Mi prima frunció el ceño.
—Cuando Roger me llamó por primera vez a
Pease Pottage
para hablarme de ella –contestó lentamente— le pregunté, naturalmente, cómo era. Roger me respondió que se trataba de «una joven ligera… pero simpática» o algo por el estilo, y después dijo que no tenía moral pero que parecía decente. A pesar de lo poco que la traté estoy de acuerdo con el juicio de Roger, que, además, parece coincidir bastante con el suyo.
—Gracias —dijo Thrupp—. Bien, terminemos entonces con el Naxos Club y con el hecho de que Bryony era socia. Pero recuerdo, señor —se dirigió al Comisario Principal nuevamente—, que hablé de dos clubes parecidos a dos círculos concéntricos, y que el exterior servía de biombo, y también de antecámara al interior. Y le pedí que tuviera en cuenta que este Naxos Club con sus misterios griegos era sólo el Club exterior. —Calló por un instante frunciendo el ceño pensativamente mientras miraba a su auditorio—. Espero —prosiguió— que nadie me interprete mal cuando diga que con todas sus fruslerías y sus ritos bacanales este Naxos Club no es peor que docenas de instituciones de la misma clase que se encuentran en el
West End
de Londres. Cuando Xantippe Gnox comparezca ante un magistrado se la acusará, entre otras cosas, de mantener una «casa dudosa», y cuando se la prive de todas sus vestiduras eso resultará el
Naxos Club
. Ante la ley la Gnox no podía parecer culpable de nada peor. La idea de dramatizar el vicio, de presentado con traje de disfraz, no es nueva. París y la mayoría de las capitales están llenas de lugares semejantes. No se trata de una taza de té, por supuesto, pero si nos dejamos impresionar demasiado por cosas semejantes perderemos el sentido de la proporción. También cometeremos un error si consideramos a los que patrocinan tales establecimientos como a monstruos del vicio o cultores del mal. En lo más mínimo. Su condición es sencillamente psicopatológica y la mayoría son personas decentes y normales en su trato diario. Muchos, como Bryony Hurst, son simplemente malos. Se trata sencillamente de su concepto de «pasarlo bien». Estoy haciendo grandes circunloquios, señor, pero quiero aclarar el hecho de que si un muchacho o una joven frecuentan «fiestas» como las que proporcionaba el Naxos Club no quiere decir que todos sean «naturalmente corruptos» en el sentido que dio al término el Padre Prior.
El Comandante Jayne se secó la frente enrojecida. Era una tarde calurosa y esta clase de cosas no parecían incumbir a un rústico Comisario Principal. Pero la Armada Británica nunca conoce la derrota.
—Ya sé lo que quiere decir —gruñó—. Acabemos con eso.
—No hay mucho más —lo consoló Thrupp—. Pero se sabrá más un día de éstos, cuando se complete nuestra investigación. No obstante, lo que puedo decir ahora se resume en unas pocas palabras. Hablé de dos círculos concéntricos y de que el exterior servía de pantalla al interno, y en algunos casos de antecámara. Lo que quiero decir es que aunque una institución como el Naxos Club sirva como almácigo fértil para el círculo interior, que se dedica a cosas aun peores, no quiere decir qe todos los socios de Naxos sean candidatos adecuados para iniciarse en el círculo interno. Como habrán adivinado, este círculo interior es nada menos que una banda de satanistas «convención» (creo que es el término técnico), cuyo espíritu dirigente es un hombre llamado Luke, uno de cuyos ayudantes es un tipo joven de nombre Ronald Custerbell Lowe. También es probable que Xantippe Gnox ocupe un lugar importante en ese coro. De todas maneras se sabe que es carne y uña con Luke y Lowe y no puedo concebir que se conforme con explotar el Naxos Club y actuar como sargento de reclutamiento para Luke sin participar en las