El caso de la joven alocada (32 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

BOOK: El caso de la joven alocada
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—¿Más aún? —repitió Ann Yorke con un intento muy meritorio de sorpresa inocente—. No entiendo.

—Piénselo y se dará cuenta —dije amablemente, preparándome para partir—. Y a propósito, si se le ocurre algo que le fuera más fácil decirme a mí que a Thrupp, no tiene más que llamarme.

¡Adiós!

—Adiós —dijo Ann Yorke. Y abrió la puerta para que yo saliera.

17

L
LAMÉ
un taxi que pasaba y me dirigí a
Mark Street
, donde Barbary me estaba esperando. Al ver las valijas, mi prima enarcó las cejas, pero refrenó la curiosidad por conocer el contenido.

Con visión digna de alabanza, Barbary abrió una botella de cerveza y, después de beberla, le hice un resumen detallado de cuanto me había ocurrido. Supongo que sería mera coincidencia, pero ni bien terminé mi relato Thrupp llamó desde
Gentlemen’s Rest
y tuve que repetir mi actuación
da capo al finale
, como diría el viejo Beethoven.

Por tratarse de un detective profesional, Thrupp pareció satisfecho de mis esfuerzos de aficionado. Alabó mi estrategia con Ann Yorke, aprobó la confiscación de las cartas y del libro y devoró lo que pude decirle de Xantippe y de la
Bestia Rubia
. Se mostró sumamente interesado por el contenido de la biblioteca de Bryony, y hasta anotó el nombre de los incongruentes volúmenes, dejando escapar una exclamación propia de los policías cuando nombré a Montague Summers.

Cuando le pregunté qué le parecía si le hacía una visita a la Gnox, me contestó que le gustaría, pero que prefería verme antes. Agregó que iba a llegar hasta el centro esa tarde y que vendría a mi piso poco después de la hora del té.

Cuando le pregunté cómo marchaban las cosas por Merrington no se mostró comunicativo y creí entenderle que iba a dejar el asunto en manos del inspector Browning y que él iba a encargarse de la investigación en Londres. Entonces me disparó dos preguntas. Primero: ¿me había dicho a mí Bryony algo que pudiera dar a entender que estaba casada en secreto? Segundo: ¿había tenido oportunidad de examinar el contenido de su cartera?

Mi respuesta fue doblemente negativa. Dije que efectivamente había ella vaciado su bolso en mi presencia en el
King of Sussex
cuando buscaba la carta que echaba de menos, pero que, aunque me había llamado la atención una carterita verde, no llegué a ver lo que contenía. Cuando con mucha finura le pregunté el propósito de sus preguntas, colgó el receptor, con rudeza.

No pasamos un día completamente inactivo aunque pareciese que no había nada que hacer hasta que llegara Thrupp. Almorzamos en un restaurante y después despaché a Barbary para que visitara a unas amigas suyas que se las dan de artistas para ver si descubría algo acerca del papel de Xantippe Gnox en el mundillo literario, y, en lo posible, de su personalidad. Mientras tanto, yo, hice una arriesgada visita a
Charles Street
, a la residencia de Raffaela, Condesa de Chalke, que en mis días mozos tenía la fama de ser la mujer más perversa de Europa.

La encontré gorda y cuarentona, pero todavía bastante lozana. Aunque nunca intimamos y habían pasado más de doce años desde que la tratara, me reconoció en seguida y pareció alegrarse de verme. El rey Salomón ese monarca esclavo de su mujer, hubiera dado el visto bueno a Raffaela, por más de un motivo.

Cualesquiera fueran sus defectos, era la imagen de la discreción. Después de los saludos y de un poco de charla intencionada le hice un par de preguntas. Las contestó sin rodeos, con dos respuestas inocentes, sin demostrar la menor curiosidad por el motivo de las mismas.

Nunca había oído hablar del
Saxon Club
. Sin embargo conocía el
Bird in the Bush
; en verdad; había cenado allí varias veces, pero a ella le parecía muy feo. En cambio había un lugar en Bun Street
Chez ma tante

Después de varias preguntas llegué a la conclusión de que Raffaela, Condesa de Chalke, había oído nombrar a la Gnox, pero no la conocía. En cuanto a «Bestias Rubias», Londres estaba plagado de ellas, aunque, según dijo, el grado de bestialidad y de rubicundez había degenerado comparado con el de nuestros días. De todas maneras, no pudo identificar al espécimen que yo buscaba. Me prometió «mirar» y «escuchar» y que «me haría saber cualquier cosa». No aludí para nada al asesinato de Bryony. Aunque estuve tentado, no mencioné tampoco la muerte prematura de la encantadora debutante, Miss Iseult Cork, que había sido una de las protegidas de Raffaela un año atrás. En cambio, distraje su atención comentando un sabroso divorcio, entonces sobre el tapete, y las teorías del sapo Blum sobre el amor libre.

Su señoría me pidió entonces tres libras y quince peniques, hasta fin de mes, y me retiré transpirando.

