El Club del Amanecer (43 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El Club del Amanecer
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Rema con fuerza, tratando de alcanzarla, desesperado por alcanzarla, pero no puede. Ella es demasiado fuerte y la ola, demasiado rápida y él no avanza. No tiene sentido para él: él es Boone Daniels y no hay ninguna ola que no pueda coger y, sin embargo, no puede coger aquella; entonces se echa a llorar, de rabia y de frustración, hasta que le duele el pecho y los lagrimones salados le resbalan por la cara para regresar al mar y él se da por vencido y se tumba en la tabla.

Está agotado, desconsolado.

Rain se vuelve hacia él y le sonríe.

—Esta no es tu ola —le dice.

Su sonrisa se convierte en luz y ella desaparece.

Sobre el rompiente.

Capítulo 151

—¿Dónde estabas? —pregunta Johnny.

—Había salido a surfear —dice Boone—. Vi a la niña… ¿Está…?

—Está fuera de peligro —dice Johnny.

Boone sonríe y apoya la cabeza en la almohada. Es increíble lo que le duele el tarro, con una combinación infame de resaca feroz y un buen cabezazo contra la tabla.

—Los médicos no las tenían todas consigo con respecto a ti, Boone —dice Johnny—. No sabían si regresarías del bosque encantado. Pensé que iba a tener que ir al dichoso
paddle-out
en tu honor, después de todo.

La que se había liado.

Boone en el suelo.

La niña en estado de
shock
.

Tammy Roddick sangrando de una herida de bala. Había salvado la vida de la niña, porque absorbió la mayor parte de la fuerza del proyectil, que la atravesó y le dio a Luce. Ahora Tammy está en una cama en el mismo pasillo, no lejos de la niña, y las dos se van a poner bien.

No fueron los únicos heridos. Un par de
mojados
arremetieron a lo John Woo contra los contrabandistas con una escopeta y un machete, aunque a Terry Gilman le pareció que no tenía suficientes pruebas para arrestar a nadie por eso y, en medio de la confusión, los mojados consiguieron esfumarse.

También del lado de los pros, Dan Silver acabó con un agujero en el pecho en el que cabía un puño. Tentador, sin duda, pero ya era cadáver.

«El abuelo», piensa Johnny.

«Debería de haberme imaginado que el abuelo no permitiría que se mancillase el honor de la familia sin hacer nada al respecto. ¡Y vaya si lo hizo!»

Harrington arregló la escena. Puso una pistola en manos de Dan Silver y formuló al abuelo unas preguntas cuyas respuestas solo conducían a la legítima defensa. Indirectamente, eso fue, porque, si a un anciano le quitas su honor, es como si le quitaras la vida.

—Oye —dice Johnny.

—¿Qué? —pregunta Boone.

—Que no te vuelvas a dormir —dice Johnny—. Tienes que quedarte despierto.

Boone abre los ojos y mira a su alrededor. La habitación está llena de gente: David, Sunny, el Doce Dedos, el Marea Alta, el Optimista. Hasta Pete está allí. Las enfermeras habían protestado, desde luego, y trataron de echarlos a todos, pero el Marea Alta se dejó caer en una silla y preguntó:

—¿Va usted a moverme?

—Voy a necesitar una grúa —dijo la enfermera.

De modo que el grupo no se movió de allí durante las interminables horas críticas. Beth vino, echó un vistazo a la gráfica hospitalaria de Boone y recomendó a Johnny que no albergara demasiadas esperanzas y uno de los otros médicos llevó aparte al Optimista y le preguntó si Boone tenía un testamento vital.

—¡Qué va a tener! —exclamó el Optimista—. Si ni siquiera tiene chequera.

El Doce Dedos no tenía consuelo. Se sentó en una silla, con la cabeza gacha, mirando fijamente al suelo. David se puso en cuclillas a su lado y le dijo:

—Boone es demasiado estúpido para morirse por unos cuantos golpes en la cabeza. Tendríamos más de qué preocuparnos si Silver le hubiese calentado el culo.

