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Authors: Doris Lessing

El Cuaderno Dorado (9 page)

BOOK: El Cuaderno Dorado
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—Vas a ser muy desgraciado —dijo Molly, casi con un gemido.

—Sí, además eso —contestó Tommy- La última vez que discutimos, terminaste diciendo: «Ah, qué desgraciado vas a ser». Como si eso fuera lo peor que uno puede ser. Al fin y al cabo, si hablamos de ser o no ser felices, yo no diría que tú o Anna seáis felices, pero por lo menos sois mucho más felices que mi padre. Y no hablemos de Marion —añadió estas últimas palabras suavemente, acusando con franqueza a su padre.

Richard se irritó al decir:

—¿Por qué no escuchas mi versión de la historia, además de la de Marion?

Tommy no hizo caso y continuó diciendo:

—Ya sé que voy a parecer ridículo. Antes de empezar ya sabía que iba a parecer ingenuo...

—¡Claro que eres ingenuo! —exclamó Richard.

—No eres ingenuo —afirmó Anna.

—Después de la última conversación que mantuve contigo, Anna, vine a casa y pensé: «Anna debe de pensar que soy muy ingenuo».

—No, no es verdad. El caso no es éste. Lo que tú no pareces comprender, Tommy, es que quisiéramos que salieras adelante mejor que nosotras.

—Pero ¿por qué?

—Bueno; tal vez todavía cambiemos y mejoremos algo —explicó Anna, como muestra de deferencia hacia la juventud. Al oír la súplica de su propia voz, rompió a reír y añadió—: Por Dios, Tommy, ¿no te das cuenta de lo juzgadas que nos haces sentir?

Por vez primera, Tommy mostró un rasgo de humor. Las miró de verdad, primero a ella y luego a su madre, con una sonrisa.

—Olvidáis que os he estado escuchando hablar toda mi vida. De vosotras sé cosas, ¿no? Yo creo que a veces las dos sois bastante infantiles, pero prefiero esto a...

No miró a su padre, como prescindiendo de él.

—Es una pena que nunca me hayas dejado hablar a mí —dijo Richard, aunque con lástima de sí mismo.

Tommy reaccionó con un gesto, terco y rápido, de repulsión. Les dijo a Anna y Molly:

—Prefiero ser un fracasado, como vosotras, antes que llegar lejos y todo lo demás. Lo que no quiere decir que escoja el fracaso. Porque uno no escoge ser un fracasado, ¿verdad? Yo sé lo que no quiero, pero no lo que quiero.

—Una o dos cuestiones prácticas —intervino Richard, mientras Anna y Molly, de mal humor, hacían un esfuerzo por aceptar la palabra fracaso, usada por el muchacho exactamente en el mismo sentido que ellas lo hubieran hecho.

Así y todo, ninguna de las dos se la había aplicado a sí misma... o, por lo menos, no de aquella manera tan certera y dolorosa.

—¿De qué vas a vivir? —preguntó Richard.

Molly se enojó. No quería que los sarcasmos de Richard arrastraran a Tommy fuera de aquel tranquilo período de reflexión que ella le ofrecía.

Pero Tommy contestó:

—Si a madre no le importa, a mí no me molestaría vivir a sus costas por una temporada. Al fin y al cabo, apenas gasto nada. Pero si me veo forzado a ganar dinero, puedo enseñar.

—Y te vas a encontrar con que es un modo de vida mucho más inflexible que el que te ofrezco yo —arguyo Richard.

Tommy se sentía violento.

—Me parece que no has comprendido realmente lo que he tratado de decir.

Quizá no me he expresado bien.

—Te vas a convertir en un haragán de café —predijo Richard.

—No. No me parece probable. Tú lo dices porque a ti sólo te gusta la gente que tiene mucho dinero.

Los tres adultos se quedaron sin decir nada. Molly y Anna, porque el chico era capaz de defenderse por su cuenta; Richard, porque temía salirse de sus casillas. Al cabo de un rato, Tommy dijo:

—Quizá probaré a ser escritor.