Barbary no había regresado cuando llegué a
Mark Street
. Abrí la valija y pasé otra hora transpirando mientras examinaba la correspondencia íntima de la pobre Bryony. Fue una tarea desagradable. Por más que me esforcé, no conseguí descubrir nada, que pudiera tener relación con el caso.

18

C
ONTRA
lo esperado, Thrupp llegó antes que mi prima. Había vuelto a guardar todo en la valija y trataba de hacer algo útil preparando las cosas para el té cuando vi aparecer su gran auto negro, que poco, después se detenía frente de la casa.

Thrupp parecía fatigado. Calenté la pava, abrí una lata de bizcochos, y tomamos el té. Como todos los detectives, los de las novelas y los de la vida real, Thrupp tiene la facultad de tragar el té hirviendo y ya había bebido dos tazas antes de que yo empezara.

Palpó el bolsillo de su saco y sacó de allí un objeto pequeño que reconocí como el monedero de Bryony.

Era, como todos sus avíos, a la vez sencillo y costoso, una bolsita simple de cuero verde oscuro con un cierre relámpago dorado. Thrupp la abrió y eligió entre su contenido un estuche pequeño de gamuza negra con un broche de presión rojo.

—Échale una ojeada —dijo Thrupp—, y dime qué opinas.

Abrí el estuche y confirmé mi primera impresión. Contenía un anillo. Era una argolla de platino, muy delicada, delgada y muy bien terminada. Tenía un aspecto muy fino, difícil de describir.

—Un anillo de compromiso —diagnostiqué con ligereza, mientras sostenía el adorno en la palma de la mano—. De ahí deriva, sin duda, la pregunta que me hiciste por teléfono. Bien, no hay duda de que es un anillo de compromiso y con toda seguridad no lo compraron en Wol worth. Es bueno.

Pero, querido Thrupp, no te lo tomes muy a pecho.

—Eso depende de lo que quieras decir —respondió.

—Quiero decir que no hay que dar mucha importancia al hecho de que Bryony tuviera ese anillo ni que eso pruebe que estuviera casada en secreto.
Non sequitur
, amigo,
non sequitur
. Vivimos en un mundo perverso. Los fines de semana son un vicio de moda. El hotelero británico, en general, retiene el antiguo prejuicio de las apariencias. Aunque no estoy enterado, me imagino que el anillo de compromiso debe ser tan indispensable entre las chucherías de algunas esferas como el lápiz de labios o el polvo compacto. Y Bryony…

—Siento notar —interrumpió fríamente Thrupp— que no abandonaste tu pedantería junto con la barba. Yo también tengo algún vestigio de materia gris y ya había llegado a esas conclusiones por mi cuenta. Tal vez quieras ejercitar alguna de tus otras facultades, la de la visión, por ejemplo. Observa el interior del anillo.

Así lo hice, algo picado, porque no se me había ocurrido antes. Tengo muy buena vista y en seguida noté unas inscripciones minúsculas además de los consabidos signos de los joyeros. Al pronto no pude descifrarlos. A la manera de Holmes y de Thorndyke, Thrupp había sacado ya una lupa que me pasó en silencio. Con ayuda de ésta pude leer todo cuanto decía. Aparte de las consabidas marcas, había solamente cuatro letras griegas, grabadas en lo que podrían llamarse los puntos cardinales de un círculo, vale decir en uno de los extremos estaba la letra sigma, equivalente a nuestra S; a noventa grados la letra nu, o N; en sentido opuesto a la letra sigma la letra alpha, nuestra A, y frente a la letra nu se veía la letra Xi o X. De esta manera:

ς

Γ ξ

α

Mi pulso se aceleró cuando comprendí el posible significado del hallazgo. Pero rehusé reconocerlo. Observé al azar:

—Si se introdujera un pequeño cambio en las letras y se agregara la letra omicrón u o, uno podría relacionar este anillo con el
Saxon Club
, ¿no?

—Se podría —dijo Thrupp, esbozando una sonrisa—. La verdad es que ya pensé en eso y se me ocurrió que posiblemente el círculo del anillo suplantase a omicrón u o y que las letras inscriptas no debían leerse siguiendo la dirección del reloj, sino en cruz. Reemplazándolas por las letras equivalentes de nuestro idioma tenemos S-A-X-N, y la O que falta sería el mismo anillo. Lo que no entiendo por ahora es por qué se usaron letras griegas, a menos que fuera para hacerlo más misterioso. Un subterfugio pobre porque hay miles de personas en este país que conocen el alfabeto griego, aunque no sepan una palabra del idioma. ¡Hasta los ignorantes como yo! Pero hablando en serio, Roger, quisiera saber si te parece una solución demasiado antojadiza, teniendo en cuenta los descubrimientos que hizo Barbary anoche.

—Francamente, no creo que lo sea —contesté—. Por otra parte, sería mucha coincidencia, ¿no es cierto?

—Estoy en completo acuerdo. Hablando de todo un poco, por lo que me dijiste por teléfono esta mañana, deduzco que no le pudiste sacar nada referente al club a Ann Yorke.