—Estaba cabreado con él —dijo el Doce Dedos—. Me saludó, pero no le hice caso.

—Él sabe que lo quieres —dijo Sunny— y también te quiere a ti.

El Doce Dedos apoyó la cara en el hombro de Sunny y sollozó.

Al cabo de unos segundos, el Marea Alta dijo:

—¡Eh! ¡No tan alto que lo vais a despertar!

Por lo menos los hizo reír a carcajadas. En un momento dado, Sunny había salido de la habitación para ir a buscar café para todos y vio a Petra en el pasillo. Al verla, Petra hizo ademán de marcharse, pero Sunny la alcanzó.

—¿Adónde vas?

—No quiero entrometerme.

—No lo haces —dijo Sunny—. Vamos, ven conmigo y me echas una mano.

De modo que fueron las dos juntas a la cafetería, pidieron café y algo de comida basura, regresaron juntas a la habitación y esperaron juntas, durante la madrugada, hasta que Boone despertó y preguntó por la niña.

Entonces él ve a Sunny y le pregunta:

—¿Has cabalgado tu ola?

—Y que lo digas.

—Ahora eres una estrella.

—Pues sí —dice Sunny—. No sé ni por qué estoy hablando contigo.

Boone ve a Petra:

—Hola.

—Hola.

Ella lo mira fijamente a los ojos durante un segundo, pero después aparta la vista, por temor a echarse a llorar o a manifestar una timidez repentina que nunca había sentido.

David el Adonis acude al rescate. Se pone de pie, se acerca a la cama, coge la mano de Boone y le dice:

—¿Qué hay, hermano?

—¿Qué hay?

—Estás hecho un asco.

—¿En serio? —dice Boone y a continuación añade algo que convence a todo el mundo, salvo a David, de que todavía tiene un pie en el otro barrio—. Oye, David…

—¿Sí?

—¿Sabes que Eddie nunca ha visto
Centauros del desierto
?

Capítulo 152

David sigue allí por la tarde, cuando Boone dice:

—Me tengo que levantar.

—Tienes que estar acostado —dice Petra—. Has sufrido una conmoción cerebral. Te has de quedar aquí en observación por lo menos dos días más. Te van a hacer algunas pruebas para averiguar si tienes alguna lesión cerebral, aunque, cómo lo sabrán…

—Tengo algo que hacer… —dice Boone.

Se incorpora con esfuerzo, baja las piernas y apoya los pies en el suelo. Es una chuminada, pero consigue mantener las piernas rectas y ponerse en pie.

—Boone…

No hace caso. Se viste y camina por el pasillo hacia el vestíbulo. Las enfermeras no le prestan atención: tienen tanto trabajo con las personas que necesitan ayuda que no tienen tiempo de ocuparse de quienes no la necesitan. Johnny lo sigue, por si se cae, pero no se cae.

Petra está en el pasillo:

—David, no dejes que cometa ninguna idiotez —le dice— y tráelo de vuelta.

David abre la puerta, deja pasar a Boone y sale detrás.

Capítulo 153

Se dirigen hacia el sur por la 101.

Boone va sentado en el asiento del acompañante, mirando por la ventanilla.

Es un día hermosísimo.

El mar, azul intenso.

El cielo, azul intenso.

El gran oleaje casi ha acabado.

—¿Y? —pregunta Boone.

Han sido amigos toda la vida. Han surfeado juntos miles de olas. No se van a decir más que la verdad. David le cuenta que ha estado trabajando para Eddie el Rojo.

—¿Y sabías lo de las niñas? —pregunta Boone.

—Me enteré esa noche —dice David—. Entonces llamé a Johnny. No sabía qué otra cosa hacer.

Boone asiente con la cabeza.

