilmente—. Resulta muy intrigante. ¿Acaso se enteró usted de algún chisme relacionado con su vida privada, sus relaciones con el hombre que llamamos la
Bestia Rubia
, por ejemplo?

—No, no en especial. Pero parecían muy amigos. Tal es mi opinión.

—Ya veo. ¿Qué sabe usted de su amistad con Bryony?

Ann Yorke aceptó uno de mis cigarrillos y lo encendió antes de responder.

—No sé cómo comenzó —dijo por fin—. Debe recordar que hace sólo tres meses que estoy aquí y Bryony y ella se conocían ya desde hace mucho. Xantippe no venía aquí a menudo, que yo sepa, pero Bryony la veía con frecuencia —creo que en fiestas y demás— y siempre hablaba de ella. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que aunque me hablaba con frecuencia de, ella, era poco lo que me decía. Es difícil de explicar, pero Bryony y yo nos «entendíamos», quiero decir, que intuitivamente sabíamos nuestras cosas sin discutirlas. Nunca nos contábamos los detalles, pero yo daba por sentado que Xantippe celebraba la clase de fiestas que divertían a Bryony —concluyó embarazosamente.

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