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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (53 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
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—Ya imagino que todos estos libros son muy importantes.

—Mucho —aseguró Lourds, cuya mente calculaba las posibilidades. Recordó todo lo que se había perdido en la biblioteca de Alejandría. Un mundo de antiguos conocimientos…, allí… al alcance de su mano. Le invadió un absoluto asombro.

—¡Lourds! —lo llamó Murani, impaciente.

Se volvió y se encontró con un rayo de luz dirigido a sus ojos. Levantó las manos para protegerse.

—¿Qué?

—¿Dónde está el Libro del Conocimiento?

—No lo sé. Debe de estar en algún sitio.

—Aquí —dijo Leslie.

Siguió su voz a través de las estanterías y todos fueron detrás de él.

En cuanto los obreros salieron de la caseta, Natashya se dio cuenta de que la estrategia del guardia suizo que quedaba había pasado de ofensiva a defensiva. También sabía que había cometido el error de permitirle llegar hasta el cuerpo del segundo hombre que había matado. Dejó las pistolas y cogió el fusil y la bandolera con munición. Se la colocó al hombro y comprobó la recámara. Estaba casi llena.

Volver a tener armas de verdad hizo que se sintiera bien.

Con calma, sabiendo que su oponente sólo tenía dos opciones, se agachó en las sombras, al lado de la excavadora, y esperó. Le molestaba no poder acercarse a Gary, que estaba inconsciente e inmóvil en el frío suelo. Con todo, algunos de los hombres seguían cerca de él. Esperaba que siguiera vivo y que los que había salvado, lo salvaran a él.

El guardia suizo salió de su escondite y corrió hacia los vehículos de los obreros. Había optado por salvar el pellejo en vez de unirse a sus camaradas en las siguientes cuevas.

Se llevó el fusil al hombro, lo siguió un poco y apretó el gatillo. La bala le alcanzó en el cuello, justo por debajo del casco. El impacto lo derribó. No volvió a moverse.

Una vez libre de peligros, corrió hacia Gary. Los obreros la dejaron pasar, intimidados por el arma. Muchos de ellos se dirigieron a los vehículos para salir de allí.

El movimiento de su pecho le indicó que seguía vivo.

Miró a uno de los hombres.

—¡Tú! —dijo con su voz de policía.

—¿Yo? —preguntó el hombre asustado.

—Mi amigo te ha salvado la vida y quiero que tú salves la suya.

—Por supuesto. —Llamó a un compañero y entre los dos lo levantaron.

—Con cuidado —les aconsejó Natashya.

El hombre asintió y se dirigieron hacia uno de los vehículos. Llamó al conductor, que aparcó el camión al lado.

Lo dejaron en buenas manos antes de subir ellos.

Observó que se alejaban. Después volvió su atención a las cuevas que había más adelante, donde parecía haberse declarado la Tercera Guerra Mundial.

Leslie estaba en un extremo de la habitación, junto a una caja de cristal, bajo un colorido mosaico. En él podía verse una imagen del primer hijo en lo alto de un prado, con los brazos extendidos, llamando a los hombres y a las mujeres que había en una oscura selva llena de demonios y bestias horribles.

—«Puede que volvamos a casa pronto». —dijo Lourds leyendo en voz alta los símbolos que había bajo el mosaico.

Sobre una mesita había una caja de oro puro batido. También había una nota. Dirigió la linterna hacia ella y la leyó rápidamente.

—¿Puedes traducirla? —pidió Murani.

—Sí.

—Entonces, hazlo. La nota era corta y concisa.

He aquí el Libro de Conocimiento. Se lo arrebatamos al primer hijo de Dios, que vino al jardín a apaciguarnos. Rezamos para que Dios perdone nuestros pecados
.

Cuando cayó la torre, después de construirla para ascender a los Cielos, sobrevinieron tiempos difíciles. Nos peleábamos entre nosotros porque ya no compartíamos una misma lengua. Sólo unos pocos de nosotros consiguieron aprender esa lengua de nuevo. Juramos que nunca se la enseñaríamos a nadie. Pero el libro pertenece a Dios y siempre habrá aquellos que crean que pueden ser tan poderosos como él
.

Están equivocados
.

Cuando nos sumergió el mar, unos pocos permanecimos en las cuevas. Estamos sufriendo una misteriosa enfermedad que nos ha seguido hasta las profundidades
.

—¿Puede seguir aquí? —preguntó Gallardo.

—No, además tienes otras cosas de las que preocuparte —le espetó Murani.

—Seguramente toda bacteria o virus sucumbió al barotrauma —indicó Lourds.

—¿Qué es eso? —preguntó Gallardo receloso.

—Puesto que estas cuevas están secas y que algunos de ellos sobrevivieron, al menos un tiempo, todo el lugar se convirtió en una gran cámara hiperbárica. Es decir, el oxígeno que había dentro tenía más presión. Ocurre lo mismo cuando uno se sumerge a más de cuarenta metros de profundidad durante largo tiempo. Por eso, los buceadores han de someterse a descompresión y ascender poco a poco, o utilizar una cámara de descompresión, también llamada cámara hiperbárica. El barotrauma se manifiesta cuando hay un cambio de presión dentro del cuerpo que no se equilibra.