Los dos saben lo que tienen que hacer ahora.

Capítulo 154

Boone rema hacia fuera.

Eddie está en el rompiente, del lado de dentro de la barra.

—¡Hola, Boone, colegui! —grita Eddie. Entonces le ve la cabeza—: ¿Qué te ha pasado, hermano?

—Una discusión de nada —Boone indica con la barbilla el rompiente del lado exterior del arrecife. Las olas ya no son gigantescas, pero son enormes y rompen fuera—. ¡Vamos allá, Eddie! ¿Tienes cojones?

—¡En su sitio, hermano!

Reman hacia fuera, uno al lado del otro, y se detienen junto al rompiente.

—Tenemos que hablar, Eddie.

—Dime.

—Las niñas —dice Boone—. Esa operación era tuya.

—No, hermano.

—Sí que lo era —dice Boone—. Todo eso de que Dan te debía dinero era un cuento chino. Lo único que querías era salvar tu precioso culo.

Eddie no está acostumbrado a que le hablen así. Sus ojos se endurecen.

—Cuidado con lo que dices, Boone.

—No has cumplido la promesa que me hiciste, Eddie —dice Boone—. Me dijiste que dejarías tranquila a Tammy Roddick.

—Oye, que fue Dan, no yo —dice Eddie—. Yo no te prometí nada acerca de Dan.

—Eres un guarro —dice Boone— y ensucias todo y a todos lo que te rodean. Te hice entrar en el Club del Amanecer y lo has estropeado. Destruyes todo lo que te rodea, Eddie, como cogiste a aquellas niñas y les arruinaste la vida. Lamento haberte conocido. Lamento haber sacado a tu hijo del agua, si va a ser como tú cuando crezca.

—¿Vas a crecer alguna vez, Boone?

—Pues sí —dice Boone—, lo estoy haciendo.

De golpe, alarga la pierna y, de una patada, hace caer a Eddie de su tabla.

Eddie cae al agua.

Boone enrosca la cuerda de Eddie alrededor de su propio tobillo y observa mientras el otro intenta volver a subirse a la tabla y soltarse, pero Eddie no llega hasta el velcro que le rodea el tobillo. Se da la vuelta y trata de nadar, trata de salir a la superficie, pero Boone retrocede como un
cowboy
montado en un poni que ha enlazado un ternero con su cuerda.

Eddie vuelve a darse la vuelta y se esfuerza por alcanzar a Boone. Trata de estirarse y de agarrar con desesperación primero el pie de Boone y después el suyo, pero Boone sigue empujando el invento hacia abajo y lo mira a los ojos, casi desorbitados.

Dicen que morir ahogado es una muerte tranquila.

«Espero que se equivoquen», piensa Boone.

Observa los esfuerzos de Eddie, lo ve sufrir.

Entonces retira su pie del invento. No es que le preocupe la vida de Eddie, sino la suya. Eddie trata de aferrarse a su tabla, pero Boone le pega una patada en la mano. Medio asfixiado y tratando de recuperar el aliento, Eddie pregunta:

—¿Qué co…?

—Te propongo un trato, Julius —dice Boone—. Te dejo subir a mi tabla y te llevo a remolque hasta donde está Johnny Banzai, que ya tiene la orden de arresto. Te esperan entre treinta años y cadena perpetua. De lo contrario, regresas al agua y esta vez no vuelves a subir. Lo celebraremos con una fiesta de puta madre.

Empieza a empujar el invento hacia abajo otra vez.

—Por mi parte, espero que escojas la segunda opción.

Sin embargo, Eddie dice:

—Déjame subir.

Boone afloja el invento, tira del agotado Eddie para ayudarlo a subir a su tabla y lo remolca hasta la orilla. Johnny espera en la playa. Esposa a Eddie, cumple con el ritual de leerle sus derechos y lo mete a empujones en su coche.

Eddie no tiene absolutamente nada que decir.

