—¡Hola! —dijo Jesse, el primero en verme cuando entramos al salón—. ¿Quién es éste?
—Mamá, papá, éste es Darren —dijo Debbie—. Es un amigo de Anne. Me encontré con él en el cine y le invité a pasar. ¿Os parece bien?
—Claro —dijo Jesse.
—Por supuesto —añadió Donna—. Estábamos preparando la cena. ¿Te gustaría quedarte, Darren?
—Si no es un problema... —dije.
—Ningún problema —sonrió, radiante—. ¿Te gusta el fiambre?
—Es mi plato favorito —le dije. En realidad no lo era, pero suponía que debía corresponder a su amabilidad.
Les hablé un poco de mí a Jesse y Donna mientras comíamos.
—¿Qué tal el colegio? —preguntó Jesse, como Debbie había hecho antes que él.
—Mi padre fue profesor —mentí, después de haberle dado vueltas a ese tema desde ayer—. Él nos enseña a Evra y a mí.
—¿Más fiambre, Darren? —preguntó Donna.
—Sí, por favor —dije—. Está delicioso. —Eso era cierto. Mucho mejor que cualquier fiambre que hubiera probado antes—. ¿Qué lleva?
—Unas cuantas especias extra —dijo Donna, sonriendo con orgullo—. Antes era cocinera.
—Me gustaría que tuvieran a alguien como usted en el hotel —suspiré—. La comida que sirven allí no es muy buena.
Me ofrecí a lavar los platos cuando terminamos, pero Jesse dijo que él lo haría.
—Es mi modo de relajarme al final de un día duro —explicó—. Nada me gusta más que fregar unos cuantos platos sucios, encerar el pasamanos y pasar la aspiradora por la moqueta.
—¿Está bromeando? —le pregunté a Debbie.
—En realidad, no —dijo ella—. ¿Podemos subir a mi habitación? —preguntó.
—Adelante —le dijo Donna—. Pero no charléis mucho rato. Nos quedan un par de capítulos de “
Los tres mosqueteros”
para acabar, ¿recuerdas?
Debbie hizo una mueca.
—Todos para uno y uno para todos —rezongó—. Qué excitante... ¿No crees?
—¿No te gustan “
Los tres mosqueteros”
? —pregunté.
—¿Y a ti?
—Claro. He visto la película al menos ocho veces.
—¿Pero te has leído el libro? —preguntó ella.
—No, pero una vez leí un cómic sobre ellos.
Debbie intercambió una mirada desdeñosa con su madre, y las dos estallaron en risas.
—Tengo que leer un poco de esos llamados clásicos cada noche —rezongó Debbie—. Espero que nunca compruebes lo aburridos que pueden llegar a ser esos libros. Bajaremos pronto —le dijo a su madre, y me indicó el camino hacia el piso de arriba.
Su habitación estaba en el tercer piso. Era grande y escasamente amueblada, con enormes armarios y casi sin pósters ni adornos.
—No me gusta lo recargado —explicó Debbie cuando me vio mirar alrededor.
Había un desnudo árbol de Navidad artificial en un rincón de la habitación. También había uno en el salón, y me fijé en que había un par más en otras habitaciones mientras subíamos las escaleras.
—¿Por qué tenéis tantos árboles? —pregunté.
—Fue idea de papá —dijo Debbie—. Le encantan los árboles de Navidad, así que colocamos uno en cada habitación de la casa. Los adornos están debajo, en unas cajas —señaló una caja bajo el árbol—, y las abrimos la víspera de Navidad y decoramos los árboles. Es un modo muy agradable de pasar la noche, y acabas agotado, así que te quedas dormido casi tan pronto como tu cabeza toca la almohada.
—Suena divertido —admití melancólicamente, recordando cómo era decorar el árbol de Navidad en casa, con mi familia.
Debbie me estudió en silencio.
—Podrías venir la víspera de Navidad —dijo—. Tú y Evra. Y tu padre también. Podríais ayudarnos con los árboles.