Richard soltó un gemido. Molly no dijo nada, con un esfuerzo. En cambio, Anna exclamó:

—¡Oh, Tommy! ¿Y aquellos consejos tan buenos que te di?

Él le contestó afectuosamente, pero con firmeza:

—Te olvidas, Anna, de que yo no tengo esas ideas tuyas tan complicadas sobre lo que es escribir.

—¿Qué ideas son ésas? —inquirió Molly, tajante.

Tommy se dirigió a Anna:

—He reflexionado sobre lo que me has dicho.

—¿Qué te ha dicho? —exigió Molly.

Anna dijo:

—Tommy, eres una persona temible de conocer. Una dice algo y tú te lo tomas tan en serio.

—Pero tú
ibas
en serio, ¿no?

Anna reprimió un impulso de acabar aquello con una broma, y repuso:

—Sí, iba en serio.

—Ya lo sé. Así que he reflexionado sobre lo que dijiste. En ello había cierta arrogancia.

—¿Arrogancia?

—Sí, creo que sí. Las dos veces que he ido a verte, tú has hablado, y cuando he puesto en claro todo lo que has dicho, me suena a arrogancia. Como una especie de desprecio.

Los otros dos, Molly y Richard, se tomaban un descanso, con sonrisas, encendiendo cigarrillos, sintiéndose excluidos, cambiando miradas.

No obstante, Anna, al recordar la sinceridad con que el chico acudió a ella, había decidido dejar de lado incluso a su vieja amiga Molly, de momento por lo menos.

—Si he dado la impresión de desprecio, es que no me he explicado bien.

—Sí. Porque significa que no confías en la gente. A mí me parece que tienes miedo.

—¿Miedo de qué? —preguntó Anna. Se sentía al descubierto, especialmente ante Richard, y tenía la garganta seca y dolorida.

—De la soledad. Sí, ya sé que esto suena extraño para ti porque, naturalmente, tú eliges estar sola antes que casarte para no estar sola. Pero yo me refiero a algo diferente. Tú tienes miedo de escribir lo que piensas sobre la vida, porque puede que te encuentres al descubierto, que te desenmascares, que te encuentres a solas.

—¡Ah! —exclamó Anna, sin entusiasmo—. ¿Tú crees?

—Sí. Y si no tienes miedo, entonces es desprecio. Cuando hablamos de política, tú dijiste que lo que habías aprendido siendo comunista es que lo más terrible de todo, lo peor, era cuando los jefes no decían la verdad. Dijiste que una pequeña mentira podía extenderse en una ciénaga de mentiras y envenenarlo todo. ¿Te acuerdas?

Hablaste de ello largo rato... Bueno, pues dijiste eso sobre la política y tú tienes libros enteros que te has escrito para ti misma, que nadie ha visto. Tú dijiste que todo el mundo tiene libros en los cajones, que la gente escribe para sí misma..., y esto, incluso, en países donde no es peligroso escribir la verdad. ¿Te acuerdas, Anna? Pues esto es un modo de desprecio. —Sus ojos no la habían mirado a ella, pero le habían dirigido una mirada seria, oscura, de introspección. Se dio cuenta, entonces, de que ella enrojecía, y titubeando añadió—: Anna, tú decías lo que realmente pensabas,

¿verdad?

—Sí.

—Pero, ¡vamos! Es imposible que no imaginaras que yo iba a reflexionar sobre todo esto.

Anna cerró los ojos un instante, con una sonrisa de dolor, y adujo:

—Supongo que no apreciaba... lo muy en serio que me ibas a tomar.

—Es lo mismo, es lo mismo que con el escribir. ¿Por qué no había de tomarte en serio?

—No sabía que Anna hubiera estado escribiendo durante esta temporada —intervino Molly, decidida a entrar en serio en la conversación.

—Es verdad, no he escrito —se apresuró a admitir Anna.

