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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (41 page)

BOOK: El caso de la joven alocada
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Pero era éste un casamiento de libertinos y no podía durar. Por lo que colijo, en cuanto Van Huysen llegó a los Estados Unidos pocos meses después, compró el divorcio más rápido y seguro que encontró en plaza. Athene se encontró en posesión del nombre respetable de Van Huysen, hecho consolador por cierto, un conocimiento idiomático del lenguaje inglés, y libertad de acción para dedicarse a las formas más esotéricas del placer, tendencia que había heredado, posiblemente, de las bacantes Ménade y Thyade, sus antepasadas naxianas, y que había fomentado durante su breve aunque ventajosa asociación con el acaudalado, imaginativo y vicioso Laurie Van Huysen. Con belleza, dinero y temperamento, Athene tuvo poca dificultad en llevar la clase de vida que le gustaba, pero se conocen pocas de sus aventuras hasta que reaparece como discípula favorita e inseparable compañera de Oriel Ostrich Organ, cuyos poemas terriblemente decadentes hacían furor en ciertos círculos para ese entonces. No hay dudas de que las dos mujeres se llevaban muy bien; que, por ejemplo, el material para el último trabajo de Oriel, El polvo de Día, fue suplido por Athene. Por su parte, Athene aprendió de Oriel a escribir versos modernos de gusto dudoso, material sin valor, en realidad, pero no sin atracción gracias a su velada sensualidad y sugestión.

Examinados por una mente adulta, con espíritu de crítica, fracasan miserablemente, como versos o como pornografía, pero uno alcanza a adivinar vagamente el entusiasmo que pueden evocar entre los precoces adolescentes de Mayfair y de Bloomsbury.

Parece razonable suponer que si Oriel Ostrich Organ fue responsable de revivir los misterios naxianos en Riverside, Athene Van Huysen proveyó la inspiración original y la dirección técnica del ritual practicado por el culto.

Después se sucedieron el, escándalo, el allanamiento, el suicidio de Oriel y la fuga de Athene. Adónde fue o que ocurrió durante los meses que siguieron puede ser solamente tema de especulación. Todo hace conjeturar que ella debe de haber pensado llevar consigo todo el activo del culto de Riverside, y como las diversiones del templo estaban sólo al alcance de los pudientes, los fondos deben haber sido considerables. Sea como fuere, poco menos de un año después de la desaparición de Athene Van Huysen de Nueva York, Xantippe Gnox apareció en Londres, donde los adolescentes precoces no tardaron en aclamarla como «la más grande poetisa contemporánea».

Fue para ese entonces cuando Xantippe empezó a interesarse por su padre, por primera vez en la vida. A través de su peregrinaje había llevado consigo los papeles que su madre le había confiado al morir, y aunque no era su propósito cargar con un padre posiblemente oficioso, algo, le urgía a buscarlo por si pudiera capitalizarse el parentesco. Si (podía haber argumentado) Maurice Hurst era un joven oficial del ejército hacía veinte años, era de presumir que ahora sería un oficial de alta graduación con emolumentos sustanciosos. Nunca había contribuído para mantener a Athene ni a su madre, pero eso no quería decir que no pudiera contribuir a mantener a Xantippe Gnox. De todos modos, era muy probable que fuese casado y que tuviera otros hijos, así que había posibilidades de que prefiriese hacer un adelanto a arriesgar la historia de las indiscreciones de su juventud. De todas maneras, valía la pena hacer la prueba. A Xantippe no le hacía falta dinero, pero ella argumentaba con mucho tino que el dinero es una cosa que nunca está de más. Además, ya se había hecho el plan de volver a crear la antigua Naxos en el moderno Londres y sabía, por su experiencia de Nueva York, que estas cosas necesitan de un gran despliegue inicial aunque rindan después su fruto.

Caro está, Maurice Hurst no fue difícil de localizar. Xantippe utilizó los servicios de un detective privado que en pocas semanas pudo darle cuentas de sus carreras, militar y doméstica, desde que había dejado a Ariadna en Naxos. A Xantippe le interesó menos su carrera militar que el hecho de que contando a Ariadna como su primera mujer, acababa de casarse por tercera vez.

Supo de su infortunado casamiento con la pobre Lulú, del nacimiento y las actuales andanzas de Bryony, de la muerte de Lulú y de su nuevo casamiento con María Wilde, la adinerada divorciada de un hermano de armas.

Xantippe dio dos pasos, a raíz de esta información. Primero, tomó la estratégica precaución de vincularse con Bryony y, sin insinuar el menor indicio de su parentesco, cercó de amistad y de halago a su atractiva medio-hermana.