andanzas del círculo interno. Y ahora —prosiguió Thrupp—, volvamos deliberadamente nuestra atención hacia la afirmación ambigua que hice al comenzar esta reunión, cuando dije qué no estaba seguro de si éste era un caso de satanismo verdadero o simplemente de una adaptación de los horrendos ritos del satanismo como pretexto para otras cosas, más o menos del mismo modo en que Xantippe Gnox ha adoptado «los misterios» naxianos como pretexto para disfrazar su «casa dudosa». Creo ahora haber alcanzado lo que quise decir. Ninguno de ustedes puede creer que Bryony Hurst y sus consocios hayan pensado seriamente en adorar a los antiguos dioses griegos. Haciéndose socios de ese Club nunca pensaron en cambiar sus convicciones religiosas, si es que tenían alguna. Simplemente simulaban rendir culto a Dionisio (en quien no creían) porque el ritual de los misterios naxianos incluía el emborracharse mucho y otras cosas que les atraían y porque en verdad les proporcionaba una excusa para hacer cosas que no se atreverían a hacer de otro modo. Siendo así, es probable que un estado de cosas semejantes exista en esta «convención» satanista que forma el secreto círculo interno de la organización. Estoy dando mucha importancia a este punto, porque no quiero que esforcéis Vuestra incredulidad. A vosotros, a mí y a cualquier persona normal, nos parece completamente absurdo que un grupo de hombres y mujeres jóvenes se puedan reunir solamente con el propósito expreso de burlarse de Dios y adorar al Diablo. Como dijo el Padre Prior, parece absurdo por estas dos razones: primero, si se cree en Dios, no se ha de blasfemar deliberadamente contra Él y menos con tanta malicia premeditada; y segundo, si no se cree en Él la blasfemia deliberada y la profanación activa de los Sacramentos no significaría nada más que una pérdida de tiempo sin objeto. En noventa y nueve de cada cien casos, por consiguiente, el
motif
de la blasfemia del satanismo puede tener poca o ninguna fuerza. En el centésimo caso (o tal vez debiera decir en el milésimo o aún en el diezmilésimo) podrá haber un verdadero satanista. Lo demás es una operación de suma y resta. Si el satanismo es igual a la blasfemia más la obscenidad y se quita la blasfemia; ¿qué queda? «¡Exactamente!». Es sólo una conjetura, claro está, pero no me sorprendería si este nido de satanismo contuviera a un verdadero satanista, y nada más que a uno, el tal Luke, aunque tal vez no sea justo con él. Luke, no sólo por inclinación, sino también por profesión es lo que podríamos llamar un
entrepreneur
, usando la palabra en su sentido más amplio. Provee entretenimiento y lo proporciona para todas las clases y todos los gustos, y es más que probable que esta excursión suya en el satanismo no sea sino un buen negocio. No lo sé, y no creo que importe mucho. Lo que importa es que Luke controla, en el círculo concéntrico interior, a una «convención» de satanistas reales o ficticios. Con esto no quiero sugerir que el ritual satanista que emplean no sea el verdadero, sino que es más probable que lo practiquen como sensación que como legítimo deseo de blasfemar contra Dios y de adorar al Diablo. Desde luego, tal vez el ritual no sea más que una farsa.
—Eso es algo que aclararemos cuando la «convención» se haya allanado —interrumpió el Padre Prior—. Si alguno de los socios resulta ser un cura renegado que se haya ordenado debidamente para después colgar los hábitos, hay una posibilidad de que el ritual sea legítimo. Por otra parte, no puede practicarse la verdadera «misa del Diablo», sin la presencia de un sacerdote ordenado ni de una hostia debidamente consagrada que se haya robado a una iglesia católica. Eso es lo que debía usted buscar cuando llegue la ocasión, Mr. Thrupp.