La miré fijamente.
—¿En serio?
—Claro. Tendré que consultarlo con mis padres primero, pero no creo que les importe. Ya hemos tenido amigos que nos ayudaban. Cuanta más gente haya, más divertido será.
Me sentí feliz de que me lo pidiera, pero dudé antes de aceptar.
—¿Qué, les pregunto? —dijo ella.
—No estoy seguro de si seguiré aún aquí en Navidad. Mr. Cre...
papá
es impredecible. Siempre va a donde le lleve su trabajo.
—Bueno, la oferta sigue en pie —dijo ella—. Si estás aquí, genial. Si no... —se encogió de hombros— ...nos las arreglaremos solos.
Estuvimos hablando de los regalos de Navidad.
—¿Le comprarás el lector de CD a Evra? —preguntó Debbie.
—Sí. Y unos cuantos CDs también.
—Falta tu padre —dijo ella—. ¿Qué le vas a comprar?
Pensé en Mr. Crepsley y en lo que podría gustarle. Yo no iba a regalarle nada (él apenas le echaría una ojeada a los regalos) pero era interesante considerar qué
podría
comprarle. ¿Qué podría despertar el posible interés de un vampiro?
Empecé a sonreír.
—Ya sé —dije—. Le regalaré una lámpara de rayos ultravioleta.
—¿Una lámpara de rayos ultravioleta? —Debbie frunció el ceño.
—Así podrá broncearse mientras trabaja —empecé a reír—. Está muy pálido. No toma mucho el Sol.
Debbie no podía entender por qué me reía tanto. Me habría gustado explicarle el chiste (valdría la pena comprar una lámpara de rayos ultravioleta sólo por ver la expresión de disgusto en la cara del vampiro) pero no me atreví.
—Tienes un extraño sentido del humor —murmuró, desconcertada.
—Créeme —dije—. Si conocieras a mi padre, sabrías por qué me río. —Le contaría a Evra mi idea cuando volviera a casa: él sabría apreciarla.
Charlamos durante otra hora o así. Entonces llegó el momento de marcharme.
—¿Y bien? —dijo Debbie, cuando me levanté—. ¿No vas a darme un beso de buenas noches?
Pensé que me iba a desplomar.
—Yo... hum... Quiero decir... que es... —Me convertí en un despojo tartamudeante.
—¿No quieres besarme? —preguntó Debbie.
—¡Sí! —dije rápidamente con la voz entrecortada—. Es sólo que... yo... hum...
—Oye, olvídalo —dijo Debbie, encogiéndose de hombros—. Me da igual, de todos modos. —Se levantó—. Te enseñaré la salida.
Bajamos rápidamente las escaleras. Yo quería despedirme de Jesse y Donna, pero Debbie no me dio la oportunidad. Fue directamente hacia la puerta y la abrió. Yo todavía estaba tratando de ponerme mi abrigo.
—¿Puedo venir mañana? —pregunté, forcejeando para encontrar la manga izquierda del abrigo.
—Claro, si quieres —dijo ella.
—Mira, Debbie —dije—, siento no haberte besado. Yo sólo estaba...
—¿Asustado? —preguntó ella, sonriendo.
—Sí —admití.
Ella se echó a reír.
—Está bien —dijo—. Puedes venir mañana.
Quiero
que vengas. Pero la próxima vez sé un poco más valiente, ¿de acuerdo? —Y cerró la puerta tras de mí.
Caminé sin prisas durante largo rato, sintiéndome estúpido. Emprendí el regreso al hotel, aunque no me apetecía volver... No quería admitir ante Evra lo tonto que había sido. Así que recorrí el barrio un par de veces, dejando que el frío aire de la noche llenase mis pulmones y me despejara la cabeza.
