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Authors: Doris Lessing

El Cuaderno Dorado (7 page)

BOOK: El Cuaderno Dorado
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—Gracias —estalló por fin—. Lo haré.

Lo decía con una confianza tan obstinada en la calidad de lo que le iba a ofrecer a su hijo, que Anna y Molly volvieron a mirarse, levantando las cejas en un signo evidente de que consideraban que la conversación había sido en vano, para variar.

Richard interceptó el cambio de miradas.

—¡Sois tan ingenuas, vosotras dos! —comentó.

—¿En cuanto a los negocios? —inquirió Molly con una alegre carcajada.

—En cuanto a los grandes negocios —asintió Anna con calma, risueña, pues se había visto sorprendida en sus conversaciones con Richard, al descubrir la magnitud de su poder.

Esto no había engrandecido la idea que ella tenía de él, sino que lo había como empequeñecido contra el fondo de las finanzas internacionales. Y había sentido mayor afecto hacia Molly por su falta total de respeto hacia aquel hombre que había sido su marido y que, realmente, era uno de los magnates de la nación.

—Aghhh —gruñó Molly con impaciencia.

—Negocios muy gordos —dijo Anna, riendo e intentando llamar la atención de Molly, pero la actriz hizo un gesto de indiferencia, con su peculiar y amplio movimiento de hombros, alzando sus manos blancas con las palmas vueltas hacia el techo y dejándolas posarse sobre las rodillas.

—Trataré de impresionarla más tarde —le sugirió Anna a Richard—. O, por lo menos, lo intentaré.

—¿De qué hablas? —inquirió Molly.

—Es inútil —dijo Richard con sarcasmo, malhumor y resentimiento.

—¿No sabes que durante todos estos años ni se le ha ocurrido preguntar?

—Has pagado el colegio de Tommy, y eso es todo lo que te he pedido.

—Tú nos has, estado pintando a Richard, durante años, como una especie de...; en fin, como un pequeño negociante con cierta iniciativa, como un tendero venido a menos —explicó Anna—. Y ahora resulta que es un magnate. Pero un potentado de verdad, un pez gordo, una de las personas a quienes debemos odiar... en principio —concluyó, riéndose.

—¿De verdad? —dijo Molly con interés, contemplando a su marido medianamente sorprendida de que aquel hombre común, y en su opinión no muy inteligente, pudiera ser alguien de cierta importancia.

Anna comprendió la mirada —era lo mismo que ella sentía— y rió.

—¡Dios mío! —exclamó Richard—. Hablar con vosotras dos es como hablar con un par de salvajes.

—¿Por qué? —preguntó Molly—. ¿Deberíamos mostrarnos impresionadas? No es ni mérito tuyo. Lo has heredado, simplemente.

—¿Y qué importa? Lo que importa es la cosa en sí. Puede que sea un mal sistema, no voy a discutirlo... Claro que con vosotras sería imposible. En economía sois unas paletas, pese a que eso es lo que hace marchar al país.

—Sí, claro —profirió Molly, con las manos todavía encima de las rodillas, las palmas vueltas hacia arriba.

Al decir esto, las juntó sobre el regazo, imitando inconscientemente el gesto de un niño atento a la lección.

—¿Por qué despreciarlo? —preguntó Richard, con clara intención de seguir, pero interrumpiéndose al mirar aquellas manos mansamente burlonas. Y terminó por exclamar, con un tono de renuncia—: ¡Oh, Dios!

—¡Pero si no despreciamos la economía! Es demasiado... anónima para despreciarla. Nosotras te despreciamos a... —Molly suprimió la palabra
ti
, y como si se diera cuenta de que cometía una falta de educación, hizo que sus manos abandonaran aquella actitud de silenciosa impertinencia.

Se apresuró a esconderlas detrás de la espalda, mientras Anna, observándola, pensó divertida: «Si le dijera a Molly que ha interrumpido a Richard burlándose de él sólo con las manos, no sabría a qué me refiero. Qué estupendo poder hacer esto, qué suerte tiene...».

