Viscos es un pueblo del norte de España perdido en el tiempo y el espacio, donde sus habitantes, en su mayoría gente mayor cuyos hijos se han trasladado a la gran ciudad, viven aburridos y esperando el fin del pueblo. Es una comunidad dividida por la codicia , la cobardía y el miedo . Un día un extranjero llega al pueblo, un hombre perseguido por el fantasma de un pasado doloroso y conoce a la joven camarera Chantal Prym, una joven en busca de la felicidad.
El extranjero ha viajado desde muy lejos y necesita encontrar la respuesta a una pregunta que le atormenta: en su esencia, ¿el ser humano es bueno o malo? En siete días se desarrolla una trama perversa con la que el extranjero pone a prueba a los habitantes de Viscos.
Allí, enterrados bajo tierra, hay diez lingotes de oro que entregará al pueblo con una condición: que la señorita Prym les proponga a sus vecinos que maten a alguien en el plazo de una semana. Si aparece un habitante asesinado, él les entregará ese oro que les arreglará la vida y le quedará claro que el ser humano es malo por naturaleza. Si no, él se llevará el oro consigo y comprenderá que el ser humano es bueno por naturaleza.
El Bien y el Mal librarán una batalla decisiva, y cada personaje decidirá a cuál de los dos bandos pertenece.
Paulo Coelho
El Demonio y la señorita Prym
Libro tercero de la Trilogía:
Y al séptimo día...
ePUB v1.0
Piolín.3917.08.12
Título original:
O Demônio e a srta Prym
Paulo Coelho, 2000
Diseño/retoque portada: Piolín.39
Editor original: Piolín.39 (v1.0)
ePub base v2.0
OH María, sin pecado concebida,
Rogad por nosotros, que a Vos recurrimos. Amén
Cierto personaje le preguntó: "Buen Maestro, ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?" Y Jesús le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Únicamente dios es bueno."
Lucas, 18,18-19
La primera historia sobre la división nace en la antigua Persia: El Dios del tiempo, después de haber creado el tiempo, después de haber creado el universo, se da cuenta de la armonía que tiene a su alrededor, pero siente que le falta algo muy importante: Una compañía con la cual disfrutar de toda aquella belleza.
Durante mil años, reza para conseguir un hijo. La historia no cuenta quién se lo pide, ya que él es todo poderoso, señor único y supremo; a pesar de todo, reza y, al final, la deidad queda encinta.
Cuando comprende que ha conseguido lo que quería, el Dios del tiempo se arrepiente, consciente de que el equilibrio de las cosas es muy frágil. Pero ya es demasiado tarde: el hijo ya está en camino. Lo único que consigue con su llanto es que la criatura que lleva en su vientre se divida en dos.
Cuenta la leyenda que de la oración del Dios del tiempo nace el Bien (Ormuz), y de su arrepentimiento nace el Mal (Ahriman) dos hermanos gemelos.
Preocupado, hace lo posible para que Ormuz salga primero de su vientre, controlando a su hermano, Ahriman, y evitando que cause problemas en el universo. Pero el Mal, inteligente y espabilado da un empujón a Ormuz en el momento del parto y es el primero en ver la luz de la estrellas.
El Dios del tiempo, desolado, decide crear aliados para Ormuz y entonces crea la raza humana, que luchará con él para dominar a Ahriman y evitar que se apodere del mundo.
En la leyenda persa, la raza humana nace como aliada del Bien y, según la tradición, al final vencerá. Siglos después, surge una versión opuesta, en la que el hombre es el instrumento del Mal.
Creo que todos ustedes ya saben de qué les estoy hablando: un hombre y una mujer están en el jardín del paraíso, gozando de todas las delicias inimaginables. Solo se les ha prohibido una cosa: La pareja no puede conocer el significado de Bien y Mal. Dice el señor Todo poderoso: "No comerás del árbol del Bien y del Mal" (Génesis, 2, 17).
Pero un buen día aparece la serpiente, que afirma que este conocimiento es mas importante que el mismo Paraíso, y que ellos deben poseerlo. La mujer se niega a ello, diciendo que Dios los ha amenazado de muerte, pero la serpiente afirma que no les pasará nada, sino al contrario: el día en que sepan lo que es el Bien y el Mal, serán iguales a Dios.
Eva, convencida, come fruta prohibida y da una parte de ella a Adán. A partir de entonces, el equilibrio original del paraíso queda destruido, y ambos son expulsados y maldecidos. Pero Dios pronuncia una frase enigmática que da toda la razón a la serpiente: "Hete aquí que el hombre se ha convertido en uno de nosotros, conocedores del Bien y del Mal".
En este caso (al igual que en el del Dios del tiempo, que reza pidiendo algo aunque sea el señor absoluto), la Biblia no explica con quién está hablando el Dios único, y —si él es único — ¿Por qué dice "en uno de nosotros"?
Sea como fuere, desde sus orígenes, la raza humana está condenada a lidiar con la eterna División entre dos polos opuestos. Y así estamos nosotros, con las mismas dudas que nuestros antepasados; este libro tiene como objetivo abordar este tema utilizando, en algunos momentos de su trama, leyendas sobre este asunto, que han sido sembradas por los cuatro cantos del mundo.
Con
El Demonio y la señorita Prym
concluyo la trilogía
Y al séptimo día...
de la cual forman parte
A orillas del río Piedra me senté y lloré
(1994) y
Veronika decide morir
(1998). Los tres libros hablan de una semana en la vida de unas personas normales que, repentinamente, se ven enfrentadas al amor, a la muerte y al poder. Siempre he creído que las transformaciones mas profundas, tanto en el ser humano como el la sociedad, tiene lugar en periodos de tiempo muy reducidos. Cuando menos lo esperamos, la vida nos pone delante un desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio; en ese momento, no sirve de nada fingir que no pasa nada, ni disculparnos diciendo que aún no estamos preparados.