—¿Va todo bien? —pregunta David a Boone.

—Todo va bien.

Se ha acabado.

Capítulo 155

Han pasado tres semanas.

Atardece en Pacific Beach.

Está fresco —como para ir con sudadera— y la neblina se acerca como si el sol corriera una cortina en torno a su cama antes de irse a dormir.

Boone está de pie delante de la parrilla y gira con cuidado los trozos de caballa sobre el fuego bajo. Hay que tratar a la caballa con mucha delicadeza. Si no se cuece poco a poco, se seca y no queda jugosa.

Johnny Banzai está a su lado, supervisando.

Johnny se lleva una Corona a los labios, bebe un trago y dice:

—Harrington está muy cabreado, porque esta vez no te puede joder.

Boone se ha convertido en un héroe y nadie se va a meter con él justo ahora. El descalabro de la operación de pederastia ha llegado a todos los programas de radio a los que la gente llama por teléfono. Se ha hablado de medallas, de que la ciudad le conceda un premio. Harrington le ha dicho a Johnny entre dientes:

—Dile a ese mamón que esto no cambia nada.

«Pues no —piensa Boone—. En realidad, no.»

Angela Hart está muerta.

Rain Sweeny, si es que está viva aún, sigue en paradero desconocido.

—Es igual —dice Johnny—. El fiscal del distrito ha echado un pulso con él para que retire los cargos por agresión contra ti.

—Eso —dice Boone— merece estar en la lista de cosas que están bien.

—Claro —dice Johnny—, pero ¿en qué puesto?

—La duda sempiterna —dice Boone.

—El quinto —propone el Doce Dedos.

—¿Por delante de lo gratuito? —pregunta el Marea Alta—. Estás lolo.

—Que haya cosas gratis está muy, pero que muy bien —dice David.

—A ti te convendría usar algunas cosas gratuitas —informa el Optimista a Boone—. He acabado de hacerte los libros y te aseguro que te vendrían de perlas.

—Me tienen que dar un cheque —dice Boone.

Retira con delicadeza el pescado de la parrilla y deposita los trozos en un plato. Después coloca en la rejilla algunas tortillas para que se calienten, sin llegar a quemarse.

—¿Qué tal va todo? —pregunta a Petra, que está sentada en la arena con las piernas cruzadas y una tabla de cortar en el regazo. Acaba de picar el mango y la cebolla morada y se ha quedado contemplando el sol que empieza a desaparecer tras el horizonte.

Habían hablado cuando él regresó de su enfrentamiento con Eddie el Rojo.

—De acuerdo. Seré yo quien dé el salto —dijo Petra—. ¿Vamos a seguir viéndonos? Y me refiero a mantener una relación que no sea profesional.

—¿Es eso lo que tenemos?

—De momento…

—No lo sé —dijo Boone—. ¿A ti qué te parece?

—Yo tampoco lo sé —dijo Petra—. Quiero decir, que no sé a dónde podría llegar a ir a parar. Queremos cosas tan distintas de la vida…

—Es verdad.

—Aunque creo que eso no está mal —dijo Petra.

Él sabía lo que convenía hacer: alejarse ahora, porque son tan diferentes; porque, efectivamente, quieren cosas distintas de la vida. Sin embargo, hay algo en aquellos ojos que hacen que no te puedas alejar de ellos. Y hay algo en ella.

Muchas cosas.

Es inteligente, fuerte, divertida, entusiasta, valiente, estupenda.

Es una gran persona.

Han decidido ir tomando las cosas como vengan.

¿Y Sunny?

«Sunny anda por ahí —piensa Boone, mientras observa la puesta de sol—. ¡El futuro que la espera! Todos los lugares a los que irá, todos los mares que verá, todas las olas que surfeará. Ahora el mundo es suyo, todo él, y quién sabe si alguna de aquellas olas nos volverá a reunir alguna vez.»

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