—Así lo haré —dijo el detective tomando nota—. Y ahora que dispuse el escenario lo mejor que pude, me propongo delinear la sucesión de acontecimientos que llevan al asesinato de Bryony Hurst. Francamente, no estoy en situación de dar pelos y señales de los hechos, pero mi teoría se basa sobre el principio de eliminación de lo imposible. Comienza con la certeza de que Bryony Hurst era socia del Naxos Club (donde fue presentada por su fundadora y directora, Xantippe Gnox, con propósitos propios) y no tengo la menor duda de que participaba activa y entusiastamente en todas las atracciones prohibidas que ofrecía el Club. En verdad, tan activa y entusiasta se mostraba que llegó a considerársela como candidata promisoria para iniciarse en el círculo interno o «convención». Me parece probable que los socios del círculo exterior conocen la existencia del círculo interior, pero no han de conocer la verdadera naturaleza del mismo. Probablemente, se les deje imaginar que se especializa en alguna forma de «diversión» excitante desconocida, cuyos secretos conocen sólo los iniciados, estado de cosas calculado para acuciar la curiosidad y para que la admisión a la pandilla interior resulte una distinción muy codiciada. Siendo así, uno imagina que cuando la desafortunada criatura Bryony Hurst fue informada de que al fin se la consideraba ya a punto de ser iniciada entre los selectos, aprovechó la ocasión que se le brindaba de completar su educación, por así decirlo. Aceptó gustosa la propuesta y se presentó como neófita para ser iniciada. Como era una joven atractiva y condescendiente, es de imaginar que el regocijo no fue suyo solamente. Todo está preparado y se inicia a Bryony. Pero no bien conoce el secreto que le ha sido revelado, se le hace terriblemente claro que alguien es culpable de un serio error de juicio. Hay, repito, mucho de conjetura en lo que estoy diciendo, pero parece el único razonamiento que coincide con los hechos conocidos. De ningún otro modo pueden explicarse satisfactoriamente los acontecimientos, según me imagino, comprenderéis. Quiero decir que Bryony Hurst, no obstante su moral relajada y sus excursiones por campos prohibidos, a pesar de su aparente corrupción como socia del Naxos, retenía lo que Roger Poynings reconoció y describió como un fondo interior de decencia y bondad, que, aunque delgado y frágil, era suficiente para que el horrible y absoluto mal del satanismo que ahora encontraba, le repugnara. Hasta ahora, siempre había sido culpable. Cada nueva sensación que experimentaba había sido sólo otra etapa de su viaje en busca de diversión (idea depravada o pervertida de lo divertido, pero así es como ella la consideraba). Pero ahora, por primera vez en su corta vida, se encontraba en presencia de algo verdaderamente, corrupto y perverso: el culto de la maldad diabólica, la profanación de todo lo que aprendiera cuando niña y que sostenía como bueno y sagrado, el cometer ultrajes deliberados y calculados, abominables y que no se podían repetir, contra el Dios al que había descuidado pero en el que nunca había dejado de creer desde el fondo de su corazón. Si completó su iniciación, caballeros, debe haber visto cosas terribles, capaces de destruir la mente de cualquiera a quien el Diablo no hubiese hecho ya suyo. No voy a particularizar ahora, no hay razón para enfermaros. Sólo diré que es muy posible que haya presenciado hasta crímenes…
—¿Eh? ¿Qué es eso? ¡Crímenes!… —El Comisario Principal se incorporó a medias de su silla.
—Temo, señor —dijo Thrupp—, que el Padre Prior me apoye cuando diga que el sacrificio sangriento de un recién nacido forma parte integral de algunos de los monstruosos ritos del satanismo.
E
L PADRE
Prior, con los labios apretados en una línea severa, asintió.
Un estremecimiento recorrió la mesa y una oleada de náusea se apoderó de los presentes.
Barbary me contó después que aunque ella conocía estos horrores por Montague Summers, nunca había entrevisto la posibilidad de que la pobre Bryony hubiera estado mezclada en cosas tan espantosas; Thrupp hablaba nuevamente:
—Puede ser que esté describiendo un cuadro demasiado bestial —dijo— y que estos satanistas no hayan llegado a los extremos de horror de sus predecesores. Esperemos que haya sido así, por Bryony. De cualquier manera, los detalles no son de importancia. Mi punto de vista es que Bryony Hurst vió, y oyó cosas tan horrendas que la chispita de decencia y respeto que tenía todavía viva en su interior se encendió, con el inevitable resultado de que se rebeló, tal vez en secreto más que abiertamente, contra la maldad pútrida de la que se la quería hacer participar. Digo secretamente más que abiertamente porque creo que si hubiera traducido sus verdaderas reacciones, no hubiese salido con vida de su iniciación. El satanista, que se ve complicado en crímenes y vicios mucho más que los demás mortales, no puede exponerse a la traición. Su vida, su libertad y la continuidad de su culto dependen, antes que nada, de la lealtad de sus asociados, y es por esta razón que la admisión al círculo secreto de devotos es tan difícil de obtener. No debe existir la posibilidad de una quinta columna en sus filas, y no evitará matar para protegerse y proteger sus ritos. Recordaréis que la última vez que nos reunimos mencioné una extraordinaria serie de fatalidades que preocuparon hace algún tiempo a la Yard: los llamados suicidios del joven Geoffrey Perfect, Margaret Foane, Joy Wyon, Iseult Cork y John Traquair; todos jóvenes del grupo de Mayfair y todos amigos o conocidos de Bryony Hurst.