—Seguro que has conocido alguna mujer que le gustaba el submarinismo-comentó Leslie con acritud.

No podía imaginar que en aquellas circunstancias pudiera sentir celos, pero no había duda de que los sentía. Los había presenciado y había tenido que enfrentarse a ellos en demasiadas ocasiones. Y, de hecho, tenía razón. Había salido con una mujer que era profesora de submarinismo. Una profesora griega muy guapa, que se expresaba muy bien.

—Enfermaron por estar bajo el mar —dijo Gallardo.

—Sí. Ha habido personas que han intentado vivir bajo el agua en muchos lugares, como los proyectos Conshelf, Sealab y Aquarius de Jacques Cousteau. El buceo de saturación, y eso es a lo que tuvieron que enfrentarse los supervivientes en cierto sentido, puede provocar necrosis ósea aséptica, que conlleva pérdida de sangre en los huesos y posiblemente gangrena en brazos y piernas. —Se quedó callado un momento—. Una muerte horrible y dolorosa.

—¿Dice algo más la nota? —preguntó Murani. Lourds volvió a leer.

Sé que no viviré mucho más, quizás unos días, pero quiero dejar esta advertencia a los que encuentren el libro. Si Dios quiere, la isla no volverá a elevarse nunca más y nuestros pecados permanecerán enterrados en el océano. Sé que Dios obrará según su deseo
.

Así que si has hallado este libro, si puedes leer mi mensaje, escrito en la antigua lengua que Dios nos arrebató, haz caso de mi advertencia. No lo leas. Déjalo en lugar seguro hasta que Dios regrese para buscarlo y nos alivie de esta carga una vez más
.

—La firma Ethan, el historiador —concluyó Lourds.

—Apártate —dijo Murani apuntándole con la pistola. Lourds se alejó de mala gana.

Murani se metió el arma en la sotana, se acercó a la caja, abrió la tapa y buscó en su interior. Cuando sacó el libro, Lourds se sorprendió de que el cardenal no empezara a arder o que se volatilizara al tocarlo.

Era mucho más pequeño de lo que creía. Tendría unos treinta centímetros de ancho y cincuenta de largo, y no llegaba a siete de grosor.

¿Cómo podía haber en él todo el conocimiento de Dios? Murani lo abrió temblando. Al principio, las páginas parecían estar en blanco, pero luego se llenaron de símbolos. Aparecieron tan rápido que Lourds pensó que simplemente no los había visto en un principio.

Murani miró el texto, parecía enfadado, frustrado y atónito. Miró a Lourds y se lo entregó.

—Lee esto —le pidió.

Lo hizo, pero los símbolos le jugaron una mala pasada. Parecían moverse y zigzaguear, resultaba difícil que estuvieran quietos.

—Has de saber que éste es el libro de Dios y su palabra es sagrada y sin…

Murani lo cerró de golpe.

—Vas a enseñarme esta lengua. El que no pueda leerla es lo único que te mantiene con vida.

Lourds no pudo pensar en nada que decir.

—Quédate con él, Gallardo. Teniente Sbordoni, hay que encontrar la forma de salir de aquí.

Lourds miró los libros antes de que le obligaran a subir los escalones. No le apetecía nada tener que dejarlos allí. Quería estudiarlos, pero Gallardo le puso una mano en la espalda y volvió a empujarlo, con lo que provocó que casi se cayera.

De vuelta en la cámara de los acordes, la tensión entre las dos facciones de guardias suizos había alcanzado un punto crítico. Lourds lo tuvo claro con sólo ver la forma en que uno de los grupos protegía al padre Sebastian.

—Cardenal Murani, ha de devolverme el Libro del Conocimiento —pidió el sacerdote.

—¿Y si me niego? —preguntó Murani en actitud beligerante.

—Entonces tendré que arrebatárselo, y preferiría no hacerlo —dijo uno de los guardias suizos.

—Estás al servicio de la Sociedad de Quirino. Se supone que has de ayudarme.

—A recuperar el libro para ponerlo en lugar seguro sí, pero no a dejar que lo lea. El se libro ya ha hecho demasiado daño. Ha de guardarse donde no pueda hacer mas.

—Este libro puede fortalecer a la Iglesia y acercarnos a Dios —repuso Murani.

—Volverá a atraer la cólera de Dios sobre nosotros —aseguró Sebastian estirando la mano—. Deme el libro, cardenal Murani. —Hizo una pausa—. Por favor, Stefano, antes de que tu fanatismo acabe con todos nosotros.

Por un momento pareció que iba a acceder a la petición. Entonces sacó la pistola y le disparó antes de que los guardias suizos pudieran cerrar filas.

Aquello desencadenó el baño de sangre que se había ido gestando.

Cuando las balas empezaron a silbar, Lourds se apartó de Gallardo, que también comenzó a disparar. Manteniéndose lo más agachado que pudo, corrió hacia Leslie, la cogió del brazo y fueron hacia la pendiente que llevaba al pozo en el que estaba la biblioteca. Era el lugar más seguro que se le ocurrió hasta que acabara aquella batalla. Los guardias suizos iban cayendo a su alrededor.

