El caso de la joven alocada (43 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

BOOK: El caso de la joven alocada
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—Mi querido Inspector —balbuceó Hurst, con un gesto de cínica diversión en su rostro—, verdaderamente usted asombra con su lógica y erudición. Creo que está perdiendo el tiempo en la Yard.

—En absoluto —resumió Thrupp con aspereza—. Es probable que se asombre usted más cuando se aclare el caso, Coronel Hurst; y por cierto que no ha de ser el único sorprendido. Perdóneme un momento. Oigo el teléfono…

El que llamaba era el Comisario Principal Comandante Jayne, que quería saber cómo marchaba la investigación; Thrupp creía que tendría informes que dar. Con una renovada sensación de confianza en sí mismo, Thrupp se aventuró a replicar que tendría novedades a las tres de la tarde, hora en que se reuniría con los representantes de la policía local. Negándose con gentileza a proporcionar mayor información, cortó la comunicación y fue al encuentro de Barbary, que buscaba distracción en las labores domésticas.

—Dígame, ¿cómo reaccionaría el Cura Párroco si me llegara hasta el monasterio y le pidiera una entrevista? —preguntó—. ¿Me recibiría y conseguiría hablar con él a esta hora del día?

—No me sorprendería si lo hicieran —contestó ella—. Y por otro lado, no creo que sea mala hora. ¿Por qué? ¿Está usted cerca de la solución?

—Muy cerca ahora; querida. Es decir, para mí está ya resuelto. Pero debo convencer a otros de que estoy en lo cierto. En realidad no Se trata tanto de probar el caso, sino de demostrar que tengo un caso que probar. Cuando lo haya demostrado, otros podrán probarlo.

Mi prima asintió comprensivamente.

—Ya veo —dijo—. Yo estoy de acuerdo con usted.

Por lo general me agradan los cuentos policiales y me encanta ver todos los detalles debidamente aclarados, enumerados y prolijamente archivados, pero no puedo considerar esto como una novela de detectives. Es demasiado allegado e íntimo. ¡Al diablo con los detalles! Lo que quiero es conocer la solución en general, la causa de los hechos, si logro explicarme. ¿Cree usted conocerla?

—Sé que sí.

—¿Y es lo que pensábamos Roger y yo?

—Sí. No hay sorpresas para nosotros. Para otros habrá demasiadas, tantas que rayan en lo increíble. Por eso quiero el apoyo del Padre Prior para cuando enfrente a la gente de la policía.

Iré a verlo y trataré de convencerlo para que venga esta tarde. ¿Ha visto usted a Browning?

—No. Pero el Sargento Haste está en el comedor.

—Él me servirá. Quiero que alguien vigile al galante Coronel mientras dure mi ausencia. Y no es que crea que pretenda escapar ni que se perdería mucho en tal caso. Hasta luego, Barbary.

—Hasta luego —dijo mi prima—. Almorzamos a la una.

13

C
ON EXCEPCIÓN
de mi ausencia y la del Dr. Houghligan, la conferencia que se reunió esa tarde tenía idéntica composición que la que se había reunido pocas horas después del crimen de Bryony.

Hasta el perro Smith había vencido su muy comprensible antipatía hacia
Gentlemen’s Rest
para venir desde el monasterio acompañando al Padre Párroco. Había sin embargo una mirada desconfiada en sus ojos, comparable solamente a la del magro Superintendente Bede mientras examinaba con detención a sus rivales metropolitanos, alerta y siempre pronto para asirse de cualquier situación sin fundamento que pudiera surgir.

Como la vez anterior, abrió el procedimiento con unas pocas palabras escuetas el Comandante Poyne, de mejillas atomatadas. Él entendía que el Inspector Principal Thrupp estaba ahora en situación de aclarar el crimen de Bryony Hurst. Le parecía muy meritorio que
Scotland Yard
hubiese desenmarañado un caso terriblemente complicado en tan poco tiempo. Tal vez fuera conveniente que el Inspector Principal hiciera su exposición sin más demora. Thrupp comenzó cautelosamente pesando sus palabras con escrupulosidad. Su obligación era corregir cualquier impresión equivocada que pudiera haber trascendido de que el caso estuviera ya disecado, analizado y rotulado con exactitud.

—Lejos de ello, —continuó plácidamente alisando su libreta de apuntes sobre la mesa—. Hay todavía mucho que hacer para poder presentar el caso prolijamente detallado ante el jurado, pero ese trabajo es cuestión de rutina y puede encomendarse a mis propios ayudantes de Londres y al Superintendente Bede, y a la policía local en lo que se refiere a lo ocurrido aquí. Si recuerda lo que dije en nuestra primera reunión se acordará que yo manifesté mi impresión de que el caso incluía un problema mayor: ¿Por qué asesinaron a Bryony Hurst?, y un número de problemas menores agregados a la otra pregunta: ¿Cómo la asesinaron? En otras palabras, el motivo del crimen y su mecanismo. Recordarán, también, que di una explicación sumaria de la mecánica inmediata del crimen, quiero decir, del modo en que sacaron a la desafortunada joven de esta casa y la mataron en los Downs. No tuve la pretensión de que se trataba de una explicación completa y de todos modos, esta parte del asunto tuvo nuevas complicaciones por el asesinato de un muchacho
pathan
, Khushdil Khan, y por el atentado contra Roger Poynings. Quisiera aclarar que esta tarde no os voy a dar más detalles del mecanismo de ninguno de estos crímenes. Lo que os voy a ofrecer es para mí mucho más importante: una explicación completa y satisfactoria del motivo que llevó a estos hechos trágicos. Como me recordó Miss Poynings esta mañana, no se trata de una novela de detectives. No somos personajes de ficción en el último capítulo de una novela del Club de Crímenes.