El desafío nos espera. La vida no mira hacia atrás. En una semana hay tiempo mas que suficiente para decidir si aceptamos o no nuestro destino.
Buenos Aires, agosto de 2000.
Hacía casi quince años que la vieja Berta se sentaba todos los días delante de su puerta. Los habitantes de Viscos sabían que los ancianos suelen comportarse así: sueñan con el pasado y la juventud, contemplan un mundo del que ya no forman parte, buscan temas de conversación para hablar con los vecinos...
Pero Berta tenía un motivo para estar allí.
Su espera terminó aquella mañana, cuando vio al forastero subir por la escarpada cuesta y dirigirse lentamente en dirección al único hotel de la aldea. No era tal como se lo había imaginado tantas veces; sus ropas estaban gastadas por el uso, tenía el cabello más largo de lo normal e iba sin afeitar.
Pero llegaba con su acompañante: el Demonio.
"Mi marido tiene razón —se dijo a sí misma —. Si yo no estuviera aquí, nadie se habría dado cuenta."
Era pésima para calcular edades, por eso estimó que tendría entre cuarenta y cincuenta años. "Un joven", pensó, utilizando ese baremo que sólo entienden los viejos. Se preguntó en silencio por cuánto tiempo se quedaría pero no llegó a ninguna conclusión; quizás poco tiempo, ya que sólo llevaba una pequeña mochila. Lo más probable era que sólo se quedase una noche, antes de seguir adelante, hacia un destino que ella no conocía ni le interesaba.
A pesar de ello, habían valido la pena todos los años que pasó sentada a la puerta de su casa esperando su llegada, porque le habían enseñado a contemplar la belleza de las montañas (nunca antes se había fijado en ello, por el simple hecho de que había nacido allí, y estaba acostumbrada al paisaje).
El hombre entró en el hotel, tal como era de esperar. Berta consideró la posibilidad de hablar con el cura acerca de aquella presencia indeseable, pero seguro que el sacerdote no le haría caso y pensaría que eran manías de viejos.
Bien, ahora sólo faltaba esperar los acontecimientos. Un demonio no necesita tiempo para causar estragos, igual que las tempestades, los huracanes y las avalanchas que, en pocas horas, consiguen destruir árboles que fueron plantados doscientos años antes. De repente, se dio cuenta de que el simple conocimiento de que el Mal acababa de entrar en Viscos no cambiaba en nada la situación; los demonios llegan y se van siempre, sin que, necesariamente, nada se vea afectado por su presencia. Caminan por el mundo constantemente, unas veces sólo para saber lo que está pasando, otras veces para poner a prueba alguna alma, pero son inconstantes y cambian de objetivo sin ninguna lógica, sólo los guía el placer de librar una batalla que valga la pena. Berta estaba convencida de que en Viscos no había nada de interesante ni especial que pudiera atraer la atención de nadie por más de un día, y mucho menos de un personaje tan importante y ocupado como un mensajero de las tinieblas.
Intentó concentrarse en otra cosa, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen del forastero. El cielo, antes soleado, empezó a cubrirse de nubes.
"Eso es normal en esta época del año —pensó —. No tiene ninguna relación con la llegada del forastero, es pura coincidencia."
Entonces oyó el lejano estrépito de un trueno, seguido de otros tres. Por una parte, eso significaba que pronto llovería; por otra, si decidía creer en las antiguas tradiciones del pueblo, podía interpretar aquel sonido como la voz de un Dios airado que se quejaba de que los hombres se habían vuelto indiferentes a Su presencia.
"Tal vez debería hacer algo. Al fin y al cabo, acaba de llegar lo que yo estaba esperando."
Pasó unos minutos prestando atención a todo lo que sucedía a su alrededor; las nubes seguían descendiendo sobre la ciudad, pero no oyó ningún otro ruido. Como buena ex católica, no creía en tradiciones ni en supersticiones, especialmente las de Viscos, que tenían sus raíces en la antigua civilización celta que había poblado aquella zona en el pasado.
"Un trueno es un fenómeno de la naturaleza. Si Dios quisiera hablar con los hombres, no utilizaría unos medios tan indirectos."
Fue sólo pensar en ello y volver a oír el fragor de un trueno, mucho más próximo. Berta se levantó, cogió su silla y entró en casa antes de que empezara a llover, pero ahora tenía el corazón oprimido, con un miedo que no conseguía definir. "¿Qué debo hacer?"
Volvió a desear que el forastero partiera inmediatamente; ya estaba demasiado vieja como para ayudarse a sí misma o a su pueblo o, muchísimo menos, a Dios Todopoderoso, quien, en caso de necesitar ayuda, a buen seguro hubiera elegido una persona más joven. Todo aquello no pasaba de un delirio; a falta de nada mejor que hacer, su marido se inventaba cosas que la ayudaran a matar el tiempo.
Pero había visto al Demonio; sí, no tenía La menor duda de ello.
En carne y hueso, vestido de peregrino.
El hotel era, al mismo tiempo, tienda de productos regionales, restaurante de comida típica y un bar donde los habitantes de Viscos acostumbraban reunirse para discutir sobre las mismas cosas, como el tiempo o la falta de interés de la juventud por la aldea. "Nueve meses de invierno y tres de infierno", solían decir, refiriéndose al hecho de que necesitaban hacer, en noventa días escasos, todas las faenas del campo: labranza, abono, siembra, espera, cosecha, almacenaje del heno, esquilar las ovejas...