—Sí, ya sé que me despreciáis, pero ¿por qué? Tú eres una actriz de éxito mediano y Anna escribió una vez un libro.

Las manos de Molly surgieron instintivamente de detrás de ella y, tocando con los dedos, distraída, su rodilla, repuso:

—Qué pesado eres, Richard.

Entonces, él la miró y frunció el ceño.

—Esto no tiene nada que ver —dijo Molly.


Ah, ya.

—Es que nosotras no hemos capitulado —añadió Molly gravemente.

—¿Ante qué?

—Si no lo sabes, no te lo podemos decir.

Richard estaba a punto de salir disparado de la silla. Anna alcanzaba a ver cómo los músculos le temblaban, muy tensos; quiso evitar una pelea y dijo, precipitadamente, para atraer hacia sí la ira de Richard:

—Éste es el problema, que tú hablas y hablas, pero estás tan lejos de lo real...

Nunca entiendes nada.

Lo logró. Richard giró todo su cuerpo hacia ella, inclinándose de tal modo que Anna vio cómo se le echaban casi encima aquellos brazos tersos y calientes, tenuemente cubiertos de un dorado vello, con la garganta desnuda y morena, la cara rojiza y sofocada. Ella se desplazó un poco hacia atrás, con una expresión inconsciente de repugnancia, mientras él decía:

—En fin, Anna, he tenido el privilegio de conocerte mejor que antes, y no puedo decir que te admire por lo bien que sabes lo que quieres, lo que piensas, o cómo hay que tomarse las cosas.

Anna, consciente de que enrojecía, le miró a los ojos con un esfuerzo y, arrastrando las palabras deliberadamente, repuso:

—Tal vez lo que no te gusta es que sé lo que quiero. He estado siempre dispuesta a hacer experiencias, nunca pretendo convencerme de que lo mediocre sea más que mediocre, y sé cuándo hay que decir que no.

Molly, mirando a uno y a otra rápidamente, resopló, hizo un gesto de exclamación con las manos, dejándolas caer separadas y con énfasis sobre las rodillas, e inconscientemente asintió con la cabeza..., en parte porque acababa de confirmar una sospecha y en parte porque aprobaba la brusquedad de Anna. Dijo:

—¡Eh! ¿Qué es esto? —lentamente y con arrogancia, de modo que Richard se apartó de Anna y la miró—. Si nos vuelves a atacar por la manera como vivimos, lo único que te puedo decir es que cuanto menos hables, mejor, teniendo en cuenta tu vida privada.

—Yo conservo las formas —se defendió Richard, con una disposición tal para adaptarse al papel que ellas esperaban de él, que las dos se echaron a reír a la vez.

—Sí, querido, ya lo sabemos —convino Molly—. En fin, ¿cómo está Marion? Me encantaría saberlo.

Por tercera vez, Richard afirmó:

—Ya veo que habéis hablado de ello.

Y Anna explicó:

—Le he dicho a Molly que me has venido a ver. Le he dicho lo que no te dije a ti... que Marion había venido a verme.

—Bueno, ¿y qué? —inquirió Molly.

—Pues nada —dijo Anna, como si Richard no estuviera presente—, que Richard está preocupado porque Marion le resulta un problema.

—Eso no es nada nuevo —repuso Molly, en el mismo tono.

Richard estaba inmóvil, mirando alternativamente a las dos mujeres, que aguardaban, dispuestas a cambiar de tema, a que él se levantara y se fuera, a que se defendiera... Pero él no decía nada. Parecía fascinado por el espectáculo de las dos mujeres, ostentosamente hostiles a él; una cómica pareja unida en su aversión. Llegó incluso a dar pruebas de asentimiento con la cabeza, como si dijera: «Bien, seguid».