Nuestra misión no es armar un rompecabezas, ni confeccionar elaborados horarios para demostrar dónde estaban los personajes a la hora del crimen. Estas cosas se harán después porque los jurados, con toda razón, necesitan aclarar todo antes de formar juicio. Pero creo que estaréis conmigo en que el motivo que inspiró el crimen era de importancia mucho mayor que el mecanismo.

En algunos casos de asesinato, el motivo es tan obvio que todo el interés converge en la identidad del asesino y en la técnica que usó. Pero en este caso el gran misterio fue desde el principio por qué una joven deliciosa y encantadora como Bryony Hurst fue brutalmente muerta y no cómo ocurrió ni quiénes lo hicieron. Espero que comprendan mi punto de vista. –Concluyó Thrupp, dirigiéndose al Comisario Principal.

—Perfectamente —asintió este último—. Dénos la idea general, Thrupp. Bede y su gente pueden aclarar los detalles.

El saturnino Superintendente gruñó con una mirada de suficiencia en los ojos.

—La
Yard
se lleva todo el mérito y deja el trabajo más desagradable para los otros. El Jurado tal vez quiera saber quién mató a la joven, señor —opinó con gran sarcasmo.

Thrupp asintió alegremente.

—¡Qué criterios tan poco razonables! —agregó—. No obstante, creo que la contestación surgirá de lo que ahora voy a deciros. Así que prosigamos y consideremos el motivo. Sin ir más lejos encuentro ya el primer obstáculo. No me refiero a que haya la menor duda en cuanto a la exactitud de mis conclusiones, pero debo advertiros de antemano que estoy preparado para que os riáis de mí o no me creáis. Hasta mi propio ayudante, el Inspector Browning, se muestra en desacuerdo y cree que estoy algo loco. ¿Verdad, Browning?

El Inspector de cara de zorro sonrió amablemente y se sonrojó.

—Bueno, no creo que haya llegado a tanto, señor. Thrupp dejó escapar una carcajada.

—Sus labios demasiado sinceros no conocen la diplomacia, Browning —dijo—. De todas maneras yo creo que estoy en lo cierto. Admito que hubiera preferido una teoría más corriente y menos fantástica, pero no se trata de elegir. Como detective de la Yard, no siempre estoy de acuerdo con Sherlock Holmes, pero debo admitir la incontrovertible lógica de su sentencia que manda eliminar lo imposible y aceptar lo que quede, por improbable que parezca.

—Eso es perfectamente lógico, mi querido Thrupp y le prometo no reírme de su teoría si llega a su conclusión por ese proceso —observó el Comandante Jayne.

Thrupp sonrió esbozadamente.

—Puede que sea usted demasiado gentil para reírse, pero, seguramente, no ha de dar crédito a mis ideas. No obstante, aquí van. Hablando con toda seriedad, señor, tengo sobradas razones para creer que la causa de este crimen y probablemente la de varias otras muertes, puede expresarse en una palabra: satanismo.

14

—¡Q

! —Las mejillas púrpura y los ojos salientes del Comisario Principal hubieran causado risa en cualquier otra circunstancia.

—¿Cómo? —La cara cadavérica del Superintendente Bede registraba una expresión significativa, mezcla de duda y confusión. Barbary y los otros hombres de la Yard, que ya sabían la verdad, no pudieron evitar un ligero sobresalto cuando Thrupp se pronunció. El Padre Prior no habló ni se movió, pero sus labios y sus ojos eran elocuentes en su inmovilidad.

—¿Satanismo? —ladró el Comisario Principal con incredulidad—. ¿Satanismo? ¿Qué quiere usted decir, hombre? ¿El culto del Diablo y todas sus tonterías…?

—Temo que eso sea justamente a lo que me refiero, señor —replicó Thrupp—. Pero debo hacer la aclaración de que por el momento no sé si se trata de satanismo verdadero o simplemente de un pretexto para usar los ritos tradicionales del satanismo como pantalla para ocultar otros hechos.

Me inclino a suponer que hay algo de las dos cosas.

Si yo hubiera estado presente, tal vez hubiera empezado a comprender lo que quería decir.

Pero sus palabras eran demasiado complicadas para el sencillo y llano comisario Principal.

—¡Qué me cuelguen si lo entiendo! —explotó—. Primero dice usted que se trata del culto del Diablo, y después manifiesta no estar seguro de si es en verdad eso o un simple pretexto para alguna otra cosa. ¿Qué otra cosa, en nombre de Dios? ¿Por qué ha de simular alguien adorar al Diablo, al Diablo (¡Dios mío!) si en verdad no lo siente así?