Tal vez sea temerario afirmar que sus muertes se aclaren ahora, pero por lo menos los casos se examinarán nuevamente a la luz de lo que sabemos sobre la muerte de Bryony Hurst. Si me es permitido adivinar, diré que estos jóvenes, hombres y mujeres, enfrentaron la misma situación que Bryony. Desgraciadamente no pudieron disfrazar su repulsión y hubo que eliminarlos. Por otro lado, como; no hay duda de que Bryony Hurst sobrevivió a su iniciación y continuó viviendo su vida normal, «en el West End» de Londres, creo que habrá hecho un estupendo esfuerzo de voluntad para ocultar el horror y repugnancia y para esconder completamente sus verdaderos sentimientos, de cuya integridad no sospecharon los satanistas. Pero el horror y la repugnancia deben de haber persistido y tal vez aumentado y deben de haberse hecho más intensos a medida que pasaba el tiempo. Es posible que nunca conozcamos el infierno de temor y espanto por el que pasó la pobre niña antes de decidirse, después de una seria lucha interior, a traicionar a sus socios. No había qué elegir. No se trataba sólo de renunciar como socia, de retirarse del círculo y de explicar cortésmente que su iniciación se debía a un mal entendido y que prefería no continuar. Si no hubiera hecho más que insinuar algo en ese sentido; hubiera pronunciado su sentencia de muerte. Además, imagino que hasta el proceso de entrega debe haber tropezado con grandes dificultades. He estudiado en los archivos de esta clase de cosas algunas de las complicadas precauciones que se toman para conservar el anonimato de los adictos a las prácticas satanistas. Una de las más comunes es que todos los socios se presentan enmascarados o disfrazados y sólo se conocen entre ellos por nombres supuestos. Sólo uno, tal vez, conozca a todos sus discípulos por su nombre verdadero y, naturalmente, ha de cuidarse muy bien de revelarlos. Como simple «neófita», Bryony Hurst debe haber ignorado hasta la dirección del sitio donde se llevaban a cabo las abominaciones; posiblemente se la llevara por algún camino secreto, con los ojos tapados o en un auto con las cortinas bajas. La nota que descubrió Roger Poynings en su escritorio en la que indicaba que Xantippe Gnox y Luke pasarían por ella, da pie a esta suposición. Así es cómo, cuando el resto de conciencia que le quedaba le dictó a Bryony la obligación de arrancar de raíz y destruir el mal que había descubierto, se impuso una tarea no sólo peligrosa en extremo, sino también de suprema dificultad. Dejando aparte toda otra consideración no había objeto en denunciar a la policía lo que sabía. Aunque se le creyera, debía procurarse pruebas de la dirección y ubicación del círculo. Como, por otra parte, los cerebros directores del asunto podrían haber tomado todas las precauciones imaginables para que esos datos no se conocieran, podemos comenzar a darnos cuenta de la inmensidad de la tarea a que se veía abocada. No puedo decir si alguna vez sabremos del éxito que hubiera podido tener. Lo que puedo asegurar es que parece haber logrado lo que quería, pues por lo menos consiguió alarmar a la asociación. De los términos de la carta amenazante que recibió se desprende que de un modo o de otro consiguió sustraer un documento o libro en que se registraban los pormenores de la sociedad. Es obvio que había robado algo, algo que era vital para la seguridad de los socios. Le dieron cuarenta y ocho horas para restituir y olvidar. Dos cosas que no pudo o no quiso hacer. Ignoro qué hizo, o qué pensaba hacer con el documento robado. Pudo haberlo destruído (lo que no es probable), o pudo haberlo ocultado en algún lugar inaccesible o insospechado. Pudo haberlo depositado en algún banco o ante algún abogado, con instrucciones precisas para proceder de una manera especial de acuerdo a las circunstancias que pudieran surgir (su muerte, por ejemplo), o la expiración del límite de tiempo estipulado. En realidad, ya hice averiguaciones en su banco y ante la firma de abogados que atienden los asuntos de su abuelo (parece no haber tenido abogado propio) y no ha hecho depósito semejante en ninguno de los dos sitios. Claro que eso no quiere decir que no pueda haber hecho algún otro arreglo para tratar esta situación crítica. Temo que haya todavía muchos espacios en blanco en mi historia, pero confío poder llenados a su debido tiempo. Lo que podemos asegurar es que la joven robó algo muy comprometedor para esa gente, y que no sólo se descubrió el robo, sino que se la consideró su autora, que se la vigiló y persiguió hasta que se le dio caza y fue asesinada.