Molly añadió:

—Como todos sabemos, Richard se casó con una mujer inferior a él... No en el aspecto social, no...; bastante se cuidó él de no hacer tal cosa..., sino, según sus mismas palabras, con una mujer agradable y sencilla, aunque afortunadamente provista de toda una serie de lords y ladies esparcida por las ramas colaterales de la familia, muy útiles, qué duda cabe, para dar nombre a las empresas.

En este punto, Anna soltó un bufido sardónico, pues ni los lords ni las ladies tenían nada que ver con el tipo de dinero que Richard controlaba. Pero Molly no hizo caso de la interrupción y continuó:

—Claro que casi todos los hombres que conocemos están casados con mujeres agradables, sencillas y deprimentes. Es una pena, pobres. La verdad, Marion es una persona excelente, nada tonta, aunque ha estado casada durante quince años con un hombre que la hace creerse estúpida...

—¡Qué harían estos hombres sin sus estúpidas esposas! —comentó Anna suspirando.

—¡Oh» no lo puedo ni imaginar! Cuando quiero estar deprimida de veras, me pongo a pensar en todos los hombres brillantes que conozco, casados con esposas estúpidas. Se me parte el alma, en serio. Y, claro, ahí tenemos a la tonta y vulgar Marión. Como es natural, Richard le fue fiel por igual espacio de tiempo que los otros, es decir, hasta que ella fue a la clínica para tener el primer niño.

—¿Por qué necesitáis remontaros tanto? —exclamó Richard involuntariamente, como si aquella hubiera sido una conversación en serio, y de nuevo las dos mujeres rompieron a reír.

Molly paró de reírse y dijo con seriedad, aunque impaciente:

—¡Por Dios, Richard! ¿Por qué hablas como un idiota? No haces más que compadecerte porque Marion es tu talón de Aquiles y aún nos preguntas por qué hemos de remontarnos tan al principio. —Hizo una pausa antes de espetarle, muy seria y acusadora—: Cuando Marion fue a la clínica.

—De eso hace trece años —adujo Richard, agraviado.

—Te apresuraste a venir a verme a mí. Parecías convencido de que me metería en la cama contigo, y llegaste a sentirte herido en tu orgullo masculino porque yo rehusé. ¿Te acuerdas? Es que nosotras, las
mujeres libres
, sabemos que en el momento en que las esposas de nuestros amigos van a la clínica, sus queridos Tom, Dick o Harry vienen en seguida a vernos, ansiosos siempre de irse a la cama con las amigas de sus mujeres, ¡Dios sabrá por qué, pero es uno de esos fascinantes fenómenos psicológicos! En fin, es un hecho. Yo no iba a aceptarlo, así que no sé a quién acudiste...

—¿Cómo sabes que fui con alguien?

—Porque Marion lo sabe. Es una pena cómo se saben estas cosas. Tú has tenido toda una serie de chicas desde entonces, y Marion ha sabido de todas ellas, porque tú tienes que confesarle todos tus pecados. ¿No sería tan divertido, verdad, si no se lo contaras todo?

Richard hizo un movimiento como si fuera a levantarse e irse; Anna vio de nuevo tensarse los músculos de sus piernas, y relajarse luego. Cambió de parecer y siguió inmóvil. Fruncía la boca con una extraña sonrisita. Daba la impresión del hombre decidido a sonreír bajo el látigo.

—Mientras tanto, Marión criaba a tres niños. Se sentía muy desgraciada. De vez en cuando, tú dejaste insinuar que no estaría mal si se echara un amante..., equilibraría las cosas. Incluso llegaste a sugerir que era una burguesa convencional y monótona... —Molly volvió a hacer una pausa, sonriendo a Richard, y añadió-'-: ¡Eres tan hipócrita y condescendiente!

Lo dijo en un tono casi amistoso, aunque con un algo de desprecio. Y de nuevo Richard movió sus piernas al sentirse incómodo, y pidió, como si estuviera hipnotizado:

—Continúa.

Luego, viendo que era una provocación excesiva, rectificó rápidamente:

—Tengo interés en ver cómo lo describes.