Después escribió a su padre, dándole detalles para autenticar su identidad y le mandó a modo de prueba concluyente una de las cartas que escribiera a su madre. Evitando todo cuanto pudiera parecer chantaje, se las arregló para dar impresión de que no se opondría a aceptar ayuda monetaria, y por medio de una inteligente yuxtaposición consiguió sugerir que una negativa podría dar lugar a un cierto grado de publicidad. No había amenazas en lo que escribió. Simplemente dijo haber conocido a su hermana, Bryony, a la que, hasta entonces, no le había revelado su parentesco. «No sé si hacerlo o no»; escribió ingeniosamente. «Parece falta de confianza el no hacerlo, y, sin embargo no quiero confundir a la chica haciéndole saber que en realidad usted nunca estuvo casado con su madre, puesto que la mía aun vivía. Todo esto es un poco complicado, ¿verdad? De todos modos, no haré nada hasta recibir su respuesta.»

11

E
RA UNA
carta ingeniosa y con cualquier otra que no fuera Maurice Hurst hubiera, probablemente, surtido efecto. Pero él paró el golpe con destreza. No negó su paternidad, pero sostuvo que la madre de Xantippe era la única culpable de lo ocurrido. Declaró, sin faltar a la verdad, que él había querido que se le uniera en la India como su mujer legal, pero que ella se negó a hacerlo y que además al no contestar sus cartas había dado lo que la ley considera motivos motivos fundados de divorcio. En cuanto a Bryony, era el fruto de una unión cuya sola memoria le resultaba desagradable. Lulú, que a pesar de todas sus faltas y pecados se había mantenido fiel a las doctrinas del catolicismo, se había negado rotundamente al divorcio, actitud que, claro está, lo había enfurecido, sobre todo porque sabía, aunque no se animaba a revelarlo, que era bígamo. De modo que el divorcio era en verdad innecesario. Le importaba un bledo de Bryony, puesto que los abuelos consentían en hacerse cargo de ella. Por otra parte, no deseaba que Bryony supiera mucho de su pasado, no porque le importara en lo más mínimo lo que pensara de él, sino porque la bigamia es una ofensa criminal y temía lo que pudiera ocurrirle si Xantippe compartía el secreto con su media hermana.

De modo que contemporizó. A pesar de que rehusó comprometerse por escrito, dejó una puerta abierta al sugerir, muy razonablemente, que eso no debía tratarse por correspondencia, y que era mejor dejarlo para cuando fuera a Inglaterra con goce de licencia, dentro de dos años más o menos. Entonces tendría mucho gusto en conocer a su hija mayor, y no tenía la menor duda de que todo se arreglaría de modo amigable. Mientras tanto, insinuaba que resultaría de beneficio mutuo no decir nada a Bryony.

Sorpresivamente, pero para su gran alivio, Xantippe accedió. Acaso también a ella le pareció mejor tratar esos asuntos delicados personalmente y no por correspondencia; de todas maneras no estaba necesitada de dinero. Aun cuando el levantamiento de unas tribus en la frontera aplazó la licencia de su padre, aceptó la demora sin vacilaciones. Tenía la sartén por el mango, y lo sabía. Por otra parte (creo) la organización del
Naxos Club
en Londres absorbía sus energías y toda su atención.

No muchos años después (supongo que dos antes del comienzo de esta historia), Marion Hurst murió mordida por una serpiente en Meerut, y Hurst se encontró viudo por tercera vez. El hecho no lo deprimió demasiado. Los encantos de Marion ya se desvanecían y además dejaba una fortuna considerable. Le resultó fácil consolarse de la pérdida y por fin zarpó para Inglaterra. En ese viaje encontró una atractiva y complaciente damita para quien resultó más atrayente la apostura madura de Hurst que la fidelidad para con el marido subalterno que dejaba en la India: Era esta damita la que vivía en Llanflwech cuando asesinaron a Bryony. Su nombre no viene al caso. No la deshonremos…

Cuando desembarcaron, creyeron conveniente que la damita hiciera una visita de cumplido a sus parientes antes de aceptar la invitación de la inevitable (pero imaginaria) «ex compañera de escuela» para que pasara unos días con «ella» en Llanflwech. Mientras tanto, Hurst aprovechaba la oportunidad para conocer a Xantippe, como había prometido.

Se me ocurre que el encuentro de padre e hija debe de haber sido áspero y mordaz. Los sentimientos de Hurst debieron ser fuertes si uno los analiza como los del hombre que en un momento de su irreflexiva juventud deja caer una semilla en la tierra y luego la olvida, hasta que treinta años después vuelve al lugar y encuentra un gran castaño capaz de cobijar bajo su copa la forja de una aldea.

Tal vez resulte más difícil, pero no menos interesante, imaginar las reacciones del árbol durante el encuentro. Había, claro, algo más que afinidad biológica entre Maurice Hurst y Xantippe Gnox; había afinidad psicológica, y nació un entendimiento mutuo y tácito que sirvió para convertirlos de enemigos en potencia, en algo así como amigos que se miran con envidia pero con algo de admiración. Hurst era un mal hombre, Xantippe una mala mujer; ambos eran cínicos. En el verdadero sentido de la palabra se tenían poco cariño; sin embargo, como eran pájaros del mismo plumaje, se sentían cómodos en compañía. La cuestión es que Hurst aceptó gustoso el ofrecimiento de una habitación en casa de su hija para que le sirviera como cuartel durante la licencia. Eso satisfizo a ambas partes.