Tendría que encontrarme con Debbie al día siguiente, pero repentinamente sentí que no podía esperar tanto. Me preparé mentalmente, y me detuve frente a su casa y miré alrededor para asegurarme de que nadie me miraba. No vi a nadie, y con mi desarrollada visión estaba seguro de que nadie me veía a mí.
Me quité los zapatos y trepé por la cañería que recorría la fachada de la casa. La ventana de la habitación de Debbie estaba a tres o cuatro pies de la tubería, así que cuando llegué a su altura, clavé mis duras uñas en la pared de ladrillos del edificio arañándola mientras recorría mi camino.
Me colgué por debajo de la ventana y esperé a que Debbie apareciera.
Unos veinte minutos más tarde, se encendió la luz en la habitación de Debbie. Golpeé suavemente el cristal con mis nudillos desnudos, y luego volví a llamar un poco más fuerte. Unos pasos se aproximaron.
Debbie abrió un poco las cortinas y miró atentamente afuera, confundida. Tardó algunos segundos en mirar hacia abajo y descubrirme. Cuando lo hizo, casi se cayó de la sorpresa.
—Abre la ventana —dije, moviendo los labios en silencio pero formando claramente las palabras, por si no podía oírme. Asintiendo, dobló las rodillas y empujó hacia arriba la vidriera inferior.
—¿Qué estás haciendo? —siseó—. ¿De dónde te estás agarrando?
—Estoy flotando en el aire —bromeé.
—Estás loco —dijo Debbie—. Resbalarás y te caerás.
—Estoy completamente a salvo —le aseguré—. Soy un buen escalador.
—Debes estar congelado —dijo ella, al fijarse en mis pies—. ¿Dónde están tus zapatos? Entra, rápido, antes de que...
—No quiero entrar —la interrumpí—. He subido porque... bueno... yo... —Inspiré profundamente—. ¿La oferta sigue en pie?
—¿Qué oferta? —preguntó Debbie.
—La del beso —dije.
Debbie parpadeó, y entonces sonrió.
—
Estás
loco —rió.
—Loco al cien por cien —convine.
—¿Has armado todo este lío por eso? —preguntó ella.
Asentí.
—Podías haber llamado a la puerta —dijo ella.
—No pensé en ello —sonreí—. Entonces... ¿qué hay de eso?
—Supongo que te mereces uno —dijo ella—, pero muy rápido, ¿vale?
—Vale —acepté.
Debbie asomó la cabeza. Yo me incliné hacia delante, con el corazón latiéndome, y rocé sus labios.
Ella sonrió.
—¿Ha valido la pena subir? —preguntó.
—Sí —dije. Yo estaba temblando y no era de frío.
—Toma —dijo—. Aquí tienes otro.
Me besó dulcemente, y casi pierdo mi asidero en la pared.
Cuando se apartó, estaba sonriendo misteriosamente. En el reflejo del oscuro cristal, me vi a mí mismo sonriendo como un idiota.
—Te veré mañana, Romeo —dijo ella.
—Mañana —suspiré feliz.
Cuando se cerró la ventana y se corrieron las cortinas, descendí, encantado conmigo mismo. Me recobré cuando prácticamente había llegado al hotel. Estaba casi ante la puerta cuando me acordé de mis zapatos. Di la vuelta rápidamente, los encontré, les sacudí la nieve y me los encasqueté.
* * *
Para cuando regresé al hotel, ya había recobrado la compostura. Abrí la puerta de mi habitación y entré. Evra estaba viendo la tele. Estaba concentrado en la pantalla y apenas reparó en mi entrada.
—He vuelto —dije, quitándome el abrigo. Él no respondió—. ¡He vuelto! —repetí, más alto.
—Hum —gruñó, saludándome con la mano distraídamente.
—Menudo recibimiento —dije—. Pensaba que estarías interesado en saber cómo me fue esta noche. Ya sé para la próxima vez. En el futuro, sólo...
—¿Es que no has visto las noticias? —me preguntó Evra con inquietud.