—No va a resultarte nuevo —contestó Molly—. No sé ni de una sola vez que me callara lo que pensaba de cómo tratas a Marion. La has dejado siempre sola, aparte el primer año. Cuando los niños eran pequeños, no te vio nunca el pelo, excepto si se trataba de recibir amistades de negocios en tu casa o de organizar cenas elegantes y todas estas tonterías. Pero nunca te interesaste por ella. Entonces un hombre le demostró interés y fue lo suficientemente ingenua como para creer que tú no objetarías nada... ¡Al fin y al cabo, le habías dicho tantas veces que se echara un amante, cuando ella se quejaba de tus amigas! Así que ella tuvo una aventura y se armó la de Dios es Cristo. Tú no lo podías aguantar y empezaste a amenazarla.

Entonces él quiso casarse con ella y llevarse a los tres niños...; sí, señor, la quería tanto como para eso. Pero no. Tú te pusiste a gritar sermones de moral, más fanático que un profeta del Antiguo Testamento.

—Él era demasiado joven para ella; no hubiera durado.

—¿Quieres decir que tal vez ella no hubiera sido feliz con él? ¿Acaso a ti te preocupaba el que ella fuera o no feliz? —inquirió Molly, con una carcajada de desprecio—. No; era tu vanidad herida. Te esforzaste realmente para volver a seducirla, no paraste de hacer escenas de celos y de cariño hasta que, por fin, ella rompió con él. Y en el momento en que la tuviste bien segura, perdiste todo el inte-rés y volviste a las secretarias en aquel fantástico sofá que tienes en tu suntuoso despacho. Y tú crees que es muy injusto que Marion sea desgraciada y haga escenas y beba más de lo que le conviene. O quizá, sería mejor decir: más de lo que le conviene como mujer de un hombre de tu posición. En fin, Anna, ¿hay algo nuevo desde que me marché, hace un año?

Richard dijo, enfadado:

—No tenéis por qué convertir esto en un dramón.

Ahora que Anna iba a intervenir y que ya no era una discusión con su antigua mujer, estaba enojado.

—Richard vino a verme para preguntar si yo creía que había suficientes razones para mandar a Marion a un sanatorio o a algún lugar parecido. Porque estaba resultando una influencia pésima para los chicos.

Molly aspiró una bocanada de aire.

—Supongo que no lo has hecho —aventuró.

—No. Pero no alcanzo a comprender por qué resulta tan terrible. Estaba pasando una temporada en que bebía mucho, y para los chicos es malo... Paul tiene ya trece años, y la encontró una noche en que se había levantado a beber agua... La encontró en el suelo, inconsciente, bebida.

—¿Tenías de verdad intención de mandarla fuera? —La voz de Molly sonaba ahora neutra y vacía, pero con cierto matiz de censura.

—Bueno, Molly, bueno. Pero ¿qué harías tú? Y no te preocupes, que tu lugarteniente se escandalizó tanto como tú. Anna me hizo sentir todo lo culpable que a ti te gusta. —Volvía a reírse, aunque con cierta tristeza—. Y la verdad es que cuando salgo de esta casa me pregunto si realmente merezco tan poca simpatía. ¡Exageras tanto, Molly! Me tratas como si fuera una especie de Barba Azul. He tenido una media docena de aventuras sin importancia. Como todos los hombres que conozco que llevan casados cierto tiempo. Pero sus mujeres no beben por ello...

—Tal vez habría sido mejor que hubieras escogido una mujer realmente estúpida y sin sensibilidad —sugirió Molly—. Si, al menos, no le hubieras hecho saber lo que hacías... ¡Estúpido! Es mil veces mejor que tú.

—Sí, por descontado —admitió Richard—. Tú supones siempre que las mujeres son mejores que los hombres. Pero eso no ayuda en nada. Mira, Molly, Marion confía en ti. Por favor, ve a verla en cuanto puedas y háblale.

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