—Absolutamente nada. Se me ocurrió que no sería de buena política hacerle preguntas directas sobre el asunto. Algo me dice que no conviene hacerle creer que conocemos a Barbary. A pesar de todo, estuve muy cerca del tema gracias a la frase «contra las reglas» de la carta de la Gnox. Tuve una idea muy plausible al inferir la existencia de un club o sociedad que interesaba por igual a Bryony y a la Gnox, y no di motivo para que Miss Yorke sospechara que lo sabía. Le ofrecí oportunidad para que hablara si se sentía dispuesta a hacerla. Pero, desgraciadamente, no mordió…

Pasaron algunos minutos antes de que volviéramos a hablar. Luego, Thrupp dijo, pensativo:

—Hay otro punto oscuro acerca de este anillo, Roger.

Tú crees que es un anillo de compromiso, ¿verdad?

—Claro.

—Yo también. Sin embargo, lo curioso es que no se adapta al dedo de Bryony. Decididamente, es demasiado grande y se le hubiera caído si hubiese intentado usado. El razonamiento de Thrupp no podía ser más acabado.

—Entonces, tal vez no le perteneciera —aventuré.

—Lo habría comprado otra persona, o algo por el estilo.

—O algo por el estilo —regañó Thrupp—. Lo notable es que el anillo le queda bien en el dedo mayor, pero no conocí ninguna mujer que usara el anillo de compromiso en ese dedo. ¿Y tú?

—Tampoco. Y además, pensándolo mejor, es muy probable que cualquier anillo femenino le quede bien, en alguno de los dedos, a cualquier otra mujer. Las manos de Bryony eran pequeñas y es perfectamente concebible que un anillo que le quedara bien en d dedo mayor sirviera a muchas mujeres en el anular. Todas éstas no son más que conjeturas, claro está, pero tus ideas también lo son.

—Querido amigo —dijo Thrupp riendo, todo este maldito caso no es más que una red de conjeturas. Los hechos, esas cosas sólidas y admirables, que según mi Superintendente deben ser los cimientos de toda buena pesquisa, brillan por su ausencia. En verdad, tenemos sólo un hecho incontrovertible, que nos pertenece.

—¿Y es?

—Que asesinaron a Bryony. Todas nuestras ideas vagas referentes a clubes secretos y las cosas que allí se hacen, no son más que conjeturas. Esto no quiere decir que no puedan ser exactas. Es más creo que lo son, pero, a pesar de ello, son conjeturas…

Yo protesté:

—No creo que se te haya escapado el hecho de que a este anillo se le puede seguir la pista.

—La posibilidad se me había ocurrido, si a eso te refieres.

—¡Maldita, posibilidad! Yo la llamaría certeza. Ese anillo es de platino macizo, Thrupp, y ha costado mucho dinero. Un anillo como éste no se hace como los chorizos, ¿sabes? Sencillo como es, trasluce la habilidad del artífice, y apuesto a que no tendremos dificultad en dar con la firma que lo vendió. Si después los sabuesos de la
Yard
no son capaces de trazar su historia desde el joyero hasta, el dedo, de la dama, me sentiría decepcionado.

—Comprendo, señor —dijo Thrupp sonriendo.

En ese momento se abrió la puerta y apareció Barbary.

19

S
E LA
veía fatigada, los brazos caídos con abandono y las piernas más largas que nunca, pero traía color en las mejillas y luz de triunfo en los ojos.

—Siento haberme retrasado —dijo, mientras me revolvía el cabello con sus manos y saludaba amistosamente a Thrupp—, pero no pude irme antes. Ya tomé té, gracias. Pues bien, averigüé lo que querían saber. Se llama Luke.

—¿Quién se llama Luke? —preguntó Thrupp, intrigado.

—Presumo que será la
Bestia Rubia
—agregué.

—¿Luke qué, Barbary?

—Luke y nada más —contestó dejándose caer en una silla—. Luke a secas. Si tiene otro nombre nadie parece saberlo.

—Pero…

—Pertenece a un mundo en que los nombres a solas están tan de moda que son casi de rigueur —prosiguió mi prima sin querer darse cuenta de los esfuerzos que hacía yo por interrumpida—. Un mundo de entretenimiento y diversión, para ser más precisa, el mundo de los directores y cantores de orquesta y dueños de restaurantes. Según tengo entendido, Luke es un hombre múltiple y tiene más de una especialidad. No sólo es dueño de un cabaret, sino que canta en el espectáculo que ofrece y los rumores dicen que es también dueño de por lo menos dos orquestas de jazz.

—¿A que el nombre del cabaret es
The Bird in the Bush
? —preguntó Thrupp.

Barbary sacudió sus rizos oscuros. Siento desilusionarlo, pero no acertó. Es un sitio que nunca oí nombrar. Está en Bun Street y se llama
Chez ma tante

—¿Cómo? —exclamé enderezándome repentinamente—. Aclaremos esto. ¿Quieres decir que nuestra querida
Bestia Rubia
, cuyo nombre es Luke, es el dueño de
Chez ma Tante
de
Bun Street
?

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