—Se ve muy claro, señor, que no conoce usted el asunto —dijo Thrupp—. Por otra parte es muy poca la gente que lo conoce, de modo que voy a explicarlo. Y espero que Miss Poynings me perdone si digo dos o tres… bueno…

—Leí a Montague Summers —dijo mi prima tranquilamente— y usted sabe que Roger y yo ya habíamos adivinado todo, la noche en que asesinaron a Bryony. Thrupp asintió.

—Bien. Para que me sirva de apoyo, he pedido al Padre Párroco que asista a esta conferencia y diga unas pocas palabras sobre el tema desde… un… bien, desde un punto de vista profesional.

Ustedes recordarán que le había pedido que concurriera a nuestra previa reunión, exactamente con el mismo objeto, aunque a último momento cambié de opinión y decidí mantener todo en secreto hasta estar más seguro de que mis conjeturas tenían fundamento. Ahora estoy seguro, así que espero que oigan al Padre Prior en lo que tenga que decir. Pues han de saber que no sólo tiene reputación de hombre bueno, sino también de hombre culto. Es doctor por partida doble (de Teología y de Filosofía) y un teólogo de gran reputación. Así que aunque no crean en mi palabra, espero que le crean a él.

El Comandante Jayne parecía a punto de sufrir un ataque de apoplejía, pero no agregó nada.

—Bien, señor —prosiguió Thrupp imperturbable—. Para resumir, creo que puede decirse que el satanismo, o culto del Diablo, si preferís, atrae a cierta clase de personas que no tienen en realidad deseos de rendir culto al Diablo. Más aún, creo que hay muy pocas personas que crean en el Diablo, hoy en día.

—¡Y tienen razón —ladró el Comisario Principal—. Argumentos medioevales, ¡tonterías!, ¡galimatías!, ¡patrañas supersticiosas! No me diga que usted cree en el Diablo, Thrupp.

—Yo encuentro necesario mantener un criterio amplio en ese sentido, señor –respondió Thrupp con cautela—. No estoy seguro…

—¡Mi Dios! —exclamó el Comisario, colérico—. Nunca oí cosa semejante. ¿Cree usted en el Diablo, Bede?

—No —refunfuñó con decisión el Superintendente—. No creo.

—¿Y el Inspector Browning?

—Francamente, señor, y con el debido respeto a Mr. Thrupp, no. Es decir, señor, que no niego la existencia de un culto del Diablo, pero que no creo en la existencia del Diablo. Prefiero creer en las cosas y gente que veo con mis ojos.

—¡Ah! —exclamó el Padre Prior abriendo la boca por primera vez y estudiando al Inspector con creciente interés—. Eso es muy interesante. ¿Ha estado alguna vez en Australia; Mr. Browning?

Browning (que supe después era baptista por educación aunque agnóstico por convicción) dirigió una mirada desconfiada a su interlocutor.

—Este… no. Nunca estuve —concedió.

El Padre Prior sonrió aprobando.

—Claro que no —admitió— y por una razón poderosa, ¿no? Usted sabe bien que ese sitio no existe.

—¿Que no existe? —Browning se mostraba perplejo—. No le entiendo, Padre.

—Vamos, vamos —urgió el sacerdote con un suplicante gesto de sus finas manos—. Usted no puede haber ido a Australia por la razón poderosa de que no existe tal lugar. Nunca existió. Nunca existirá. Es un mito.

—¿Un que, señor?

—Un mito, una leyenda, un cuento de un viajero, mi querido Inspector. Toda la idea de que existe un continente llamado Australia no es más que una burla, una broma, una conspiración gigantesca para engañar a los bobos incautos como usted y como yo. La idea para esta exquisita broma la concibió (si mal no recuerdo) un holandés llamado Van Diemen, que era gobernador de Batavia en el siglo XVII y que se complotó con otro holandés de nombre Tasman y unos pocos marinos ingleses, Dampier y Cook, para desparramar por Europa el rumor de que se había descubierto una gran isla que formaba un continente. La historia resultó del agrado de la imaginación popular, y creció y se extendió, como ocurre siempre con los rumores. Aun hoy, en estos esclarecidos días, hay miles y millones de personas, como usted, que creen esa descarada mentira con todo su corazón y su cerebro, hasta el punto de que están convencidos de la existencia de mapas fantasmas, dibujados por cartógrafos inescrupulosos, y que invierten dinero en empréstitos puramente mitológicos emitidos por un gobierno mitológico de este dominio totalmente mitológico.

¿Es increíble, verdad? Sobre todo cuando sabemos perfectamente que no existe tal lugar.

El inspector Browning era un buen detective, pero las sutilezas del sarcasmo del Padre Prior eran demasiado para él. Su ceño se ensombreció y picó el anzuelo como una trucha hambrienta.

—¡Esas son tonterías, Padre! —protestó con enfado—. No veo qué se propone, pero sé que hay un lugar que se llama Australia.

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