La caverna se llenó de un ruido que fue amplificándose con una cacofonía de ecos que repetían una y otra vez la lucha que se estaba librando en el auditorio. Sintió que el suelo temblaba bajo sus pies y se quedó quieto detrás de una estalagmita que les ofreció cobijo ante la tormenta de balas.

—¿Qué es eso? —preguntó Leslie—. ¿Un terremoto?

—No, es una vibración armónica. La cueva es una cámara acústica diseñada para recoger y amplificar el sonido.

El susurro del agua a su alrededor se hizo más intenso.

Lourds sintió una sensación de desazón en el estómago.

—No —susurró.

De repente se oyó un horrible crujido que ahogó el sonido de los disparos. Después, las paredes se quebraron y cedieron. El ávido mar que contenían se derramó con suficiente fuerza como para derribar todo a su paso.

Tras cubrir el suelo de la caverna, fue hacia el pozo que había en el centro.

—¡No! —gritó amargamente dirigiéndose hacia allí, pero Leslie lo agarró y lo contuvo.

—¡No puedes hacer nada! ¡Salgamos de aquí! —gritó.

Después de todo lo que habían pasado, después de todo a lo que habían sobrevivido, había acabado siendo un impotente testigo. Agotado, cayó de rodillas mientras el agua giraba y se convertía en un remolino que desembocaba directamente en la biblioteca.

Leslie tiró de él.

—¡Venga! ¡Vamos! ¡Levántate o moriremos!

Se obligó a levantarse y echó a correr hacia la entrada de la cueva. Delante de ellos, los que habían sobrevivido a la batalla también huían, aunque alguno seguía disparando.

Mientras corría, se dio cuenta de que el nivel subía muy deprisa. A cada paso que daba, más profunda era el agua. Esquivó y saltó por encima de cadáveres sin soltar la mano de Leslie.

Ésta gritó horrorizada.

—Guarda las fuerzas. Saldremos de aquí, pero no si no puedes correr —mintió. A la velocidad que ascendía el nivel era imposible que se salvaran. Se ahogarían como ratas.

Murani se detuvo a cierta distancia delante de ellos y señaló hacia donde estaban. El agua le llegaba a la cintura. A pesar de que no podía oírle por el borboteo de la corriente, supo que estaba ordenando a sus hombres que lo atraparan.

Tres guardias suizos dieron la vuelta y corrieron hacia ellos, acompañados por Murani.

Lourds soltó un juramento y casi se cae cuando una ola le golpeó la espalda y los hombros, y le hizo tambalearse. La sal hacía que le escocieran los ojos y la nariz. El pánico se apoderó de él cuando resbaló, pero recuperó el equilibrio y siguió adelante.

Los guardias suizos y Murani le estaban esperando. Lo agarraron con fuerza y tiraron de él hacia la cueva en la que estaban las imágenes talladas.

«Todo esto va a perderse», pensó con consternación. Apenas notaba el dolor de las esposas que se le clavaban en la piel ni la fuerza con la que tiraban de él sus captores.

Entonces se acordó de Leslie.

Miró por encima del hombro y vio horrorizado que la habían dejado atrás. Luchaba contra el agua, que cada vez cubría más su cuerpo, y apenas avanzaba.

Clavó los pies en el suelo e intentó zafarse del hombre que lo empujaba.

—¡Quieto! —le ordenó el guardia.

—¡No podéis dejarla allí! ¡Necesita ayuda!

—¡Eres idiota! ¡Si vuelves, morirás! —le gritó el hombre.

Siguió luchando. Entonces, el guardia le golpeó con la culata del fusil en la cabeza y casi lo dejó inconsciente. Las piernas dejaron de sostenerle y cayó, aunque aquel hombre siguió arrastrándolo por el agua.

Intentó concentrarse, pero sus pensamientos daban vueltas en el interior de su dolorida cabeza. Finalmente, recuperó la fuerza en las piernas y volvió a pisar el suelo. El guardia se detuvo y se dio la vuelta dispuesto a golpearle otra vez con la culata.

Intentó protegerse, seguro de que esa vez lo dejaría inconsciente. En vez de eso, se puso tenso y de repente se hundió. Sólo consiguió vislumbrar el agujero que tenía en la parte de atrás de la cabeza antes de desaparecer bajo el agua.

—¡Lourds!

Reconoció la voz de Natashya y la buscó. No la veía por ninguna parte. Había demasiados sitios donde esconderse en las paredes de roca.

—¡Cogedlo! —ordenó Murani a los otros dos guardias suizos.

Echaron a andar hacia él, pero cayeron antes de alcanzarle.

Murani, con el Libro del Conocimiento en una mano, sacó la pistola y le apuntó. Antes de que pudiera darse cuenta de nada se oyó un ruido seco, el cardenal giró y se hundió en el agua.

«¡El libro!», pensó, pero se volvió hacia Leslie. Había conseguido no perder la linterna. Leslie apenas se mantenía por encima del agua y nadaba contra el mar agitado.

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