—¿Ves? —dijo Tommy.

—¿Por qué dices eso?

—Recuerdo que te dije que me había sobrecogido un horrible sentimiento de aversión, de futilidad. Tal vez no quiera propagar emociones como éstas.

—Si Anna te ha estado llenando de aversión por la carrera literaria —prorrumpió Richard, riendo—, por una vez no voy a contradecirla.

Era una observación tan falsa que Tommy se limitó a pasaría por alto, lo que logró cortésmente controlando su confusión y pasando directamente a decir:

—Si sientes aversión, pues sientes aversión. ¿Por qué pretender lo contrario? Pero el caso es que tú hablabas de responsabilidades. Esto es también lo que yo experimento. La gente no se siente responsable hacia los demás. Tú dijiste que los socialistas han dejado de ser una fuerza moral, de momento, al menos, porque no han tomado sobre sí la responsabilidad moral... Excepto unos pocos. Dijiste eso, ¿no? En cambio, escribes y escribes en cuadernos, en los que dices lo que piensas acerca de la vida, pero los cierras con candado. Y eso no es ser responsable.

—Un gran número de personas diría que lo irresponsable es propagar el sentimiento de aversión, anarquía o desconcierto... —Anna dijo esto medio en broma, quejosa, con abatimiento y tratando de hacerle adoptar el mismo tono a su interlocutor.

Pero él reaccionó inmediatamente cerrándose, dejándolo correr, demostrándole que no había estado a la altura que esperaba de ella. Como todos los demás, resultaba inevitable que acabara por decepcionarle; esto era lo que sugería aquel gesto suyo de paciencia y terquedad. Se refugió en sí mismo diciendo:

—En todo caso, he bajado para decir esto. Me gustaría seguir sin hacer nada un mes o dos. Al fin y al cabo, cuesta mucho menos que ir a la universidad, como vosotros queríais.

—No es una cuestión de dinero —adujo Molly.

—Vas a ver que es una cuestión de dinero —intervino Richard—. Cuando cambies de parecer, me llamas.

—Te llamaré de todos modos —repuso Tommy a su padre en tono considerado.

—Gracias —dijo Richard, con la sequedad del que está ofendido. Permaneció un momento de pie, con una sonrisa enojada hacia las dos mujeres, antes de despedirse—. Pasaré uno de estos días, Molly.

—Cuando quieras —le contestó Molly, con dulzura.

Inclinó fríamente la cabeza hacia Anna, puso la mano un instante sobre el hombro de su hijo, quien se quedó indiferente, y se marchó. En seguida, Tommy se puso de pie y dijo:

—Subo a mi cuarto.

Salió con la cabeza echada hacia adelante, girando con una mano el pomo de la puerta, que se abrió lo necesario para dejar pasar su cuerpo: era como si se escurriera de la habitación. Las dos mujeres oyeron sus pisadas monótonas y pesadas por las escaleras.


En fin..
. —dijo Molly.

—En fin... —dijo Anna, preparándose para el desafío.

—Parece que han ocurrido muchas cosas mientras yo estaba fuera.

—De momento, parece que a Tommy le he dicho cosas que no hubiera debido.

—O no suficientes.

Anna hizo un esfuerzo para explicar:

—Ya sé que quieres que hable de problemas artísticos y demás. Pero para mí es distinto... —Molly aguardaba con una expresión de escepticismo, e incluso como injuriada—. Si viera la cuestión en términos de un problema artístico, entonces sería fácil, ¿no? Podríamos tener conversaciones muy inteligentes sobre la novela moderna... La voz de Anna sonaba llena de irritación, y trató de sonreír para suavizar su efecto.

—¿Qué hay, pues, en esos diarios?

—No son diarios.

—Lo que sean.

—Caos, ésa es la cuestión.

Anna se quedó mirando los dedos de Molly, gruesos y blancos, que se retorcían y entrelazaban. Las manos parecían decir: «Pero, ¿por qué me injurias así? Pero si te empeñas, lo aguantaré».