Xantippe no tenía necesidad inmediata de dinero; su aventura «naxiana» florecía y estaba premiando abundantemente sus desvelos. Desde hacía algún tiempo, se le había asociado un tal Luke; le había propuesto unir sus negocios, proposición que aceptó por encontrada conveniente y lucrativa. A Xantippe le agradaba ser rica, pero era una joven que veía más allá y pensaba que la seguridad de los años por venir era más importante que amontonar riquezas en el presente.

Posiblemente influyera en ella la conjetura, completamente acertada, de que su padre difícilmente sobreviviría más de unos pocos años, por los estragos del amor y de la India. De todos modos, sus proposiciones fueron con vistas al futuro y no demasiado duras. La cláusula principal estipulaba que Hurst debía hacer testamento legándole las siete octavas partes de sus bienes; lo restante se arrojaba como una dádiva a Bryony, la hija de su casamiento ilegal: un acto de gracia algo insolente de la cínica Xantippe.

Como testimonio inmediato de restitución, Hurst debió comprar un paquete de dieciocho cartas de amor escritas en su juventud a la madre de Xantippe por una suma que Xantippe describió como "la suma puramente nominal de 100 libras esterlinas la pieza". Descubrimos después que en esta última transacción había estafa, porque se encontraron dos cartas que ella no había tenido interés en recordarle, escondidas entre sus papeles y destinadas sin duda a servir de base a cualquier futura emergencia.

Pero Xantippe no era el único miembro de la familia que sabía hacer trampas. Cuando Maurice Hurst llegó a este punto de su relato, Thrupp lo detuvo.

—Aclaremos un asunto antes de proseguir —intervino el detective—. Creo que debe saber, Coronel Hurst, que lo que acaba de declarar no coincide con lo que ya conocemos. No acostumbro a tender trampas a los testigos, y por consiguiente creo que debo decirle que descubrimos un tender trampas a los testigos, y por consiguiente creo que debo decirle que descubrimos un testamento en su habitación de
Shepherd Market
similar al descripto por usted, pero con los términos invertidos: siete octavas partes para Bryony Hurst y el resto para Xantippe Gnox. Esto no concuerda con…

—¡Ah! —interrumpió Hurst, con un brillo malicioso en su mirada—. Veo que es usted inteligente, Inspector Principal. De todos modos, estaba por aclarar eso. Hice dos testamentos, en dos días consecutivos, usando para el caso dos firmas de procuradores distintos. Por el primero accedía a las condiciones que exigía mi hija. Ése está en su poder, posiblemente en el banco. El que usted encontró es el segundo, fechado veinticuatro horas después y que revoca al primero. Cómo pude haber sido tan descuidado como para dejarlo en ese cajón es lo que no puedo imaginar. Tenía toda la intención de depositarlo en mi banco, pero me alejé de Londres a prisa y lo olvidé. Espero que mi hija no lo haya descubierto y…

—¿Pretende decir que traicionó deliberadamente a Xantippe? —preguntó Thrupp con voz fría y precisa.

Hurst se encogió de hombros.

—¿Por qué no? —dijo—. De acuerdo con mi modo de pensar era lo que correspondía. Sus condiciones eran chantaje del principio al fin y no considero que sea necesario seguir leyes de honestidad al tratar con una chantajista. Si fue lo suficientemente tonta para no darse cuenta del único punto flojo de su plan, ¿por qué no iba yo a sacar ventajas? O, para ser más exacto, ¿por qué no había de beneficiarse mi otra hija de la torpeza de su media hermana?

—Ya veo —dijo Thrupp secamente.

—Después de todo, Bryony nunca me había molestado.

No me importaba nada de ella, tal vez, por lo poco que la había tratado, pero por lo menos nunca me había pedido dinero. En verdad, siempre admiré en ella su espíritu de independencia.

Sentí en las circunstancias que era justo, una especie de justicia poética, si queréis, que su independencia mereciera un premio a expensas de su mercenaria media hermana. Tal vez un purista encuentre mi ética defectuosa, pero de todos modos no hay ley que me prohíba disponer de mi dinero como crea conveniente.

Thrupp no lo escuchaba. El descubrimiento de los dos testamentos parecía dar otro aspecto al caso en total. Su mente metódica ordenó los hechos dándoles un giro nuevo y sugestivo.

Primero, se había hecho un testamento dejando la mayor parte de la fortuna de Maurice Hurst a Xantippe Gnox con sólo una parte para Bryony. Segundo, se había hecho otro testamento invirtiendo los términos del primero. Tercero, Hurst había dejado por descuido el segundo testamento en un cajón en casa de Xantippe, escondido, claro está, pero eso no daba seguridad alguna.

Cuarto, Bryony Hurst había sido asesinada…

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