—Te sorprenderá saber, joven Evra Von —dije, sarcásticamente—, que en el cine no ponen telediarios. Y ahora, ¿quieres saber cómo fue mi cita o no?
—Deberías ver esto —dijo Evra.
—¿Ver
qué
? —pregunté, irritado. Me acerqué por detrás de él y vi que emitían un telediario—. ¿Las
noticias
? —reí—. Apaga eso, Evra, y te contaré...
—¡Darren! —me espetó Evra en un tono muy inusual. Me miró, y su rostro era una máscara de preocupación—. Deberías ver esto —dijo de nuevo, lentamente esta vez, y comprendí que no estaba bromeando.
Me senté, y miré la pantalla. Había una imagen del exterior de un edificio, y luego la cámara mostró un plano interior y exploró las paredes. Un letrero informaba a los televidentes de cuál era el lugar que los fotógrafos estaban captando, lo que significaba que habían estado filmando algo antes. Una reportera hablaba sin parar acerca del edificio.
—¿Qué hay de raro en todo esto? —pregunté.
—Ahí es donde han encontrado los cuerpos —dijo Evra en voz baja.
—¿Qué cuerpos?
—Mira —dijo.
La cámara se detuvo en una oscura habitación parecida a todas las demás, permaneciendo en el escenario durante algunos minutos, y luego volvió a mostrar una vista del exterior. El letrero nos informaba de que esa nueva imagen había sido tomada ese día, temprano. Por lo que vi, algunos policías y médicos salían del edificio, empujando camillas, con un objeto inmóvil metido en una bolsa en cada una de ellas.
—¿Son lo que estoy pensando? —pregunté en voz baja.
—Cadáveres —confirmó Evra—. Seis hasta ahora. La policía aún está registrando el edificio.
—¿Qué tiene esto que ver con
nosotros
? —pregunté con inquietud.
—Escucha. —Y subió el volumen.
Una reportera hablaba ahora a la cámara, en directo, explicando cómo encontró los cuerpos la policía (un par de adolescentes habían tropezado con ellos mientras estaban explorando el desierto edificio por un desafío), y cuándo, y cómo progresaba la búsqueda. La reportera parecía bastante anonadada.
Un presentador en el estudio le hizo una pregunta a la reportera acerca de los cuerpos, ante lo cual ella sacudió la cabeza.
—No —dijo—, la policía no ha dado nombres, al menos hasta que se informe a los parientes de los fallecidos.
—¿Se sabe algo más sobre la naturaleza de las muertes? —preguntó el presentador.
—No —respondió la reportera—. La policía ha cortado el flujo de información. Sólo contamos con los informes anteriores a ello. Las seis personas (no sabemos si son hombres o mujeres) parecen ser las víctimas de un asesino en serie o algún tipo de sacrificio ritual. No sabemos nada sobre los dos últimos cuerpos que se hallaron, pero los cuatro primeros presentan la misma clase de extrañas heridas y condiciones.
—¿Puedes explicarnos una vez más cuáles son esas condiciones? —preguntó el presentador.
La reportera asintió.
—Las víctimas (al menos las cuatro primeras) tenían las gargantas cortadas, lo que parece ser la causa de las muertes. Además, los cuerpos aparecen (e insisto en que esto es un dato prematuro que aún no ha sido confirmado) sin una gota de sangre en su interior.
—¿Posiblemente succionada o derramada? —sugirió el presentador.
La reportera se encogió de hombros.
—Por el momento, nadie puede responder a eso, salvo la policía. —Hizo una pausa—. Y, naturalmente, el asesino.
Evra bajó el sonido pero dejó la imagen.
—¿Has visto? —dijo, con voz queda.
—Oh, no —dije, sin aliento. Pensaba en Mr. Crepsley, que había salido solo cada noche desde que llegamos, merodeando por la ciudad por razones que no revelaba. Pensaba en los seis cuerpos y en los comentarios de la reportera y el presentador: “...sin una gota de sangre en su interior.”