—Si escribiste una novela, no veo por qué no puedes escribir otra —prorrumpió Molly, provocando la risa de Anna, que no pudo contenerse pese a que los ojos de su amiga se llenaron de lágrimas.

—No me reía de ti.

—¿Es que no lo entiendes? —sollozó Molly, tragándose con determinación las lágrimas—. Ha significado siempre tanto para mí el que tú produjeras algo, aunque yo no produjera nada...

Anna estuvo por decir, con firmeza: «Yo no soy una prolongación de ti». Pero sabía que era una de las cosas que podría haber dicho a su madre, así que se contuvo.

Anna recordaba muy poco a su madre. ¡Había muerto tan pronto! Sin embargo, en momentos como aquél, era capaz de formarse la imagen de alguien fuerte y dominador, con quien Anna debía luchar.

—Sobre algunas cosas, te enfadas tanto, que no sé cómo empezar —dijo Anna.

—Sí, estoy enfadada. Estoy enfadada. Estoy enfadada con toda la gente que conozco y que se echa a perder. No se trata sólo de ti. Hay muchas más personas.

—Mientras estuviste fuera, ocurrió algo que me interesó. ¿Te acuerdas de Basil Ryan? Me refiero al pintor.

—Claro. Le conocí.

—Pues bien; apareció un artículo en el periódico, y decía que no iba a volver a pintar. Afirmaba que como el mundo es tan caótico, el arte no tiene ninguna importancia. —Se produjo un silencio, hasta que Anna imploró—: ¿Eso no significa nada para ti?

—No. Y, sobre todo, en cuanto a ti. Al fin y al cabo, tú no eres de los que escriben novelitas sobre las emociones. Tú escribes sobre lo que es real.

Anna casi se echó a reír de nuevo, y luego dijo, seriamente:

—¿Te das cuenta de cuántas de las cosas que decimos son sólo ecos? Esta observación que acabas de hacer es un eco de la crítica del Partido comunista... en sus peores momentos, además. ¡Dios sabrá lo que significan observaciones así! Yo, desde luego, lo ignoro. Nunca las comprendí. Si el marxismo tiene alguna significación, ésta es que una novelita que trate de las emociones debe reflejar «lo que es real», puesto que las emociones son una función y un producto de una sociedad...

—Se detuvo a causa de la expresión de Molly—. No pongas esa cara, Molly. Has dicho que querías que hablara de ello, y lo estoy haciendo. Pero hay algo más. Algo fascinante, si no fuera tan deprimente. Aquí estamos, en 1957, y han ocurrido muchísimas cosas. De súbito, en Inglaterra, se produce un fenómeno en el campo de las artes que yo, desde luego, no había previsto. Todo un grupo de gente, que jamás tuvo nada que ver con el Partido, se levanta y exclama, como si se le acabara de ocurrir a él solito, que las novelitas o las piezas de teatro sobre emociones no reflejan la realidad. La realidad, te sorprendería oírlo, es la economía o las ametralladoras que aniquilan a quien protesta contra el nuevo orden.

—Todo porque no tengo facilidad para expresarme. ¡Es injusto! —exclamó Molly rápidamente.

—Al fin y al cabo, sólo escribí una novela.

—Sí, ¿y qué vas a hacer cuando ya no te dé dinero? Has tenido suerte con ella, pero algún día terminará...

Anna se retuvo, inmóvil, con un esfuerzo. Molly había hablado por puro despecho. «Me alegro de que vayas a estar sujeta a las mismas dificultades con que nosotros tenemos que enfrentarnos —pensó Anna—. Ojalá no me hubiera vuelto tan consciente de todo, de cada pequeño matiz. Antes, no me hubiera dado cuenta. En cambio, ahora en cada conversación, en cada encuentro con una persona parece como si cruzara un campo de minas. ¿Y por qué no puedo aceptar que a veces la amiga más íntima me clave un puñal bien hondo en la espalda?»

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